Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 jul 2017

A esa persona que juguetea con su móvil........................Joël Dicker.

El autor propone robarle unos pocos minutos diarios al teléfono para dedicárselos a un libro. Vaticina que, en una semana, no podrá dejarlo.
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QUERIDO AMIGO:
No te conozco personalmente, pero permíteme que me dirija a ti de esta forma.
Te veo con frecuencia cuando subo al autobús, cerca de mi casa.

Te escribo a ti, pero podría escribir a todos esos con los que me cruzo en el tren, los aviones, los bancos de las estaciones y los aeropuertos, la sala de espera del dentista.
Te escribo a ti como representante de todos los que ya no leen nunca en los transportes públicos.
Te escribo a ti como representante de todos los que viajan en autobús o en metro cada mañana, los que hacen vuelos transatlánticos, los que protestan porque el dentista va retrasado y no llevan en el bolso, en el bolsillo ni bajo el brazo un libro que les haga compañía.

Hoy, en el bolso y en el bolsillo, llevamos otro compañero al que abrazamos, tocamos y acariciamos más que a nuestra pareja: el teléfono móvil. Nos hace compañía, nos reconforta, va con nosotros a todas partes, desde la cama hasta el cuarto de baño. 
El invento es genial: un simple aparatito que nos conecta con el mundo entero.
 Podemos seguir las aventuras de un astronauta en la estación espacial internacional, asistir por Internet a una clase de la universidad e incluso ver un partido de fútbol.
 Pero, sobre todo, podemos entrar en Facebook e Instagram, espiar la vida de personas a las que ni siquiera conocemos y perder un tiempo valioso.
 A ti, amigo mío del autobús, te hago esta pregunta: ¿Cuántas veces al día haces el mismo gesto con tu teléfono para leer las informaciones que te han llegado? ¿5, 10, 15 veces? ¿Cuántas veces miras la previsión del tiempo, que ya conoces, y las fotos que ya has visto antes en Facebook o Instagram? ¿Cuántas veces abres tu aplicación de noticias (siempre la misma) para comprobar que no han cambiado desde hace cinco minutos?
A ti, amigo mío del autobús, te propongo un pequeño juego: mañana, durante la rutina obsesiva del teléfono móvil, cronometra el tiempo que dedicas a releer las mismas informaciones.
 Verás que Facebook, Instagram y la previsión del tiempo te roban decenas de minutos cada día.
Cuando tengas claro el número de minutos, acepta este trato: durante una semana, llévate un libro al autobús, al metro, al dentista, y dedica ese mismo tiempo a leerlo.

Te apuesto lo que quieras a que, al final de la semana, habrás descubierto el placer de la lectura diaria, la de los instantes robados, la que te da ganas de saltarte la parada de metro y de que el dentista se retrase
. Esa lectura que engrandece la vida, acaba con el aburrimiento y te lleva a otro mundo.
Amigo mío del autobús, te pido que difundas este mensaje: en el autobús y en el metro, en los aviones y los trenes, dejad el móvil en el bolsillo, ya tendréis tiempo de consultarlo después.
 Convertid esos trayectos en vuestro propio viaje a través del mundo de los libros.
 Díselo a quienes no están aún convencidos: cronometrad el tiempo que perdéis con el móvil y usadlo para leer un poco todos los días. Durante una semana, nada más.
Para esos lugares que mencionas el libro debe ser ligero de contenido, te lo digo porque siempre leo en cualquier espera menos en avión cuando hay turbulencias, pero no creo que con tus palabras, que son de agradecer, se fomente la lectura, no lo creo, pero Ojála tus deseos se vean cumplidos.
 Estoy seguro de que os aficionaréis.
Según a que sitios ya no llevo movil, si estoy en un concierto o una película y no lo cojo la persona que llama insiste todo el rato. Al llegar a casa me encuentro tropecientas llamadas, pienso ha sucedido algo.....pues no quería tomar un café....y le resultaba raro que no respondiese.
Para mi la conversación a tres la he finiquitado. Me cansa y agobia estar perseguida y controlada. Eso se te olvidó decir Querido amigo, nos controlan y saben si estás de camino a casa o en una joyería comprando un diamante.

El camino al futuro......................................Rosa Montero

Estamos en una frontera crítica con respecto a nuestra relación con los robots. El momento es fascinante, al mismo tiempo prometedor y peligroso. 
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
BOSTON Dynamics es una de las firmas de ingeniería robótica más importantes del mundo.
 Era propiedad de Google, pero hace unas semanas la vendieron al grupo japonés SoftBank. 
Si entráis en la página de la empresa podréis ver vídeos de sus cuatro robots estrella: Spot, Atlas, que es el único antropomórfico, SpotMini y sobre todo el alucinante y atlético Handle, un cacharro más grande que una persona, con brazos y ruedas en los pies. 
Las películas son breves e impactantes.
 Los ingenieros patean, arrojan al suelo y fastidian a Spot y Atlas, que vuelven a levantarse con trabajosa y estoica entereza, creando en el espectador una empatía curiosa, el deseo de protegerlos y de atizarle un sopapo al técnico abusón. 
Pero Handle, ah, Handle es otra cosa.
 Handle admira y sobrecoge.
 Es la más reciente creación de Boston Dynamics y, al ver su poderío, una no puede evitar cierto desasosiego, la inquietante sensación de que los robots se nos pueden merendar a los humanos en un santiamén. 
Y lo más turbador es que, en efecto, estamos en una frontera crítica con respecto a nuestra relación con los robots.
 En primer lugar, por la desaparición masiva de empleo que conllevan.
 Un estudio de la Universidad de Oxford calcula que se destruirán 1.600 millones de puestos de trabajo en los próximos 18 años.
 La OCDE asegura que un 12% de los empleados españoles pueden ser sustituidos por robots en un plazo breve, y Comisiones Obreras vaticina que en 2020, dentro de apenas una docena de años, el 26% de los puestos de trabajo mundiales (uno de cada cuatro) estarán desem­peñados por máquinas. 

Y no sólo peligra la mano de obra, sino también el trabajo de mesa: en mayo, una empresa de seguros japonesa montó una plataforma de inteligencia artificial que sustituyó a 34 de sus administrativos. Si googleáis Will robots take my job? (¿Me quitarán los robots mi empleo?) podréis acceder a una página que está teniendo un éxito tremendo y que calcu­la tu futuro laboral basándose en el estudio de Oxford. 
Basta con escribir a qué te dedicas (en inglés, eso sí) y enseguida aparece tu porcentaje de riesgo. Impresiona.

Algunos utilizan el ludismo como prueba de que no hay que tener miedo a la automatización, porque destruye empleos, pero crea otros
Ya ha sucedido antes, por supuesto.
 Es bien conocida la rebelión ludita, esos artesanos ingleses que se dedicaron a destruir las nuevas máquinas textiles a principios del siglo XIX.
 Entre ellos sin duda habría retrógrados que se oponían al progreso tecnológico, pero se diría que sobre todo fue un movimiento obrero que intentaba defender los puestos de trabajo. 
Causaron cuantiosos daños en un millar de fábricas y al final cometieron también graves violencias contra las personas. Treinta luditas fueron ahorcados, y todo ese tumulto doloroso no consiguió detener ni un ápice el rugir de las máquinas.
 Algunos utilizan el ludismo como prueba de que no hay que tener miedo a la automatización, porque destruye empleos, pero crea otros. 
Seguro, pero esos nuevos empleos, ¿serán suficientes? Porque además se diría que la robotización está sucediendo en un lapso de tiempo menor que la industrialización del XIX: ¿podremos reciclarnos?
Y no se trata sólo del trabajo; como previó Asimov, los robots son una frontera de nuestra humanidad.
 Pueden convertirse, por ejemplo, en máquinas de matar, una posibilidad espeluznante y tan real que en 2015 más de 1.000 científicos, entre ellos Hawking, firmaron una carta abierta contra el desarrollo de robots militares autónomos que no precisen del control humano (pero Rusia anunció en abril la creación de un Terminator capaz de disparar armas con precisión milimétrica).
 No menos inquietantes son las máquinas de amar; ya hay varias fábricas de robots sexuales, algunos de ellos muy perturbadores: los hay que imitan niños, y existe una robot adulta que incluye varias personalidades, una de ellas frígida, que mimetiza una violación.
Está claro que no se puede desinventar lo inventado.
 No podemos olvidar lo que sabemos. 
La tecnología es una herramienta maravillosa: la cuestión es usarla de manera adecuada.
 Estamos en un momento fascinante, al mismo tiempo prometedor y peligroso.
 Tendremos que encontrar nuestro camino al futuro, y para eso me parece que nos hace falta más debate, más imaginación, más información y más pensamiento. 
!Ay Rosa! hoy sacas ese aire de bobalicona que a veces se te escapa, sin esos robots, no hay trabajo para seres humanos, sin esos robots se mata en nombre de Alá de Dios o de Trump, en nombre de Corea , de EE.UU y de quien sea, sin esos robots mueren emigrantes ahogados, y mira que se podría hacer robots, no como los de la Guerra de las Galaxias, da igual. Sin esos Robots la población va camino del desastre.

Desalojar es siempre alojar...............................Javier Marías

La templanza desaparece en los tuits. 
Pero en unas elecciones se otorga poder real, y justamente en ellas es donde menos se puede sucumbir al cabreo.
Javier Marías
ES UNA SUERTE para ustedes, pero sobre todo para mí, que no vea las primeras versiones de estos artículos. 
Cuando algo me parece injusto, o erróneo, o cínico, o abusivo, o engañoso, o puritano, o sencillamente imbécil, vuelco toda mi indignación y mi sarcasmo en esos borradores y en ellos digo lo que pienso sin muchos ambages ni miramientos.
 Descuiden, sólo de tarde en tarde utilizo palabras gruesas, no es mi estilo natural. 
Pero soy más punzante y descarado, porque sé que no tendrá consecuencias lo que no va a ver la luz.
 Una vez escrita esa primera versión, dejo reposar el texto un rato —basta un cuarto de hora— y acometo la segunda, que luego sufre unas cuantas correcciones y enmiendas más, a mano.
 En la pieza definitiva procuro refrenarme y matizar, a menudo rebajo el tono, cambio o suprimo epítetos en exceso ásperos o hirientes, intento ser más respetuoso o menos irrespetuoso, evito las generalizaciones y exageraciones (bueno, si uno no exagera un poco no se divierte); y, si le doy un zarpazo a alguien concreto, me corto las uñas antes de volver a teclear.
 Es lo que —me imagino— han hecho a lo largo de la historia cuantos han escrito en la prensa artículos de opinión. 
Si no digo “cuantos escriben” es precisamente porque, entre las muchas capacidades perdidas en las últimas décadas, está la de distinguir qué se puede decir en privado y qué resulta admisible en público.
 Solía saberse que lo que uno soltaba en una cena con amigos no podía trasladarse tal cual a unas declaraciones con micrófonos ni a una columna. 
 No sólo para no exponerse a una posible querella por insultos o difamación, sino por un sentido de la responsabilidad: uno acostumbraba a vigilarse a sí mismo: aquí soy injusto o faltón, aquí caigo en la injuria o bordeo la falacia, aquí incurro en histerismo o en melodramatismo, aquí desvarío, aquí no razono lo suficiente o me falta argumentación, aquí soy arbitrario o exagero la exageración.
Todo esto, con ser grave y perjudicial para los propios deslenguados, no tiene ni la mitad de importancia que el contagio de la inmediatez y la visceralidad a otras actividades
Esta segunda fase de reconsideración y templanza (un vocablo en desuso) ha dejado de existir para demasiada gente. 
En prensa y en declaraciones (véanse las de los políticos, con frecuencia), pero sobre todo en los tuits y demás. 
Pocos piensan ya en lo que mencioné antes: en las consecuencias. Se cede al más primitivo y apremiante impulso, se escribe algo en caliente y se lanza sin dejarlo entibiar, sin pensarlo dos veces, sin posibilidad de arrepentimiento, rectificación ni matización. 
La necesidad pueril de desahogarse, la competición por decirla “más gorda”, la búsqueda narcisista de retuiteos, el gusto de verse jaleado por los forofos que siempre piden “más sangre”, llevan a demasiados individuos a hablar en público como si lo hicieran entre íntimos ante la barra de un bar.
Luego se encuentran con que no se les da un trabajo por el lenguaje que emplearon o por la bochornosa y zafia foto que colgaron; con que se han granjeado la enemistad eterna de sus damnificados; con que alguien a quien ni conocen es despiadado con ellos.
 Todo esto, con ser grave y perjudicial para los propios deslenguados, no tiene ni la mitad de importancia que el contagio de la inmediatez y la visceralidad a otras actividades, en particular a la de votar, sea en unas elecciones o en un referéndum. 
Ahí la imprevisión de las consecuencias puede ser mortal.
 Bien, estamos de acuerdo en que, desde hace tiempo, la mayoría nos vemos obligados a votar lo que menos nos asquea, porque a menudo todas las opciones dan asco o desagradan sobremanera. Y eso conduce a cada vez más personas a votar cabreadas, para “castigar” a la clase política, para “asustarla” o simplemente para joder.
 Así, sin duda, fueron depositadas numerosas papeletas a favor de Trump y del Brexit, de Le Pen y de Wilders, de la CUP en Cataluña y no escasas de Podemos en el resto de España. 
Se vota cada vez más como quien lanza un tuit. 


El problema estriba en que, así como un tuit detectado y leído puede traer las consecuencias mencionadas a título personal, un voto acarrea consecuencias colectivas e irremediables, a lo largo de cuatro años o más.

 No sólo hay un “día siguiente” tras unas elecciones o un referéndum, sino que hay decenas de interminables meses siguientes, durante los cuales a los elegidos les da tiempo a propugnar nuevas leyes y liquidar las existentes, a suprimir derechos, a disolver el Parlamento y controlar la prensa y a los jueces, a decidir que ya no habrá separación de poderes; en el peor de los casos que ya no se podrá volver a votar; y que todos los disidentes serán declarados traidores y subversivos.
 En unas elecciones se otorga poder real, y justamente en ellas es donde menos se puede sucumbir al cabreo, a la impulsividad, al mero afán de “desalojar”. 
Porque siempre se “aloja” a otro, quizá aún peor.
 Todos esos días llegan, y de pronto uno ve con desesperación que aquel berrinche de una sola jornada, o arrebato efímero, nos lleva a frotarnos los ojos cada mañana —infinitas mañanas— para dar crédito al hecho de que, por ejemplo, el cargo más poderoso del mundo lo ocupe un oligarca autoritario y deficiente.





29 jul 2017

Isabel Preysler: "Voy a demandar"

No es por maldad

Isabel Preysler: "Voy a demandar"

Pilar Eyre
No es por maldad

Isabel Preysler: "Voy a demandar"

Pilar Eyre
Isabel Preysler 
 
“Voy a demandar”. Así de contundente y dolida se muestra Isabel Preysler ante las graves acusaciones de estafa vertidas en su contra esta semana: que le ha hurtado la herencia a los hijos del primero matrimonio de Miguel Boyer y que antes de que muriese le vació las cuentas corrientes.
 “A los que han mentido les hemos enviado un comunicado aclarándoles la situación ¡y ninguno ha rectificado! Y vamos a demandarlos”. 
Es un paso que, lo sé, a Isabel le ha costado mucho. “No soy de pleitear, me lo enseñó Miguel, si le llevaba una revista con mentiras la cogía entre los dedos como si fuera una alimaña y me decía, ¿vas a molestarte en demandar este papelucho? 
Y he dejado pasar demasiado… pero esto no…” y añade con dulzura, “por el daño que se nos ha hecho… todos hablan de los dos hijos de Miguel, pero ¿y Ana?”
Los dos hijos de Miguel al principio pasaron alguna navidad en Puerta de Hierro y Miguel junior hasta se hizo amigo de Chabely.
 Luego, cada uno tiró por su lado, Laura ha vivido en América y Galicia y ha tenido una existencia muy desgraciada. 
Y al chico, después de un corto periodo trabajando en Cinco Días, se le perdió la pista.
 Miguel, que en toda su vida no fue más que un empleado, de lujo, pero empleado al fin, y que alardeaba de que su mujer tenía mucho más dinero que él, “era tan honesto que daba asco”, me confiesa un amigo suyo. “¡Ni Ruiz Mateos, con toda su artillería legal y su odio a cuestas, pudo encontrarle nada! ¡Pero si hasta cuando era ministro pagaba los libros que necesitaban de su bolsillo!”
 Aunque cuando estuvo enfermo la Ruber le proporcionó atención gratuita, los tres profesionales que le cuidaban en casa cobraban seis mil euros mensuales.
 Pregunto por qué nombró albacea a su bohemio hermano Christian… “lo quería mucho… y le hacía gracia”. 
Los Alba 
 
De viuda a viudo. ¡Viudísimo! Alfonso Díaz.
 Acaba de rechazar una oferta de Carlos Herrera ¡tres mil euros a la semana por un comentario de tema libre! Alfonso firmó al casarse un contrato de confidencialidad, pero Herrera no le pide hablar de Cayetana, sino del sexo de los ángeles si le apetece (por cierto, Carlos, si me quieres escribir ya sabes mi paradero, por la vacante, digo).
 En Sevilla me confidencian que los hijos de la duquesa “tratan a Alfonso con cortesía gélida, ¡no lo aguantan!” 
Tampoco a las amigas, ningún Alba estuvo en el funeral del padre de Carmen Tello. 
 En la caridad, la duquesa era muy generosa, pero cuando salía con su pandilla, pagaba sobre todo la buena de Carmen. Teniendo armarios llenos de mantones de Manila, abanicos, joyitas, guantes, sombreros, no han tenido el detalle de regalarle ni siquiera un recuerdo a su compañera del alma. 
Eh, un cotilleo maligno que demuestra lo que fue Cayetana en Sevilla.
 Quería mucho a Patricia Rato, pero cuando se enteró de que “roneaba” con su exyerno Fran Rivera la borró de su entorno y la sustituyó por la actual mujer de Espartaco, la simpática Macarena Bazán. 
 Y a la repudiada Patricia no le quedó otra que irse, cabizbaja y meditabunda, a vivir a Madrid.
¡Otras hacen el camino inverso, de Madrid a Sevilla! Me lo cuenta Enrique de Miguel en Tomares, mientras comemos unos calamares que harían llorar a las piedras. 
Paquita Rico vuelve a vivir en Sevilla. La llamó para visitarla y Paca le dijo, “Enrique, hijo, ¿tú tienes video?”, “sí” “¿y tienes Dónde vas Alfonso XII?” “Claro”, “Pues prefiero que te pongas la película para que me recuerdes así de guapa”. Penita.