Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 feb 2014

La cosecha, según las críticas de Carlos Boyero


Una imagen promocional de 'Las brujas de Zugarramurdi'.

La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo). “Me divertí moderadamente”.
Las brujas de Zugarramurdi (Álex de la Iglesia). (...) “Hace mucho tiempo que no sonreía, reía y me asaltaba la carcajada en el cine como en la primera hora de este frenético delirio (...) Álex de la Iglesia está ansioso por montar el gran aquelarre. Y cuando este llega, me abruma su ruido y su desmadre, me suena a ya visto y oído en tanta superproducción rutinaria volcada en la acumulación de efectos especiales (...)”.
La herida (Fernando Franco). (...) “A los 15 minutos estoy deseando perderla de vista. No comprendo las intenciones de esta árida, fría y desagradable película”.
Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba). “Esta historia con desarrollo peligroso, que se prestaba al edulcoramiento, la anécdota alargada, la poetización simplista, la conclusión de que en el fondo todo el mundo es bueno, está contada por David Trueba con arte, sutileza, emoción y gracia”.
Caníbal (Manuel Martín Cuenca). “En Caníbal tengo la sensación de que me da igual el pasado, presente y futuro de su protagonista, que ni su tortura mental, ni el enamoramiento que le impide ser fiel a sus depredadores instintos, ni su impenetrable soledad, me conmueven lo más mínimo”.
15 años y un día (Gracia Querejeta). “Supera la corrección pero no me apasiona en ningún momento. Y se supone que están hablando de sentimientos intensos, de relaciones cruzadas y complejas, de personajes heridos (...) Pero ese despliegue de humanidad no logra transmitirme ni frío ni calor”.

Evitar la infelicidad laboral

Muchos mantienen su puesto de trabajo pero interiormente se han despedido de la empresa

Recuperar la ilusión empieza por un cambio de actitud y por recordar nuestras capacidades.

 

Ilustración de João Fazenda

Corría el año 2007 cuando Lotfi El Ghandouri publicó El despido interior: Cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión
. Hoy, inmersos en recortes, expedientes de regulación de empleo, congelaciones de sueldo y miedo generalizado, hay muchos que, si bien conservan el trabajo, se han despedido interiormente. Ya no están en la empresa, pero ni ellos mismos se han dado cuenta. Por lo general, esto sucede cuando la distancia entre lo que esperamos y lo que obtenemos se hace insalvable y terminamos decidiendo que lo mejor es hacernos invisibles.
 Que nadie se dé cuenta ni de cuando llegamos ni de cuando salimos. Pero así se lastiman las relaciones, con nuestros compañeros y, lo que es peor, con nosotros mismos. Al final nos sentimos solos, aislados e incomprendidos.
 ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo evitar que la inercia nos empuje? Al despido interior se llega por una escalera que va minando la ilusión con la que empezamos a trabajar. Veamos sus peldaños, porque reconociéndolos podremos alertarnos.
La entrega. Acabamos de ser contratados y nos sentimos especiales e involucrados.
 Sin embargo, pronto aparecen los primeros desacuerdos, las primeras decepciones.
 Si no somos capaces de manejar estas situaciones de conflicto y afrontar con madurez las pequeñas desilusiones cotidianas, bajaremos al siguiente escalón.
Cuando no se puede lograr lo que se
quiere, mejor cambiar de actitud”
(Publio Terencio)
El compromiso. Pensamos que nuestro esfuerzo y dedicación no han obtenido sus frutos, así que nos vamos limitando a hacer lo que tenemos que hacer
. Ponemos barreras a nuestro esfuerzo y, en consecuencia, a nuestro desarrollo.
 Aparecen frases como “a mí no me pagan para esto”.
La participación. Hacemos lo que nos piden, simplemente. Rutinarios. Repetitivos. Aquí, tanto la empresa como el empleado saben que han llegado a un punto crítico.
 Es posible, todavía, restablecer la confianza mutua.
 Pero la situación se complica si ambas partes siguen sin hablar, sin comunicarse.
La retirada. Nos sentimos víctimas y nos situamos en el esquema de la empresa contra mí. Nos convertimos en rebeldes pasivos y no afrontamos la situación.
 Culpamos a la organización de nuestra infelicidad y nos vemos atrapados entre el sueldo que recibimos y la tristeza que nos genera la situación.
La resignación. El último peldaño. Pérdida de confianza en nosotros mismos y parálisis general. Aparece en nuestra cabeza esa frase tan negativa, pesimista y destructiva de más vale malo conocido… Nos hemos rendido y aceptamos la situación. Renunciamos a nuestros principios, a nuestro crecimiento personal y profesional.
Ahora sí, nuestro trabajo se ha convertido en nuestra cárcel.

Para aprender más

Ilustración de João Fazenda
LIBROS
‘El despido interior’, Lotfi El Ghandouri (Editorial Alienta)
Cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión, Lotfi El Ghandouri acuña este término tan revelador.
Con ‘El despido interior en la pareja’ (Plataforma Editorial) aprenderemos la aplicación sentimental y relacional del concepto despido interior.
‘La vaca’, Dr. Camilo Cruz (Taller del Éxito)
Desarrolla la fábula y nos inspira a vivir libres de aquellas cadenas que nos sujetan al conformismo.
Hemos descendido la escalera que nos ha llevado hasta el despido interior
. Sabemos que no podemos seguir así aunque no tenemos ni idea de cómo seguir de otro modo. Si abríamos este epígrafe con una inspiradora cita de Publio Terencio, el célebre autor cómico latino, tampoco vendría mal recordar otra sentencia suya que dice que es mala cosa tener un lobo cogido por las orejas, pues no sabes cómo soltarlo ni cómo continuar aguantándolo.
 Nosotros, en la situación de despido interior, también tenemos un lobo agarrado por las orejas. Y tenemos que decidir si seguir con él o soltarlo
. Supongamos que lo que queremos es arreglar las cosas en nuestra empresa y dar un giro a nuestra relación con el trabajo para recuperar el entusiasmo, la autoestima y la motivación. ¿Por dónde empezar? ¿Hay alguna receta mágica? No… o mejor dicho, sí.
 Porque lo primero que haremos será activar la magia de un cambio de actitud. Darnos cuenta de que antes de que cambie nuestro entorno debemos cambiar nosotros mismos. Y estos cuatro pasos nos ayudarán a empezar.
Recordar que somos capaces. Antes de avanzar, debemos retroceder en el tiempo para no olvidar que nosotros podemos ser valiosos
. Que nosotros fuimos escogidos en un proceso de selección. Debemos enfocarnos en los éxitos que somos capaces de conseguir y apartar la mirada de los fracasos que hemos podido acumular.
Reconectar con nuestro compromiso. Si somos valiosos es porque tenemos unos principios y unos valores con los que debemos reconectar urgentemente.
 Aquellos que significan un compromiso con nosotros mismos
 Las cosas pueden funcionar mejor o peor, pero nosotros debemos seguir creciendo y evolucionando como personas para, de este modo, enfrentarnos mejor a los retos que nos depare el futuro.
Restablecer el diálogo. Una vez que hemos recordado y hemos restablecido el compromiso, es la hora de dialogar, es decir, ser capaces de hablar con nuestro responsable en la empresa, o con quien creamos que pueda ayudarnos, para expresarle cómo nos sentimos y cómo queremos sentirnos. Aceptar nuestra parte de responsabilidad, pero demostrando ganas, compromiso y entusiasmo. Las respuestas positivas a una actitud de este tipo seguro que nos sorprenderán.
El conformismo es
el carcelero de la
libertad y el enemigo
del crecimiento”
(J. F. Kennedy)
Romper nuestra zona de confort. Pero no conseguiremos nada si no estamos dispuestos a salir de nuestra área de confort. Sí, confort. Como decía Dostoievski, el hombre es un animal que se acostumbra a todo. Incluso a situaciones que nos lastiman. Pero nosotros vamos a decir no. Vamos a romper con las viejas rutinas y los antiguos hábitos. Querer salir del despido interior es querer arriesgarse. Estar dispuesto a fallar, a que las cosas no salgan exactamente como esperamos. Pero a lo mejor salen mejor…
¿Y si no sirve? ¿Y si a pesar de nuestros intentos seguimos sintiendo una distancia enorme entre la empresa y nosotros? ¿Y si no somos capaces de realizarnos en nuestro trabajo? ¿Qué hacer? Primero, alegrarnos por no habernos dejado vencer por las circunstancias y haber sido capaces de afrontar la situación con honestidad y valentía. Luego, matar la vaca. Exacto, como en esta fábula de origen incierto, pero que ha inspirado a todo aquel que la ha leído, porque todos tenemos vacas que matar. Pueden ser laborales, sentimentales…
“Había una vez un viejo maestro que decidió visitar junto a su discípulo la casa más pobre de la comarca, donde malvivía una familia con una sola posesión: una famélica vaca cuya escasa leche les proveía de insuficiente alimento, pero alimento al fin y al cabo. El padre, hospitalario, les invitó a pasar con ellos la noche. Al día siguiente, muy temprano, el maestro le dijo a su discípulo: “Ha llegado la hora de la lección”. Y el maestro sacó una daga y degolló a la pobre vaca.

Los trabajos no son Disney World

Walt Disney era caricaturista en el diario Kansas City Star y fue despedido porque, palabras textuales, le faltaba imaginación y no tenía buenas ideas. Fue una suerte. De haberse quedado, tal vez nos hubiéramos perdido su magia. Los trabajos no son una película de Disney. No siempre los buenos ganan. Es entonces que no debemos esperar al despido, ni interior, ni exterior, ni de ningún tipo. Debemos buscar el lugar donde encajar nuestras habilidades. Y nuestra historia tendrá el final feliz que merece.
–¿Qué clase de lección deja a una familia sin nada? –se quejó el discípulo.
–Fin de la lección –fue la única respuesta.
Un año más tarde volvieron al pueblo y donde estaba la casucha destartalada encontraron una casa grande, limpia y bastante lujosa.
Vieron salir al padre de familia, que no sospechaba que el maestro y el discípulo habían sido los responsables de la muerte de su vaca, y les contó cómo el mismo día de su partida algún envidioso había degollado salvajemente al pobre animal…
–… esa vaca era nuestro sustento. Pero cuando vimos a la vaca muerta, supimos que estábamos en verdaderos apuros y que teníamos que reaccionar. Y lo hicimos. Decidimos limpiar el patio que hay detrás de la casa, conseguimos algunas semillas y sembramos patatas y algunas legumbres para alimentarnos. Muy pronto vimos que nuestra granja casera producía más de lo que necesitábamos, y así empezamos a vender. Con las ganancias compramos más semillas, y así hasta hoy mismo que he comprado la casa de enfrente para plantar más patatas y hortalizas y algo de…
Mientras el padre de familia seguía hablando, el discípulo se dio cuenta de que aquella vaca había sido la cadena que mantenía a toda la familia atada a una vida de conformismo y mediocridad.

Nunca lleves zapatos marrones a una boda de Estado en El Escorial......................... José María Izquierdo


Álvaro Pérez, El Bigotes, con zapatos marrones, junto a Pedro Antonio Martín Marín. / Uly Martín

Los Reyes de España, tres jefes de Gobierno —Tony Blair, Silvio Berlusconi, José Manuel Durão Barroso— y un jefe de Estado, el presidente de El Salvador, Francisco Flores; decenas de ministros y exministros, representantes de todos los poderes del Estado, presidentes autonómicos, banqueros, empresarios, ilustres de todo tipo.
 No faltaba ni Julio Iglesias.
 Así, hasta 1.100 invitados llenaron la basílica de El Escorial el 5 de septiembre de 2002, cuando la Iglesia española, en manos del arzobispo Antonio María Rouco Varela, protagonizó una genuflexión histórica y abrió aquellas colosales puertas para que don José María Aznar, a la sazón jefe de Gobierno de España, pudiera casar a su hija Ana con el joven Alejandro Agag como el jefe de Estado que no era.
Y allí, en aquella culminación de una carrera desde la proclamada austeridad hasta la ostentación, el boato, la jactancia y la soberbia, se encontraban semiescondidos algunos personajes de menor relumbrón, pero que con el tiempo lograrían más primeras páginas que muchos de los más encopetados asistentes.
Francisco Correa, mirada altiva, barba retocada, gomina en el pelo y caracolillos montados sobre el cuello de la camisa, llevaba al brazo a su entonces esposa, Carmen Rodríguez, ataviada con un vestido de Lorenzo Caprile.
Era “largo con corpiño en shantung y tul entolado con falda de tres capas de gasa plisadas y chal de gasa”. Merecidos, se supone, los 3.485 euros que le fueron abonados al modisto, según factura que consta en los papeles judiciales.
Había más personajes interesantes.
 Un señor, por ejemplo, de andar jacarandoso, cual novillero en el paseíllo, que lucía unos bigotes desmesurados y esgrimía un puro de reglamento.
 Calzaba, además, zapatos marrones. ¿Cómo se pueden llevar unos zapatos marrones cuando te invitan a una boda de Estado en el mismísimo monasterio de El Escorial?
 Algo fallaba y seguramente aquel personaje, por muy amigo que fuera de otros invitados, pues se le veía alegre y confiado entre ellos, provenía de alguna galaxia distinta
. Pero ambos, Correa y El Bigotes, son amigos del novio y conocidos de todos los ministros y demás cargos del PP que por allí paseaban.
¡Cómo no iban a serlo si desde 1993, nueve años ya, circulaban por Génova hola presidente, hola Luis, hola Paco, hola Javier!
Tan amigo era Correa del novio que hasta firmó como testigo, junto, por ejemplo, a Silvio Berlusconi
. ¡Qué gran hombre, se diría el engominado organizador de mítines, este sí que es un crack de verdad!
Porque al final, esta historia de Gürtel es, entre otras cosas, una historia de amigos.
 Todos ellos muy amigos.
Ya lo reconoció paladinamente el propio Alejandro Agag cuando intentó responder a las informaciones de este periódico sobre aquellos regalos de más de 32.000 euros que el rumboso Correa tuvo a bien regalar a la pareja en la estrepitosa ceremonia: luz y sonido monumentales en la fiesta monumental, en Arcos del Real, que siguió a la boda monumental que con tanto primor había organizado Alfonso Bosch, concejal del Ayuntamiento de El Escorial y otro de los amigos, en contacto con el secretario personal de Aznar, Antonio Cámara, que luego encontraría acomodo en las empresas de Correa.
 La fiesta se calcula que costó unos 120.000 euros. Así que Correa pagó la cuarta parte, porque además de esa iluminación se hizo cargo —esté o no en la factura— de otras muchas cosas.
 Y ya hablaremos en otro lugar de la despedida de soltero
. Más amigos.
Volvamos ahora al comunicado del joven novio
: “D. Francisco Correa fue invitado por el Sr. Agag a su boda, hace 10 años y medio, y debido a su relación de amistad en esa época, fue uno de los testigos del Sr. Agag en el enlace”.
 Pues eso, lo que decimos, que estamos, y así vamos a verlo, en una entrañable historia de amigos. Por eso se podían decir entre ellos, con propiedad en el lenguaje, tú eres uno de los nuestros.
 Como un Día de Reyes también le llamó el señor de los zapatos marrones al presidente valenciano Francisco Camps “amiguito del alma”. Lo dicho, uña y carne.
Su calzado delataba que El Bigotes, por muy amigo que fuera de todos, provenía de alguna galaxia distinta
Y es que la trayectoria de Correa va indisolublemente unida al arranque y esplendor del aznarismo. Cuanto más crecía Aznar, cuanto más poder tenía Aznar, más crecía Correa y más poder tenía Correa. Y es así desde los neblinosos inicios, allá en los primeros años noventa.
Tiene declarado Francisco Correa el 30 de abril de 2009 ante el juez Antonio Pedreira, lo siguiente: “Les envié una oferta a través de que conocí yo a una, creo que lo dije con la anterior declaración, creo que está por ahí, creo que conocía a Elvira la hermana del presidente, tú dijo manda una oferta y tal, y bueno mandé una oferta de trabajo a nivel de agencia de viajes (...) y empezamos poco a poco a trabajar con el Partido Popular...”.
Bien, ya aparece el apellido Aznar, Elvira Aznar, siempre según las palabras del interesado.
 Y es ahí, a partir del año 1993, cuando Correa y sus empresas se encargaron de organizar todos los actos para las decenas de campañas electorales que se celebraron en aquellos diez años.
 Con José María Aznar, como es evidente, de estrella principal.
Cuenta Correa, también ante el juez Pedreira, que fue Alejandro Agag quien le presentó a El Bigotes. No le gustó mucho en los primeros encuentros, pero por indicación de Agag le colocó cerca del presidente. “Bueno, pues lo pusimos y Ana Botella se enamoró de él, en el buen sentido, le encantó, y empezó a trabajar con él y tuvo un éxito tremendo”.
 Luego trabajó con Juan Villalonga. Ya saben, el amigo de pupitre del presidente que fue nombrado a dedo para llevar Telefónica. Amigos.
Correa fue proveedor externo, primero, compañero de trabajo, amigo y socio entre los meandros de la corrupción, después, de esa nueva clase que se iba haciendo con el poder en el partido y en el país, llena de funcionarios o políticos estirados y austeros —o eso decían— que acabaron de hoz y coz en la ostentación del arribista, del nuevo rico
. Amantes de la gomina, mitad monjes de acendrado catolicismo y mitad soldados, armados con la ideología neoliberal que les insuflaban sus muchos maestros de las escuelas de negocios.
 Por ejemplo, aquellos jóvenes del PP que formaron el llamado “clan de Becerril”, del que salieron no pocos de los futuros socios de Correa en sus chanchullos inmobiliarios, amén de cerebros de la FAES. Allí estaba Correa, al lado de Alejandro Agag y de José María Aznar, que tan cómodo se encontraba entre aquellas muchachas y muchachos tan sanos
. Pues de aquellos arranques de los años noventa a la boda de El Escorial.
 Y Correa acompaña, paso a paso, toda esa triunfante carrera.
Como un buen amigo. Tanto que cuando Isabel Jordán, una de las empleadas distinguidas de Correa —aunque hoy odiada— viaja a Nueva York, su jefe le da un toque a José María Aznar, hijo, entonces cursando estudios financieros en la ciudad, para que la acompañe y guíe.
 El mismo José María hijo que luego tanto se enfadó con otro amigo, este de nombre Miguel Blesa, que su padre había puesto al frente de Caja Madrid. ¡Para eso era su compañero en la inspección fiscal!
Pero esta no era solo una relación de simples conocidos de tomar alguna copa juntos para echarse unas risas
. Cuando en 1998 el presidente José María Aznar decide apoyar a la candidata Irene Sáez —ex Miss Universo— a las elecciones presidenciales de Venezuela, en un intento de impedir el triunfo de Hugo Chávez, los enviados especiales a aquel país son Alejandro Agag, Pedro Arriola y… Francisco Correa. ¿Este señor, autollamado Don Vito y que ahora conocemos tan bien, en una misión de Estado, al lado de quien Aznar encargó hablar con ETA? El logro de la gestión fue como sigue: Irene Sáez, 2,8% de los votos, Hugo Chávez, 56% de los apoyos.
Pocas bromas, que estamos hablando de cosas serias.

La hija de Woody Allen rompe su silencio y acusa a su padre de abusos sexuales.

Dylan Farrow relata por primera vez, en una carta dentro de un blog de 'The New York Times', el abuso sufrido cuando tenía siete años

El director Woody Allen, el pasado agosto en París. / THOMAS SAMSON (AFP)

Dylan Farrow, hija adoptiva de Woody Allen, relata en una carta publicada dentro de un blog del diario The New York Times los supuestos abusos sexuales a los que la sometió su padre cuando ella tenía siete años.
 Esta es la primera vez, ahora con 28 años, que ha hablado públicamente sobre el supuesto abuso que salió a la luz en el año 1993 tras la tormentosa separación del cineasta y la actriz Mia Farrow.
La carta de Dylan Farrow detalla un episodio concreto que sucedió cuando tenía siete años y que se repetiría. “Me dijo que me tumbara boca abajo y que jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Entonces me asaltó sexualmente”, recuerda Farrow.
 “Me hablaba mientras lo hacía”, prosigue con un relato sencillo pero aun así muy impactante.
“Me susurraba que era una buena niña y que este sería nuestro secreto, prometiéndome que iríamos a París y sería una estrella del cine (...)
 A día de hoy, me resulta muy difícil ver un tren de juguete”.
La misiva de Farrow llega después de las críticas que hizo su hermano Ronan tras el tributo que recibió Allen en la última entrega de los Globo de Oro, donde el joven cuestionó si debía de premiarse a alguien que había cometido este tipo de abusos.
 Dylan Farrow pregunta en su carta a la actriz Cate Blanchett o al actor Alec Baldwin qué pasaría si el abusado hubiera sido uno de sus hijos
. Y cuestiona de manera directa: “¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone?. ¿O tú, Scarlett Johansson?”.
“Diane Keaton, tú me conociste cuando yo era una niña. ¿Me has olvidado?”.
Siempre pensé que eso era lo que los padres hacían a sus hijas. Hasta el incidente del ático con el tren
Farrow dice que se considera afortunada porque tras años de sufrir los abusos –que le provocaron desordenes alimenticios y dañarse a sí misma cortándose- hoy es una mujer felizmente casada, pero a la que durante mucho tiempo le resultó imposible que ningún hombre la tocara.
“Me escondía para evitarle pero siempre me encontraba”, cuenta respecto a los asaltos de Allen. “Siempre pensé que eso era lo que los padres hacían a sus hijas”, prosigue. “Hasta el incidente del ático con el tren.", confiesa, “entonces decidí que no podía guardar más ese secreto”.
La hija se lamenta de que su silencio hubiera podido provocar más abusos de Woody Allen a otras niñas.
 También se lamenta de cómo la sociedad le dio la espalda en detrimento del hombre famoso y respetado, que pusieran en duda la versión de su madre, a la que se llegó a acusar de mentir para dañar al cineasta.
Woody Allen nunca fue formalmente acusado en un caso que llenó páginas y páginas de la prensa estadounidense y mundial.
 El director de cine ha negado siempre las acusaciones
. La carta se publica dentro del blog del periodista del The New York Times Nicholas Kristof, que en ocasiones escribe e investiga sobre estos abusos y la trata de personas. Kristof dice que Allen tiene derecho a la presunción de inocencia pero que considera que la voz de la joven Farrow debía de ser escuchada tras el debate surgido en los pasados Globo de Oro.
La última película del director de Manhattan o Días de radio, es Blue Jasmine, candidata a tres Oscar, incluido el de mejor guión original, obra del director. “Woody Allen es la prueba viviente de la manera en la que nuestra sociedad falla a los sobrevivientes de abusos y asaltos sexuales”, afirma su hija adoptiva. Dylan Allen comienza y termina su carta preguntando a los lectores:
"¿Cuál es su película favorita de Woody Allen”.