El centenario del autor de ‘La colmena’, en 2016, traerá
aportaciones y cartas inéditas, como la de su renuncia al trabajo en un
Ministerio franquista para dedicarse a escribir.
Existió un
Camilo José Cela
bendecido por la luz de una genética literaria. También otro de sombra
farandulera y ditirámbica, pasto de revistas del corazón, entregado al
ataque y al mandoble de fiera acorralada, coleccionista de enemigos y
tendente a recostarse en las nanas tras el Premio Nobel, que recibió en
1989.
Conocimos un día al escritor solidario con las aflicciones del
exilio, que dio cobijo al talento de la España perdedora en su revista
Papeles de Son Armadans
y también al censor, al superviviente que, por necesidad —no cabe
pensar que por convencimiento—, se acercó demasiado al poder de un
Estado ilegítimo.
Supo mantenerse, en parte por su grandioso talento, en parte por su
viveza para aclimatarse a los focos, a flote desde que irrumpiera en el
desierto literario de los años cuarenta con
La familia de Pascual Duarte.
Pero, probablemente, jamás imaginó que tras su, un tanto carnavalesco,
entierro —con luchas por la herencia y rifirrafes familiares— se dejaría
languidecer su legado hasta el desprecio.
Es algo que ahora su hijo, Camilo José Cela Conde, tras ganar su
derecho sobre la herencia después de un largo y complejo litigio con la
viuda del escritor, Marina Castaño, se ha propuesto enmendar junto con
la Real Academia Española, diversas instituciones del Estado e
influyentes sectores editoriales y literarios, con vistas al centenario
del nacimiento del escritor: en Iria Flavia, cerca de Padrón (A Coruña),
el 11 de mayo de 1916.
Un aspecto que servirá de ayuda será
La forja de un escritor.
Se trata de un volumen que con artículos referentes al oficio de la
literatura, mediante una cuidada edición a cargo de Adolfo Sotelo
Vázquez, catedrático de la Universidad de Barcelona (UB), publicará la
prestigiosa colección Cuadernos de Obra Fundamental (Fundación Banco
Santander) para abrir el centenario.
“En la década que abarcan estas piezas, Cela utilizó el artículo periodístico como
écriture du jour.
Aborda miradas al mundo en torno, memoria de su infancia y
adolescencia, diálogo con las artes, meditaciones sobre la escritura y,
en algunas ocasiones, reseñas críticas de libros que le parecían
oportunos por su calidad”, comenta el decano de Filología de la UB.
O las revelaciones que se desprenden de la correspondencia con su primera esposa, Rosario Conde. Su hijo Camilo piensa reeditar
Cela, mi padre
en mayo con una nueva versión que introduce el estudio de dichas
cartas.
En ellas descubrimos a un ser humano asustado, frágil, muy
sensible, con muchas dudas sobre su condición de escritor, tremendamente
desconcertado.
Un ser alejado de aquella imagen del escritor que podía atacar a todo
el mundo sin ton ni son. “Es un hombre que a los 26 años ya ha hecho
una guerra, ha pasado por varios hospitales y diversas facultades, ha
conocido a María Zambrano, a Pablo Neruda y a Miguel Hernández, ha
ejercido de censor y ha escrito
La colmena, la novela de más
peso e influencia en la literatura española de todo el siglo XX”,
comenta su hijo.
Pero no lo hizo solo. “La mayoría de los
acontecimientos de entonces y, más aún, de los que vendrían después,
salidos todos ellos de los papeles que vuelven a la luz tras décadas de
encierro, cuentan, no sólo la historia de ese hombre, sino también de la
mujer que está a su lado: Charo”, añade.
Un superviviente que renuncia a su trabajo en el Ministerio de
Información tras una carta a la que ha tenido acceso EL PAÍS, que
muestra su determinación a encerrarse para perseverar, tras diversos
batacazos en la literatura y alejarse de un horario de oficina.
Va
dirigida a Juan Aparicio, director general de prensa:
“El oficio de
escritor, es un oficio que da tristeza y requiere soledad”, comienza
escribiendo antes de renunciar un tanto teatralmente a su trabajo.
“Hoy
veo esto con mayor claridad que nunca y me refugio entre mis cuatro
paredes a trabajar, que es lo único que me distrae y me hace olvidar los
hondazos de los malintencionados, los pusilánimes, los puritanos y los
pescadores en río revuelto”.
La misiva continúa con un lamento en el que se muestra tan deprimido
como lleno de resquemor.
No se considera reivindicado ni seguro, pero al
tiempo se revela ambicioso y resuelto a seguir: “Estoy lleno de dolor
por muchas cosas...”.
Es el Cela situado en la disyuntiva vital de
alejarse de un seguro de vida, con trabajo cómodo, o lanzarse a la
soledad de una incierta carrera literaria con la que, pobremente,
subsistir: “No me encuentro con fuerzas para una lucha que no me
interesa.
La desorientación intelectual es en nuestra pobre y querida
España de tal magnitud, que todo lo que no sea encerrarnos en nuestra
propia cáscara como caracoles asustados, redunda en nuestro mismo
perjuicio”.
Se trata de la época en la que, como ha comprobado su hijo, aparece
un hombre sumido en las dudas. “En la angustia, en la desconfianza ante
su propio talento. Un hombre que cae en la depresión y lo dice.
El
personaje aquel que se suponía un nietzschiano impenitente se siente
solo
. El temor a la soledad le hace pensar en el suicidio.
Qué curioso
que ese mismo hombre sea quien diseña un ex-libris con el lema: ‘un
libro y toda la soledad. Soy de CJC”.
Nueva edición de ‘La colmena’ de la RAE para 2016
Ese enjambre de soledades, perdedores y derrotados que Camilo José Cela tituló
La colmena verá la luz
con fundamentales anexos en una nueva edición a cargo de la Real
Academia Española. Darío Villanueva, director de la RAE y experto en el
autor gallego, comenta que será en otoño de 2016, para conmemorar en
esas fechas la entrega del
Premio Nobel que consiguió en 1989.
Contará con una novedad.
“En una anexo, no dentro del texto, ya que
la versión definitiva del mismo es la que Cela dejó en 1966 después de
múltiples luchas con la censura, incluiremos los pasajes que por su
fuerte contenido sexual, decidió no agregar convencido de que no
pasarían la criba”, comenta Villanueva.
Estos se encontraban en el archivo de su amigo y estudioso francés
Noel Salomon.
“Fue su hija, tras su muerte, quien los dio a conocer.
Pero respetaremos la voluntad del autor de no incluirlos finalmente,
como se desprende de lo que expresó en la edición final”.
La colmena
fue examinada por dos censores españoles: el poeta Leopoldo Panero, que
aconsejó su publicación, "si el autor atenuaba, ciertas escenas".
Andrés de Lucas Casla, un cura de ánimo inquisidor, realizó por su parte
un informe demoledor que prevaleció.
Por lo tanto, la obra vio la luz
por primera vez en Buenos Aires.
En la nueva edición de la RAE, que formará parte de sus publicaciones especiales donde han aparecido, entre otras,
El Quijote, Cien años de soledad, La región más transparente
o ahora, en marzo, una antología de Rubén Darío con vistas al congreso
de la lengua en Puerto Rico, se incluirán además de prólogos y anexos,
el glosario de términos y el índice onomástico que realizó en su día
José Manuel Caballero Bon