Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 ene 2018

No eres un ángel, eres un imbécil.........................Rosa Montero.

Los celos no son un signo de amor. 
Para erradicar la violencia en la convivencia, hay que desmitificar el perverso romanticismo del sufrimiento.


ENTRE EL TORRENTE televisivo de anuncios de perfumes de las pasadas Navidades sobresalía uno especialmente mostrenco.
 Voy a resumir la historia, aunque no diré la marca porque no quiero hacerles propaganda. 
Chico guapo le dice a chica bella: “Un día me amarás y otro me odiarás. Nunca sabrás dónde estoy ni dónde vivo. 
No soy un ángel. Ahora ya lo sabes”, ante lo cual la bella se derrite de pasión y le morrea ávidamente.
 O sea, otro cansino guiño al supuesto atractivo de los chicos malotes, otra frívola y petarda exaltación de los hombres dañinos tipo sombras de Grey
El mensaje es: ¿Te hace sufrir? Guau, qué tipazo tan interesante, eso sí que es pasión, intensidad y amor de película.
Recuerdo perfectamente ese anuncio, si por casualidad me lo hubiera dicho a mi un joven y apuesto chico que no se sabe a que se dedica, y me dice todo eso, le habría mandado a freir bogas, pero no , el anuncio es claramente machista, la colonia ni la recuerdo, entonces el anuncio no debe ser muy bueno, como el de la chica que sale con síndrome de abstinencia buscando un perfume que le da sosiego. 
y otro en que el chico no encuentra en la guantera su perfume y vuelve a la casa de donde salió y lo tiene una chica llena de placer con el perfume, de esos dos si recuerdo la marca.
Diría que prefiero aquel de años pasados "Busco a Jack" que no sé nada más de él.
Y vuelvo al árticulo.

La idea de que el amor peligroso, el amor dañino, es mucho más intenso, más puro y fascinante es una vieja creencia que ha causado infinitos sufrimientos. 
“Todo hombre mata lo que ama”, decía Oscar Wilde, que vivió una relación tóxica con Alfred Douglas. 
También los hombres caen en estos pozos, desde luego, aunque la tradición machista ha hecho que las mujeres ganemos en este triste terreno por goleada.
 Yo diría que por cada 10 mujeres puede que haya un hombre. O eso cabría deducir, por ejemplo, de las cifras de la violencia doméstica.
 De media, al año mueren en España unos seis o siete varones a manos de mujeres (sí, también hay hembras criminales, como parece ser el caso de la joven argentina), toda una tragedia, desde luego, pero numéricamente muy inferior a las 55 asesinadas en 2017.
 Aprovecho la ocasión para salir al paso de los recurrentes bulos de Internet; 
todos los años se vocifera en las redes que ha habido una treintena de hombres que han perdido la vida por la violencia doméstica y que de ellos no se habla.
 Pues bien, resulta que en esos datos incluyen a las víctimas asesinadas por parejas que son también varones; más las de los crímenes familiares, padres que matan a sus hijos y viceversa; por último, también contabilizan a los criminales de género que, tras liquidar a la pareja, se suicidan, y a los nuevos compañeros de las mujeres que también son asesinados por el maltratador.
Repito: a manos de mujeres son unos seis o siete.
 En cualquier caso, demasiados. 
Ni uno más, ni una más. Pero para conseguir eso, para erradicar la violencia en la convivencia, hay que desmitificar el perverso romanticismo del sufrimiento. 
Los celos, sean de él o de ella, no son un signo de amor, sino de enfermedad.
 Llorar por una relación sentimental no es una medida de su intensidad, sino de que algo va muy mal.
 Y sobre todo nosotras, las mujeres, a quienes el machismo nos ha convertido en víctimas principales de esta engañifa, tengamos claro que los chicos malos son simplemente eso, egoístas, sexistas, groseros, insufribles, quizá incluso peligrosos psicópatas. 
Y que no les vamos a cambiar, aunque nos creamos sus redentoras. El sapo seguirá siendo toda la vida un sapo por más que lo beses. Yo también tuve a los 24 años un novio que me dijo: “Me dejarás, como todas. No serás capaz de soportarme”. 

Y yo, necia como tantas, pensé que lo salvaría de sí mismo.
 Al año comprendí que él tenía toda la razón y le dejé, tras haber aprendido para siempre que si un chico viene y te dice: “No soy un ángel”, hay que contestar: 
“Desde luego que no: eres un imbécil”, y seguir con tu vida sin él tan ricamente. 

Desdén..........................................................Javier Marías

La página web de la RAE recibe millones de consultas mensualmente. 
Pero su plantilla ha sufrido recortes y el Gobierno del PP no le presta el menor interés.

Desdén


La página web de la RAE recibe millones de consultas mensualmente. Pero su plantilla ha sufrido recortes y el Gobierno del PP no le presta el menor interés.

LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, que en 2013 cumplió tres siglos, solía financiarse en buena medida con las ventas de sus publicaciones, sobre todo con las del Diccionario, antes abreviado en DRAE y ahora en DLE (Diccionario de la Lengua Española, al ser obra de todas las Academias, no sólo de la de nuestro país). 
No es una institución estatal, sino mayormente privada.
 Desde hace años, sin embargo, esas ventas en papel han caído drásticamente, más que nada porque el DLE puede consultarse desde el ordenador, la tableta y el móvil, infinitas veces y gratis.
 De modo que casi nadie se molesta en adquirir el volumen impreso: para qué, si éste pesa y abulta y es más rápido buscar online las definiciones. 
De la utilidad del Diccionario da cuenta el número de consultas que recibe mensualmente: unos setenta millones, que a veces llegan a ochenta. 
Los visitantes no son sólo personas con curiosidad por la lengua ni “profesionales de la palabra” (escritores, traductores, editores, correctores).
 También sirve a los poderes del Estado a la hora de redactar leyes o enmendar la Constitución, por ejemplo; a los juristas, jueces, fiscales, abogados y notarios (más aún les servirá a todos éstos el reciente Diccionario Jurídico, dirigido por Muñoz Machado, actual Secretario). 
Cabe suponer que todo el mundo se congratula de que desde el siglo XVIII exista una norma, o más bien una referencia y orientación, para los vocablos.
 Que ayude a percibir los matices y las precisiones, que aclare los sinónimos y los que no acaban de serlo, que recoja y registre las evoluciones del habla, que señale lo que es anticuado o desusado y lo que es peyorativo.
 Que nos ayude a entender y a hacernos entender cuando hablamos o escribimos. 

Hace una semana traté aquí de la gratitud menguante.
 Veo pocos casos de mayor ingratitud que la dispensada a la RAE. Lo habitual es que se lancen denuestos y burlas contra ella; que se la considere vetusta y “apolillada”. 
Cuando tarda en admitir términos nuevos, se la critica por lenta y timorata; cuando se apresura a incorporarlos (y a mi parecer lo hace en exceso, sin aguardar a ver si una palabra arraiga o caduca en poco tiempo), se la acusa de manga ancha y papanatismo.
 Si rehúsa agregar vocablos mal formados, idiotas o espurios, probables flores de un día, se le achaca cerrazón y si se niega a suprimir acepciones que molestan a tal o cual sector (es decir, a ejercer la censura), se la tacha de machista, racista, sexista o “antianimalista”, sin comprender que las quejas han de ir a los hablantes, los cuales emplean las palabras que se les antojan independientemente de que figuren o no en el DLE. 
Lo que rarísima vez se expresa es gratitud hacia el trabajo de tantos académicos que han dedicado su mejor saber y su tiempo a precisar el idioma desde hace trescientos años. 
No digamos hacia los desconocidos lexicógrafos y filólogos sobre los que recae la mayor parte de la tarea. 
Huelga decir que esas personas perciben un sueldo, como es de justicia.
 Los académicos percibimos unos emolumentos modestísimos, en función de nuestras asistencias.
 Y si no asistimos, nada, como es lógico. 
Este año esos emolumentos se verán reducidos en un 30%, por la escasez de ingresos y ayudas.
 Desde el inicio de la crisis la plantilla de trabajadores ha sufrido recortes y mermas y aun así no alcanzan los presupuestos.
 Si una institución recibe entre setenta y ochenta millones de consultas al mes, su utilidad está fuera de duda. 
Bastaría con que cada usuario aportara diez céntimos al año para resolver las penurias. 
Pero es que además salen gratis, esas consultas. 
La RAE sirve a la sociedad española y a las latinoamericanas, sirve a los ciudadanos y al Estado. 
 Pues bien, el Ministerio de Educación, que contribuía a su mantenimiento con una cantidad anual, la ha ido reduciendo a lo bestia.
 Si en 2009 aportaba 100 (es un decir, para entendernos), en 2018 aporta 42,34, y en 2014 se quedó en 41,26. 

Al Gobierno y al PP se les llena la boca de patriotismo y presumen sin cesar de que nuestra lengua es hablada por casi 500 millones de individuos, de que sea la segunda o tercera más utilizada en Internet y otras fanfarrias. 
Pero vean que es todo pura hipocresía.
 Su desinterés, su desprecio, su animosidad hacia la cultura son manifiestos. 
Buscan arruinar a la gente del cine, el teatro, la música, la literatura, el pensamiento y la ciencia.
 ¿Por qué no a la de la lengua? Quienes no deben hacerlo ignoran lo difícil que es definir una palabra.
 Hace poco, en mi comisión, nos tocó redefinir “reminiscencia”. Había que diferenciarla de “rememoración”, “remembranza”, “recuerdo”, cada vocablo está lleno de sutilezas. 
También nos ocupamos de términos coloquiales: ¿cuál es la diferencia entre “pedorra” y “petarda” (o “pedorro” y “petardo”, desde luego)?
 Nos las vemos con lo más sublime, lo más técnico y lo más zafio, y a todo hemos de hacerle el mismo caso.
 Rajoy ha mostrado su desdén no pisando jamás la Academia. Muchos no lo echamos de menos. 
Pero a los trabajadores sí les preocupa su subvención cada vez más tacaña, ya que ven peligrar sus puestos.
 Y a la institución también, que a este paso bien podría dejar de prestar un día todos sus gratuitos servicios. 

20 ene 2018

“¿La Portillo? Soy Blanqui”........................ Luz Sánchez-Mellado .

Blanca Portillo ha hecho de todo en la escena. Teatro, cine, televisión. Actuar, producir y dirigir.

Blanca Portillo, fotografiada el jueves en Madrid.
Blanca Portillo, fotografiada el jueves en Madrid.
Es muy probable que en este preciso momento Blanca Portillo esté dándose sus buenos masajes en el spa de algún hotelazo. 
Esos eran sus planes el pasado miércoles, en vísperas del estreno en el teatro Español de Madrid de El ángel exterminador, la versión teatral del clásico de Buñuel.
 Después de dejarse la piel en el montaje —“esta es función de las tres ces: me ha salido una calentura, una contractura y una calva del estrés”—, la señora directora necesitaba volver al mundo real. “Leer, ver a los míos, ver cine, lo que dicen que es vivir”. 
Uy, alarma. 
Ya en 2007 se reconocía como una adicta al trabajo y anunciaba que iba a hacérselo mirar. No se aprecian grandes cambios.

¿Hemos avanzado algo?

Temo que no mucho. 
Sigo en ello. Intentando buscar tiempo para mí, pero no es fácil. Lo que hago me absorbe demasiado.
La presión se la mete usted sola. Dese vacaciones: es la jefa.
Sí, pero no puedo separar del todo una cosa de otra. 
Mi trabajo es mi vida, mi forma de vivir, y tengo que hallar la forma de no sentir que, cuando no trabajo, me lo estoy restando a mí misma.
Relájese, es usted la Portillo.
¿La Portillo? Soy Blanqui. 
Halaga oírlo, pero si hablo de alguien con el la por delante es de una mujer fundamental.
 Yo no lo soy.
¿Necesita masajes de ego?
No, pero hoy lo tengo blandito.

Para a renovar “la olla” de la que se nutre, pero, hoy por hoy, debe de tener ya un buen caldo.

Un caldo gordo, mucha vida da mucho caldo, pero la olla nunca se llena, y yo no me sé nada, yo me cago cada día.
 La experiencia solo me sirve para llevar el miedo con algo más de calma.
¿Le asustan más las puertas abiertas o cerradas?
Temo sobre todo a las puertas cerradas de cabeza y corazón, y cada vez las tenemos más.
 Las puertas abiertas claro que dan miedo, pero son un camino hacia algo, un acierto o un error, pero siempre al aprendizaje.
 Claro que hay riesgo, pero nunca he tenido miedo a equivocarme. Es mi derecho y mi obligación.
Pero encerrarse es una tentación. Fuera hace mucho frío.
De eso va esta función. 
Del encierro personal, te aíslas, finges lo que no eres, te encierras en tu zona de confort.
 En tu casa, en tu comunidad autónoma, en tu país, en tu continente. Nos encerramos para no ver los problemas del otro, y nos hacemos cada vez más insolidarios. 
Esa es la vigencia de este clásico.
Dice que arriesga, pero cae de pie. Más que exterminador, tiene usted un ángel protector.
Creo que el ángel que me acompaña es la honestidad. 
No hago las cosas para gustar o que me las celebren, sino porque creo en ellas, aunque yerre.
De hecho, no fue a recoger su Goya. Eso es de muy divina.
Es que siempre creo que no me lo van a dar, y a veces me pilla fatal, porque para los premios ya sabemos cómo hay que ir, porque ellos pueden ponerse cualquier cosa, pero nosotras...
¿Y por qué no va sin pintar, como Frances McDormand?
Ni loca. 
Me encanta maquillarme, soy presumida. 
Pero también me gusta mi cara de hoy, trabajando, cansada, viva, y que veas que esto es lo que hay.
¿Qué opina sobre las actrices del #MeToo y las francesas que las tachan de puritanas?
Todo ruido es poco.
 Puede parecer demasiado, pero para que una revolución se produzca hace falta una asonada. 
Nadie dice que no se pueda ligar, cortejar o galantear, pero no ejerciendo poder y degradando.
 Eso no quita para que me acueste con quien quiera y pueda decir sí o no. 
El enemigo no es el hombre, sino el hombre que no considera a las mujeres como iguales.
 Espero que ellos se rebelen y les digan a sus colegas que lo que hacen es vergonzoso.

“La palabra me mata”, me dijo en 2007. ¿Sigue matándola en tiempos de WhatsApp y Twitter?
Una palabra bien elegida, dicha y colocada es una bomba de relojería. 
Y les estamos perdiendo el cariño. Estoy pensando en montar una tertulia, eso que se hacía el siglo pasado. 
Hablar no es mandar un whatsapp. Una palabra taladra. Un emoticono, no.

 

¿Por qué las mujeres tardan 16 minutos más en identificar un infarto?

Hay diez mil fallecidas más que hombres por enfermedades cardiovasculares en España.

El doctor Macaya escucha el historial médico de Elvira Rouco en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid. EPV-Quality
 

 

Cuatro y media de la tarde. Elvira termina al fin de recoger su casa. Más cansada de lo normal, se siente mareada, así que decide asomarse a la terraza para que el aire le despeje. 
Pero el frescor del exterior no surte efecto, y con temor a precipitarse por la barandilla, se sienta en el sofá del salón con las ventanas abiertas.
 El mareo se convierte en un desfallecimiento, y cuando Elvira vuelve en sí, empieza a vomitar.
 Había tenido un infarto.
"Yo pensé que era un ataque de ansiedad", cuenta ella en la consulta de cardiología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. "Mi sorpresa fue cuando llegaron los del 112 y me dijeron que tenía un infarto muy grande y que me tenían que ingresar.
 Yo no tuve síntomas ni de dolor de pecho, ni de asfixia, ni de dolor de brazo, absolutamente nada.
 Lo único que sentí fueron los mareos y después, los vómitos". Como Elvira, la mayoría de las mujeres que sufren ataques al corazón no son capaces de identificarlo como tal.
 Hasta diez mil mujeres más que hombres mueren por enfermedades cardiovasculares, convirtiéndose en la causa número uno de mortalidad en el género femenino.
"Con frecuencia, el diagnóstico en mujeres con enfermedades cardiovasculares es erróneo o tardío porque los síntomas son atípicos, no son los clásicos que se describen muy bien fundamentalmente en el hombre", explica el doctor Carlos Macaya, presidente de la Fundación Española del Corazón y jefe de servicio de Cardiología de este mismo hospital.
 Al igual que en el caso de Elvira, es común que la enferma y su entorno reconozcan los síntomas como un ataque de ansiedad, le resten importancia y acudan con más lentitud al centro sanitario. Según datos del registro del Observatorio Regional Bretón sobre el Infarto de miocardio (ORBI), las mujeres tardan 60 minutos desde que perciben los primeros síntomas hasta que piden asistencia médica, frente a los 44 minutos de los hombres.
Este retraso influye también en la medicación que reciben: "Si diagnosticamos tarde, el tratamiento que vamos a aplicar va a ser menos efectivo que si el diagnóstico es mucho más precoz", apunta el doctor Macaya.
 En las enfermedades del corazón el tiempo es crucial: es necesario instaurar un tratamiento de forma inmediata para que surta el mejor efecto.
 "Las mujeres en ese sentido no son discriminadas", señala el doctor. 
Pero lo cierto es que estas consecuencias, a veces mortales, son derivadas de la asunción de que los únicos síntomas del infarto que existen son los propios de los hombres.
 Peor: provienen del total desconocimiento por parte de la población de la diferencia sintomática entre el género masculino y el femenino. 

"No tiene sentido, ¿por qué va a ser típico el patrón de referencia del hombre? Simplemente hay patrones distintos", opina Rosario López, profesora de Salud y Género en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. 
También imparte la asignatura de Metodología de investigación, desde donde ha observado la predominancia de la perspectiva masculina en este campo. 
"Cuando se intenta esclarecer una enfermedad, establecer el diagnóstico, el patrón de referencia es el hombre.
 Esto hace que la mujer sea invisible, y puede que a la hora de establecer los síntomas de una enfermedad se produzcan errores", explica.
 Los patrones de referencia son grupos de personas en los cuales se analizan los tratamientos farmacéuticos.
 Mayoritariamente, estos grupos están compuestos por hombres porque son más estables: no tienen alteraciones hormonales, ni ciclos cada mes, ni la menopausia. 
Además, socialmente suelen asumir menos cargas parentales y del hogar, por lo que son más dados a participar en estas investigaciones.
 En Estados Unidos, no fue hasta 1993 que la FDA (Administración de Fármacos y Alimentos, de sus siglas en inglés) incluyó en sus estudios a las mujeres en edad fértil.

Señales de un infarto femenino

Presión incómoda en el pecho, sensación de dolor en el centro del pecho que puede durar unos minutos, o bien desaparecer y volver a aparecer.
Dolor en uno o ambos brazos, en la espalda, el cuello, mandíbula o estómago.
Falta de aire, acompañada o no de dolor en el pecho.
Otros signos como sudor frío, náuseas o mareo.
Al igual que en los hombres, el síntoma de infarto más común entre las mujeres es el dolor de pecho o malestar.
 La diferencia es que, en el caso de las mujeres, existe mayor tendencia a experimentar otros de los síntomas comunes, en particular falta de aire, náuseas, vómitos y dolor de espalda o mandíbula.
La información pertenece a la campaña  Mujeres por el corazón.