Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 jul 2014

Una odisea de Kubrick y Clarke.......................................................................... Ignacio Vidal-Folch

Dos genios se unieron para hacer la gran película de ciencia-ficción: '2001, una odisea del espacio'. Casi 50 años después de su estreno, viajamos a su génesis a través de material inédito.

El atuendo de Clarke (izquierda) contrasta con un Kubrick desaliñado.

Estaba el escritor Arthur Clarke en Nueva York, en casa del cineasta Stanley Kubrick, manteniendo una de las primeras conversaciones sobre su colaboración en el guion de su proyectada película Viaje más allá de las estrellas, que pasaría a la historia como 2001, una odisea del espacio; Clarke había visto Lolita dos veces, “la primera para disfrutarla y la segunda para saber cómo estaba hecha”, y sabiendo que se las había con un gran artista, aceptó demorar su regreso a Ceilán (Sri Lanka), donde vivía, entregado a la escritura y el submarinismo, e instalarse durante una larga temporada en el Chelsea Hotel para redactar el guion –el primer guion–.
Por su parte, Kubrick sabía que, con el imaginativo autor de Las arenas de Marte y de cientos de relatos futuristas sólidamente basados en sus conocimientos en astronomía, contaba con el socio ideal para dar cuerpo argumental a su proyecto:
 “Una película de ciencia-ficción realmente buena”. El 17 de mayo de 1964, después de una reunión larga e intensa, un pimpón de ideas extenuante como le gustaba a Kubrick, salieron a relajarse un poco en la terraza y a las nueve de la noche vieron una mancha ovalada de luz resplandeciente cruzando el cielo claro y salpicado de estrellas de la noche primaveral.
 Confirmaron el avistamiento mediante el telescopio con el que el cineasta solía escrutar la bóveda celeste.
 Kubrick quedó sobrecogido por la visión; pero no porque se confirmase ante sus propios ojos la existencia de naves espaciales de otros planetas: eso no le sorprendía, estaba convencido de su existencia y hacía tiempo que esperaba que se manifestasen; no, lo que le turbaba era la posibilidad de que se precipitasen los acontecimientos, se estableciese contacto con los extraterrestres y la película en la que llevaba mucho tiempo pensando, leyendo y documentándose quedase desfasada y obsoleta
. A la mañana siguiente solicitó al Pentágono un formulario de avistamiento que ambos firmaron y enviaron.
 Clarke además pidió a sus amigos del Planetario Hayden que consultasen sus computadores para resolver el misterio.
“Aún recuerdo, con cierta vergüenza”, explica Clarke en su autobiografía, “mis sentimientos de asombro y excitación, y también la idea que me asaltó:
 ‘Esto no puede ser una coincidencia. Ellos están actuando para impedirnos que hagamos esta película”.
Hombre meticuloso, detallista, cuando estaba metido en proyectos de gran envergadura como el de esta película, Kubrick se sentía obligado a controlarlo todo
Por ridícula que sea la suposición de que los alienígenas pudieran interesarse en semejante boicoteo, la anécdota da idea del grado de apasionado compromiso con que los dos narradores, que no eran por cierto un par de cretinos, sino dos inteligencias notables y cultivadas, se habían zambullido en cuerpo y alma en el proyecto, y también da idea de la atmósfera de presagio que se respiraba en ciertos ambientes, mediados los años sesenta, en plena carrera espacial.
 El nerviosismo de Kubrick volvió a excitarse al año siguiente, cuenta su biógrafo Vincent LoBrutto, cuando el Mariner 4 se acercaba a Marte: sintió la necesidad de desarrollar líneas argumentales alternativas en el guion que estaba escribiendo con Clarke por si la nave, que enviaría las primeras fotografías de la superficie del planeta rojo en julio, revelaba la existencia de bases o ciudades marcianas…
Hombre meticuloso, detallista, cuando estaba metido en proyectos de gran envergadura como el de esta película, Kubrick (K) se sentía obligado a controlarlo todo, de manera que incluso intentó asegurar la película en Lloyd’s contra la eventualidad de que la carrera espacial descubriese vida extraterrestre y dejase desfasado el argumento y las novedades de su obra.
 No pudo llegar a un acuerdo, el precio de un contrato así era astronómico (lo que revela, por otra parte, que en Lloyd’s tampoco descartaban sorpresas llamativas para mañana, o pasado mañana…). Por cierto que la respuesta del observatorio Hayden a Clarke fue tranquilizadora: lo que el cineasta y el escritor habían observado era el Echo I, el primer satélite de comunicaciones experimental de la NASA. “Si no hubiera sido así, no habría existido 2001, una odisea del espacio”.
 Y entonces no habríamos tenido una obra maestra del arte del siglo XX, un relato visual muy logrado y entretenido, una interesante meditación sobre la evolución humana y una benéfica influencia sobre tantos realizadores que cultivaron el género de la ciencia-ficción en las siguientes décadas.
Sobre la génesis y la realización de esta obra maestra del cine, como también sobre todas las demás películas de Kubrick, se dispone de un enorme volumen de documentos gracias a la obsesión perfeccionista del cineasta, que se extendía a sus archivos: conservaba perfectamente ordenado y clasificado todo lo relativo a su trabajo pasado y futuro, incluida la correspondencia con sus fans, a la que por otra parte no respondía salvo en casos excepcionales.
 Por cierto que llegar físicamente a esa documentación era sencillo: bastaba con ir a Saint Albans (en Inglaterra, adonde se mudó encantado con el relativo anonimato que le ofrecía la provincia inglesa), cruzar esta localidad a 35 kilómetros al norte de Londres, llegar por una “carretera privada” a una pintoresca urbanización llamada Childwick Green, dejarla atrás y cruzar una valla electrificada con la señal de “No pasar”; luego hay que cruzar unos bosques, y luego cruzar una verja blanca, y luego otra puerta electrificada, y luego otra puerta electrificada, y por fin se llegaba a una extensa propiedad rural; el césped, por donde antaño pastaban los caballos de carreras, está sembrado de contenedores, y los contenedores estaban llenos de cajas; las cuadras, llenas de cajas, y la espaciosa mansión donde vivía la familia Kubrick, con habitaciones llenas de cajas, que por cierto habían sido diseñadas por el mismo Stanley.
 La exhaustiva documentación contenida en esas cajas ha dado pie a la exposición itinerante que ha recorrido Berlín, París, Zúrich y medio mundo y actualmente puede verse en el Museo Nacional de Cracovia.
 Se puede contemplar allí un millar de objetos y multitud de documentos e imágenes sobre Lolita, Espartaco, Teléfono rojo, volamos a Moscú, Senderos de gloria, El resplandor… y también sobre Napoleón Bonaparte, el colosal proyecto largamente acariciado que debía movilizar a docenas de miles de actores y extras y que quedó frustrado precisamente por su propia grandeza, perfeccionismo y ambición.
Esos archivos también han dado pie al monumental libro de sobremesa de la editorial alemana Taschen, lleno de documentos, diseños, fotografías e imágenes inéditas sobre 2001.
El argumento de la película –una experiencia visual, la denominó el director– se divide en tres partes. En la Primera parte, ambientada en la noche de los tiempos, la presencia de un enigmático monolito, negro y liso, infunde en una tribu de primates el conocimiento de las armas y las herramientas con las que el hombre dominará el mundo; en éxtasis triunfal después de matar a una presa con un hueso, uno de los simios arroja a lo alto el hueso, que en la elipsis más audaz y celebrada de la historia del cine se transforma en un cohete, uno entre muchos de los que navegan por el cosmos al compás del vals El Danubio azul; estamos ya en el año 1999, y en una de esas naves, un transbordador a la Luna, viaja Heywood Floyd, funcionario de la Agencia Espacial, para estudiar el hallazgo de un monolito negro de origen extraterrestre, que ha permanecido enterrado desde hace millones de años y envía una señal de radio hacia el planeta Júpiter.
 Segunda parte: 18 meses después se dirige hacia Júpiter la nave Discovery, tripulada por cinco astronautas, tres de ellos en hibernación, y el ordenador de a bordo, llamado Hal 9000 y dotado de una gran inteligencia artificial y emociones y sentimientos.
Para encubrir la comisión de errores que le humillan
, Hal asesina a toda la tripulación por los métodos más ingeniosos, salvo al capitán, el aún más ingenioso Dave Bowman –interpretado por Keir Dullea, con su rostro adecuadamente pétreo y su sugestión de latente psicosis–, que tras un paseo por el espacio en una cápsula unipersonal logra, en otra escena memorable e inolvidable, regresar a la nave pese a la oposición de Hal y desconectar una tras otra sus funciones desoyendo sus lastimeras peticiones de “empezar otra vez su relación desde cero” y su enternecedora versión de la canción Daisy Bell, que le enseñó el ingeniero que lo creó: “Daisy, Daisy, / give me your answer, do / I’m half crazy / for the love of you…”.
En la Tercera parte, el ahora completamente solitario Bowman sigue un viaje alucinado y lisérgico años-luz “más allá del infinito”, donde se encuentra, entre otros prodigios sensoriales, en una habitación en parte futurista y en parte decimonónica que los extraterrestres le han preparado para que se sienta en un entorno cómodo, y donde puede contemplarse a sí mismo envejecido y agonizante, antes de regresar a la Tierra transfigurado como bebé astral… y… THE END.
Rozando la extravagancia por la parte de dentro, el perfeccionismo, el celo insobornable de Kubrick en obtener la máxima excelencia visual y la máxima veracidad científica y verosimilitud sobre incluso el aspecto más insignificante del futuro diseño de aeronaves, vestimenta, objetos, mobiliario y condiciones de la vida del hombre en el espacio, y ello a cualquier coste económico y de tiempo, casi desesperó a Clarke, que, siguiendo sus sugerencias, tuvo que rehacer una y otra vez el guion, y al equipo de más de cien personas, incluidos 36 diseñadores y 25 técnicos en efectos especiales, que trabajando durante años dieron forma al universo de 2001.
Pero a Kubrick –que por otra parte no era un autor minoritario, sino un cineasta americano, veterano de Hollywood, dotado de un certero instinto comercial, e incluso un jugador y ganador en el mercado de valores– nadie le regateaba tiempo ni esfuerzo, convencidos todos de que de su mano participarían en una obra literalmente histórica.
 Y todos acertaron: la MGM obtuvo cuantiosos beneficios; Clarke, aunque tuvo que sudar tinta, demorar la publicación y endeudarse, acabó ganando una fortuna con la novela que escribió a partir del guion y con las secuelas que escribió en años siguientes; y él y todos los demás colaboraron en una obra de arte que no sólo alzó el género de la ciencia-ficción a otra dimensión, sino que ha aguantado muy bien el paso de los años.
Antes de empezar a rodar, el director asimiló en tiempo récord una ingente cantidad de información y especulación sobre la evolución y astronomía.
 Para cada uno de sus proyectos se hacía enviar todo lo que sobre ese tema se hubiera escrito y filmado en cualquier lugar del mundo
. Para 2001 proyectó en el cine de su casa y vio sin flaquear hasta la peor de las películas para niños y adolescentes japoneses sobre monstruos del ultraespacio, y leyó todo lo que pudo encontrar y comprender.
 Contaba además con un equipo de especialistas a los que podía consultar; entre ellos, varios ingenieros de la NASA y del departamento de diseño de IBM; el mismo Sagan, autor de Intelligent life in the universe, y Frederick I. Ordway III, autor de Intelligence in the universe, a cuyos conocimientos y consejos podía recurrir, y por cierto recurría con sus faxes a cualquier hora del día o de la noche…
Kubrick creía en lo que hoy se conoce como el “principio de mediocridad”: la tesis de que el planeta azul no es una excepción en el universo, sino uno de tantos en un inmenso conjunto de cuerpos celestes con parecidas condiciones, y por consiguiente lo que ha sucedido en la superficie de la Tierra es probable que haya sucedido también en muchos otros lugares
. La convicción en la existencia de vida extraterrestre, postulada entre otros por el astrónomo Carl Sagan y por el físico Francis Crick –el descubridor de la estructura del ADN–, y también refutada por quienes subrayan que en realidad no hay muchos planetas como la Tierra (es decir, con las condiciones de permanente estabilidad alrededor de una estrella como el Sol), le conducía también a la idea de una divinidad omniconsciente y omnipotente: “El concepto de Dios está en el corazón de 2001”, le contaba a Eric Norden.
“Pero no una imagen tradicional, antropomórfica de Dios.
 Una vez has aceptado que hay aproximadamente cien mil millones de galaxias sólo en el universo visible, y que cada estrella es un sol proveedor de vida…
 Dado un planeta en una órbita estable ni demasiado caliente ni demasiado frío, y dados unos pocos miles de millones de años de reacciones químicas causadas por la interacción de la energía solar con los elementos químicos del planeta, está claro que puede emerger la vida, en una u otra forma; y es razonable suponer que de hecho tiene que haber miles de millones de planetas en que ha brotado, y las posibilidades de cierta proporción de que esa vida desarrolle inteligencia es alta
. Ahora bien, el Sol no es una estrella vieja, y sus planetas son meros niños en la edad cósmica, así que parece que en el universo no sólo hay miles de millones de planetas donde la vida inteligente está a un nivel inferior que la humana, sino también otros miles de millones donde está a un nivel parecido, y además otros en donde está a cientos de miles de millones de años por delante nuestro.
 Si piensas en las maravillas tecnológicas que el hombre ha sido capaz de realizar en pocos milenios –menos de un microsegundo en la cronología del universo–, ¿te imaginas qué evolución puede haber seguido una vida mucho más antigua?”.
Desde luego, Kubrick había reflexionado mucho sobre el tema (y sí, también es obvio que le gustaba mucho la expresión “miles de millones” –billions, en inglés–)… Sin embargo, su fe en la posibilidad de conocer a los extraterrestres iría palideciendo según fueron pasando los años y las décadas y él constataba que no se manifestaban y que los testimonios de avistamientos no eran fiables.
 Acabó creyendo que las distancias en el espacio son demasiado grandes, y que por mucho que se desarrolle la tecnología ellos nunca llegarán hasta nosotros ni sabrán dónde estamos, y viceversa…
Kubrick casi desesperó a Clarke, que, siguiendo sus sugerencias, tuvo que rehacer una y otra vez el guion, y al equipo de más de cien personas
Clarke había ideado una escena final en la que el Discovery se encontraría con una enorme nave espacial alienígena, de formas redondeadas, bellas y extremadamente “sensuales”; pero Sagan recomendó no mostrar la apariencia de los extraterrestres. Kubrick estuvo de acuerdo: de hecho, además de las muchas cosas maravillosas pero plausibles que se muestran, parte del poder hipnótico de la película reside en las que se escamotean: en la supresión deliberada de explicaciones lógicas y cerradas a los acontecimientos por decisión del director, convencido como estaba de que “menos es más”, como predicó un célebre arquitecto
. Así la película comenzaba con un largo prólogo, de carácter documental y rodado en blanco y negro, en el que una veintena de distinguidos científicos, astrónomos, teólogos y filósofos respondían a la pregunta “¿Estamos solos en el universo?” y otros temas futuristas.
 A última hora, Kubrick decidió que la película tenía que sostenerse sin el socorro de esos discursos y suprimió ese prólogo
. Canceló también la voz en off que facilitaba la inteligencia del argumento, explicando entre otras cosas la función del monolito negro enterrado en la Luna como “señal de alarma” o centinela para avisar a los alienígenas de que la raza humana estaba empezando la conquista del espacio, según el relato de Clarke El centinela, punto de partida del guion. ¿Tenía que decírsele al espectador que las primeras naves espaciales, meciéndose en el vacío al son de un vals vienés, como descendientes que son de las primeras armas de los homínidos, van cargadas de bombas nucleares? Kubrick decidió que no hacía falta.
 Viajando hacia América en el Queen Elizabeth –tenía incluso carnet de piloto de aviación, pero había desarrollado fobia a volar–, en un camarote donde había instalado una cabina de montaje, seguía suprimiendo y cortando.
 Durante el preestreno en Nueva York observaba la reacción de los espectadores, y esa noche en las oficinas neoyorquinas de la productora siguió cortando.
En dos horas de película sólo 40 minutos son de diálogo, y además el carácter de ese diálogo es a menudo deliberadamente de una trivialidad que contrasta con las imágenes espectaculares y el silencio absoluto del espacio exterior.
 Sobre la sólida construcción estructural del relato, las supresiones y silencios lo estilizaron y le aportaron ambigüedad, lirismo, sugestión simbólica.
Kubrick tenía un lema: si algo se puede imaginar, yo lo puedo filmar
. El espectador sigue viendo 2001, una odisea del espacio como un logro de elegancia incesante y un espectáculo deslumbrante.
 El libro y la exposición eran innecesarios para saber que lo es, pero se constituyen en un bienvenido recuerdo.
The making of Stanley Kubrick’s ‘2001:A space Odyssey’, el libro al que pertenecen las imágenes de estas páginas, está editado por Taschen. Son cuatro volúmenes. www.taschen.com

 

Si sólo vivieran los vivos.................................................................... Javier Marías

Hay parques de atracciones cuyos túneles del terror han caído en picado porque pocos conocen sus figuras y no dan miedo.

La cosa empezó hace veinte o más años, y no ha hecho sino ir en ­aumento.
 Mi hermano Fernando, catedrático de Historia del Arte, me contaba ya entonces que no era raro que estudiantes suyos –universitarios especializados, ojo– describieran una Pietà como “mujer llorando la muerte de un hombre”, o una pintura del juicio de Salomón como “dos mujeres disputándose un crío en presencia de un rey” (lo de “rey” lo deducían por el trono) o, según el momento de la escena representado, como “tirano amenazando a un niño con una espada ante la ­desesperación de su madre y otra”. El colmo se produjo cuando un Cristo crucificado le fue descrito como “hombre casi desnudo sobre una cruz”.
 Sí, hace ya tiempo que demasiada gente ha dejado de conocer las referencias bíblicas, y está incapacitada por tanto para interpretar los temas de buena parte de la historia de la pintura y la escultura
. Pero claro, no es sólo cuestión religiosa: también han desaparecido del saber común o elemental (de lo que se llamaba “cultura general” hace no mucho) la mitología griega, y la historia de Roma, y la medieval, y hasta la napoleónica.
 Probablemente habrá ya numerosos individuos que, ante un retrato ecuestre de Bonaparte, digan que se trata de “imagen de jinete antiguo con sombrero raro”.
Que se tenga cierta noción sobre algunos hechos del pasado, o episodios del Antiguo Testamento, depende cada vez más de que surjan una película, una novela o un cómic populares que se ocupen de ellos o los “rescaten”.
 Puede que este año, tras la película Noé, con Russell Crowe, haya jóvenes que, ante un lienzo sobre el asunto, ya no digan “parejas de animales entrando en un barco, en época remota”, sino “el Arca de Noé”.
 Si bien, merced a los incontables traductores que ignoran que los nombres clásicos poseen su forma y su tradición en cada lengua, haya quien crea que “Noah” es alguien distinto de Noé, “Tiberius” otro que Tiberio, o “John Calvin” un americano que en nada se corresponde con el reformista francés del XVI Calvino, que dio nombre al calvinismo.
 Claro que tampoco son tantos los que han oído hablar de esto último.
El problema es que todo lo habido sea inmediatamente relegado al olvido
Pero no nos limitemos a la religión y la historia.
 Hace asimismo décadas, Chávarri y Díaz Yanes, que han dado cursos de cine, me contaban que para sus alumnos ese arte se iniciaba con El Padrino (1972). Dichosos aquellos tiempos.
 Lo último que me dijeron es que los de hoy ya desconocen Pulp Fiction (1994), o en el mejor de los casos les parece una antigualla.
De una película en blanco y negro, por supuesto, consideran que nada pueden aprender, es la prehistoria, así se trate de Ciudadano Kane, Extraños en un tren, La fiera de mi niña o Anatomía de un asesinato
 . Pero ni siquiera el cine o el cómic recientes ayudan mucho al resto de saberes: he leído que numerosos turistas que se caen por las Termópilas en algún viaje por Grecia, se asombran al “descubrir” que era más o menos verdad lo que se relataba en 300, la exitosa película adaptada de la novela gráfica de Frank Miller.
 “Anda, si resulta que existió el tal Leónidas de Esparta”, exclaman, y se dan codazos; “y Jerjes, el vicioso persa”, al que los traductores cenutrios han convertido en “Xerxes”, siguiendo el inglés e ignorando los siglos.
 A la inversa, no son escasos los lectores de El código Da Vinci y demás charlatanadas que creen a pie juntillas los disparates ficticios que hay en ellas y los toman por incontrovertibles lecciones de historia.
Lo último de que me entero es de que hasta la cultura popular (la que más se ha transmitido siempre) empieza a desconocerse.
 Hay parques de atracciones cuyos túneles del terror han caído en picado porque pocos saben quiénes son demasiadas de sus figuras, y por tanto no dan ningún miedo.
 Aparece Drácula y la gente no tiene ni idea de quién se trata, o algunos lo confunden con Batman, por la capa, y se preguntan qué hace el héroe de Gotham en el túnel de los sustos
. La niña de El exorcista deja fríos a los visitantes porque jamás han oído hablar de ella; y hasta Freddy Krueger con sus dedos que rajan, nacido en 1984 y de largas secuelas.
 Los responsables de las atracciones van a jubilar a unos cuantos y a actualizar el elenco.
Y eso que de Drácula hubo una versión de Coppola en 1992, que volvió a ponerlo de moda. El problema no es que el mundo cambie a cada vez mayor velocidad, sino que todo lo habido sea inmediatamente relegado al absoluto olvido. Hay una fecha de caducidad cada vez más corta para cuanto sabemos y hacemos. Lo que hoy es “tendencia” será probablemente ignorado dentro de cinco, diez años con suerte.
 La acumulación se ha barrido, y la conservación no digamos.
 Eso me lleva a recordar una frase de Gabriel Marcel que le oí o leí a mi padre:
“S’il n’y avait que les vivants, la terre serait inhabitable”, o “Si no hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”.
 No sé el contexto, pero no me hace falta para entenderla.
 Y sin embargo es a eso a lo que vamos y se procura ir: a que no quede rastro de lo que una vez sucedió o se supo, ni de los muertos, del confortable pasado que nos alivia a veces y nos ayuda a sostenernos, y nos enseña que hubo tiempos, si no mejores por fuerza, sí distintos de los nuestros, y que podrían volver por tanto.
 Acaso tiempos más inteligentes o más libres, más cuerdos o menos mediocres.
 Hoy parece que la intención sea borrar cuanto nos precede, a velocidad de vértigo.

 Que en la tierra no vivan más que los vivos, y sólo si son muy recientes.
elpaissemanal@elpais.es

 

El último día de Asunta........................................................ Lorena Bustabad

El juez reconstruye las horas finales de la niña y sitúa a sus padres en todas las escenas.

Los padres de Asunta, durante el registro de su casa. / óscar corral

La asfixia por sofocación, con un objeto blando, “no se produjo de forma rápida y constante, sino con interrupciones”
. El juez que ha investigado el asesinato de Asunta, la niña de 12 años cuyo cadáver fue hallado en septiembre pasado en una pista forestal cercana a Santiago, sabe que la cría se resistió por determinadas hemorragias leves en los pulmones y el aparato digestivo que se hallaron durante la autopsia
. José Antonio Vázquez Taín, en el auto con el que se despide del caso y abre juicio oral, cree que los asesinos no pudieron acabar con ella de un tirón porque Asunta, drogada con una sobredosis de Orfidal que le fue suministrado poco a poco, desde la comida, luchó semiinconsciente contra las intenciones de sus verdugos.
 Y esto a pesar de que uno de ellos, que llevaba guantes de látex, la ató previamente de pies y manos. Los únicos imputados que irán a juicio por este asesinato son sus padres adoptivos, Rosario Porto y Alfonso Basterra, y el instructor los sitúa a ambos, juntos, en todos los escenarios del crimen.
La mano del asesino que ató a Asunta logró efectivamente no dejar ni rastro de su ADN sobre los nudos, pero falló al escoger el cordel de la misma bobina que guardaban en el chalé de Teo (a seis kilómetros de Santiago), para dominar las matas de flores, los jardineros que daban un repaso a la finca de los abuelos dos veces al año.
 Los cabos hallados junto al cadáver, en la pista forestal donde fue abandonado en torno a las nueve de la tarde del 21 de septiembre, resultaron tener la misma “composición química y tintado” naranja que el descubierto por un guardia civil en la papelera de mimbre de la habitación que había sido de la madre, Rosario Porto, en su infancia y que después fue ocupada por Asunta.
 La dramática lucha por vivir de esa hija ejemplar que se convirtió en un estorbo para sus desquiciados padres se produjo entre las 18.33 y las 20.53 horas, momentos exactos de la desconexión y nueva conexión de la alarma en el chalé de la familia en Teo. “Lo más probable”, comenta el juez Taín, “es que la muerte se produjera en torno a las 19 horas”.
El juez instructor cree que fue el padre de la menor, Alfonso Basterra, quien se encargó de atarla teniendo cuidado de enfundarse los guantes.
 En la habitación había también otro par, supuestamente para otro de los asesinos, pero esos aparecieron precintados.
Nadie los usó. Además, la Guardia Civil encontró la funda de dos mascarillas desechables 3M. Un indicio que apunta a la participación de dos personas en el asesinato.
Una cámara de una sucursal bancaria captó la última imagen de Asunta antes de morir.
Aunque hay otro más que el juez señala con insistencia: “Dos agentes [de la policía científica] que recorrieron toda la casa de rodillas no detectaron que la menor fuese arrastrada, luego alguien debió de ayudar a Rosario a mover el cadáver”
. Ella, la madre, no había tenido cuidado alguno en ponerse los guantes, comenta el juez Taín, porque su ADN todavía fresco, junto al de su hija, estaba en un par de pañuelos hallados junto al cabo de cuerda.
 Esa papelera es, en realidad, el punto de partida de toda la investigación.
Después de comer todos juntos en el piso del padre en Santiago aquellos champiñones en los que, supuestamente, se le empezaron a suministrar las pastillas machacadas de Orfidal, la niña regresó a la cercana vivienda que compartía con la madre y más tarde, a las 18.18 horas, fue vista con Basterra esperando a Porto en las inmediaciones del garaje donde ella guardaba el Mercedes.
 En las cámaras de seguridad no se ve al padre, tampoco en la que recoge la instantánea de la madre y su niña a bordo del coche verde, enfilando la salida hacia Teo. Taín cree que Basterra se ocultaba en el ángulo muerto del asiento de atrás.
Si fuese así, apoyaría los pies en una de las dos alfombrillas traseras que, presuntamente luego, tras la matanza, alguien hizo desaparecer para eliminar las manchas.
Se sabe, por ese tramo intermedio que no alcanzan a cubrir las alfombrillas, que Asunta vomitó y orinó una vez muerta, “por la lógica relajación de los esfínteres”, cuando fue trasladada a lo largo de cuatro kilómetros, oculta en el hueco entre las plazas, hasta el camino de tierra donde se halló su cuerpo.

“Sin duda, alguien quiso asesinarla el 5 de julio”

La intrahistoria que subyace bajo este crimen es tan retorcida que supera los giros argumentales de cualquier folletín y conjuga, supuestamente, las pasiones más bajas de una pareja rota desde primeros de 2013 pero unida por su mutua dependencia y una hija común que les molestaba a ambos.
 Es la hipótesis que sostiene el juez: el asesinato de Asunta fue un siniestro cóctel de intereses pecuniarios, despecho, celos, chantaje doméstico, “dominación psicológica y maltrato físico esporádico” de Basterra hacia Porto.
Hay, además, según los investigadores, visos de perversión sexual. Basterra habría tratado de borrar archivos comprometedores de su portátil, que apareció, sorpresivamente, en el tercer registro de su piso.
 Este hecho prueba la complicidad de un tercero (porque los dos imputados están en prisión) cuya identidad ha quedado desdibujada.
La muerte de Asunta resulta de un plan “premeditado y gradual” ideado por sus padres de adopción, dice el juez, que ensayaron el crimen al menos en una ocasión anterior, o en dos. Taín habla de una noche de julio y un día de septiembre en el que Asunta faltó a clase y Basterra estuvo “aireando armarios” en el chalé de Teo, justo en la misma semana en la que finalmente lograron matarla.
“No es posible dudar de que en la madrugada del 5 de julio alguien intentó asesinarla”, sentencia el instructor en el auto.
 Se refiere al descabellado episodio que luego la madre achacó a un supuesto intruso que se coló en su piso para atacarlas.
El crimen de la hija compartida, la niña que aparecía en clase de música con apariencia de estar drogada, hubiera sido “imposible sin la participación o el consentimiento de ambos imputados”, concluye el juez Taín
. A la madre, “sumisa” y “siempre subyugada a Alfonso”, la muerte de la cría le despejaba el camino a una vida más despreocupada con su amante.
 Para el padre, “dominante” y “humillado” por la infidelidad, la desaparición de Asunta suponía la llave del chantaje para que su exmujer “le asegurase el sustento económico del que carece”, resume el magistrado acotando el posible móvil.
Porto y Basterra, divorciados pero unidos, aprovecharon el verano para acostumbrarse a vivir sin su hija.
 Según el testimonio de la madrina —que la cuidaba en Vilagarcía porque estaba “tirada, sin que nadie le hiciera caso”—, los padres, ambos en paro, pasaron casi mes y medio sin ir a verla
. El juez asegura que Asunta “pasaba días, e incluso noches, sola”.

 

26 jul 2014

Cara a y cara b.................................................................. Boris Izaguirre

Si Miami fue el paraíso para latinoamericanos en décadas anteriores, hoy Madrid empieza a competir con la capital de Florida, incluso a superarla.

Alejandro Fernández, en el Teatro Real de Madrid. / CARLOS ROSILLO

Parece consolidarse una tendencia: ¿es Madrid la nueva Miami? Si la capital de Florida fue el paraíso en la tierra para latinoamericanos en décadas anteriores, hoy a Madrid empiezan a roncarle los motores, como dicen los venezolanos de algo que compite y la mayoría de las veces supera y gana.
¿Qué puede gustarle tanto a los latinoamericanos de la capital de España?
“Que lo entienden todo y no tienen que pedir que se lo repitan otra vez”, apunta un asesor encargado de velar por las finanzas de muchos latinos recién llegados.
“Y que comprarse un piso en Madrid tiene ahora más caché y mejor precio. Está considerada la mejor lavadora del momento”, subraya.
Comprarse un piso en Madrid tiene ahora más caché y mejor precio
La tendencia empezó a ganar fuerza en la gala benéfica de Eva Longoria en Marbella, donde las mayores pujas no las hicieron los rusos, sino unos sonrientes empresarios mexicanos que gastaron 60.000 por vivir una “experiencia” con Eva Longoria y su actual novio, el presidente de Televisa, la poderosa cadena de televisión azteca.
 Al día siguiente la señorita Pitti lo recordaba en el coche que nos llevaba de vuelta al AVE.
 El chófer no pudo evitar intervenir: “Definitivamente vivimos en mundos distintos”, empezó creando silencio en el automóvil. “Estoy en paro desde hace dos años, acepté esta oferta para ver si me salía algo como chófer. Mi esposa enfermó y cuando regresó de su baja, la empresa le dio el finiquito. Escucharlos hablar de beneficencia y experiencias por 60.000 euros, es otro mundo”, nos dijo, aparcándonos aún más en el mutismo.
Mi marido, contagiado por el espíritu filantrópico, recabó una propina generosa entre el pasaje.
 Aun así nos quedamos con el mal cuerpo que la realidad te deja cuando canta.
En el concierto de Alejandro Fernández en el Teatro Real de Madrid fue otra experiencia con un poquito de lo mismo.
 Convocatoria estelar para reencender el idilio entre España y México.
 Mientras se ofrecían cava, vino y tequila en el restaurante del teatro, alguien dejó caer la bomba que esa noche sería la última del lujoso local.
“Estamos trabajando aquí por ultima vez, señor”, me confirmó uno de los camareros, sorteando entre canapés, estrellas del ¡Hola! y de O. T. Al parecer el restaurante llevaba meses semivacío.
“Los únicos que venían eran tres o cuatro políticos, porque al no haber otros clientes, nadie se enteraba. En lo que salga el último de ustedes”, alcanzó a decirme, “lo recogemos todo”. Fin de una era.
Unos sonrientes empresarios mexicanos gastaron 60.000 euros por vivir una “experiencia” con Eva Longoria
Cada fiesta a tiene una cara b. Cara y cruz.
Para refrendar el empuje de los latinoamericanos solventes en nuestro país se promociona estratégicamente el tequila como el nuevo gin-tonic. En la fiesta posconcierto, ofrecían no solo mariachis, sino también el licor mexicano.
Una experta en las relaciones públicas confesó que el drama del tequila es que uno te sienta bien, el segundo te hace volar y el tercero no te devuelve bien a ninguna parte.
 Pero el mensaje quedó claro: los mexicanos arropan con su comida y música todo lo que se mueva. “En eso saben más que nosotros”, decía la experta. “¿Te imaginas si lleváramos jamón con nuestro cine?”.
Dulce y millonaria fue la llegada de James Rodríguez al Real Madrid, retransmitida en directo por la televisión nacional de Colombia.
 Curiosamente el mismo día que se celebraban 45 años de la llegada del hombre a la Luna. Colombia y Perú fueron los grandes virreinatos, a su manera los primeros satélites.
 Hoy son los hijos los que reactivan todo en la madre patria. El fútbol, la inmobiliaria y el amor. “El varón colombiano está por descubrir”, me comenta una lengua que sabe mucho de caballeros latinoamericanos, “calientes y canallas cuando te enamoran. Fríos y distantes cuando te castigan”. Rodríguez está casado, pero seguro que fuera del campo aparece alguien dispuesto a enseñarnos su cara a y su cara b.
Si Hillary es la cara a, Monica indudablemente es la cara b
La cara de Monica Lewinsky está de repente en todas partes. ¿Estará relacionado con el inminente anuncio de que Hillary Clinton será candidata a la presidencia de Estados Unidos?
 Si Hillary es la cara a, Monica indudablemente es la cara b. Monica, que se hizo célebre por haber practicado sexo oral con Bill Clinton en el Despacho Oval, expresó recientemente que las feministas no hicieron nada por defenderla, más bien la humillaron repitiendo los chistes que hacían burlas de su físico y de su situación
. Monica también recordó a Hillary que salvó su matrimonio a costa de convertirla a ella en una muñeca rota.
“Nunca me ha tratado como una mujer”. Monica plantea que si Clinton mintió al país acerca de ella, Hillary se miente a sí misma negándola, evitando cualquier pregunta sobre ella en las entrevistas. Atención, Hillary: Monica es la más peligrosa de las mujeres marcadas de la Casa Blanca.
 Es una mancha. Su sonrisa aviva el recuerdo de dulces momentos pasados en el despacho presidencial y del vestido azul que no envió a la tintorería porque tenía un ADN imborrable en su manga
. Estos largos años de silencio, esperando su turno para levantar esa bandera, ese vestido, en la primera campaña presidencial de una mujer en Estados Unidos podrían convertirla en el principal obstáculo de Hillary para ser presidenta.
 Una guerra de mujeres originada por el deseo de un hombre.
Todo tiene cara a y cara b.