Libros y rosas inundan ya las calles de Cataluña en un Sant Jordi dominical.
La Diada de Sant Jordi espera alcanzar los 22 millones de euros de facturación (un 5% más que el año pasado),
sin tan siquiera temer el futbolístico duelo entre el Real Madrid y el
Barça, que acortará al menos en una hora la afluencia de gente, según
los veteranos del oficio. La jornada tiene un aire claramente ciudadano y festivo, se regalarán
casi seis millones de rosas, el 90% de las cuales rojas, a pesar de los
también ya clásicos experimentos cromáticos. En los casi 600 tenderetes
de libros repartidos por toda Cataluña se venderán más libros en catalán
que en castellano (53,4% frente al 45,5%), invirtiendo la tendencia
comercial del resto del año.
Ana Pantaleoni
El candidato a liderar el PSOE Pedro Sánchez
ha discrepado este domingo de la iniciativa del Pacte Nacional pel
Referèndum de buscar firmas aprovechando que es Sant Jordi: "Cuando nos
juntamos todos en Sant Jordi y hay personas que pueden pensar de manera
diferente, dejemos relegado este tipo de cuestiones". El especialista en historia contemporánea española Paul Preston ha
celebrado este domingo la festividad de Sant Jordi en Barcelona
firmandolibros: "Me encanta ver a un pueblo unido por la literatura. Esto en mi país no pasa".
EL PAZO DE MEIRÁS fue adquirido peseta a peseta por gente como tú y como yo, para luego regalárselo a Franco y señora, que se habían encaprichado de él. Se acercaba el alcalde del pueblo a tu casa con la pistola al cinto y te decía: –En la nómina de este mes te vamos a quitar tanto para hacerle un obsequio al Caudillo.
¿Y tú que ibas a responder? Tragabas porque no era una pregunta,
era una orden y, si desobedecías, te calificaban de desafecto y a partir
de ahí podía ocurrirte cualquier cosa, desde que te rompieran las
piernas a que te fusilaran, como cuando te niegas a pagar la extorsión a
una banda armada. De hecho, Franco era a la sazón el jefe de una banda
armada que mató más que ninguna otra de las que tenemos noticias.
Históricamente hablando, en fin, el cambio de propiedad del pazo de
Meirás fue el resultado de un chantaje que está de sobra documentado. Pese a ello, a la muerte del dictador la familia heredó el inmueble sin
que hasta la fecha se conozca una iniciativa política para expropiar lo
que en su día fue la consecuencia de un atraco. ¿Por qué? Por miedo, no
cabe otra respuesta. Digamos que al principio podía haber sido por
prudencia, luego por templanza, pero no hay explicación a que, 40 años
después de inaugurada la democracia, la familia de Franco, además de
seguir siendo propietaria del inmueble, se ría de las normas que la
obligan a abrirlo un día de la semana al público. Miedo, puro miedo. Nos
tiemblan las rodillas frente a esa pandilla de fantoches. ¿Comprendéis
ahora, queridos jóvenes, cómo se hizo la Transición?
Si nadie conoce tu tormento, entonces no queda esperanza. Sólo queda morir. Y es lo que está sucediendo en Yemen.
ESTE TORTURADO MUNDO mundo nuestro es insondable en sus penas. Lo decía muy bien Calderón de la Barca en sus famosos versos de La vida es sueño: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo
se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí
decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló
la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él
arrojó”. Ahora mismo estamos abrumados, aplastados, por la tragedia de Siria,
por el acabose de las armas químicas, por la tensión creciente. Nos
parece que nos encontramos en lo más profundo del infierno, y desde
luego se trata de un drama infernal. Pero la cuestión es que en este
planeta hay otras tragedias similares que ni siquiera cuentan con la
visibilidad pública. Cierto, de nada le sirve la visibilidad al muerto;
al niño gaseado no le importa que su caso salga en los diarios. Pero a
los supervivientes sí les sirve. Si nadie mira, si nadie se siente
responsable, si nadie conoce tu tormento, entonces no hay esperanza. Sólo queda morir. Y es lo que está sucediendo ahora mismo en Yemen. El pasado 26 de marzo se cumplieron dos años del comienzo de una guerra
brutal que, dirigida por Arabia Saudí y una coalición de nueve países
árabes, y apoyada por EE UU, Francia y Reino Unido, está devastando
Yemen. Este país, que ya era el menos desarrollado de Oriente Próximo
antes del conflicto, ahora está destrozado. Las familias son tan pobres
que se están muriendo literalmente de hambre, y desde luego no pueden
pagar a las mafias para que las metan en pateras, así que no llegan a
las costas europeas, ni como refugiados ni como ahogados, lo que
contribuye decisivamente a que no nos acordemos de ellos. Además el país
sufre un bloqueo terrible, no se puede ni entrar ni salir. Hay tres
millones y medio de desplazados internos a los que nadie parece tener en
cuenta. Es un moridero.
Esta guerra silenciada en Occidente acumula ya 15.000 cadáveres y
40.000 heridos. Cada día fallecen 144 niños, muchos de ellos por
enfermedades que podrían haberse evitado; 3.000 escuelas han sido
bombardeadas o cerradas, sólo funciona el 45% de los centros médicos,
475.000 niños sufren desnutrición aguda y medio millón de mujeres
embarazadas están en grave riesgo de morir por falta de alimentos o en
el parto. En total, 21 millones de personas (el 83% de la población)
necesitan ayuda humanitaria urgente. Y apenas la reciben, porque no les
tenemos en cuenta, no nos preocupan. Hay muy pocas ONG que trabajan en Yemen. Y una de ellas es española.
Son un milagro. Se llaman Solidarios Sin Fronteras
y tan sólo cuentan con cinco personas, tres en Barcelona, Eva, Noèlia y
Blanca, y dos en Yemen, Faten y Hossein. A causa del bloqueo, no se
pueden enviar contenedores con medicina, ropa o alimentos, como en otras
crisis. Aquí la única opción es mandar dinero al equipo yemení para que compren
como puedan lo necesario. SSF da comida, mantas y productos de higiene a
familias con niños, priorizando a las mujeres solas con menores. Además
instala depósitos de agua potable en campos de refugiados y los llena
de agua cada semana. Por último, reconstruye casas en la isla yemení de
Socotra, devastada, además de por la guerra, por dos ciclones. Estas
personas maravillosas, estas bravas y resistentes hormigas de la
solidaridad, han ido reuniendo euro a euro y han conseguido, en estos
dos años de guerra, logros increíbles: han repartido alimentos a casi
10.000 personas (un 75% de niños); han proporcionado más de 400.000
litros de agua potable; han reconstruido 120 casas y un orfanato, y han
repartido más de 200 mantas y material de higiene y del hogar. Como además son unos genios de la gestión (¡Solidarios Sin Fronteras a
La Moncloa, por favor!), las cuentas están claras y todo el trabajo
documentado. Para apoyar esta labor épica podéis googlear
“Emergencia humanitaria en Yemen. Ayuda urgente a familias”, y sale una
página de recogida de dinero. También podéis apuntaros a su grupo de
Teaming, Solidarios Sin Fronteras, y darles un euro al mes. Como dice
Eva, “nadie está ayudando a los yemeníes. Mueren de hambre y sed y el
mundo lo ignora”. Algo habrá que hacer.
El fin de una novela significa despedirse de los personajes y liberarlos
del encierro que los convertía en desconocidos salvo para el autor.
CUANDO ESTO ESCRIBO, hace sólo cuatro días que terminé una nueva
novela. 576 páginas de mi vieja máquina Olympia Carrera de Luxe, la
cual, me temo, está a punto de fenecer tras el tute a que la he sometido
(cada página tecleada tres veces como media). Empieza a fallar, y si no consigo reponerla dejaré de escribir, supongo:
a estas alturas de mi vida no me veo capacitado para pasar a un
ordenador, renunciar al papel y a las correcciones a mano y a pluma
sobre cada versión de cada página. Con ese ya arcaico instrumento saco
también adelante estas piezas dominicales, que sufren parecido proceso
de revisión y enmiendas. Agradezco a mis empleadores que me permitan
seguir entregando un producto que les da más tarea de la habitual. Seguro que si fuera un joven meritorio me mandarían a paseo y me dirían:
“Niño, consíguete un ordenador. ¿Qué te crees, que aún vivimos en el
siglo XX?”
No en otros, pero en este aspecto me cuesta vivir en el XXI. Mi
primera novela se publicó en el remoto 1971, a mis diecinueve años. En
el larguísimo periodo transcurrido desde entonces, no se puede decir que
haya escrito muchas: la recién concluida es la decimoquinta, si cuento
como tres los volúmenes de Tu rostro mañana, que aparecieron en 2002, 2004 y 2007. Forman una obra unitaria,
pero para mí cada uno me supuso el esfuerzo de una novela distinta. En
suma, salgo a una media de una cada tres años. Si me comparo con
maestros del pasado y del presente (y por supuesto con muchos que no lo
han sido ni lo son), soy un novelista tirando a escaso.
Quizá por eso, porque empleo mucho tiempo en ellas, y también porque
nunca sé si habrá más en el futuro, la terminación de una me trae
sentimientos encontrados. El inmediato y dominante es incredulidad: “¿He
logrado poner fin a esto? Si todas estas hojas estaban vacías …” En el
presente caso, han pasado veinticinco meses desde las dubitativas líneas
iniciales. He estado más de dos años conviviendo –no a diario, qué más
quisiera– con unos personajes nuevos al principio y que al final son más
que amistades. Aunque uno no se siente ante la máquina –y son muchas
las jornadas en que es imposible hacerlo, por viajes y quehaceres
varios–, durante el tiempo de composición lo rondan incesantemente. Uno piensa en ellos con más intensidad que en los seres reales que lo
rodean: de éstos no está contando la historia, ni asiste a ella con el
mismo grado de cercanía, y desde luego carece de capacidad decisoria
sobre sus vidas, como sí la tiene sobre las de sus entes de ficción, por
recuperar la vieja fórmula. Así que despedirse de ellos es en cierto
sentido un cataclismo personal. “¿Cómo”, se pregunta uno, “ahora he
perdido a estos amigos? ¿No tengo que ocuparme más de ellos, no he de
conducirlos a diario? ¿Aquí los abandono y me abandonan? Si algunos no
han muerto, ¿es que el resto de lo que les ocurra no me interesa?” Sí,
me interesa, pero soy consciente de que a los posibles lectores futuros
tal vez no; de que estarán a punto de cansarse de seguirlos, o de que
las mejores historias son las que no se relatan completas, no de cabo a
rabo. Y ahí empieza el siguiente sentimiento ambiguo: mientras uno escribe
(siempre hablo por mí, claro), no se plantea mucho lo que por lo demás
resulta evidente: lo hace para ser leído. De tan evidente, uno puede
hacer caso omiso. Sin embargo, una vez puesto el punto final, la idea
reaparece con todas sus consecuencias. “No sólo me despido de estos
amigos, sino que dentro de unos meses estas criaturas que mantenía
encerradas y que nadie más conocía, se harán amigas de personas que ni
siquiera he visto, de los gentiles lectores que tengan a bien molestarse
en abrir este libro”. La perspectiva es extraña. Ahora mismo, mi
primera y quizá mejor lectora lleva ya 200 páginas de esas 576. Va
sabiendo qué me he traído entre manos durante los dos últimos años. Qué
he concebido, qué he armado, qué me ha preocupado, me hace algún
comentario sobre alguna situación o personaje; qué he pensado y con qué
me he abstraído. Para quien ha guardado todo eso en secreto, es
desasosegante. Pero también es una alegría. El sino más triste de una
novela es que nadie tenga la menor curiosidad por leerla. Así que ojalá
estas “criaturas del aire” (como acertadamente las llamó Savater hace
mucho) consigan hacer incontables amistades nuevas, aunque yo no esté
invitado a sus fiestas particulares con cada lector atento.
Me queda el “consuelo” de que, lo mismo que ahora he recuperado personajes de Tu rostro mañana,
acaso un día vuelva a encontrarme con Berta Isla. El título todavía no
está decidido, pero podría ser este nombre, Berta Isla, para inscribirme
en una larguísima y a menudo noble tradición: la de Jane Eyre, Anna
Karenina, Oliver Twist, David Copperfield, Madame Bovary, Robinson
Crusoe, Tess de los d’Urberville, Eugénie Grandet, Tom Jones, Tristram
Shandy, Moll Flanders, Daisy Miller, Jean Santeuil y tantos otros títulos memorables. Ay, si con eso bastara para aproximarse un poco a ellos …