25 abr 2018
El alta exprés de Kate Middleton tras dar a luz aviva la polémica
Los expertos no se ponen de acuerdo. Algunos se muestran partidarios de enviar a casa a la madre a las 24 horas, otros lo consideran un paso de atrás.
Victoria Torres Benayas
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La duquesa de Cambridge dio a luz el lunes a su tercer hijo y su rápida salida del hospital, en apenas siete horas, con un aspecto espléndido y batiendo su propio récord —con su segunda hija el alta fue a las 10 horas—, ha sorprendido en España, donde lo habitual es pasar 48 horas de ingreso en caso de partos naturales, de un solo hijo y sin complicaciones.
En las cesáreas, cuatro días.
Sin embargo, en España también se están acortando los ingresos y algunos hospitales están adoptando la llamada alta precoz o exprés.
Los partidarios de la crianza natural y de los partos con la menor intervención médica posible lo aplauden, mientras que los obstetras advierten de que solo será posible si se refuerza la red de atención primaria.
En Reino Unido, los partos ambulatorios son una práctica habitual, según cuenta el corresponsal de EL PAÍS en Londres Pablo Guimón. Salvo partos múltiples, cesáreas o complicaciones, las mujeres británicas suelen recibir el alta entre las seis y las ocho horas.
En todo caso, depende mucho del hospital.
Por ejemplo, en el King's College aseguran que si todo ha ido bien madre e hijo pueden estar en casa incluso en dos o tres horas.
En el UCLH, se amplía a seis.
Pero una vez en casa, las británicas no están solas: una matrona acude al domicilio familiar y examina a madre e hijo, en teoría, al día siguiente, a los tres días y a los seis.
También se llama a los padres con regularidad y se facilita a los padres un teléfono al que llamar en cualquier momento.
El alta exprés es común también en otros puntos de Europa como Holanda o Suecia, aunque Reino Unido es, según The Telegraph, de los países desarrollados donde menos tiempo se pasa en el hospital.
Según este diario, que cita un estudio hecho en 71 países, el promedio en EE UU es de dos días, en Alemania de tres y en Francia, de 4,2.
La OMS recomienda pasar al menos 24 horas en el hospital para partos naturales.
Esta política de altas tempranas se ha producido entre cierta polémica, ya que se achaca a los recortes en el National Health Service (la Seguridad Social británica).
The Guardian publicó una encuesta que revela que dos de cada cinco madres británicas sienten que son enviadas a casa demasiado pronto.
Olga de Tapia, española de 44 años y residente en Londres, donde dio a luz a su hija hace ocho años, admite que recibir el alta "a las pocas horas choca mucho cuando vienes de la cultura española".
Ella se "quería ir a casa y estaba perfectamente bien", pero tuvo que quedarse una noche porque dio a luz a las 19.00 y "a partir de las 20.00 no dan altas".
"Estuve en una sala con seis mamás más y seis bebés, en la que lo único que nos separaba eran unas cortinas.
No pegué ojo. Yo habría preferido irme", explica.
Tapia considera que parir "es mucho mejor" en España —en Reino Unido se hacen menos ecografías y los embarazos no tienen seguimiento ginecológico—, pero el alta rápida es un avance. "Dos días en el hospital...
¿Y qué hacen los médicos en ese tiempo?", se pregunta en una charla telefónica en la que duda que sea necesario.
En todo caso, el sistema británico suena mejor sobre el papel. Tapia asegura que recibió "muy pocas indicaciones, prácticamente ninguna".
"Me ayudaron un poco a dar el pecho, pero nada más", critica esta empleada de banca, que añade que la información la dan en las clases de preparto y de lactancia, que "no son obligatorias", y en una guía que reciben a los tres o cuatro meses de embarazo.
"La matrona se supone que te visita a los pocos días, pero la mía tardó una semana y solo vino una vez", añade.
"Luego vas tú a tu médico de cabecera y una vez por semana al baby clinic, que es una sala donde atienden juntos a todos los recién nacidos, sin cita, haces cola, los pesan y los miran un poco, pero no son pediatras ni matronas", indica Tapia que dio a luz en el University College Hospital.
A su hija "le hicieron pruebas a los siete minutos de nacer" y luego, otras, a "las dos o tres horas", pero no tuvo que volver con ella al hospital al día siguiente.
De hecho, está intentado implantar el alta a las 24 horas en el hospital de Cruces de Barakaldo (Bizkaia), donde es jefe de servicio."Es difícil, pero no por la salud de la madre", explica Martínez-Astorquiza, que recuerda que "hace 100 años las mujeres parían en casa", aunque no lo considera aconsejable hoy en día."Si una mujer ha dado a luz vía vaginal, sin episiotomía, ni fórceps ni ventosa y si se ha comprobado que el útero se ha contraído bien, podría irse a casa a las 24 horas, si no lo hace es principalmente por las pruebas de metabolopatías o enfermedades genéticas que hay que hacerle al niño", explica el experto, que precisa que el alta precoz podría aplicarse "al 50% de las mujeres", pero "tendrían que volver a las 48 horas por el niño".Además, a la polémica se han unido varias madres que han criticado a Middleton y a su alta pasadas las siete horas de dar a luz en Instagram.Las mujeres han colgado sus fotos tras parir junto a la de la duquesa de Cambridge, mostrando lo que para ellas es la realidad del posparto.En esta línea, se posiciona la ginecóloga Josefina Ruiz, que imparte cursos de preparación al parto desde hace más de 30 años y que es autora de dos guías de referencia."Por Dios, no, de ninguna manera dar pasos atrás.Ya es demasiado duro volver a casa a los dos días, como para que sea en menos".Así de tajante responde cuando se le pregunta si recortaría la estancia en el hospital.La experta considera que "una mujer y un niño tienen que estar ingresados qué menos que dos días por si hay cualquier complicación o una hemorragia posparto, para ayudarla con la subida de la leche, para garantizar el correcto agarre del niño, para vigilar la evolución uterina y los puntos por episiotomía o por desgarro y para que se recupere, descanse y facilitar el vínculo y el apego con su hijo"
Los misterios que sobreviven en Chernóbil 32 años después de la catástrofe
Héctor Llanos Martínez
Sus dudas, más que sus respuestas, pueden verse en Chernóbil tras el desastre, el documental de una hora de duración que emite DMAX este miércoles 25 de abril, un día antes de que se cumpla el 32 aniversario del suceso.
"Crecí a 20 kilómetros de la central nuclear de Three Mile Island, de Pensylvannia, que sufrió un accidente en 1979.
De ahí nació mi obsesión por Chernóbil. Voy al menos una vez al año de visita a Ucrania, que es el país desde el que emigró mi familia.
Lo que me engancha es tener la certeza de que nunca se ha contado lo que pasó verdaderamente", cuenta el estadounidense a EL PAÍS por teléfono.
Durante este programa especial, el ingeniero y fotógrafo aficionado se adentra por hospitales derruidos, fábricas abandonadas y barcos varados en medio del agua para relatar las consecuencias todavía latentes del desastre.
Las 50 toneladas de material radiactivo liberado en la atmósfera se
cobraron 49 víctimas en el momento, pero han sido más de 4.000 las que
han muerto de forma prematura por culpa de la radiación a la que
estuvieron expuestos.
Los viajes de Grossman a la región comenzaron en 2011, cuando descubrió que un particular organizaba las visitas guiadas que en ese momento a ninguna agencia de viajes se le ocurría ofrecer.
Tras muchos regresos y muchos nuevos contactos que sumar a su agenda, en esta ocasión ha tenido acceso a zonas muy restringidas de la antigua central.
“Han sido necesarios meses de espera para obtener los permisos, pero en 30 años el Gobierno de la región ha cambiado y la administración del país es más flexible”, comenta.
Del “error humano” del que hablaban en su momento las autoridades soviéticas a la teoría conspiratoria que apunta a un ataque deliberado de la CIA estadounidense en plena Guerra Fría hay un trecho por el que Grossman se mueve a lo largo de todo el documental.
Pero el estadounidense prefiere no decantarse por ninguno de los dos extremos: "creo que las razones del accidente es una combinación de fallos relacionados con la ingeniería y alguna estrategia geopolítica”.
Un informe británico aseguraba en 2006 que un 40% del suelo de la Unión Europea presentaba entonces altas dosis de contaminación radiactiva.
La amenaza sigue siendo evidente.
“Es todavía muy peligroso pasar largas temporadas de tiempo allí y lo seguirá siendo durante muchos años”, asegura el ingeniero.
Es un sitio que se ha convertido en algo tan especial para él que incluso celebró su boda allí en 2015:
“Mi esposa me había acompañado en varias expediciones, así que tiene un significado para ambos.
Fuimos a una de las pocas iglesias que siguen en activo en la zona y nos casamos.
Es una forma de traer nueva vida a un lugar que ha vivido tanta tragedia”.
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El ingeniero Philip Grossman visita la zona menos frecuentada de la central nuclear abandonada en busca de respuestas.
El ingeniero estadounidense Philip Grossman ha perdido la cuenta de las veces que ha visitado Chernóbil (Ucrania).
Es un lugar abandonado desde que el sábado 26 de abril de 1986, a la 01.23 de la madrugada, el reactor número 4 de la central explotara durante unas pruebas de seguridad.
Sigue siendo la mayor catástrofe nuclear de la historia.
Ni siquiera la bomba en Hiroshima causó tantos estragos.
Para él, Chernóbil es una obsesión que cada vez le suscita más preguntas.
¿Era una base militar soviética en la que se fabricaban armas nucleares? ¿El fallo técnico fue en realidad fruto de un sabotaje de la CIA?, se cuestiona.
Grossman regresa una vez más a la zona para intentar desentrañar tanto los misterios como las leyendas urbanas que giran en torno al lugar.Sus dudas, más que sus respuestas, pueden verse en Chernóbil tras el desastre, el documental de una hora de duración que emite DMAX este miércoles 25 de abril, un día antes de que se cumpla el 32 aniversario del suceso.
"Crecí a 20 kilómetros de la central nuclear de Three Mile Island, de Pensylvannia, que sufrió un accidente en 1979.
De ahí nació mi obsesión por Chernóbil. Voy al menos una vez al año de visita a Ucrania, que es el país desde el que emigró mi familia.
Lo que me engancha es tener la certeza de que nunca se ha contado lo que pasó verdaderamente", cuenta el estadounidense a EL PAÍS por teléfono.
Durante este programa especial, el ingeniero y fotógrafo aficionado se adentra por hospitales derruidos, fábricas abandonadas y barcos varados en medio del agua para relatar las consecuencias todavía latentes del desastre.
Grossman, dentro de un autobús abandonado en Chernóbil / DMAX
Los viajes de Grossman a la región comenzaron en 2011, cuando descubrió que un particular organizaba las visitas guiadas que en ese momento a ninguna agencia de viajes se le ocurría ofrecer.
Tras muchos regresos y muchos nuevos contactos que sumar a su agenda, en esta ocasión ha tenido acceso a zonas muy restringidas de la antigua central.
“Han sido necesarios meses de espera para obtener los permisos, pero en 30 años el Gobierno de la región ha cambiado y la administración del país es más flexible”, comenta.
Del “error humano” del que hablaban en su momento las autoridades soviéticas a la teoría conspiratoria que apunta a un ataque deliberado de la CIA estadounidense en plena Guerra Fría hay un trecho por el que Grossman se mueve a lo largo de todo el documental.
Pero el estadounidense prefiere no decantarse por ninguno de los dos extremos: "creo que las razones del accidente es una combinación de fallos relacionados con la ingeniería y alguna estrategia geopolítica”.
Una de las fábricas derruidas que visita Grossman / DMAX
La amenaza sigue siendo evidente.
“Es todavía muy peligroso pasar largas temporadas de tiempo allí y lo seguirá siendo durante muchos años”, asegura el ingeniero.
Es un sitio que se ha convertido en algo tan especial para él que incluso celebró su boda allí en 2015:
“Mi esposa me había acompañado en varias expediciones, así que tiene un significado para ambos.
Fuimos a una de las pocas iglesias que siguen en activo en la zona y nos casamos.
Es una forma de traer nueva vida a un lugar que ha vivido tanta tragedia”.
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Martin Scorsese gana el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018
Gregorio Belinchón
La leyenda asegura que él y Bertrand Tavernier, cineasta francés tan apasionado del séptimo arte como Scorsese, se conchabaron durante décadas con las azafatas del Concorde que iba de París a Nueva York para intercambiarse vídeos de películas, cuando la cinefilia solo se podía acallar a golpe de copias piratas y de proyecciones en filmotecas.
El director de Toro salvaje es, además, uno de los fundadores de World Cinema Foundation, a través de la que realiza "una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo", según el jurado.
. Por cierto, con su galardón, justificado por el jurado por ser "uno de los directores de cine más destacados del movimiento de renovación cinematográfica surgido en los años setenta del siglo XX, por la trascendencia de su labor creadora y por mantiene actualmente en plena actividad, aunando en su obra, con maestría, innovación y clasicismo", la Fundación Princesa de Asturias ya ha premiado a los tres grandes cineastas neoyorquinos: Woody Allen, Francis Ford Coppola y Scorsese.
Por si no hubiera suficiente, Scorsese es un apasionado de la música, a la que ha dedicado innumerables documentales, y del cine: lo ha visto todo y de todo sabe.
La leyenda asegura que él y Bertrand Tavernier, cineasta francés tan apasionado del séptimo arte como Scorsese, se conchabaron durante décadas con las azafatas del Concorde que iba de París a Nueva York para intercambiarse vídeos de películas, cuando la cinefilia solo se podía acallar a golpe de copias piratas y de proyecciones en filmotecas.
El director de Toro salvaje es, además, uno de los fundadores de World Cinema Foundation, a través de la que realiza "una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo", según el jurado.
Curiosamente, y para mayor ensalzamiento de su figura, Scorsese no ha recibido innumerables premios: solo ha ganó el Oscar a la mejor dirección con Infiltrados (2006), que probablemente no esté entre sus 15 mejores trabajos, y además tiene la Palma de Oro de Cannes por Taxi Driver, tres Globos de Oro, dos premios BAFTA, un Emmy, y el reconocimiento del gremio de directores de Estados Unidos.
Poca cosa para alguien fundamental en la historia del cine.
El Princesa de Asturias de las Artes ha recaído en ocasiones precedentes en cineastas como Luis García Berlanga, Vittorio Gassman, Fernando Fernán-Gómez, Pedro Almodóvar y Michael Haneke.
Scorsese es el cineasta de ruido y de la furia, el auténtico chute energético de la pantalla, un entomólogo fascinado con las pequeñas criaturas que disecciona -en su caso, seres humanos- por los que siente también ternura.
De educación católica, lo más brillante de su producción de los setenta y ochenta surgió de su colaboración con el guionista Paul Schrader, otro cineasta de profundas creencias religiosas, y por ello su obra está marcada por la culpa y la redención.
Otra de las figuras claves que le rodean es Thelma Schoonmaker, su montadora habitual.
De ese pasado de exseminarista le quedan a Scorsese frases tan brillantes como la que iguala ir al cine y a una misa:
"En ambos lugares te sientas al lado de desconocidos, a oscuras, esperando recibir una iluminación espiritual desde lo que preside la sala, el altar o la pantalla".
Al fin y al cabo, la iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que sus padres le dejaban ir.
Así entró a encadenar títulos míticos como Alicia ya no vive aquí (1974) Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1982), Jo, qué noche (1985), El color del dinero (1986), La última tentación de Cristo (1988), Uno de los nuestros (1990) (León de Plata en Venecia a la mejor dirección), El cabo del miedo (1991) y La edad de la inocencia (1993),
eso sin mencionar una decena de documentales sobre cine y música, o la dirección del vídeo musical Bad para Michael Jackson. Todo esto mezclado con una vida personal turbulenta: el aspecto físico de duende travieso de Scorsese esconde un alma en embullición.
Si ese tramo de su carrera quedó marcado por sus trabajos con Robert de Niro, con el que cierra su colaboración en Casino en 1995, desde 2002 su actor fetiche ha sido Leonardo DiCaprio, con el que ha rodado Gánsteres de Nueva York (2002), El aviador (2004), Infiltrados (2006), Shutter Island (2010) y El lobo de Wall Street (2013).
Su último largometraje fue Silencio (2016), en el que volvía a indagar en la fe católica.
Productor y director de documentales sobre grupos como The Band, The Rolling Stones, Scorsese ha dirigido Blues (una obra documental de siete partes sobre la historia del género); George Harrison: Living in the Material World (sobre el músico de The Beatles) o No Direction Home, sobre la música, la vida y la influencia en la cultura popular estadounidense de Bob Dylan.
Y ahora está enfangado en la larga posproducción de The Irishman, la película que le ha producido Netflix, que desgrana el asesinato de Jimmy Hoffa, sindicalista estadounidense relacionado con la Mafia, y en la que actúan De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel (dos de sus actores habituales) y por primera vez en el universo Scorsese, Al Pacino.
"Los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle", se oía en Malas calles: Scorsese también lo ha hecho en el cine.
El jurado destaca la renovación realizada por el director a lo largo de más de una veintena de películas que le convierten en "una figura indiscutible del cine contemporáneo".
Culpa y redención; montaje desenfrenado con una cámara en constante
movimiento; personajes siempre más grandes que la vida, y un apasionado e
indestructible amor por el cine.
Esas son algunas de las razones que han convertido al cineasta estadounidense Martin Scorsese en un contemporáneo, y más de una de ellas habrán cruzado por la mente del jurado que ha otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018 a Scorsese (Nueva York, 1942).
Su carrera arrancó en su ciudad natal al mismo tiempo que empezaba el triunfo del Nuevo Hollywood, movimiento en el que entró Scorsese, y una revolución que acabó devorada por los más jóvenes de sus integrantes: George Lucas y Steven Spielberg.
Pero de todos ellos, el que ha aguantado en activo con mayor lucidez ha sido Scorsese, una especie de padre de Tarantino para las nuevas generaciones y el creador que supo llevar al cine el desenfreno y la negrura de los años setenta, y plasmar en películas el subidón que provocan las drogas y la violencia en el ser humano.
Esas son algunas de las razones que han convertido al cineasta estadounidense Martin Scorsese en un contemporáneo, y más de una de ellas habrán cruzado por la mente del jurado que ha otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018 a Scorsese (Nueva York, 1942).
Su carrera arrancó en su ciudad natal al mismo tiempo que empezaba el triunfo del Nuevo Hollywood, movimiento en el que entró Scorsese, y una revolución que acabó devorada por los más jóvenes de sus integrantes: George Lucas y Steven Spielberg.
Pero de todos ellos, el que ha aguantado en activo con mayor lucidez ha sido Scorsese, una especie de padre de Tarantino para las nuevas generaciones y el creador que supo llevar al cine el desenfreno y la negrura de los años setenta, y plasmar en películas el subidón que provocan las drogas y la violencia en el ser humano.
. Por cierto, con su galardón, justificado por el jurado por ser "uno de los directores de cine más destacados del movimiento de renovación cinematográfica surgido en los años setenta del siglo XX, por la trascendencia de su labor creadora y por mantiene actualmente en plena actividad, aunando en su obra, con maestría, innovación y clasicismo", la Fundación Princesa de Asturias ya ha premiado a los tres grandes cineastas neoyorquinos: Woody Allen, Francis Ford Coppola y Scorsese.
Por si no hubiera suficiente, Scorsese es un apasionado de la música, a la que ha dedicado innumerables documentales, y del cine: lo ha visto todo y de todo sabe.La leyenda asegura que él y Bertrand Tavernier, cineasta francés tan apasionado del séptimo arte como Scorsese, se conchabaron durante décadas con las azafatas del Concorde que iba de París a Nueva York para intercambiarse vídeos de películas, cuando la cinefilia solo se podía acallar a golpe de copias piratas y de proyecciones en filmotecas.
El director de Toro salvaje es, además, uno de los fundadores de World Cinema Foundation, a través de la que realiza "una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo", según el jurado.
. Por cierto, con su galardón, justificado por el jurado por ser "uno de los directores de cine más destacados del movimiento de renovación cinematográfica surgido en los años setenta del siglo XX, por la trascendencia de su labor creadora y por mantiene actualmente en plena actividad, aunando en su obra, con maestría, innovación y clasicismo", la Fundación Princesa de Asturias ya ha premiado a los tres grandes cineastas neoyorquinos: Woody Allen, Francis Ford Coppola y Scorsese.
Por si no hubiera suficiente, Scorsese es un apasionado de la música, a la que ha dedicado innumerables documentales, y del cine: lo ha visto todo y de todo sabe.
La leyenda asegura que él y Bertrand Tavernier, cineasta francés tan apasionado del séptimo arte como Scorsese, se conchabaron durante décadas con las azafatas del Concorde que iba de París a Nueva York para intercambiarse vídeos de películas, cuando la cinefilia solo se podía acallar a golpe de copias piratas y de proyecciones en filmotecas.
El director de Toro salvaje es, además, uno de los fundadores de World Cinema Foundation, a través de la que realiza "una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo", según el jurado.
Curiosamente, y para mayor ensalzamiento de su figura, Scorsese no ha recibido innumerables premios: solo ha ganó el Oscar a la mejor dirección con Infiltrados (2006), que probablemente no esté entre sus 15 mejores trabajos, y además tiene la Palma de Oro de Cannes por Taxi Driver, tres Globos de Oro, dos premios BAFTA, un Emmy, y el reconocimiento del gremio de directores de Estados Unidos.
Poca cosa para alguien fundamental en la historia del cine.
El Princesa de Asturias de las Artes ha recaído en ocasiones precedentes en cineastas como Luis García Berlanga, Vittorio Gassman, Fernando Fernán-Gómez, Pedro Almodóvar y Michael Haneke.
Scorsese es el cineasta de ruido y de la furia, el auténtico chute energético de la pantalla, un entomólogo fascinado con las pequeñas criaturas que disecciona -en su caso, seres humanos- por los que siente también ternura.
De educación católica, lo más brillante de su producción de los setenta y ochenta surgió de su colaboración con el guionista Paul Schrader, otro cineasta de profundas creencias religiosas, y por ello su obra está marcada por la culpa y la redención.
Otra de las figuras claves que le rodean es Thelma Schoonmaker, su montadora habitual.
De ese pasado de exseminarista le quedan a Scorsese frases tan brillantes como la que iguala ir al cine y a una misa:
"En ambos lugares te sientas al lado de desconocidos, a oscuras, esperando recibir una iluminación espiritual desde lo que preside la sala, el altar o la pantalla".
Al fin y al cabo, la iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que sus padres le dejaban ir.
Los setenta y los ochenta
Hijo de inmigrantes italianos, debutó en el cine en 1968 con ¿Quién llama a mi puerta?, aunque con el largometraje que llamó la atención fue Malas calles (1973).Así entró a encadenar títulos míticos como Alicia ya no vive aquí (1974) Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1982), Jo, qué noche (1985), El color del dinero (1986), La última tentación de Cristo (1988), Uno de los nuestros (1990) (León de Plata en Venecia a la mejor dirección), El cabo del miedo (1991) y La edad de la inocencia (1993),
eso sin mencionar una decena de documentales sobre cine y música, o la dirección del vídeo musical Bad para Michael Jackson. Todo esto mezclado con una vida personal turbulenta: el aspecto físico de duende travieso de Scorsese esconde un alma en embullición.
Si ese tramo de su carrera quedó marcado por sus trabajos con Robert de Niro, con el que cierra su colaboración en Casino en 1995, desde 2002 su actor fetiche ha sido Leonardo DiCaprio, con el que ha rodado Gánsteres de Nueva York (2002), El aviador (2004), Infiltrados (2006), Shutter Island (2010) y El lobo de Wall Street (2013).
Su último largometraje fue Silencio (2016), en el que volvía a indagar en la fe católica.
Productor y director de documentales sobre grupos como The Band, The Rolling Stones, Scorsese ha dirigido Blues (una obra documental de siete partes sobre la historia del género); George Harrison: Living in the Material World (sobre el músico de The Beatles) o No Direction Home, sobre la música, la vida y la influencia en la cultura popular estadounidense de Bob Dylan.
Y ahora está enfangado en la larga posproducción de The Irishman, la película que le ha producido Netflix, que desgrana el asesinato de Jimmy Hoffa, sindicalista estadounidense relacionado con la Mafia, y en la que actúan De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel (dos de sus actores habituales) y por primera vez en el universo Scorsese, Al Pacino.
"Los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle", se oía en Malas calles: Scorsese también lo ha hecho en el cine.
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