Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 jun 2015

Tiranía de los pusilánimes.........................................................Javier Marías

Lo que anuncia es algo que conocemos bien en el pasado: la piel demasiado fina como pretexto para eliminar lo que no nos gusta.

Hace unas semanas, al hablar de los “linchamientos masivos” en las redes sociales, mencioné de pasada la pusilanimidad como uno de los mayores peligros de nuestro tiempo
. La cosa viene ya de lejos, pero al parecer va en aumento, hasta el punto de que nos vamos deslizando insensiblemente, al menos en ciertos ámbitos, a lo que podría llamarse “tiranía de los pusilánimes”.
El fenómeno original es conocido: en contra de la tendencia de la humanidad a lo largo de siglos y siglos, que consistía en educar a los niños con la seguridad de que un día serían adultos y tendrían que incorporarse a la sociedad plenamente, en las últimas décadas no sólo se ha abandonado ese objetivo y esa visión de futuro, sino que se ha procurado infantilizar a todo el mundo, incluidos ancianos; o, si se prefiere, prolongar la niñez de los individuos indefinidamente y convertirlos así en menores de edad permanentes.
El giro ha contado con escasa oposición porque resulta muy cómodo creer que se carece enteramente de responsabilidad y de culpa: que son la sociedad, o el Estado, o la familia, o los traumas y frustraciones padecidos en los primeros años, o el sadismo de los compañeros de colegio, o las condiciones económicas, o la raza, o el sexo, o la religión, los causantes de que seamos como somos y de nuestras acciones.
Y no digamos los genes: “No lo puedo remediar, está en mis genes”, empieza a ser una excusa para cualquier tropelía.
 Debería bastar con echar un vistazo a los hermanos de un criminal, por ejemplo, y ver que ellos, pese a compartir con él raza, condición social, abusivos padres o incluso genes, no han optado por robar, violar o asesinar a otros.
Pero no es así.
 Nuestra época no hace sino incrementar la infinita lista de motivos exculpatorios.
La infancia es cómoda y nos exime de obligaciones. Bienvenida sea, hasta el último día.
Pero no es sólo esto. En el artículo “La nueva cruzada universitaria”, de David Brooks (El País, 3-6-15), se nos cuenta hasta dónde ha llegado la situación en muchos campus estadounidenses. Brooks se muestra comprensivo y moderado, y al hablar de las nuevas generaciones admite: “Pretenden controlar las normas sociales para que deje de haber permisividad ante los comentarios hirientes y el apoyo tácito al fanatismo.
 En cierto sentido, por supuesto, tienen razón”.
Parece estarse olvidando que vivimos en colectividad; que las ideas de unos chocan con las de otros o las refutan
El problema estriba en que, continúa, “la autoridad suprema no emana de ninguna verdad difícil de entender.
 Emana de los sentimientos personales de cada individuo.
 En cuanto una persona percibe que algo le ha causado dolor, o que no están de acuerdo con ella, o se siente ‘insegura’, se ha cometido una infracción”. (Las cursivas son mías.)
 Y cita el caso de una estudiante de Brown que abandonó un debate en la Universidad y se resguardó en una habitación aislada porque “se sentía bombardeada por una avalancha de puntos de vista que iban verdaderamente en contra” de sus firmes y adoradas convicciones.
Estamos criando personas, salvando las distancias, no muy distintas de los fanáticos de Daesh o de los talibanes.
 Si se erige la subjetividad de cada cual en baremo de lo que está bien o mal, de lo que es tolerable o intolerable, no les queda duda de que dentro de poco todo estará mal y nada será tolerable, empezando por el mero intercambio de opiniones, porque siempre alguien “delicado” se dará por ofendido.
 Si se pone la “percepción” de cada cual como límite, estamos entregando la vara de mando a los pusilánimes (y el mundo está plagado de ellos, o de los que se lo fingen): a los que se escandalizan por cualquier motivo, a los que quieren suprimir las tentaciones, a los que encuentran “hiriente” toda discrepancia, a los que ven “agresión” en una mirada o en una ironía, a los que les “duele” que no se esté de acuerdo con ellos o se sienten “inseguros” ante la menor objeción o reparo.
Parece estarse olvidando que vivimos en colectividad; que las ideas de unos chocan con las de otros o las refutan; que existe la posibilidad de escuchar, de persuadir y ser persuadido, de atender a otra postura y acaso ser convencido.
 Del artículo de Brooks se deduce que, justamente en las Universidades –el lugar del debate y el contraste de pareceres, en la edad en que aún está todo indeciso– se considera que cada alumno es alguien cuyas convicciones, por lo general pueriles y heredadas, son ya inamovibles, intocables y sagradas.
 Hasta la variedad está mal vista
.Añade Brooks de esos universitarios: “A veces mezclan las ideas con los actos, y consideran que las ideas controvertidas son formas de violencia”.
 Que muchos jóvenes sobreprotegidos estén incapacitados para razonar y piensen semejante ramplonería no anuncia nada bueno para el futuro (y no hay mayor contagio que el que viene de América).
 Es más, lo que anuncia es algo que conocemos bien en el pasado: la piel demasiado fina como pretexto para eliminar lo que no nos gusta; la persecución del pensamiento que contraviene nuestras creencias; la prohibición de lo que nos inquieta o fastidia; la imposición del silencio.
 De manera un tanto simple, sin duda, eso se viene resumiendo en una o dos o tres palabras: fanatismo, totalitarismo, fascismo. Elijan o busquen otra, da lo mismo.
elpaissemanal@elpais.es

 

Los coches matan más que las vacunas..................................................................... Rosa Montero

Los posibles efectos secundarios son tan ínfimos que dejar de vacunar a tu niño es como conducir borracho.Que las vacunas son uno de los grandes inventos de la medicina moderna es una verdad tan indiscutible como el hecho de que la Tierra es redonda (eso sí, achatada por los Polos, porque toda verdad tiene su letra pequeña). 

De hecho, las vacunas, junto con la penicilina, han reducido de tal manera la mortalidad en el mundo que,de rebote,

 se ha producido un incremento de las hambrunas: a más bocas que llenar, menos a repartir. 

En 1955 la vida media en el planeta era de 48 años; en 1995, de 65, y se espera que para 2020 la esperanza de vida llegue a los 73 años (datos de la OMS); y eso ha sido en buena parte gracias a las campañas de vacunación. 

Por ejemplo, sólo entre 2000 y 2012, la vacuna contra el sarampión evitó cerca de 14 millones de muertes (datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo).

El problema, claro, es que las vacunas, al igual que todas las medicinas que utilizamos, pueden tener efectos secundarios.
 Como la aspirina o el bicarbonato, que la gente ha tragado a mansalva tan alegremente durante décadas; como las vitaminas con las que nos atiborramos.
 Sí: la inocente vitamina C también puede ser perjudicial para tu salud.
Y no sólo las medicinas.
Todo lo que hacemos tiene un riesgo. Más aún, la vida misma conlleva un peligro descomunal, la amenaza cierta e inevitable de nuestro fin
. La vida mata. Sí, repitamos la perogrullada, porque se diría que no queremos enterarnos: la vida mata, pero vivimos como si la muerte fuera una anomalía, una equivocación de los médicos, una cobardía o una torpeza de nuestro propio cuerpo.
 Como si la muerte fuera siempre culpa de algo o de alguien.
Cada día, en fin, afrontamos la posibilidad de que nos ocurra algún percance.
 Los automóviles nos pueden reventar, cegar o dejar parapléjicos con una probabilidad bastante alta, y eso no nos impide meternos alegremente en el monovolumen con todos los niños, la abuela y el perro, para chuparnos quinientos kilómetros hasta la playa.
 Sin embargo, algunos padres no quieren correr el pequeñísimo riesgo de un efecto secundario por vacunar a sus hijos.
Para ello se aprovechan de la inmunidad general.
Es decir, no vacunar a tu niño te puede salir bien, en el sentido de que tu hijo no enfermará, si el resto de la población infantil está vacunada.
 Con el agravante de que es una decisión que tomas en contra de los demás, una decisión que puede dañar a tu vecino.
La vida misma conlleva un peligro descomunal, la amenaza cierta e inevitable de nuestro fin. La vida mata
Fernando Cereto, el médico de Barcelona que inició una petición en Change.org para que la vacunación infantil fuera obligatoria, sostiene que, por debajo de un 92% de vacunación, la sociedad deja de estar defendida contra los brotes infecciosos.
 Le escuché decir en televisión que en España la media se sitúa en torno al 94% (Sanidad sostiene que es un 97%) y que en Cataluña había descendido al 90%. En cualquier caso, ahí está la difteria asomando la cara tras casi treinta años de desaparición.
Entiendo muy bien el dolor, el horror y el rechazo de unos padres que tienen un niño con autismo, por ejemplo, y que piensan que esa dolencia ha sido causada por una vacuna; puede que sea cierto, no lo sé.
Y también entiendo la profunda desconfianza que producen los laboratorios farmacéuticos, esa desasosegante sensación de que todos somos conejillos de Indias en sus manos
. Los laboratorios, inmensas empresas de extraordinario poder, forman parte de la cúpula dominante de este planeta y se han ganado a pulso su mala fama: inventan dolencias para dar salida a sus productos, manipulan la información mundial, amañan investigaciones a la carta para su conveniencia y en definitiva se diría que comercian con nuestra salud con el único y exclusivo fin de enriquecerse.
 Y a mí no me parece mal que ganen dinero, desde luego, pero ¿sólo trabajan para eso? ¿No hay controles éticos? ¿Y necesitan ganar tanto?
La diarrea, el paludismo y la tuberculosis causan casi una tercera parte de las muertes en los países pobres, pero como son pobres, precisamente, son enfermedades a las que la industria farmacéutica no hace apenas caso.
 Le interesa mucho más descubrir una crema contra la impotencia sexual, por ejemplo.
 En España acaba de salir a la venta. Cuatro dosis cuestan 47 euros.
Lo entiendo todo, en fin, los miedos, las dudas, las sospechas
. Pero los posibles efectos secundarios son estadísticamente tan ínfimos en comparación con los beneficios que dejar de vacunar a tu niño es como conducir borracho.
 No sólo podéis partiros el cuello tú y tu hijo, lo peor es que puedes matar a un inocente.
 Exijamos a nuestros Gobiernos que aprieten a los laboratorios en temas de calidad, de controles, de estudios
. Pero con eso o sin eso, por tu propio interés, por sentido común, por responsabilidad social y, sobre todo, por la salud de tu niño y de todos los niños de este país, por favor, vacuna.

 

27 jun 2015

Niña Isabel ten cuidado


Isabel Preysler

Belleza facial | 08/08/2014 - 10:46h
¿Qué retoques se ha hecho?

Rinoplastia y, para subsanar el paso del tiempo, lifting cervicofacial, que corrige el descolgamiento de la piel y de los tejidos profundos faciales y, relleno en los pómulos, para aportar volumen en esta zona.
 También hay una extracción de las bolas de Bichat, que son unas bolsas de grasa que hay en la mejilla. Al sacarlas se logra marcar los ángulos faciales. Y se ha inyectado vitaminas en el tercio medio facial, con lo que consigue mantener la piel hidratada retrasando la aparición de arrugas.

¿Cómo le queda?

La rinoplastia le queda bien, porque le armoniza el rostro dándole un aspecto más dulce.

Cuidado con esta operación/tratamiento porque...

Son intervenciones seguras, pero hay que tener un poco de paciencia para ver el resultado definitivo. Durante el primer mes conviene evitar la exposición solar, pues podría producir manchas en la piel.

¿A qué tipo de persona le recomendaría hacerse lo mismo?

A mujeres que quieran afinar su nariz para conseguir un rostro más armónico, o que pretendan combatir los efectos del paso del tiempo. En una primera fase, con inyecciones de vitaminas y ácido hialurónico y, si no es suficiente, con un lifting cervicofacial en una segunda fase.

Foto: Gtres

"Miguel Boyer era un celoso patológico, un perseguidor"

Carlos Pérez Gimeno y Rosa Belmonte analizan la actualidad del corazón en esRadio.

 

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa | Cordon Press

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La crónica rosa de Es la mañana de Federico contó con la presencia de Rosa Belmonte y Carlos Pérez Gimeno para debatir de todos los asuntos del mundo del corazón.
 Centrada de nuevo en la relación, ya confirmada, entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, que sin duda sigue siendo la comidilla del ámbito social.
Sobre todo a la hora de echar la vista atrás y analizar cuándo o cómo pudo iniciarse esta relación... y cómo lo llevó el difunto Miguel Boyer, marido de la reina de corazones.

Tal y como se confirmó en la tertulia de esRadio, Preysler estuvo con Boyer hasta el final de sus días, pero eso no impide profundizar en la trastienda de ese matrimonio
. Así lo consideró Federico Jiménez Losantos en esRadio, que señaló que Preysler siempre ha sido una persona caristmática e inteligente, además de muy activa... algo de lo que era perfectamente consciente Miguel Boyer.

"Boyer era un hombre celoso, es más, celosísimo, y persiguió a Isabel", se dijo en Es la mañana de Federico.
 Teniendo en cuenta que ella es "muy simpática y siempre se hace perdonar", esa conducta no hizo sino enfatizarse en el transcurso de los años.
Llegó a correr el rumor, incluso, de que en una de sus crisis Boyer se había suicidado... debido a la posible cercanía de Preysler con Vargas Llosa. Algo que, natural y afortunadamente, resultó ser falso.

Tanto es así que "para mitigar los celos patológicos de Miguel, ella invitó a los Vargas Llosa para acostumbrarse y pasar tiempo juntos.
 Mario tiene mucha conversación, y Miguel era un tipo brillante e irresistible, un conquistador de presidentes que enamoró a Felipe González y José María Aznar, los dos grandes líderes de la izquierda y la derecha española", explicó Federico Jiménez Losantos. Boyer era un tipo culto de la aristocracia de la izquierda y supo cómo explotarlo.
Pero cuando el río suena, agua lleva.
"Preysler nunca ha dado un paso en falso", dijo el periodista Carlos Pérez Gimeno, apuntando a que la relación con Vargas Llosa -a quien conoció en los ochenta gracias a una entrevista de la revista Hola- se ha conocido sólo cuando ella ha deseado que se hiciera pública.

Tal y como señaló Jiménez Losantos, la de Vargas Llosa y Preysler era "una historia encasquillada y al final el amor se impuso".
A lo que se une el carácter mujeriego del legendario escritor: "A lo largo del tiempo no se cuántas ha tenido Mario, pero sí sé que Patricia (Llosa) le ha tenido que perseguir".