Jerry Lewis, leyenda de la comedia y una de las últimas caras del
Hollywood clásico, ha fallecido a los 91 años en su casa de Las Vegas,
según ha confirmado su representante a Variety. El actor ha muerto por
causas naturales y rodeado de su familia a las 9.15 de la mañana, hora
de Las Vegas.
EL PAÍS
habla con la madre de Asunta, condenada por el asesinato de su hija.
Cuatro años después, ella sigue negando la autoría del crimen.
Corre la tarde del lunes 10 de julio tras unas cortinas que
dan penumbra pero no alivian el calor de este día en A Coruña. Es el
despacho de José Luis Gutiérrez Aranguren, el abogado de Rosario Porto, y
en el quinto piso de este edificio modernista del corazón de la ciudad
reina un profundo silencio: es preciso estar alerta para cuando suene el
teléfono. La madre de Asunta Basterra, que cumple 18 años de prisión en la cárcel pontevedresa de A Lama, telefoneará como suele hacer todas las semanas, pero esta vez para hablar con EL PAÍS. Los reclusos con prisión comunicada tienen derecho a efectuar 10 llamadas semanales a unos pocos números autorizados. Son conexiones con el exterior de menos de cinco minutos, controladas
por un contador de tiempo que corta automáticamente la línea cuando
acaba la cuenta atrás. Instituciones Penitenciarias ha negado a este
medio acudir a la cárcel para entrevistar a Porto, por lo que la
conversación se lleva a cabo vía telefónica, a lo largo de las cinco
llamadas seguidas que ella realiza esta tarde previa al día en el que
cumple 48 años. En ocasiones hace una pausa antes de contestar y en
otras, se le quiebra la voz, pero la madre de Asunta responde a todas las preguntas que da tiempo a formularle. Habla de su intento de suicidio con "entre 140 y 160" pastillas el pasado febrero y vuelve a negar, como ha hecho desde su detención, haber drogado con Orfidal y asfixiado con un objeto blando a su niña de 12 años el 21 de septiembre de 2013. Su abogado ha anunciado que acudirá al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo después de haber agotado aquí todas las instancias judiciales. Uno tras otro, los tribunales españoles han confirmado la condena por asesinato contra Porto y su exmarido, Alfonso Basterra. P. ¿Sospecha de alguien que lo hiciese? R. Si sospechase de quién lo hizo… Es uno
de los temas que más me atormenta aquí dentro. Darle vueltas y vueltas a
las cosas… ¿Sería alguien cercano, sería alguien lejano…? Por qué esas
aparentes pruebas que yo calculo que son un cúmulo de malas casualidades
o una cierta intención de hacer parecer cosas que no son. Ojalá tuviese
una sospecha, es mi mayor interés en la vida que se encuentre a quien
lo hizo. No sé muy bien para qué porque eso no me va a devolver la vida
de mi hija.
P. ¿Está diciendo que alguien le pudo tender una trampa, una encerrona? R. No sé cómo explicarlo… ¡Me parece tan
paranoico! ¿Una encerrona por qué? Mi padre era un hombre digno, íntegro
y honrado, y mi madre tres cuartos de lo mismo. Y de lo único que me
precio es de que en sus funerales, esos actos sociales en los que no
creo mucho, tuve la sensación de que la gente les apreciaba de verdad y
les respetaba. Ser abogado en Santiago toda tu vida y tener el respeto
de la gente por tu seriedad y tu integridad no es fácil. Entonces… ¿una
encerrona por qué? ¿Quién?
P. ¿De Alfonso Basterra nunca ha tenido dudas? R. Nunca tuve dudas de lo muchísimo que
quería a su hija, porque la quería con locura. Pero hubo dudas de que…
al principio..., bueno, el divorcio al principio no fue tan fácil como
pareció. Evidentemente, en todo el maremágnum alguna vez se me ocurrió,
pero al instante lo descartaba por descabellado. Y después de la
apertura del sumario fue evidente que no, totalmente imposible. P. ¿Esa persona que entró la noche del 4 al
5 de julio de 2013 en el piso en el que vivían Asunta y usted y que
supuestamente intentó atacar a la niña no pudo ser él? R. Bajo ningún concepto. Yo me habría dado
cuenta de que era Alfonso, y la niña también. No, del todo, no. Aunque
los perritos de la vecina no ladrasen, porque [a diferencia de lo que
esta testigo dijo en el juicio, que aseguró que uno de sus canes siempre
alertaba de los desconocidos] no ladraban muchas veces. En mi casa
había cenas, venían montones de gente; se iban a las dos, a las tres, a
las cuatro de la mañana y jamás ladraron esos perritos. P. La acusación, buscando un móvil, dijo que a usted la niña le estorbaba. R. Al adoptar a Asunta, una cosa que me
molestaba mucho cuando hacíamos proselitismo de la adopción
internacional eran los periodistas que me decían la bobada de que
Angelina Jolie y Madonna también habían adoptado, y que si ahora se
adoptaba por moda
Yo siempre decía que por moda me podía comprar un par de
botas de 200 euros, que las metía en mi vestidor y ni lloraban, ni
amaban, ni me generaban ni emociones ni sentimientos.
Adoptar por moda
es una imbecilidad y además estaríamos entrando en la mente de Angelina y
Madonna, y yo nunca me he tomado un café con ellas para que me
expliquen por qué adoptan. Asunta no me molestaba en absoluto, era el
centro de mi vida.
P. Por esta razón, cuando salga de prisión, cómo se imagina la vida. R. Es el problema [solloza], no me la
imagino.
Me cuesta mucho imaginármela. Me ha costado mucho asimilar que
no estaba… ha sido una de mis batallas aquí dentro.
Antes me repetía la
frase “por ausencia de proyecto no conviertas a tu hijo en tu proyecto
de vida”.
Pero inevitablemente Asunta era una parte muy importante de mi
proyecto de vida y mi proyecto de vida no está.
. Pero inevitablemente Asunta era una parte muy importante
de mi proyecto de vida y mi proyecto de vida no está.
No está y es más…
no sé por qué, por quién, por qué se han hecho tan mal las cosas... Me
convenzo todos los días de que tengo que seguir viva para seguir
luchando, para encontrar a quien lo hizo.
P. Sin embargo, en febrero, ¿intentó quitarse la vida? R. Sí, claro. No lo intenté, lo tenía clarísimo. P. ¿Y lo va a volver a hacer? R. (Pausa) Me esfuerzo constantemente para
no... Tengo la sensación, y suena un poco esotérico, que no me querían
del otro lado y me mandaron para este... las tres personas que más
quiero que tengo del otro lado. Para hacer algo que está pendiente de
hacer. Tengo que estar aquí para luchar. P. El último intento fue muy serio; una dosis muy fuerte. R. Mi decisión personal había sido esa. Nada tenía que ver con esa bobada de que me iban a cambiar de centro
penitenciario [de Teixeiro, en A Coruña, a A Lama, en Pontevedra]. Era
algo que maduraba hacía tiempo. Las personas responsables maduramos esas
cosas de manera demasiado seria y civilizada, a lo mejor, no lo sé,
pero era muy consciente de lo que hacía. P. ¿Es la tercera vez que intenta suicidarse en la cárcel? R. La segunda. Y la primera no fue tan
clara, fue más un momento de desesperación. Ahora lo he visto con otra
claridad distinta. Bueno, supongo que siempre acabas ahí por la
desesperación. En realidad yo acabé por la más absoluta de las
impotencias, por lo bien que funcionan los cuerpos de seguridad y nuestra Justicia; por su incompetencia. P. En la pista forestal donde apareció el
cuerpo de su hija sigue habiendo un mausoleo espontáneo en el que
destaca un cartel que dice “dinos Asunta desde el cielo qué pasó con tus
abuelos”. Entre un millón de rumores más, se llegó a poner en duda que
hubieran fallecido de muerte natural. R. (Habla emocionada) ¡Es que vamos, tener
que contar esto me rompe! Es increíble lo que tengo que aguantar y
soportar. Mis padres murieron ambos de muerte natural. Mi padre se
encontró a mi madre muerta en la cama en torno a las diez de la mañana y
no me localizó a mí hasta el mediodía. Mi padre estaba en casa con mi
madre, habían dormido juntos, y creo recordar que la autopsia certificó
infarto. Mi padre… comimos el 25 de julio juntos. Estábamos haciendo
obras en el piso de la calle General Pardiñas. Al día siguiente, a eso
de las nueve de la mañana, Alfonso pasaba por el piso y yo estaba en la
peluquería. Y me llamó para decirme que fuese lo antes posible. Ya
estaba fallecido. El forense certificó una embolia; no lo sé, él sabrá…
Creo que fue el mismo que practicó la autopsia a Asunta, y en la
autopsia de Asunta solo hubo irregularidades. P. ¿Cuáles son esas irregularidades? R. Es un tema que me duele mucho, a día de
hoy soy incapaz de pensar en eso. Aquí dentro no puedo: “Deja el
pesimismo para tiempos mejores”. La autopsia no se hizo de la forma
correcta, y eso se lo puede demostrar mejor mi abogado. El hecho de que
hubiera un solo forense en lugar de dos… y además, la fecha definitiva
creo que es de diciembre, lo cual es bastante extraño cuando se practica
entre el 22 y el 23 de septiembre. Creo, aunque a mí me bailan un poco
las fechas porque en la cárcel un día es igual a otro, y a otro, y a
otro, y a otro. P. Usted también puso en duda el análisis toxicológico de Asunta que revelaba que había tomado Orfidal los tres últimos meses. R. Por supuesto. Quizás se han equivocado
de pelo. Es absurdo. Es que… la niña hubiese tenido síndrome de
abstinencia, es todo un sinsentido. Asunta jamás hubiera tomado una
medicación sin habérselo preguntado a su madre. Era una niña hÍper
responsable. Alfonso estoy convencida de que a su hija nunca le dio un
Orfidal. Yo por descontado que no lo hice. P. ¿Y esos “polvos blancos” que dijo la
niña que usted le daba, que a usted le había dado una médica en el
portal… cuando no se encontró rastro de antihistamínico en el pelo? R. Fue la pediatra claramente: me encontré a
Sabela en el portal y me preguntó "¿qué antihistamínico estás tomando
tú?", "Aerius", "bueno, pues ya con 12 años si te parece dáselo". Asunta
era complicada para echarle unas gotas porque se las tenía que echar
mamá en los ojos... cuando era pequeñita y tenía una pupa tenía que
salir corriendo del despacho porque quería que la pupa se la limpiase
yo. Eran pequeñas concesiones que le hacía. Mi madre me decía que la
tenía un poco consentida en ese aspecto pero bueno, me gustaba
consentirla en eso. En el mundo de las emociones me gustaba consentirla
en la medida en que pudiese.
P. ¿Por qué en el juicio rebajó los episodios violentos de Basterra que les había contado a los forenses durante la instrucción?
R.
Porque me parecía que era añadir un componente que solo tenía que ver
con Alfonso y conmigo. Esos episodios violentos jamás tuvieron nada que
ver con su relación con su hija. Él dijo que yo había sido una magnífica
madre y yo creo que él también fue un buen padre. Quizás en el momento
del divorcio no lo llevó del todo bien, los primeros meses. Pero luego a
fuerza de insistirle yo, con la ayuda que necesitaba, le fue mucho
mejor. P. Lo normal es que para un padre el peor dolor sea la muerte de un hijo. R. Efectivamente, e imagínese si luego a
uno le acusan de haberlo matado… primero por un testamento, luego por un
amante, después porque me estorbaba. Eso del estorbo quiero verlo yo.
Para nada, mi hija no era un estorbo. Cada año que pasa me pregunto cómo
iniciaríamos este curso escolar… P. Cómo tocaría el violín ahora… R. (Una vez más se le quiebra la voz) Tengo
el momento de llegar a casa y encontrarme con un violín metido en una
maleta. Nadie lloró como yo por Asunta. Pido respeto para ella porque
creo que no se ha tenido ninguno, y los que decían defenderla [en
evidente referencia a la Asociación Clara Campoamor, que se presentó
como “la voz de la niña”] lo único que han hecho ha sido mancillarla.
La
localidad gaditana mantiene el uso de un traje castellano que solo deja
al descubierto un ojo y que muchos confunden con un burka.
El ojo emerge del manto negro como única y luminosa referencia de la
que se oculta. “Punza y penetra”, llegó a escribir el célebre viajero
Richard Ford en 1845. No le falta razón. En la tórrida tarde de agosto,
la enigmática cobijada posa envuelta, en su absoluta oscuridad, ante un
fulgurante y blanco callejón de Vejer de la Frontera
(Cádiz). Un turista se topa con la escena. Apresurado saca el móvil y
dispara fotos sin piedad, antes de perderse por la esquina satisfecho
por su hallazgo. Andrea Vallejo se desprende de su manto de cobijada
mayor y se hace la luz. A sus 18 años no oculta “el enorme orgullo” que
le produce vestir este traje típico, convertido hoy en santo y seña de
un pueblo que pelea por conservarlo como parte de su genuina imagen
Muchos creen erróneamente que el traje de cobijada o tapada de Vejer es una suerte de burka,
heredado del pasado islámico del pueblo.
Así lo atribuyeron y contaron
viajeros románticos como el propio Ford o reputados fotógrafos como Jean
Laurent, Kurt Hielscher u Ortiz Echagüe.
No les faltaban motivos para
caer en tal confusión.
Cuando la cobijada vejeriega se tapa con su manto
negro, a juego con el color de saya, se convierte en una figura de la
que solo se advierte uno de sus ojos
. Hasta en su filosofía pueden
trazarse similitudes. “La tapada es austera por fuera y rica por dentro,
como le ocurre a nuestros patios andaluces”, reconoce Juan Begines,
jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Vejer.
Sin embargo, el origen de esta prenda que cubre a la mujer es posterior a la presencia musulmana.
Se remonta a los siglos XVII y XVIII
y, en ese entonces, no era patrimonio exclusivo de las vejeriegas.
“Esta manera tan particular de cubrirse la cabeza fue una costumbre
arraigada en los reinos peninsulares.
Poco o nada tiene que ver con el
mundo musulmán, ni siquiera las prendas de ambas indumentarias [por el
burka] usan patrones similares”, explica Juan Jesús Cantillo, doctor en
Historia y director del Museo de Costumbres y Tradiciones de Vejer.
El traje de la cobijada seguía el modelo castellano de manto y saya que,
incluso, llegó al continente americano donde evolucionó hacia otros
modelos de trajes, como la tapada limeña.
Con él se vestían y cubrían las mujeres, con independencia de su
estatus social, para sus quehaceres diarios en la calle, como explica la
historiadora del Museo Nacional del Traje Irene Seco, autora del
artículo ‘Por tu capricho te pusiste el manto’.
Las dos prendas están confeccionadas en lana merina negra y se atan
fruncidas a la cintura.
Cuando la mujer se descubre, la toca cae sobre
la parte trasera de la falda y deja al descubierto su forro de raso
blanco.
Es entonces cuando también queda a la vista una camisa del mismo
color que completa el traje junto a las enaguas.
Justo esta camisa -o
mejor dicho, la pomposidad y cantidad de encajes que llevaba en el
pasado- es la única que permitía “distinguir la condición económica y
social de la portadora”, según Cantillo.
La madre de Andrea, Leonor Gutiérrez, se conoce bien
cada entretela del traje de cobijada.
Ella misma ha confeccionado a mano
el de su hija, en el que se le han ido cuatro metros y medio de
terciopelo negro para la saya y el manto y más de 12 metros de tiras
bordadas para la camisa, como reconoce orgullosa.
Cuando designaron a su
hija como cobijada mayor de este 2017, durante las fiestas en honor de
la patrona de la Virgen de la Oliva del pasado 15 de agosto, Gutiérrez
sabía cómo tenía que realizarlo gracias a la tradición oral.
Y eso que
el traje ha pasado décadas de decaimiento y a punto estuvo de
desaparecer.
“El hecho de que esto fuese un pueblo castellano de la
baja Andalucía que se mantuvo aislado favoreció que el uso del cobijado
se conservase”, reconoce Begines.
Tanto fue así que, en Vejer y Tarifa
(allí con el nombre de tapada), el traje “se convirtió a lo largo de los
siglos XIX y XX en una seña de identidad local y de referente a la
tradición, en buena parte, a través del tamiz de los viajeros
románticos”, como apunta Seco. Pero el halo de misterio que conlleva la
toca, hizo que la República lo prohibiese en 1936 ya que “podía
enmascarar delitos”, como explica Cantillo.
Cuando, en la década de los 40, se quiso recuperar ya
era tarde.
La posguerra obligó a reconvertir las piezas en mantas,
colchas y otras prendas. Hoy solo se conserva uno anterior a 1936,
en el Museo Nacional del Traje de Madrid. Sin embargo, Vejer siguió
ligado afectivamente a la pieza, como reconoce Begines:
“Yo, con 64
años, he vivido cuando a las señoras mayores les daba pudor salir a la
calle sin su cobijado, por lo que se cubrían con un pañolón”.
La localidad gaditana podría haber dejado perder la
prenda castellana, pero con la llegada de la democracia, en los años 70,
le dio un giro de tuerca, lo convirtió en su traje típico.
Como aún así
era difícil fomentar su uso, en los 90, lo vinculó a la reina y damas
de las fiestas en honor de la Oliva, que pasaron a ser cobijada mayor y
de honor, respectivamente.
Con el reciente despunte de Vejer como destino viajero de moda, el Ayuntamiento ha convertido la figura de la cobijada en un emblema señero de la localidad:
tiene una escultura (tan enigmática como las de carne y hueso) junto a
las murallas de la ciudad; otra a la entrada del pueblo y los
establecimientos emplean su nombre o silueta como reclamo comercial.
También es objeto de codiciado deseo entre las niñas y adultas que quieren representar a su pueblo en las fiestas y diversos actos institucionales
durante todo el año.
Tras ese tiempo, las siete seleccionadas en la
categoría adulta e infantil guardan el traje con celo y orgullo.
Así lo
hará Andrea, que ya fue cobijada de honor cuando era niña y ahora vuelve
a vestirse como adulta.
En septiembre, se marchará fuera a estudiar
Psicología y tenía claro que este verano tenía que quitarse la espinita
de repetir: “Soy muy del pueblo, me gusta su historia y sus tradiciones.
Me presenté como despedida de Vejer y me han acabado eligiendo como
cobijada mayor. No puedo estar más contenta”.
El oficio
religioso, abierto a la participación de todos los ciudadanos, cuenta
con la presencia de los Reyes de España, Mariano Rajoy, Carles
Puigdemont, además de consellers de la Generalitat y otras
personalidades y representantes políticos.
Los reyes Felipe y Letizia se reúnen en la
Sagrada Familia de Barcelona para celebrar una misa solemne en honor a
las víctimas de los atentados terroristas .
Vista general de la basílica de la Sagrada Familia durante la misa.