Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 nov 2017

Rosa y Sant Jordi................................................ Isabel Coixet

Rosa María Sardà devuelve una de las máximas condecoraciones de la Generalitat.

La actriz Rosa María Sardà en Barcelona.rn
La actriz Rosa María Sardà en Barcelona.
El 24 de julio de este año, Rosa María salió de su casa y miró al cielo.
 Eran las once de la mañana de un día de una claridad inusual en Barcelona. 
El día anterior una lluvia intempestiva había limpiado el aire, pero no había rebajado la temperatura ni un solo grado.
 Pensó, como solía hacer desde hacía un tiempo, que el clima sí era un tema por el que merecía la pena luchar y desgañitarse: un tema relevante que afectaba a la vida humana y al planeta y que se veía desplazado a una mera anécdota por la marejada política que inundaba el país en el que le había tocado vivir.
Lo que iba a hacer, en el fondo era un grito de auxilio, un puñetazo en la mesa, un basta ya, un no puedo más. 
Llevaba tiempo meditándolo y aquella mañana, ante el café con leche, mientras echaba de menos una vez más los cigarrillos, decidió que ya era el momento.
No se lo dijo a nadie porque sabía que intentarían disuadirla y en aquellos momentos, tras una larga enfermedad de la que estaba saliendo, no se sentía con energía suficiente para discutir y defender su decisión. 
Tan solo quería ejecutarla.
 Torció por la calle Pau Claris de Barcelona y empezó a descender por ella. No tenía prisa y se detuvo en el escaparate de una librería. Lectora empedernida, pensó en comprarse un par de novedades que ansiaba leer, pero decidió hacerlo a su vuelta, ya liberada de la misión que hoy la había sacado de casa.
Ya en Via Laietana, se desvió hasta llegar a la Plaça de Sant Jaume, miró al Ayuntamiento y no pudo evitar una sonrisa: recordó a su amado amigo Terenci Moix y recordó su capilla ardiente años atrás en la que sonaba la banda sonora de Blancanieves ‘I go I go, it`s after work we go’. 
 Terenci la habría entendido. Terenci la habría acompañado. Y luego se habrían reído, hablando de lo divino y lo humano ante un par de gintonics. Terenci…
Entró en el Palau de la Generalitat y preguntó a la funcionaria de turno que al principio no la reconoció y no entendió la pregunta. Una vez entendida —y finalmente reconociéndola— la funcionaria le rogó que esperara e hizo una llamada.
 Había una corriente de aire bastante molesta en la entrada del Palau y se guareció como pudo, contra una pared. Tras unos minutos, apareció un funcionario que, amablemente, tras estrecharle la mano con fuerza, la condujo a un pequeño despacho.

—¿En qué puedo ayudarla, señora Sardà?
—Es por la Cruz de Sant Jordi.
—Creo que ha habido un error. 
Me ha dicho mi colega que quiere devolverla.
—No, no es un error. La quiero devolver, exactamente, aquí la tiene.
Rosa María sacó una carpeta con la condecoración y una nota.
 En la nota de su puño y letra, decía que dadas las circunstancias, ella no se consideraba merecedora de la Creu de Sant Jordi otorgada por el Gobierno catalán y que, como la condecoración traía consigo que en el momento del fallecimiento, la Generalitat ofrecía una esquela en los periódicos, que por favor tuvieran a bien ahorrársela.
El funcionario cogió la carpeta con gesto nervioso, no sabiendo muy bien qué hacer con ella. Rosa María le pidió un recibo.
—¿Un recibo?
—Sí, un recibo, conforme la he devuelto.
—Sí, claro... Un momento.
 El funcionario abandonó el despacho y ella aprovechó para mirar el teléfono. 
Volvió a los pocos minutos con un albarán y se lo entregó. Se dieron la mano. Antes de irse, Rosa María le dijo:
—¿Lo de la esquela está claro, verdad?
—Sí, sí…
Al salir a la calle de nuevo, se sintió triste y libre, lo cual no era ninguna novedad para ella: es el precio a pagar por tener una implacable brújula moral que te marca en cada momento las acciones que debes hacer para ser coherente, pese a quien le pese y pase lo que pase. 
 Aunque te cueste amistades, repudio, odio, insultos, incomprensión.
Al salir a la calle de nuevo, se sintió triste y libre, lo cual no era ninguna novedad para ella: es el precio a pagar por tener una implacable brújula moral que te marca en cada momento las acciones que debes hacer para ser coherente, pese a quien le pese y pase lo que pase.
 Aunque te cueste amistades, repudio, odio, insultos, incomprensión.
Volvió a subir, esta vez mas despacio, Pau Claris arriba, hacia la librería.
Rosa María Sardà no me contó los libros que compró ese día, pero, conociéndola, sé que los habrá leído, amado y entendido como nadie.
Isabel Coixet es directora de cine.



 

Un brote de autoconsciencia.................................Juan José Millás...

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
EN CIERTA OCASIÓN encontré en el patio de mi colegio un saltamontes al que algún niño había partido por la mitad. 
Tomé los dos pedazos, los uní para hacerme una idea de cómo sería completo, y en ese instante, al ver su abdomen separado de su tórax, como las dos piezas de un motor, comprendí que “estaba hecho”. 
El saltamontes estaba hecho.
 Significaba que no era natural, pues las cosas naturales carecían de hechura.
 Las cosas naturales “eran”, simplemente.
 No cabía la posibilidad de que no existiesen o no hubieran existido.
 Arrojé con repulsión el cadáver roto al suelo y entonces se escuchó un grito de uno de los niños que jugaban al fútbol.
 Me acerqué a ver qué ocurría y resultó que alguien se había caído con tan mala fortuna que se había roto un brazo.
 Parte del hueso le asomaba por el codo. 

Al ver aquel hueso comprendí que también nosotros “estábamos hechos”. 
Algunos llamarán a esto un brote de consciencia o de autoconsciencia, incluso un brote psicótico, pero fue el comienzo de una extrañeza frente a la realidad que aún no ha dejado de crecer. 
El mundo estaba hecho, y nosotros hacíamos cosas para imitar al mundo, de ahí los tinteros y las tizas y las plumas estilográficas y los zapatos.
 El saltamontes tuvo la culpa de esta revolución mental. Había muchos cuando yo era pequeño y nos gustaba cazarlos y colocárnoslos en un dedo, tal como aparece en la foto.
 Todavía siento en el índice el cosquilleo producido por aquellas patas de alambre.
 Por aquellas patas “hechas”. ¡Qué sorpresa, cuando años más tarde escuché por primera vez la expresión “frase hecha”!
Little Boy with a Giant Grasshopper

Caiga quien caiga..............................................Rosa Montero........

Presionados por el entorno aceptamos con ligereza ciertas cosas que, si nos detuviéramos de verdad a reflexionarlas, nos resultarían inadmisibles.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
HACE UNAS SEMANAS volvió a ser detenido Yusuf Galán, el primer condenado en España por el 11-S.
 Cumplió nueve años de cárcel y salió en 2011. 
Desde entonces llevaba en apariencia una vida tranquila, pero ahora le acusan de ser un cibersoldado yihadista y de hacer proselitismo para el Daesh.
 Por lo visto tiene vídeos en los que enseña cómo manejar armas blancas y exhorta de manera explícita a utilizarlas.
También se hacía pasar por un hombre de paz cuando lo conocí, allá a principios de los años noventa. 
La guerra de Afganistán estaba en un momento brutal y la población civil era masacrada ante la indiferencia de Occidente: aunque parezca increíble, por entonces la mayor parte de la izquierda seguía apoyando a los rusos. 
El caso es que escribí alguna columna denunciando la carnicería y participé en un par de escuálidas concentraciones de protesta ante la Embajada rusa. 
En una de ellas se acercó un treintañero bajito medio rubio y, con lágrimas en los ojos, me agradeció que estuviera intentando salvar “la vida de nuestros niños”. 
 Me extrañó que hablara como si fuera afgano porque me parecía español, y en efecto lo era: Luis José Galán, Yusuf, es madrileño y converso (se pasó al islam después de coquetear con el entorno etarra: he aquí una mente hambrienta de certezas). 
Semanas después volví a coincidir con él en la Feria del Libro de Madrid.
 Yo había estado pasando a firmar entre los amigos escritores un manifiesto contra la situación en Afganistán y al final se lo fui a entregar al presidente de la ONG Paz Ahora. 
Junto a él estaba Yusuf.  

Le saludé e intenté besarle las mejillas, pero el tipo dio un respingo y, cerrando los ojos y agitando las manos ante él como quien espanta un enjambre de avispas, se echó para atrás, horrorizado por la posibilidad de que le tocara una mujer. 
Y yo, en vez de indignarme y de considerarlo un peligro para la vida democrática (como sin duda hubiera hecho ante alguien que llevara una cruz gamada, por ejemplo), reí y me burlé blandamente de él: a ver si os modernizáis, le dije, o algo así, creyéndole tan sólo un anticuado e inofensivo tonto.
 Pues bien, pocos años después ese supuesto tonto colaboró en la masacre de las Torres Gemelas, y presuntamente ahora anda enseñando a acuchillar.
 Hoy día yo no hubiera reaccionado así, naturalmente; desde esa Feria del Libro han pasado casi tres décadas, unos años de plomo en los que hemos aprendido a reconocer nuevas amenazas.
 Pero la detención de Yusuf me ha recordado aquel incidente y me ha hecho pensar en la ligereza con la que aceptamos cosas que, si nos detuviéramos de verdad a reflexionarlas, nos resultarían inadmisibles.
 Nos movemos, por desgracia, dentro de los prejuicios mayoritarios y de las ideas convencionales.
 Nos dejamos llevar fácilmente por lo que impera en el pensamiento de la gente de nuestro grupo, es decir, de aquellas personas que supuestamente nos son más afines.
 Y más de una vez, para no enfrentarnos, para no estar solos (un pensamiento independiente es un lugar incómodo y ventoso), repetimos o acatamos las reglas de la tribu, aunque haya algo que chirríe muy en el fondo de nuestras conciencias. 
Por ejemplo: viniendo de un entorno de izquierdas, yo siempre tuve muy claras las atrocidades que cometieron los nazis, pero me llevó largo tiempo alcanzar la misma perspicacia respecto a las atrocidades estalinistas. 
Y me costó empezar a defender a los animales hace ya muchos años, cuando toda la izquierda sostenía que reivindicar los derechos de los otros seres vivos mientras hubiera una sola injusticia humana en este mundo era una frivolidad inadmisible (todavía queda algún dogmático que suelta esta perla).
¿Quién no ha sentido alguna vez una pequeña sombra de incomodidad al callar o secundar una idea que en realidad no era del todo suya? 
Hay que esforzarse por escuchar el yo interior, la pequeña voz de la conciencia, el íntimo deseo y el criterio propio.
 Ya ven, esta es una de las pocas cosas que la edad te da; no sé quién decía que uno sabía que era viejo cuando, en vez de pensar: “Esto me lo voy a callar”, empezaba a decirse: “Voy a soltar esto, a ver qué pasa”.
 Hay que ser intolerante con los intolerantes, caiga quien caiga.

Protocolo sexual preciso.................................Javier Marías..

 Creo llegado el momento de que hombres y mujeres establezcan una fórmula de actuación para que la gente sepa a qué atenerse.
Javier Marías
HAY ASUNTOS que queman tanto que hasta opinar sobre ellos se convierte en un problema, en un riesgo para quien se atreve. Es lo que está sucediendo con el caso Harvey Weinstein y sus derivaciones.
Claro que, al mismo tiempo, se exige que, en su ámbito cinematográfico, todo el mundo se pronuncie y lo llame “cerdo” como mínimo, porque quien se abstenga pasará a ser automáticamente sospechoso de connivencia con sus presuntas violaciones y abusos.
 (Obsérvese que lo de “presunto”, que anteponemos hasta al terrorista que ha matado a un montón de personas ante un montón de testigos, no suele brindársele a ese productor de cine.) 
Ya sé que la cara no es el espejo del alma y que a nadie debemos juzgarlo por su físico.
 Pero todos lo hacemos en nuestro fuero interno: nos sirve de protección y guía, aunque en modo alguno sea ésta infalible.
 Pero qué quieren: hay rostros y miradas que nos inspiran confianza o desconfianza, y los hay que intentan inspirar lo primero y no logran convencernos.  

Era imposible, por ejemplo, creerse una sola lágrima de las que vertió la diputada Marta Rovira hace un par de semanas, cuando repitió nada menos que cuatro veces —“hasta el final, hasta el final, hasta el final, aún no he acabado, aún no he acabado” (intercaló autoritaria al oír aplausos), “hasta el final”—… Eso, que lucharían hasta el final tras la encarcelación de los miembros de su Govern.
Lo chirriante del asunto es la cascada de denuncias a partir de la primera. ¿Por qué callaron tantas víctimas durante años?
La cara de Weinstein siempre me ha resultado desagradable, cuando se la he visto en televisión o prensa.
 Personalmente, me habría fiado tan poco de él como de Correa o El Bigotes o Jordi Cuixart, por poner ejemplos nacionales.
 Con todos ellos, claro está, podría haberme equivocado. 
Todos podrían haber resultado ser individuos rectos y justos. Pero no habría hecho negocios con ellos.
 Y creo que, de haber sido mujer y actriz o aspirante a lo segundo, habría procurado no quedarme a solas con Weinstein, exactamente igual que con Trump.
 Weinstein además es muy feo, o así lo veo yo; y feo sin atractivo (hay algunos que lo tienen). 
  Así que parece improbable que una mujer desee acostarse con él. Pero es o era un hombre muy poderoso, en un medio en el que abundan las muchachas lindas.
 No me extrañaría nada, así pues, que hubiera incurrido en una de las mayores vilezas (no por antigua y frecuente es menor) que se pueden cometer: valerse de una posición de dominio para obtener gratificaciones sexuales, por la fuerza o mediante el chantaje.
 Pero obviamente no me consta que lo haya hecho, por lo general en un sofá o en una habitación de hotel sólo suelen estar los implicados. 
Lo chirriante del asunto es la cascada de denuncias a partir de la primera. ¿Por qué callaron tantas víctimas durante años? Y, aún peor, ¿por qué amigos suyos como Tarantino se han visto impelidos a decir algo en su contra, aterrorizados por la marea? 
No sé, si yo descubriera algo indecente de un amigo, seguramente dejaría de tratarlo, pero me parecería ruin contribuir a su linchamiento público por temor al qué dirán.
Pero esa marea sigue creciendo.
 Kevin Spacey es ya un apestado por las acusaciones de varios supuestos damnificados (¿cuántas veces hay que recordar en estos tiempos que acusación no equivale a condena?).
 Al octogenario Dustin Hoffman le ha caído la de una mujer a la que gastó bromas procaces y pidió un masaje en los pies… en 1985.
 Y el Ministro de Defensa británico, Fallon, ha dimitido a raíz de que una periodista revelara ahora, aupada por la susodicha marea, que le tocó la rodilla varias veces… hace quince años. 
Al parecer no era esa la única falta de Fallon en ese campo, y quizá por eso ha dimitido. 
Pero, después de lo de la rodilla, creo llegado el momento de que hombres y mujeres establezcan un protocolo preciso de actuación entre mujer y hombre, hombre y hombre, mujer y mujer, para que la gente sepa a qué atenerse. 
 Ante cualquier avance quizá deba pedirse permiso: “Me apetece besarte, ¿puedo?
” Y, una vez concedido ese: “Ahora quisiera tocarte el pecho, ¿puedo?”
 Y así, paso a paso, hasta la última instancia: “Aunque ya estemos desnudos y abrazados, ¿puedo consumar?” Tal vez convendría firmar cláusulas sobre la marcha.  

Ojo, no hago burla ni parodia, lo digo en serio.
 Porque hasta ahora las cosas no han ido así. 
Por lo regular alguien tiene que hacer “el primer gesto”, sea acercar una boca a otra o rozar un muslo. 
Si la boca o el muslo se apartan, casi todos hemos solido entender el mensaje y nos hemos retirado y disculpado.
 Pero que alguien intente besarnos (y en mi experiencia he procurado no ser yo quien hiciese ese “primer gesto”, hasta el punto de habérseme reprochado mis “excesivos miramientos”) no ha sido nunca violencia ni acoso ni abuso. 
La insistencia tras el rechazo puede empezar a ser lo segundo, la aproximación y el tanteo no.
 Tampoco ese grave pecado actual, tirar los tejos o “intentar seducir”. 
La intimidación, el chantaje, la amenaza de una represalia, son intolerables, no digamos el uso de la fuerza. 
Pero urge redefinir todo esto, si ahora es hostigamiento y condenable tocar una rodilla, insinuarse con una broma o pedir un absurdo masaje en los pies.