Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 jun 2016

Las amistades desaparecidas.......................Javier Marias

En algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino.

LA ZONA FANTASMA

Javier Marías

Las amistades desaparecidas

En algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino.
ActualizadoDomingo 29 de mayo de 201601:25
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
LA OTRA noche me forcé a llamar a una vieja amiga (lo es desde hace cuarenta y tantos años), para por lo menos hablar con ella, ya que en los últimos tiempos nos vemos poco
. Poco, pero todavía nos vamos viendo, lo cual ya es mucho, pensé, en comparación con lo que me sucede con decenas de amistades, o les sucede a ellas conmigo
. Me temo que nos ocurre a todos, y en algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino, o –insisto– que nos han dejado a nosotros orillados, colgados o en la cuneta
. A veces uno sabe por qué.
 Las peleas, las decepciones, las ingratitudes, son algo de lo que nadie se libra a lo largo de una vida de cierta duración, pongamos de cuatro décadas o más. 
Casi nada hiere tanto como sentirse traicionado por un amigo, y entonces la amistad suele verse sustituida por abierta enemistad.
 Uno puede no ir contra él, no atacarlo, no buscar perjudicarlo en atención al antiguo afecto, por una especie de lealtad hacia el pasado común, hacia lo que hubo y ya no hay. Lo que es casi imposible es que no lo borre de su existencia
. Uno cancela todo contacto, pasa a hacer caso omiso de él, lo evita, y cabe que, si se lo cruza por la calle, mire hacia otro lado, finja no verlo y ni siquiera lo salude con el saludo más perezoso, un gesto de la cabeza.
 Uno sabe a veces por qué.
 Curiosamente, las cuestiones políticas son, en España, frecuente motivo de ruptura o alejamiento. Si dos amigos divergen en exceso en sus posturas, es fácil que acaben reñidos sin que se haya dado entre ellos nada personal.
 Cabe la posibilidad de no sacar esos temas, pero es una alternativa siempre forzada: en el intercambio de impresiones se crea un hueco incómodo y que tiende a ocupar cada vez más espacio, hasta que lo ocupa todo y no hay forma de rodearlo, ni de disimular.
 Se charla un poco de fútbol, de la familia, del trabajo, pero la conversación se hace embarazosa, ortopédica, sobre ella planea el independentismo vehemente que uno de los dos ha abrazado, o su entrega a la secta llamada Podemos, o su conversión al PP, por ejemplo. Cosas que el otro no puede entender ni soportar.
 Hay ocasiones más sorprendentes en las que uno también sabe por qué: porque presenció una mala época del amigo, que éste ya dejó atrás; porque le prestó o dio dinero, o lo vio en momentos de extrema debilidad.
 Hay quienes, lejos de tenerle agradecimiento, no perdonan a otro el haberse portado bien, o el haberles sacado las castañas del fuego.
 Cuando echamos una mano, del tipo que sea, en realidad nunca sabemos si estamos creándonos un amigo o un enemigo para el resto de la vida, y eso es particularmente arriesgado hoy en día,
cuando hay tanta gente necesitada de manos para sobrevivir. Por propia experiencia, cada vez que echo una, me pregunto si recibiré gratitud por ella o una inquina invencible e irracional, un desmedido rencor. Supongo que el mero hecho de pedir ayuda –más aún de recibirla– representa para algunos individuos una humillación intolerable que harán pagar precisamente al que se la presta. Al que estuvo en condición de ofrecérsela y por lo tanto en una posición de superioridad. Aunque éste no la subraye en modo alguno, aunque dé todas las facilidades y reste importancia a su generosidad, hay personas que nunca perdonarán al testigo de su penuria, de su desmoronamiento o de su decadencia temporal. De su fragilidad.

Otras veces alguien se aparta porque al otro le va demasiado bien y es un recordatorio de lo que no tenemos
. O porque le va demasiado mal y es un recordatorio de lo que a cualquiera nos puede aguardar. En España hay que andarse con pies de plomo a la hora de mostrar los logros y los fracasos, la alegría y la desdicha.
 Un exceso de lo uno o lo otro es siempre un peligro, se corre el riesgo de quedarse solo y abandonado.
 Creo que era Mihura quien decía que un escritor afortunado debía hacer correr el bulo de que estaba gravemente enfermo, para permitir que se lo mirase con piedad y rebajar el resentimiento por sus éxitos: “Ya, pero se va a morir”, es un consuelo que atempera la envidia.
Pero demasiadas veces no sabemos por qué se desvanece una amistad. Por qué las cenas semanales, o incluso la llamada diaria, se han quedado en nada, quiero decir en ninguna cena ni una sola llamada.
 Sí, aparecen nuevos amigos que desplazan a los antiguos; sí, nos cansamos o nos desinteresamos por alguien o ese alguien por nosotros; sí, un ser querido se torna iracundo, o lánguido y perpetuamente quejoso, o exige invariablemente sin aportar nunca nada, o sólo habla de sus obsesiones sin el menor interés por el otro. 
De pronto nos da pereza verlo, nada más.
 No ha habido riña ni roce, ofensa ni decepción. 
Poco a poco desaparece de nuestra cotidianidad, o él nos hace desaparecer de la suya.
 Y falta de tiempo, claro está, el aplazamiento infinito
. Esos son los casos más misteriosos de todos.
 Quizá los que menos duelen, pero también los que de repente, una noche nostálgica, nos causan mayor incomprensión y mayor perplejidad.



Las joyas inteligentes que ayudan a gestionar tu vida conectada Por Marién Kadner


Kate Unsworth

Kate Unsworth

Diseñadora y CEO de Vinaya
Kate Unsworth acostumbra a hacerle preguntas incómodas a la gente.
 Cosas como “¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es el mayor regalo que vas a hacer al mundo? ¿Cómo diseñas tu vida para asegurarte de que eres capaz de ofrecer ese regalo todos y cada uno de los días?”. Dice que ella no sabe cuál es el sentido de la vida, pero supone que las personas que saben responder a esas preguntas están más cerca de encontrarlo.
 Y en eso anda ella también. Diseñadora, licenciada en Matemáticas y máster en Económicas, Unsworth ha conseguido hacer de Vinaya, la empresa que ella misma puso en marcha, un referente por su forma de entender la comunicación a través de las nuevas tecnologías.
 En un mundo en el que todos parecemos esclavos de las pantallas, la revista Forbes la describió -con una mezcla de admiración y sorna- como “la millenial que no está pegada a su teléfono”.
 ue ella misma puso en marcha, un referente por su forma de entender la comunicación a través de las nuevas tecnologías.
 En un mundo en el que todos parecemos esclavos de las pantallas, la revista Forbes la describió -con una mezcla de admiración y sorna- como “la millenial que no está pegada a su teléfono”.
Se trata, sin duda, de un caso extraño.
 Un estudio realizado por la analista Mary Meeker en 2015 reveló que en España pasamos más de seis horas de media mirando nuestros smartphones, ordenadores, televisores u otros dispositivos electrónicos
. Demasiado tiempo para nuestra salud física y mental.
 Eso es lo que Vinaya, a través de su línea de joyas inteligentes Altrius quiere evitar: “Permanece conectado, no distraído” es su lema.
Las comidas con amigos, las reuniones de trabajo e incluso el tiempo que pasamos con nuestras parejas se han convertido en una colección de monosílabos emitidos sin demasiada atención mientras se consulta el correo electrónico o las últimas naderías que alguien ha publicado en Facebook. Eso, asegura Unsworth, nos deshumaniza.
 Y su propuesta es recuperar la sensación de mirar a los ojos a la otra persona mientras se conversa o atender a lo que nos rodea mientras caminamos.
Sus joyas tecnológicas se pueden conectar al smartphone a través de bluetooth para asignar perfiles personales a cada uno de los contactos del usuario.
 Mediante pequeñas vibraciones los anillos, collares o brazaletes Altrius le alertan de que ha recibido algo importante.
 De esta forma, es posible olvidarse del teléfono a no ser que sea realmente necesario consultarlo. Unsworth está convencida de que la tecnología puede cambiar nuestras vidas en sentido positivo, pero para ello “debería ser como el oxígeno, que está a nuestro alrededor, hace que la vida sea posible, pero no pensamos en ello ni lo vemos”.
Texto: José L. Álvarez Cedena



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Harambe y la culpa ‘in vigilando’ de una madre.................. Cecilia Jan

¿Hasta qué punto se puede culpar a los padres por el comportamiento impredecible de un niño?


'Harambe' agarra por el pie al niño.
Michelle Gregg es posiblemente la mujer más vilipendiada en los últimos dos días
. La madre del pequeño de tres años que se las arregló para meterse en el foso del gorila Harambe en el zoo de Cincinnati está sufriendo un verdadero linchamiento en las redes sociales por "no haber vigilado bien" a su hijo.
 Más de 425.000 personas han firmado una petición en Change.org para pedir que se responsabilice a los padres por la muerte a tiros del animal y han exigido "una investigación del ambiente del hogar del niño con el interés de protegerle a él y a sus hermanos de otros posibles incidentes de negligencia parental que puedan resultar en daño físico grave o incluso en la muerte".
 Poco ha faltado para que pidieran que se le retirase la custodia de sus cuatro hijos por culpa in vigilando.
 ¿Hasta qué punto se puede culpar a los padres por el comportamiento impredicible e inconsciente de un niño de esta edad?

La situación inicial, tal y como han descrito testigos, es tan típica que cualquier madre o padre podemos recordar un episodio en el que en los escasos segundos, tal vez un par de minutos, en los que te vuelves para atender a otro menester, el niño va y la lía (sustitúyase "la lía" por "se sube a una silla para coger algo de la estantería", "vacía la caja de los calcetines", "pinta la pared del salón" o similar). El problema es que, en este caso, el pequeño trepó una pequeña valla de un metro de alto, esquivó los arbustos que había al otro lado, llegó hasta el foso de los gorilas, con una altura de más de cuatro metros, y saltó dentro para chapotear un rato.
Mi reacción inicial al leer la noticia fue también un crítico "los padres tendrían que haber tenido más cuidado".
 Pero he reflexionado tras leer comentarios como el de mi compañera Victoria Torres, contando un reciente episodio de fuga de su hija, que concluye con "Ningún padre quiere que a su hijo lo aplaste una puerta giratoria o lo devore un gorila, pero controlar y vigilar a un hijo es mucho más difícil de lo que parece, por no decir imposible.
 No son robots, son kamikazes"
. Y también he recordado. Aquel día en el que la puerta corredera del vagón del AVE se tragó el brazo de mi hija menor en medio segundo que se me adelantó.
 O aquel otro en el que perdió una uña al pillarse con la puerta de un ascensor a un metro escaso mío.

Si la policía investigase, como ya ha anunciado que va a hacer con esta familia, a todos los padres a los que alguna vez se nos ha escapado corriendo un niño que ha estado a punto de cruzar solo la carretera, no tendría agentes suficientes.
Michelle Gregg se volvió un momento para atender a otro de sus hijos. Dos testigos que describieron la escena afirman que no les pareció que la madre tuviera una actitud negligente. El propio director del zoo, también en la picota por su decisión de matar a Harambe por miedo a que atacase al niño, ha defendido las medidas de seguridad del zoo, pero ha dicho que "los niños son capaces de escalar cualquier sitio".
"Como sociedad, somos muy rápidos a la hora de juzgar cómo un padre puede quitar los ojos de encima de su hijo.
 Quienes me conocen saben que vigilo de cerca a mis niños.
 Pero los accidentes ocurren", ha escrito Gregg en su perfil de Facebook antes de tener que borrarlo por la avalancha de mensajes críticos.
 Y tiene razón. Solo recordemos las veces que nuestros hijos han sufrido un accidente o han estado a punto de sufrirlo.
En ese escalofrío que nos recorre el cuerpo, en esa sensación de culpa que nos cae encima
. E imaginemos cómo nos sentiríamos si el mundo entero hubiera visto ese momento en vídeo y nos culpase por ello.
Siempre me ha asombrado como los niños van de cabeza al peligro.
Hago memoria y no se me olvidará nunca como vi a mi hijo con menos de dos años encararmarse a una ventana con una barandilla que a él le llegaba por la cintura. Todas las ventanas y balcones estaban cerrados y justo una que se olvidó la encuentra él.
!º no llamarlo por si asusta y caía desde un 5º piso y por detrás en silencio y con el corazón en la boca. En esto que el empieza a bajarse y yo en silencio esperé que estuviera en el suelo y abrazarlo llorando. Del susto me sentí morir, el no notó nada o por lo menos de eso no le hablé nunca, aunque
advertí que todo el mundo cerrara las ventanas y balcones.

 

Cómo saber quién visita tu perfil de Facebook

Hace poco tratamos de responder a la pregunta de por qué algunos amigos nos borran de su Facebook. Ahora vamos en el sentido contrario: a quiénes interesamos más de todos ellos.
No mires las imágenes que hay aquí abajo porque vas a pensar que es difícil. Pero no. Es facilísimo y se tarda menos de un minuto.
 ¿Y a que a veces da morbo saber quiénes son nuestros o nuestras mayores fans en Facebook? Por la razón que sea, pero produce mucha curiosidad.
Si nos atenemos a un estudio de la Universidad de Oxford, el usuario medio de Facebook tiene unos 155 amigos, aunque solamente cuatro de ellos lo son de verdad, solo 50 son amigos cercanos, y los demás son ocasionales.
 Y casi son los que más curiosidad sienten por la vida de uno (y nosotros por la suya) ya que la relación indirecta nos deja casi sin cotilleos sobre ellos. 
Para saber quién ve nuestro perfil de Facebook, basta con seguir estos sencillos pasos. En 50 segundos se puede uno llevar grandes sorpresas.
Y en cinco minutos puede uno hacerse una idea de quiénes le siguen con mayor fervor, aunque algunos de los usuarios que aparecen también son aquellos con los que hemos chateado recientemente (así que no es una sorpresa).
 Nosotros lo hemos probado con Google Chrome pero en casi todos los navegadores funciona igual.

1 | Ver el código fuente de nuestro perfil – 10 segundos

Debes colocarte ante tu muro o, si quieres, en tu newsfeed –ya sabes, ahí donde aparece todo lo que van haciendo tus contactos–. Lo importante es que tengas abierta la sesión de Facebook. Cuando estemos en él, pinchas en un lugar donde no haya enlaces (para que no “salte”), y pulsamos el botón derecho del ratón. Ahí, seleccionamos Ver código fuente.
Para ver el código fuente, busca la opción que se despliega al pinchar el botón derecho del ratón.
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