Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 dic 2018

Esperanza Gracia: “Soy una bruja de familia”......... Luz Sánchez-Mellado

La astróloga y tuitera estrella confiesa que deriva a muchos clientes al médico o al psicólogo y que su único poder es proporcionar muletas emocionales a la gente.

Esperanza Gracia, astróloga
Esta es una entrevista sin ninguna pretensión científica ni de las otras.
 Como todas, por cierto, pero quede dicho por si los puristas y los ultraortodoxos.
 La entrevistada es una celebridad con 30 años de televisión a la chepa y una cuenta de Twitter con 230.000 seguidores, a los que capotea con la soltura de la ambidiestra que ha toreado en plazas de todo pelaje.

 Con muchos menos, otros se autodenominan influencers. 
 Ella se presenta como lo que es: astróloga, hechicera, pitonisa. Bruja, incluso, si detecta la confianza, el respeto y el humor que ella derrocha.
 Quedamos en Telecinco, donde anda como Vasile por su casa y todo el mundo la saluda como “Espe”.
 Ahí, en el plató de Sálvame, donde graba su programa nocturno de horóscopo, se viste de lentejuelas —”estamos en Navidades, qué menos”— y funde persona y personaje. ¿Magia?
Esperanza Gracia. Con ese nombre estaba predestinada.
Mi padre estuvo inspirado, sí.
 Pero lo que no sabes que, antes de ser astróloga, también estaba en las nubes: fui funcionaria de Defensa y azafata. 
De tierra, porque me casé a los 21, y a las casadas no nos dejaban volar. Se nos olvida cómo estábamos las mujeres.
¿En serio? ¿Cuándo era eso?
Jaja, no te lo digo, que echas cuentas.
 Por los años 70. Antes, estudiando inglés en Londres, me formé en tarot y astrología.
 Siempre me fascinaron, pero aquí los libros estaban prohibidos. Además, así, cuando conocías a alguien, les decías cuatro cositas, se quedaban flipados y ligabas.
¿Eso es lo que hace? ¿Seducir a sus espectadores/clientes?
El horóscopo es una mezcla de lo que yo extraigo de los astros, y lo que a ti te llegue dentro. Mi horóscopo llega al corazón. Si te llega, funciona. Si no, no.

Esperanza y Gracia

En su nombre y apellido, dice, están condensados sus mejores atributos y los servicios que ofrece a su público.
 Podrá o no acertar con sus augurios, pero lo que es seguro es que Gracia (España, siglo XX), se ríe hasta de su sombra. 
Se agradece.
Por mi forma de hablar, la paz que transmito, mi capacidad de observación. 
Todo eso sabiendo que una palabra, una sola, te puede levantar.
 Si yo te digo que la luna está en tu signo y que vas a arrasar, es una interpretación mía basada en algo que yo considero cierto, vale, pero puedo espolearte, potenciar lo que llevas dentro. 
Siempre con mucha ética.
También hay quien le acusa de jugar con la soledad ajena.
Pocos, espero. 
Me parecería tremendo. No quisiera ese karma para mí.
 No, yo no juego con la gente.
 Intento poner los recursos para que sean ellos quienes jueguen las cartas de su vida. Les doy muletas para que sigan caminando.
¿Vende clavos ardiendo?
Me están dando escalofríos porque estás dando en el clavo. 
Tú no sabes lo que la gente sufre.
 Sufren por no poder desprenderse del apego, porque no aceptan su destino, porque no toman decisiones, porque quieren cambiar las vidas de otros y no la suya, cuando no se puede cambiar casi nada. Cambiamos muy poco.
¿Y cobra caras esas muletas?
No, no soy cara. Puedo ser hasta gratuita.
 Muchas veces lo soy, de hecho. Ni te imaginas cuántas.
Se ha puesto seria.
A ver, este es un tema duro, porque yo pago mis impuestos.
 El dinero no lo es todo. Hay veces, y lo sabe la gente que trabaja conmigo, que no se puede cobrar a nadie, porque lo que te están pidiendo es horroroso, o porque no puedes dárselo. 
Pero claro, ese es tu trabajo también. Escuchar
¿Qué le piden sus clientes?
Pueden tener algún problema y te piden orientación en su caos. Pero sobre todo necesitan que les escuchen. 
La gente está muy sola. ¿No te das cuenta de que nadie escucha a nadie? Yo les escucho media hora, y miro. 
Miro cada pestaña tuya porque eso me da la pista de por dónde van cosas de las que tú no eres ni consciente. 
Y salen historias que no están cicatrizadas o que están mal curadas.
¿Me está psicoanalizando?
No, si veo algo yo derivo a un psicólogo, o a un psiquiatra, o a un especialista cuando me piden remedio para una enfermedad.
 No soy ni médico ni psicóloga, digamos que soy una mediadora. Una bruja de familia, si quieres, una amiga que te escucha y te dice dónde cree que tendrías que ir.

¿Qué le inquieta, le atormenta y le perturba a Esperanza Gracia?
Perder el sentido del humor.
 Lo he visto cerca, y es lo peor, porque entonces la vida es negra. Puedes estar en un momento horrible, pero alguien te hace reír, y todo cambia.
 El humor es la gran muleta. La gran varita mágica.
¿Cómo lleva ser un icono millenial en Twitter?
Ay, mis millenials, si no habían cuando yo empecé, pero son un público maravilloso.
 La vida aún no les ha maleado, y están en estado puro y salvaje. Me divierto horrores con ellos. 
Y me han enseñado a reirme de mí misma.
Las encuestas se equivocan. Ahí tiene futuro si le falla la tele.
Fallan porque no me preguntan a mí. 
En serio, yo no soy vidente, amor, soy astróloga.
 Interpreto el cosmos como me da la gana, pero como funciona, y hago feliz a la gente, lo voy a seguir interpretando. 
Siempre van contra los astrologos, pero no hacemos mal a nadie. Solo damos esperanza.
2019 es año electoral. Mójese.
Va a haber mucha gente que no va a votar, pero puede dar un vuelco la situacion, ya te lo digo.
 Y me mojo: ese vuelco va a ser positivo, al principio va a ser un poco caótico pero terminará siendo positivo.
 No llegará la sangre al río. Tenemos que habla y decidir lo que queremos entre todos.

Se lo voy a poner más difícil. ¿Voy a ir al gimnasio este año?
Pues mira, querida leo: si te apuntas en primavera, aún veo posibilidad de que aguantes hasta el verano, pero si pretendes empezar en enero, a febrero no llegas.
Agorera.
Me lo dicen los astros. ¿Yo qué culpa tengo?

 

Melindres poéticos.......................................Juan José Millás..

Melindres poéticos
Reuters
Juan José MillásSI AHORA MISMO te sancionan por no llevar en la guantera del coche el chaleco amarillo, es posible que dentro de poco te multen por llevarlo. 
La prenda fosforescente ha devenido bandera.
 Véanla en los balcones de estas viviendas de Marsella convertida en el símbolo de un nacionalismo sin nación. 
Mucha gente, hasta ayer, prefería una patria sin pan a un pan sin patria.
 Quizá ese ondear de chalecos constituya el anuncio de una nueva época en la que los explotados se jueguen la vida por la conquista de bienes y servicios reales, después de tantos siglos empeñados en matarse los unos a los otros por ideales sin sustancia. 
Macron, que llegó a la presidencia de su país con la vena del cuello inflamada de una grandeur vacía, intentó convencer a los contribuyentes de que se podía vivir de ser francés. 
La inflamación no coló porque el precio del diésel, como el del pan, importa, sobre todo cuando la especulación te ha desplazado a la periferia convirtiendo el coche en un objeto de primera necesidad.
 Como una cosa lleva a la otra y como cada cual es víctima de sus verdades, la subida del combustible se convirtió en la base de una cadena deductiva que condujo a les enfants de la patrie a transformar un humildísimo atavío en una contraseña por la que los paganos de la crisis se empiezan a reconocer en el resto de Europa. La visión de ese trapo no emociona tanto como escuchar La Marsellesa, pero el éxtasis nacionalista no quita el hambre y de lo que se trata ahora es de comer tres veces al día.
 Larga vida a este emblema de la prosa después de tantos siglos de melindres poéticos.

Una historia ejemplar....................................Rosa Montero

El anarquista Melchor Rodríguez, el llamado Ángel Rojo de Madrid, salvó la vida de 11.000 personas durante las sacas de presos en la Guerra Civil.
EL NUEVO AÑO se nos viene encima cargado de amenazas.
 La crispación y el sectarismo engordan en el mundo y, aunque estoy segura de que en lo personal mantenemos la optimista ambición de ser felices (somos bichos tenaces), me parece que en lo colectivo contemplamos 2019 con ojos suspicaces y un barrunto de susto, como quien ve llegar a un toro en campo abierto. 
A saber qué soponcios nos puede deparar el año próximo.
Contra ese pesimismo, y contra la creciente aspereza de los intransigentes, voy a contar hoy una historia ejemplar. 
Fue un hombre célebre en su época y en 2016 hicieron un documental sobre él y pusieron su nombre a una calle, pero aun así sigue siendo mucho menos conocido de lo que se merece. 
Hablo del anarquista Melchor Rodríguez, el llamado Ángel Rojo de Madrid, aunque nació en Sevilla en 1893.
 Huérfano de padre desde muy niño, sólo estudió hasta los 13 años y vivió una infancia paupérrima. 
En 1921 se trasladó a Madrid, en donde trabajó como chapista. Su militancia en la CNT le hizo conocer las cárceles y la indefensión esencial del prisionero.
 El 10 de noviembre de 1936, en los agitados primeros meses de la Guerra Civil, fue nombrado delegado de prisiones de Madrid, e inmediatamente intentó detener las terribles sacas de presos de las cárceles, es decir, los traslados de reclusos que luego eran asesinados en Paracuellos del Jarama y otras zonas cercanas.
 Sólo duró en su empeño cuatro días, porque los más feroces consiguieron forzarle a dimitir, pero las protestas del cuerpo diplomático y de otros sectores republicanos lograron que recuperara el cargo el 4 de diciembre. 
A partir de ahí se enfrentó, a veces con grave peligro de su vida, a los partidarios de las ejecuciones, entre quienes estaba, sí, Santiago Carrillo, que estuvo más implicado en las matanzas de lo que nunca quiso admitir, según un historiador tan prestigioso como Paul Preston. 
 Melchor terminó siendo, muy brevemente, el último alcalde republicano de Madrid. 

Ahora imagínate a ese hombre que, completamente solo en medio de la furia y la violencia, lo arriesga todo para salvar la vida de sus enemigos.
 Prohibió que saliera ningún preso de ninguna cárcel desde las siete de la noche hasta las siete de la mañana, y cuando había que trasladar de verdad a los reclusos, escoltaba él personalmente los convoyes, lo que demuestra que no tenía a nadie en quien confiar. Probablemente ni siquiera era entendido por sus compañeros anarquistas. 
Déjame contarte una de sus gestas: el 8 de diciembre de 1936, estando de inspección en la cárcel de Alcalá de Henares, vio llegar a una turba enfurecida.
 Los franquistas habían bombardeado la ciudad y matado a media docena de personas, y una multitud de vecinos y milicianos armados acordaron asaltar la prisión y linchar a los reclusos.
 Pues bien, Melchor se plantó ante la puerta, pistola en mano, y aguantó los insultos, las pedradas y las amenazas desde las cinco de la tarde hasta las tres de la madrugada, momento en que consiguió que los atacantes desistieran.
 Aquel día había 1.500 presos en Alcalá.
 Se considera que, en total, Rodríguez salvó a 11.000 personas. 
 “Por las ideas se puede morir, pero no matar”, solía decir.
 Fue un hombre de bien en los tiempos del mal.
 Tras la guerra, y pese a contar con miles de testimonios a su favor, fue condenado a 20 años, de los que cumplió 4.
 Cuando salió en 1944, algunos de aquellos enemigos a quienes había protegido le ofrecieron buenos empleos, pero él rechazó su ayuda y vivió muy modestamente vendiendo seguros. 
Además, y esto es lo más conmovedor, perseveró en su militancia anarquista, lo que le hizo volver a pasar repetidas veces por la cárcel (en una ocasión, durante año y medio).
 Ojalá se conociera mucho más la hermosa historia del ­Ángel Rojo: en estos momentos de griterío mezquino, su ejemplo nos demuestra que podemos ser mejores de lo que somos. 
Pero, claro, Melchor no es un santo cómodo ni para la derecha ni para la izquierda tradicional, liderada desde el antifranquismo por los comunistas (la represión desmanteló a los anarquistas).
 Un pensamiento independiente y ético, en fin, es un lugar desapacible y ventoso. 
Murió en 1972; espero que el recuerdo de las muchas personas a las que salvó calentara lo suficiente su corazón aterido.

¿Evitar a las mujeres a toda costa?.............. ...... Javier Marías

La idea de que las mujeres han de ser creídas en todo caso se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el mínimo riesgo.
TOMAMOS INICIATIVAS con gran alegría y con prisas, olvidando que nadie es capaz de prever lo que provocarán a la larga o a la media.
 No pocas veces medidas “menores” y frívolas, o autocomplacientes, han desembocado en guerras al cabo de no mucho tiempo.
 Los impulsores de las medidas nunca se lo habrían imaginado, y desde luego se declararán inocentes de la catástrofe, negarán haber tenido parte en ella. Y sin embargo habrán sido sus principales artífices.
Sin llegar, espero, a estas tragedias, el alabado movimiento MeToo y sus imitaciones planetarias están cosechando algunos efectos contraproducentes, al cabo de tan sólo un año de prisas y gran alegría. 
Había una base justa en la denuncia de prácticas aprovechadas, chantajistas y abusivas por parte de numerosos varones, no sólo en Hollywood sino en todos los ámbitos.
 Ponerles freno era obligado.
 Las cosas, sin embargo, se han exagerado tanto que empiezan a producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a las que se pretendía defender y proteger. 
El feminismo clásico (el de las llamadas “tres primeras olas”) buscaba sobre todo la equiparación de la mujer con el hombre en todos los aspectos de la vida. 
Que aquélla gozara de las mismas oportunidades, que percibiera igual salario, que no fuera mirada por encima del hombro ni con paternalismo, que no se considerara un agravio estar a sus órdenes. Que el sexo de las personas, en suma, fuera algo indiferente, y que no supusieran “noticia” los logros o los cargos alcanzados por una mujer; que se vieran tan naturales como los de los varones
. Leo que según informes de Bloomberg, de la Fawcett Society y del PEW Research Center, dedicado a estudiar problemas, actitudes y tendencias en los Estados Unidos y en el mundo, se ha establecido en Wall Street una regla tácita que consiste en “evitar a las mujeres a toda costa”.
 Lo cual se traduce en posturas tan disparatadas como no ir a almorzar (a cenar aún menos) con compañeras; no sentarse a su lado en el avión en un viaje de trabajo; 
si se ha de pernoctar, procurar alojarse en un piso del hotel distinto; evitar reuniones a solas con una colega.
 Y, lo más grave y pernicioso, pensárselo dos o tres veces antes de contratar a una mujer, y evaluar los riesgos implícitos en decisión semejante.
 El motivo es el temor a poder ser denunciados por ellas; a ser considerados culpables tan sólo por eso, o como mínimo “manchados”, bajo sospecha permanente, o despedidos por las buenas.
 La idea de que las mujeres no mienten, y han de ser creídas en todo caso (como hace poco sostuvo entre nosotros la autoritaria y simplona Vicepresidenta Calvo), se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el más mínimo riesgo. La absurda solución: no tratar con mujeres en absoluto, por si acaso.
 Ni contratarlas.
 Ni convertirse en “mentores” suyos cuando son principiantes en un territorio tan difícil y competitivo como Wall Street. 
En las Universidades ocurre otro tanto: si hace ya treinta años un profesor reunido con una alumna dejaba siempre abierta la puerta del despacho, ahora hace lo mismo si quien lo visita es una colega. Los hay que rechazan dirigirles tesis a estudiantes femeninas, por si las moscas. 
 En los Estados Unidos ya hay colleges que imitan al islamismo: está prohibido todo contacto físico, incluido estrecharse la mano. Como en Arabia Saudita y en el Daesh siniestro, sólo que allí, que yo sepa, ese contacto está sólo vedado entre personas de distinto sexo, no entre todo bicho viviente. 
Parece una reacción exagerada, pero hasta cierto punto comprensible si, como señaló la americana Roiphe en un artículo de hace meses, se denuncia como agresión o acoso pedirle el teléfono a una mujer, sentarse un poco cerca de ella durante un trayecto en taxi, invitarla a almorzar, o apoyar un dedo o dos en su cintura mientras se les hace una foto a ambos.
 No es del todo raro que, ante tales naderías elevadas a la condición de “hostigamiento sexual” o “conducta impropia” o “machista”, haya individuos decididos a abstenerse de todo trato con el sexo opuesto, ya que uno nunca sabe si está en compañía de alguien razonable, o quisquilloso y con susceptibilidad extrema. 
El resultado de esta tendencia varonil, como señalaban los mencionados informes, es probablemente el más indeseado por las verdaderas feministas, y llevaría aparejado un nuevo tipo de discriminación sexual. 
 Se dejaría de trabajar con mujeres, de asesorarlas y aun de contratarlas no por juzgarlas inferiores ni menos capacitadas, sino potencialmente problemáticas y dañinas para las propias carrera y empleo.
 Si continuara y se extendiera esta percepción, acabaríamos teniendo dos esferas paralelas que nunca se cruzarían, y, como he dicho antes, el islamismo nos habría contagiado y habría triunfado sin necesidad de más atentados: tan sólo imbuyéndonos la malsana creencia de que los hombres y las mujeres deben estar separados y, sobre todo, jamás rozarse.
 Ni siquiera codo con codo al atravesar una calle ni al ir sentados en un tren durante largas horas. 
Algo habrá en ciertos hombres que le proporciona esa reflexión tan Misogena.
Porque usted lo es de toda la vida.Y puedo asegurar que yo voy a comer o a cenar con compañeros que fuimos a estudiar en la Universidad y nunca he pensado que quieran otra cosa que recordar aquellos tiempos de la Facultad.
Sinembargo he visto a un médico de toda la vida ponerse desnudo delante de mi....Así que cuidadin conque la compañía de mujeres es algo que les lleva a los hombres a tener miedo de nuestra .cercanía