Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 jun 2019

Carlota Casiraghi y Dimitri Rassam celebran una segunda boda, ahora por la Iglesia

La pareja ha celebrado en Provenza un nuevo enlace tras haberse casado por lo civil el 1 de junio en Mónaco.

Carlota Casiraghi
Los novios en su segunda boda, religiosa, este domingo en Francia.
Hace un mes se dieron el sí por lo civil y este domingo ha sido por lo religioso.
 Carlota Casiraghi, de 32 años e hija menor de la princesa Carolina, ha renovado sus votos con su marido el cineastra francés Dimitri Rassam, de 37, hijo a su vez de la actriz Carole Bouquet en una ceremonia celebrada en una abadía de la localidad francesa de Saint-Rémy-de-Provence, a medio camino entre las ciudades de Aviñón y de Arlés, según recoge la revista ¡Hola!
En las imágenes, difundidas por el palacio real monegasco, los contrayentes han escogido el color blanco.
 Carlota se ha casado con un sencillo ramo de espigas y flores de lavanda, típicas de la región de Provenza. 
En esta misma fecha, hace 41 años, contrajo matrimonio Carolina de Mónaco con su primer marido, Philippe Junot.

La pareja, tras celebrar el enlace.
La pareja, tras celebrar el enlace. Palais Princier
¡Hola!  publica que los invitados han recibido instrucciones para ir vestidos también de blanco y recuerda que la localidad tiene un especial significado para Carlota, porque fue el lugar donde residió junto a su madre y hermanos tras morir en 1990 su padre, Stefano Casiraghi, aún siendo niña.
 Al igual que su esposa, Dimitri es huérfano.
 Perdió de niño a su padre, el productor de cine Jean-Pierre Rassam, que se suicidó en 1985, a los 43 años, por una sobredosis de barbitúricos.

La pareja se casó por lo civil el pasado día 1 de junio en Mónaco, tras llevar saliendo unos dos años y medio.
 En el verano de 2017 se les empezó a ver juntos en varios actos en Mónaco y al año siguiente en el Baile de la Rosa en marzo, donde quedó oficializado su compromiso.
 Siete meses más tarde nació su hijo Balthazar.
 Uno y otro aportan hijos de anteriores relaciones al matrimonio: ella, a Raphaël, que tuvo con el actor francomarroquí Gad Elmaleh; él a Darya, a la que tuvo con la modelo rusa Masha Novoselova. 

 

 

Cinco lecciones de Murakami para la vida







Cinco lecciones de Murakami para la vida

Además de ser un adictivo entretenimiento para millones de lectores, las novelas del autor japonés permiten extraer claves para vivir mejor.
POCOS ESCRITORES como Haruki Murakami han gozado de un éxito tan continuado en las librerías de nuestro país, y que sea un autor japonés lo hace aún más notable.
 ¿Qué tiene el autor de Tokio Blues para conectar de forma tan extraordinaria con un público a 10.000 kilómetros de los escenarios e historias que describe?
 Algunos críticos literarios afirman que su éxito reside en que es narrativa japonesa para occidentales, motivo por el que Murakami tiene muchos detractores en su propio país.
 Otros apuntan a que sus tramas suelen ser sencillas y con pocos personajes, con el grado justo de misterio y giros narrativos. 
Es muy improbable que alguien se pierda en sus novelas.
Sin embargo, eso no basta para explicar el furor que causan entre nosotros sus historias, llenas de extraños acontecimientos, golpes del azar, amantes inesperados, música clásica —o jazz— y algún que otro gato.
 ¿No será que Murakami está plasmando desde su particular mirada nuestra vida actual? Veamos de qué manera, entonces, su lectura nos enseña a vivir:
1. La soledad es la mejor vía al conocimiento. 
En más de una novela de Murakami, el protagonista emprende un viaje en solitario para escapar de la confusión vital.
 En el caso del joven fugitivo de Kafka en la orilla, eso le permitirá acceder a aspectos desconocidos de sí mismo.
 Cuando nos vemos enfrentados a la soledad tras una separación o muerte, o cuando la buscamos a través de un viaje iniciático, afloran partes de nosotros que antes estaban soterradas.
 Sin la protección y el ruido de los demás, el encuentro con uno mismo es inevitable, con lo que damos un salto hacia adelante en nuestra propia evolución.
2. El mundo es imprevisible.
 La segunda lección vital que extraemos de sus novelas es que la vida siempre nos sorprende.
 Por lo tanto, es absurdo tratar de controlarla o angustiarnos ante posibles amenazas. 
En la última novela de Murakami, la extensa La muerte del comendador, un pintor de vida estable y acomodada recibe la noticia de que su mujer quiere separarse porque ha tenido un sueño que la empuja a tomar esa decisión.
 Cuando el pintor le pregunta de qué iba ese sueño, ella le dice que es algo demasiado personal
. Si solo podemos esperar lo inesperado, es inútil hacer predicciones. 

Y eso puede ser un gran calmante para la mente.
 En cuanto a los porqués que pueden surgir para torturarnos, eso nos lleva a la siguiente lección. Cinco lecciones de Murakami para la vida 
3. No busques un sentido.
 Los argumentos de Murakami se desarrollan en un mundo de caos y aleatoriedad.
 Muchas veces ni siquiera es posible culpar a nadie del sufrimiento, lo cual es una buena noticia.
 Tal como decía Viktor Frankl, el ser humano va en busca de sentido, pero gran parte de las cosas que nos suceden no lo tienen. Como en las novelas del autor japonés, muchas veces sentiremos que nuestra vida es un sueño donde las cosas suceden sin razón aparente. 
Podemos afrontar este hecho con dos actitudes opuestas: podemos lamentarnos de lo injusto o absurdo que es el mundo o bien surfear las olas que nos trae la existencia. 
De eso va la cuarta lección.
4. Si sobrevives al caos, ya has ganado. 
Dado que afrontamos solos muchos lances de nuestra existencia, si sabemos además que todo es imprevisible y que las cosas no tienen por qué tener un sentido, tal vez el arte de vivir sea salir lo mejor librados posible. 
Venimos al mundo a experimentar cosas, a tropezar y a resolver problemas, como hacen los personajes de Murakami.
 El premio es seguir adelante en la partida.

5. El orgullo y el miedo nos quitan lo mejor de la vida.
 En su ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami menciona una anécdota tan mágica como triste. 
Al parecer, en 1922 James Joyce y Marcel Proust coincidieron en un mismo restaurante de París, donde cenaron en mesas cercanas. Los comensales que los reconocieron estaban emocionados, esperando que aquellos gigantes de la literatura empezaran a debatir. 
 Nada sucedió. En palabras del japonés:
 “La velada tocó a su fin sin que ninguno de los dos se dignase dirigir la palabra al otro.
 Imagino que fue el orgullo lo que frustró una simple charla, y eso es algo muy frecuente”.
¿Cuántas veces nos hemos perdido una oportunidad, personal o profesional, por no haber dado el paso? Se trate de orgullo, como interpreta Murakami, o de miedo a ser rechazados, al contenernos tal vez dejemos la más bella página de nuestra historia por escribir.

En busca de la ternura perdida

— Tal y como comenta Carme García Gomila en un ensayo para Temas de Psicoanálisis, la soledad de los personajes de Murakami va más allá de las “relaciones líquidas”, el concepto del sociólogo Zygmunt Bauman para explicar el fin de los víncu­los “para toda la vida” en un mundo en el que el amor se ha vuelto provisional y precario.
— Según García Gomila, bajo la rigidez de la sociedad japonesa late una ternura etérea, casi indetectable, pues está largamente reprimida en el alma japonesa y tal vez actualmente en la occidental.

 Las peripecias de los personajes de Murakami, en ese sentido, son una búsqueda deses­perada de esa ternura que, con suerte, algún día tuvieron —quizás a través de su madre— y que se oculta dormida en el fondo de su alma.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.



 

Sotheby’s saca a subasta la “Papisa” perdida de Velázquez

El rastro del retrato de Olimpia Pamphili, considerada la mujer más poderosa de la Roma del siglo XVII, se esfumó casi tres siglos.


Una empleada de Sotheby’s muestra el retrato de Olimpia Pamphili de Velázquez.
Una empleada de Sotheby’s muestra el retrato de Olimpia Pamphili de Velázquez. Getty Images

Alimentación y semántica.....................Juan José Millás.

Juan José Millás
 
Alimentación y semántica
UN POLLO DECAPITADO fuera de contexto es como el urinario de Duchamp.
 Podría ser arte, signifique lo que signifique esta palabra, arte.
 A veces basta cambiar las cosas de sitio para producirlo. Pero resulta complicado.
 Lautréamont decía que el surrealismo era el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de operaciones.
 Ahora bien, hay que darle un par de vueltas al asunto para que se te ocurra un bodegón tan pertinente.
 En todo caso, el pollo de la imagen produce cierta turbación, no sabríamos decir si de orden estético o antiestético.
 Alguien lo ha colocado en el banquillo de un equipo de baloncesto, suponemos que para ofender al rival, como para señalar que sus jugadores se mueven por el campo como un conjunto de pollos sin cabeza.
El significado es fundamental. Casi todas las acciones del ser humano lo tienen o procuran tenerlo.
 Pero con independencia del significado concreto que se le pretendiera dar el día en el que se celebró el encuentro, para usted y para mí adquiere, al contemplarlo fuera de su lugar natural (la carnicería), un sentido escatológico, un sentido final, un sentido, si me permiten la hipérbole, un poco apocalíptico. 
Toda esa carnalidad desnuda, concentrada, yacente, ese color enfermizo de la piel, esas magulladuras o hematomas, nos llenan de piedad por el animal y por nosotros mismos.
 Me pregunto qué fue del pobre pollo una vez cumplida su función semántica. 
Tal vez el mismo que se la otorgó lo devolvió luego a su papel alimenticio y se lo comió en compañía de su esposa e hijos. 
Dios nos ampare.