Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 dic 2013

El crédito a las familias sufre una caída récord en octubre pese al rescate

El préstamo a los hogares retrocede un 4,7% y toca su nivel más bajo desde el inicio de 2007

La financiación a las empresas desciende un 10% y también toca mínimos de toda la crisis.

Detalle de varias monedas de euro. / EFE

El desplome del crédito a las familias no toca fondo y sigue cayendo a ritmo de récord.
 En octubre, de hecho, sufrió el mayor descenso de toda la serie histórica
. El recorte tuvo lugar pese a la puesta en marcha del rescate a la banca y la reforma financiera, un proceso que según insiste el Gobierno tardará aún un tiempo en dar el fruto esperado para garantizar la necesaria financiación de los hogares y las empresas.
Según la estadística, que arranca en 1995 y que ha actualizado este lunes el Banco de España, el crédito a las familias españolas cayó un 5,2% en octubre hasta alcanzar los 793.940 millones de euros, mínimos desde 2007.
 Si se atiende a la evolución del flujo efectivo, que compara los niveles del crédito en función de la variación neta de los activos y que es la que utiliza el supervisor, el descenso tampoco tiene parangón en la estadística con un 4,7%.

Los datos de octubre confirman por cuarto mes consecutivo la contracción de la deuda de las familias, después de que en junio creciera, por primera vez en seis meses, por el repunte de los créditos al consumo. En esta ocasión, los créditos para los fines distintos de la adquisición de vivienda han caído un 7,2% hasta 176.021 millones de euros, mientras que para la compra de vivienda el descenso se mantiene con un recorte del 4,5%, hasta 614.422 millones de euros.
Por su parte, el préstamo a las empresas cayó un 10 % hasta 1,081 billones de euros, también su nivel más bajo desde el primer trimestre de 2007.
 Este recorte obedece sobre todo a la caída de los préstamos titulizados y fuera de balance, que representan el 61% del total y que se redujeron un 15% desde el año anterior.

 

1 dic 2013

“Hoy lo que más me inspira es ver el rostro de mi niña durmiendo”..........................Gregorio Belinchón

Un fotograma de 'De tal padre, tal hijo'.

El año que viene Hirokazu Kore-Eda (Tokio, 1962) tendrá el honor –y él así se lo ve, feliz- de ver adaptada en versión hollywoodiense su De tal padre, tal hijo, que se estrena hoy en España.
 Y lo hará ni más ni menos que Steven Spielberg, en una curiosa carambola: el estadounidense presidió el jurado del pasado festival de Cannes, donde concursaba el cineasta japonés con su último trabajo, y aunque la Palma de Oro recayó en La vida de Adèle (que Spielberg defendió fervientemente ante la prensa) estaba claro que De tal padre, tal hijo, por su reflexión sobre la familia, por la interpretación de los niños y por el tono, era el filme más cercano al gusto del director de E.T., el extraterrestre.
 Efectivamente, a las pocas semanas, Spielberg compró los derechos para adaptar en Estados Unidos este drama, que se llevó el premio del Jurado de Cannes, y la filmará a inicios del próximo año. Kore-Eda ya ha estado en DreamWorks, donde, cuando le ofrecieron participar en el guion, declinó amablemente la oferta, y el proceso va rápido: Spielberg está escogiendo el reparto.
 “No me atreví a preguntarle por qué le había interesado tanto mi filme. Sí me dijo que le había atraído mucho mi trabajo con los niños. A Spielberg siempre le ha motivado el tema del niño abandonado por sus padres”. ¿Y no tuvo ganas de reprocharle que no le diera la Palma de Oro? “No, con cómo fue recibida la película en el certamen me doy por satisfecho”.
Kore-Eda es uno de los grandes maestros del cine actual. Sus historias suenan a cercanas, su manera de dirigir a los niños es soberbia, su forma de huir de lo almibarado en tramas sobre la familia es clarividente
. Su estilo naturalista, su visión del sofocamiento en la sociedad de los sentimientos, se acerca al de Ozu
. En De tal padre, tal hijo, describe la sorpresa que reciben dos familias –una de clase alta, padre ejecutivo; otra de clase media-baja, padre con taller de reparaciones- cuando el director del hospital donde nacieron sus hijos hace siete años les confiesa que los bebés fueron intercambiados. ¿Qué hacer: quedarse con el niño con el que han vivido o intercambiarlos y reunificar a las familias biológicas?
Y todo ello contado desde el punto de vista del frustrado padre ejecutivo, al que encarna Masaharu Fukuyama, uno de las grandes estrellas de la canción en Japón.
 “Hay algo que no hecho antes: una historia barata. Barata, por sencilla.
 No hay elementos extras, solo una línea de trama”, cuenta Kore-Eda, que sí tiene claro que desde que él ha sido padre, su cine ha cambiado. “Aprendo aún como padre, mi hija es pequeña, y eso se refleja claramente en el protagonista principal, alguien que reacciona ante lo que le ocurre, que va detrás de los acontecimientos. Es una sensación que vivo en la vida diaria, y que quería reflejar en la pantalla.
 Y sí, ahora el punto de vista de mi cámara es el del progenitor, cuando antes eran los niños quienes protagonizaban mis guiones”. Eso sí, siempre dentro de la familia
: “Es que no hay nada más importante. Todo el mundo tiene una.
 Pero es cierto que yo cambio y así lo hacen mis películas.
 Cuando rodé en 2004 Nadie sabe yo no era padre y aún vivía mi madre. Se nota, ¿verdad? En Still walking (2008) quería hablar de la generación de mis progenitores, que ya estaba desapareciendo, y en Kiseki (2011) ya me puse en manos de los niños porque yo acababa de ser padre”. Y que su cine influye en su vida diaria:
 “Cuando descansábamos entre tomas, me descubrí mirando a los niños como si yo fuera su padre. Hoy lo que más me inspira es ver el rostro de mi hija durmiendo”.
Pregunta. En Cannes le pregunté si sentía la influencia de Ozu y me dijo que solo en la secuencia de los juegos paternofiliales y que necesitaba tiempo para reflexionar su respuesta.
Han pasado siete meses, ¿lo tiene más claro?
Respuesta. Sí, creo que a ambos nos interesa mucho las historias de hijos que no cumplen las expectativas de los padres, y cómo encajamos los seres humanos en la sociedad. Pero nada más, creo que nuestros estilos son muy distintos”.
Kore-Eda ama los riesgos en el rodaje: “Los dos niños del filme tenían agente pero nunca habían actuado. Es curioso por qué los contraté si no tenían experiencia previa.
 Lo hice porque quería que sencillamente mostraran sus auténticas emociones, y yo solo poner la cámara. Eso nos dio grandes momentos de improvisación de los niños. A los actores infantiles, desde Nadie sabe, nunca les enseño los guiones”.
 El japonés rehúye la posibilidad de un mensaje final: “No existe lo correcto o lo erróneo en la decisión que toman, en si quedarse con su hijo biológico o con el que han vivido.
No quiero que nadie se tome mi opción como una la única respuesta.
 Mi intención era hablar de sangre contra tiempo.
 Sé que chocan dos clases sociales muy distintas, porque no se puede negar la realidad que vivimos en Tokio
. Pero, por favor, que nadie entienda que una familia me parece mejor que la otra”.
La entrevista acaba con una carcajada de Kore-Eda. Japón, en realidad el comité de siete personas encargadas de la selección, no ha enviado ‘De tal padre, tal hijo’ a los Oscar
. Y eso que venía desde Cannes acompañada de todo tipo de parabienes. ¿Le duele? “[Ríe]
Salí de Cannes muy bien encaminado… Pero en mi país ese comité siempre ha primado lo local, títulos muy encerrados en su pequeñez
. Me da pena”.

Los despachos del poder

Rescates bancarios, administración de justicia, Presupuestos del Estado, investigación científica y el día a día de la soberanía popular

. Cada decisión tiene su escenario. Salas casi siempre imponentes donde se toman medidas que afectan a los españoles y donde la mayoría de ellos nunca ponen un pie

. Aquí descubrimos algunos de sus secretos.

 

La oficina de Jesús Posada, presidente del Congreso. / SOFÍA MORO

Mármol, parqué, alfombras, banderas, sillones de piel, retratos de los antecesores que en alguna ocasión incluyen al ocupante actual –e incluso a su padre–, tapices, bargueños, arte moderno…
 La visita a los despachos de los poderes públicos es un recorrido por un mundo aparte, el que cobija a quienes tienen la última palabra
. Un mundo mullido, silencioso –las llamadas son cosa de las nutridas secretarias, el filtro obligado–, y abundante en relojes. Porque el tiempo también es una herramienta del mando
. “El reloj simboliza el poder, cuyo atributo más importante es el tiempo.
 Se concede un lapso determinado a quienes visitan al poderoso”, explica Ceferí Soler, profesor de recursos humanos de la escuela de negocios ESADE.
La mirada a las manecillas equivale a la palabra fin.
Los metros cuadrados son otra medida de poder –“cuanto más se manda, mayor es el despacho”, apostilla el experto–, pero esta pauta rige sobre todo en las empresas –El País Semanal contactó con media docena de las compañías del Ibex 35, de las cuales solo una accedió, con condiciones, a mostrar el despacho de su máximo responsable–.
 En los despachos públicos, el tamaño y el lujo es el que el alto cargo se encuentra.
 Lejos quedan las épocas en las que podía tener la tentación de cambiar de arriba abajo la dependencia sin sonrojo: crisis manda, y se hereda lo que hay.
 El presidente Rajoy lo hizo así con el despacho de Zapatero –La Moncloa no ha permitido fotografiarlo; tampoco La Zarzuela se prestó a permitir el acceso al del Rey–. El jefe del Ejecutivo incluso ha mantenido el mismo cuadro junto a la mesa, según las fotos que circulan de ambas épocas.
Con todo, algunos responsables, incómodos en el escenario pomposo, optan por dedicarlo a recibir visitas y se refugian en un cuartito anejo para trabajar.
 Estas trastiendas del poder tienen a veces un aire descabalado, como el cuarto donde se arrumban los muebles que ya no pegan en otras estancias.
 Aquí no hay glamour, ni teléfono rojo, el otro atributo de los grandes poderes públicos.
 Es el aparato para situaciones de crisis que admite comunicaciones cifradas y está conectado a la sala de alertas de la Presidencia del Gobierno.
La historia de cada institución marca el despacho.
 En algunos, el esplendor decimonónico contrasta muchos días con la realidad de tiempos duros. En uno de ellos, con ventanas a la plaza de las Cortes, trabaja la tercera autoridad del Estado –por detrás del Rey y el jefe del Gobierno–, el presidente del Congreso.
Las frecuentes protestas en ese escenario se cuelan en esta sala de paredes enteladas, suelo alfombrado y dos crucifijos –José Bono hizo colocar uno antiguo de marfil en la pared, que se suma al de plata situado sobre un mueble–. Su autodenominado “inquilino”, Jesús Posada, oye los gritos cuando los hay, y se dice “especialmente afectado” por el desapego ciudadano, hijo de “la crisis y de la corrupción de algunos políticos”.
 Pero hoy todo es silencio, un silencio de décadas, alfombras y tapices: ni hay pleno, ni hay manifestación. Tampoco hay ordenador.
“Este despacho impresiona, da cierta superioridad recibir en él. Es como jugar en casa”, reflexiona Jesús Posada, presidente del Congreso
En este despacho con un sorolla y un reloj de pared parisiense, el aparato más moderno es el teléfono –incluido el rojo, negro en este caso, ese cuyo silencio es la mejor señal–
. La sala, de unos 32 metros cuadrados, está presidida por una mesa de 1,84 metros por 0,90.
 El tablero está despejado. Poco más que un volumen muy usado de la Constitución y el reglamento del Congreso, el orden del día de la próxima semana, las iniciativas presentadas en la jornada y abundante recado de escribir con membrete.
“Este sitio da intimidad y categoría”, dice Posada, cuya entrada advierten los ujieres con un discreto timbrazo. Los únicos objetos personales son sus fotos: del Rey, de Rajoy –dedicada– y con Aznar.
 Aquí prepara los plenos, gestiona el día a día, recibe a los diputados y también a las visitas de fuera de la casa. “Este despacho impresiona, es una baza a mi favor.
 Da cierta superioridad recibir en él. Es como jugar en casa”, asegura.
Para la vida pública, el verdadero despacho del presidente del Congreso está unos metros más allá
. Es la presidencia del hemiciclo, desde la que, amén de diputados, público, taquígrafos y hasta golpes de Estado, uno puede llegar a ver mujeres a pecho descubierto y copiosas goteras –los dos momentos “más desconcertantes” para el titular actual–.
 Allí, al frente de esta Cámara legislativa, es el hombre del tiempo, cuyo reparto mide y controla desde una pantalla táctil situada sobre el tablero. A la derecha, dos botones clave: el que activa su micro y el que silencia a quien él ha mandado antes callar.
Silencio también y un número no apto para supersticiosos: 13013, se lee a la entrada de la secretaría del presidente del Tribunal Constitucional (TC), la quinta autoridad en el orden de precedencia del protocolo del Estado, tras los presidentes de las Cámaras.
 Por esta sala que ocupan tres empleadas suele acceder a su puesto de trabajo Francisco Pérez de los Cobos, la novena cabeza de esta institución, nacida de la Ley Fundamental de 1978.
 El suyo es un despacho “malo de guardar” según la literatura: tiene tres puertas. La segunda da al salón de plenos, el lugar donde los magistrados debaten los asuntos de inconstitucionalidad –tienen unos 300 pendientes–.
Las visitas acceden por la tercera, desde una antesala con sofás y un canogar en la pared.
El presidente del Tribunal Constitucional, el hombre que en caso de empate inclina la balanza con su voto de calidad –el organismo que interpreta la Ley Fundamental tiene en total 12 miembros–, dispone de una amplia dependencia.
 Es algo mayor que el salón de plenos donde se dirimen los fallos y donde él tiene la última palabra: 72 metros cuadrados frente a 65
. El poder se traduce en mayor extensión de parqué de Guinea de tres centímetros de grosor y cubierto por mullidas alfombras.
En esta sala de aspecto setentero, la mesa de trabajo tiene 33 años, tantos como esta lleva en funcionamiento
. El tablero de madera noble, dos metros de largo por uno de ancho, está ordenado y bastante despejado. Sobre él, papeles, tres libros –un tomo de las obras completas de su predecesor Francisco Tomás y Valiente, asesinado por ETA; una edición rústica de la Constitución Española y The penguin guide to the United States Constitution–, una agenda, la funda de las gafas, bolígrafos, dos gomas de borrar… El ordenador se sitúa en un mueble auxiliar.
Bajo la mesa, una de las incógnitas de la casa: la estufa que incorporó “algún predecesor de más edad”, dicen las secretarias, molestas porque no logran hacerla retirar. “Don Francisco es un hombre joven”, insisten
. La estufa tiene algo de metáfora del cargo: la cabeza caliente y los pies fríos, o viceversa, a la hora de tomar decisiones que marcan la vida de un país
. Decisiones que han ido desde la legalización del aborto hasta el visto bueno del matrimonio entre personas del mismo sexo, pasando por el Estatuto de Cataluña o la ley de partidos (ilegalizó a Herri Batasuna).
Despacho del presidente del Tribunal Constitucional. / SOFÍA MORO
Tras la mesa y el sillón de cuero negro, el inequívoco símbolo de poder institucional: el teléfono rojo. Sobre el aparato, uno de los cuadros relevantes de la estancia, un martínez novillo. Los otros dos están en torno a las estanterías oscuras que cuajan el muro frente a los cinco ventanales.
 Uno es de Eusebio Sempere, y otro, una serigrafía de Picasso propiedad del presidente.
Porque Pérez de los Cobos es de los que traen objetos personales al despacho; una forma de humanizarlo y también de tapar huecos o favorecer la empatía.
 Amén de la lámina de los acróbatas picassianos, de su casa han venido varias decenas de libros en varios idiomas, poesía incluida. Primo Levi, José Bergamín, Joan Fuster, Alfred de Vigny, Ibsen, Cunqueiro, Shakespeare, Delibes, Guillén, Cela… Eclecticismo literario y gusto por la música que se traduce en una minicadena y una pila de CD de ópera y música clásica, con espacio para el rock de Radiohead.
En el salón de plenos, el sanctasanctórum del Constitucional, una gran mesa, sillas, un ejemplar enorme de la Ley Fundamental, un juego de libros de derecho para cada magistrado, muchos tomos de jurisprudencia y tres diccionarios de español, incluido el de María Moliner, con aspecto de recibir pocas consultas.
La sala se llena una semana sí y una no: ese es el ritmo de los plenos de una institución en el ojo del huracán de una lucha partidaria que ha llegado a paralizar su renovación –un tercio de los miembros debe cambiar cada tres años–.
 En los próximos meses o años –tiene algún recurso en espera desde 2003–, el pleno deberá decidir de nuevo sobre el aborto y también sobre la reforma laboral y de las pensiones, los recortes en educación y sanidad o el soberanismo catalán. Solo los recursos de amparo electoral tienen un plazo máximo de tiempo para resolver: 48 horas.
También de conflictos saben mucho en la institución que el protocolo del Estado coloca en sexto lugar: la presidencia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Aquí reina el dios Jano. Una cabeza, dos caras: una rige el órgano de gobierno de los jueces y otra preside el Tribunal Supremo. Dos despachos para una sola persona.
 Del funcionalismo tristón, precedido por una garita blindada donde se instala el escolta, al esplendor de sedas y dorados. Con solo bajar seis escalones y cruzar la calle del Marqués de la Ensenada se pasa del cargo más político al más técnico.
El Consejo, como el TC, es un escenario de pugna para lograr mayorías afines, pero el número de miembros es impar –21– y no existe voto de calidad presidencial.
Las batallas se sustancian en el salón de plenos –73 m2 frente a los 56 del despacho presidencial–, en torno a una mesa de ocho por dos donde se acomodan los vocales por orden de nacimiento.
 Aquí se dice la última palabra sobre nombramientos de altos cargos de la administración de justicia, informes de ciertas leyes, disciplina interna… Son las misiones de un órgano creado para proteger la independencia del tercer poder del Estado, la judicatura.
El pleno se reúne al menos una vez al mes en este salón adornado con dos plantas artificiales.
 La dependencia, separada del despacho presidencial por una antesala, comparte con él parqué de haya e impolutas paredes de color crema.
La oficina del presidente, sin objetos personales, tiene un aire aséptico. Ha desaparecido el crucifijo que trajo Carlos Dívar, el sexto responsable de la institución que dimitió por el escándalo de los largos viajes de fin de semana abonados con dinero público.
 El tablero sobre el que trabaja el que es su presidente cuando se realiza este reportaje, Gonzalo Moliner, mide 2,10 metros por 1. Sobre él, un ejemplar pequeño y en rústica de la Constitución y varias leyes. Expedientes, bolígrafos, tijeras. Una radio es la única sorpresa junto con un ambientador con olor de melocotón situado en un mueble a la espalda, muy cerca del ‘teléfono rojo’.
Al cruzar la calle, Moliner retrocede más de un siglo. Desde 1876, el Tribunal Supremo ocupa un monasterio dieciochesco y desamortizado, el de las Salesas, pasto de las llamas en 1915. El despacho del presidente, 35 metros cuadrados con paredes de seda, es un túnel del tiempo.
 Aquí no hay ordenador ni teléfono rojo, pero sí unos muebles impresionantes.
 Son los que, “sin ajustar antes un presupuesto”, encargó la reina Isabel II para su propio despacho, han detallado en un estudio María Paz Aguiló, del Instituto de Historia del CSIC, y José Luis Sancho Gaspar, de Patrimonio Nacional. Llevó casi una década tenerlos listos, la factura se disparó y la reina nunca los usó: acabaron en el Supremo.
El mobiliario de la monarca, cuyo retrato de niña ocupa el despacho, se reparte entre esta dependencia y la espectacular antesala, llamada La Rotonda, donde cuelga el original del retrato del Rey con toga pintado por Ricardo Macarrón, cuyas copias menudean en otros despachos judiciales.
 La mesa de Isabel II, de 1,50 metros de largo y 0,88 de ancho, como las sillas y los dos bargueños, está profusamente decorada, escudo real incluido. Marquetería manda.
 Fueron en su día muebles distintos para tiempos diferentes.
Si el despacho y La Rotonda son ahora espacios de representación, no ocurre lo mismo con el salón de plenos del Supremo, otra dependencia de época con un gran Cristo donde se ha juzgado a Baltasar Garzón o se ha decidido la ilegalización de algunas formaciones abertzales. Aquí se reúne la sala del 61, que reúne a representantes de las salas en las que trabajan 82 magistrados.
“A más poder, menos papel”, afirma Ceferí Soler, profesor de ESADE. Y añade: “Cuanto más se manda, mayor es el despacho”
Del esplendor antiguo a los indicadores económicos.
 Los brotes verdes sí se ven en el despacho del ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos
. Al menos en sentido literal: son los de las cuatro macetas que lo adornan, ficus incluido.
 Es una sala espaciosa y funcional (52 metros cuadrados), de parqué brillante, paredes claras y mesa moderna en diagonal.
Está vacía, salvo el ordenador y algún artilugio de oficina.
 Ni rastro de las conversaciones sobre el rescate financiero que en 2012 se oían en esta dependencia moderna del paseo de la Castellana.
Cuando le nombraron, De Guindos comenzó a trabajar en la gran sala, pero al poco tomó la misma decisión que su colega –y a veces rival– de Hacienda: mudarse a un cuarto más pequeño y acogedor.
 Así que solo usa el despacho formal para recibir a esas visitas que reparan en el objeto más chocante de la sala: un enorme reloj rococó dorado que una ayudante del ministro logrará que retiren poco después de la visita de El País Semanal.
El despacho de verdad está en una sala contigua de 19 metros cuadrados.
Una mesa de 1,70 por 1,20 metros, otra más pequeña con ordenador –el ministro prefiere el iPad–, cuatro sillas, una televisión y un par de estanterías
. Ese es el reducto de trabajo del responsable de un ministerio clave.
Sobre el tablero está el portafirmas, el estuche de las gafas, un lápiz usado con su nombre y la prensa económica anglófona.
 No hay papeles a la vista.
En un par de estanterías, los escasos objetos personales: una foto de los padres de De Guindos, otra descolorida de su equipo de fútbol en la universidad y un libro sobre el tenista Rafael Nadal. Sobre las baldas han caído estatuillas y distinciones; libros como
Las setas en la naturaleza –tres tomos–; Obras en verso, de Luis de Góngora, o El crac de 2008, y siete carteras, incluida la oficial –pesada, vacía y muy poco usada.
También la cartera del ministro de Hacienda está arrumbada en un cuartito.
 Sin estrenar en un caserón histórico, el del fisco. “Real Casa Aduana”. Mandada construir por el rey Carlos III y concluida en 1769. Tras esa placa en la fachada se cobija desde entonces el despacho donde se manejan los dineros públicos. Es el escenario del tira y afloja del poder político, ese pedir-conceder-denegar que siempre se plasma en los Presupuestos del Estado
. Aquí, las tijeras, literales y figuradas, son herramienta habitual.
Las de Cristóbal Montoro tienen el mango recubierto de plástico azul. Están bastante a mano pese al enorme tamaño de la mesa –2,20 por 1,10 metros–, por lo demás semivacía.
El ministro solo usa este despacho –sin ordenador– para recibir a las visitas. La impresión suntuosa que causan mármoles –forman una rosa de los vientos en el suelo–, araña de cristal, chimenea y cuadros de época de esta estancia de 50 metros cuadrados juega a favor de su inquilino, cree el actual.
“A la gente le gusta entrar en la guarida”, sostiene el ministro, aunque lo hacen para dar “malas noticias” –“y si alguien cuenta algo bueno, a continuación pide”–. Califica esta dependencia como una “trinchera”. El verdadero puesto de mando donde se gobiernan impuestos y presupuestos está al otro lado de la puerta. Es una trastienda de 18 metros donde la palabra glamour resulta impronunciable
. Suelo de parqué, estanterías, una anticuada y pequeña mesa de ordenador, otra mesa redonda de 1,30 de diámetro, un cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro… Y un solo objeto personal: un tronco de madera. Apenas hay papeles más allá del libro amarillo de los presupuestos. Todo está en el iPad blanco que el ministro lleva y trae y en la gastada cartera marrón que ha dejado sobre una silla.
De recortes también saben mucho en otro despacho imponente, el de la presidencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Aquí ocurre como en Hacienda: el alto cargo actual, Emilio Lora-Tamayo, lo es por segunda vez.
Y hay un elemento añadido, el hereditario. También su padre, ministro de Educación durante el franquismo, presidió el gran organismo público de la ciencia española.
Así que el presidente está en familia en la sala de reuniones, adornada con los retratos de sus antecesores. “No me imaginaba que volvería, ni la dureza de este momento”, reflexiona.
El despacho, de 52 metros, es obra del arquitecto Miguel Fisac, que diseñó hasta las alfombras granates con greca amarilla. Lo preside el tapiz La fuente de la sabiduría, cuya agua mana sobre la cabeza del presidente de turno. Ni hablar de cambios: todo está protegido.
 En las paredes, madera, cuadros de Vázquez Díaz y uno de Mompou que diluye ligeramente el aire imperial que prima en este edificio de los años cuarenta del pasado siglo –mármoles, maderas, grandes espacios–. La mesa, también obra del arquitecto (2,40 por 1,10 metros), está repleta de carpetas. También, entre otras muchas cosas, una calculadora y dos tijeras.
Otra metáfora, vistos los apuros económicos del organismo bandera de la investigación científica. Lora-Tamayo mira de refilón hacia la mesa.
“El poder se mide en función de cómo esté.
Los poderosos de verdad la tienen desocupada y sin ordenador”, bromea. El experto Soler le da la razón: “A más poder, menos papel”.
Pero esa máxima admite excepciones. El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, tiene un bellísimo e imponente despacho sobre el paseo del Prado… y una mesa con papeles en abundancia.
En esta casa decimonónica en origen y ampliada varias veces, rica en patrimonio artístico –ocho goyas, entre otros bienes–, también existen dos despachos. En los 86 metros del oficial tienen cabida un tapiz con cartón de Teniers, una escultura de Chillida o un dibujo de Picasso –Homme couché et femme asise–.
 Flores frescas frente a los sofás, una gran mesa de reuniones diseñada por el arquitecto Rafael Moneo y otra de trabajo muy despejada.
Los últimos gobernadores también se han refugiado para trabajar en un cuartito contiguo más pequeño –26 metros y teléfono rojo–, aunque con la misma altura de techos: 6,50 metros, detalla el conservador de la entidad, José María Viñuela.
En esta dependencia, donde se han gestado rescates y fusiones financieras o límites al interés de los depósitos, a plazo hay cuatro grabados de Goya, una escultura de Julio González, un mapa de España del siglo XVII y la Virgen del Lirio, de Cornelis van Cleve, del siglo XVI. Mucho arte y bastante realidad: dos pantallas de ordenador, una de ella de la agencia de noticias financieras Bloomberg. La mesa, de 1,80 por 0,90 metros, tiene expedientes, alguna nota manuscrita y material de oficina, tijeras incluidas. Son los tiempos del euro y la globalización, con gobernadores que un par de veces al mes deben acudir a Fráncfort, a la sede del Banco Central Europeo. Aunque a 30 metros bajo tierra se mantenga la “caja del oro”, la cámara acorazada que solo se abre con la presencia de tres personas y otras tantas llaves.
 Hay cosas que no cambian

Si la vida te da limones ponle tequila y sal o Cómo sobreponerse a los golpes de la vida

Las personas resilientes ven los problemas como misterior a los que hay que dar salida. Abandone el victimismo, le dejará fuera de juego.

 

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Cada vez que en alguna presentación de equipos pongo el vídeo de Rocky, cuando habla con su hijo y le dice durante el discurso: “Hay que soportar sin dejar de avanzar; si tú sabes lo que vales, ve y consigue lo que quieres. Pero tendrás que soportar los golpes de la vida”, me emociono.
Frente a los problemas, más o menos graves, parecidas circunstancias socioeconómicas, familiares y laborales, hay personas que se hunden y que contemplan la vida como un lugar en el que ya no hay capacidad de reacción, o personas que piensan que la vida vale la pena, que ahí fuera quedan oportunidades para todos, y que a mal tiempo, buena cara.
La resiliencia se define como la capacidad de soportar los golpes y los avatares de la vida y sobreponerse a las circunstancias. La persona resiliente sufre, siente y padece, pero no se recrea en estas emociones, no se recrea en el dolor. Sino que lo interpreta como parte del proceso, o del bache.
 El dolor y las circunstancias difíciles forman parte de la vida, son parte del juego.
¿Alguna vez se ha preguntado si tiene resiliencia? ¿Es capaz de olvidar el pasado, sobreponerse y mirar hacia delante?

Para conectarnos

Frase: “La totalidad está presente incluso en las piezas rotas” (Aldous Huxley)
Película: ‘Patch Adams’, comedia-drama protagonizada por Robin Williams y dirigida por Tom Shadyac. Basada en una historia real
Imagine la existencia como un juego; un juego en el que parte de las reglas las escribe usted, pero otra parte vienen determinadas
. La definición que haga de cada piedra determina la forma como se enfrenta o huye de ella.
 Si vemos la vida como ese lugar en el que tiene que aprender a vencer obstáculos, luchar como un guerrero fuerte contra los dragones, un tablero con pruebas de lógica y estrategia en las que debe pensar para resolver las situaciones, seguro que será más atractivo que si define las piedras como mala suerte, desgracias, o como algo dado en lo que no puede intervenir
. Esta visión le hace ser víctima y no protagonista.
La vida es un juego en el que tiene que ganar; entendido este concepto como la capacidad de ir solventando obstáculos, aprendiendo de los errores y de sus victorias, siendo feliz y disfrutando de los detalles
. Y también significa no dejar que el pasado le condicione, de tal forma que siempre pueda estar en la casilla de salida. Siempre hay oportunidades, pero se deben tener los ojos bien abiertos para poder verlas. Su atención es como un faro que alumbra en la oscuridad.
 Deje de enfocar a lo que no funciona, esto no le va a ayudar a avanzar.
Stephen Crane: “El que puede cambiar sus pensamientos, puede cambiar su destino”
¿Por qué hay personas con resiliencia y otras no? ¿Podemos entrenarnos para convertirnos en alguien resiliente, o tiene que aceptar su victimismo y derrotismo como modo de vida? Es importante tener presente:
Aceptar la parte injusta de la vida. Todos vivimos alguna vez una situación que no nos merecemos.
 ¿Qué hacer? La decisión inteligente es centrar la atención en cómo puede actuar para sumar. Refunfuñar, quejarse sin sentido, dedicarse a hurgar en la herida no le devolverá la justicia. Abandone el victimismo, le hace débil y le deja fuera de juego.
Valorar sus recursos y capacidades. Se percibirá como alguien valioso si le da valor a lo que funciona, si en su memoria están más presentes los éxitos que los fracasos. Tener un autoconcepto positivo da confianza y autoestima.
 Es importante fomentar esto en los niños, para que sean adultos resilientes. Reconozca y potencie sus fortalezas.
Cómo observa su potencial. A pesar de que el juego de la vida le haya ganado una partida, quedan muchas por delante
. Debe contemplarse como alguien con capacidad para volver a superarse. ¿Por qué? Porque tiene capacidad de aprendizaje
. Los fracasos nos dicen cómo no hacer algo, pero no dicen que no sea capaz de volver a intentarlo. Analice el error para aprender de él.
Y luego haga borrón y cuenta nueva. Es el momento de empezar otra vez.
Solución de problemas. Las personas resilientes ven los problemas como misterios a los que hay que dar salida.
 No son problemas que bloquean sus vidas.
 Son enigmas, juegos y pruebas. Imagine que es otra persona, con una manera distinta de observar el mundo… más positiva, más atrevida, más creativa.
Intente buscar propuestas desde ese punto de vista.
Viktor Frankl: “El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído”
Diga adiós al victimismo. Las personas resilientes no se lamentan de su pasado, ni del que ellos provocaron, ni del que fueron víctimas.
 Su pasado les sirve para analizar y tomar decisiones, pero no para sufrir. Su atención está puesta en hoy, en qué puedo hacer ahora para ser más fuerte, más feliz y para alcanzar mi objetivo.
 Se trata de evitar que la vida decida por usted. Deje de mirar por el retrovisor.
Implicarse con responsabilidad. A principio de los años setenta, Kobasa y Maddi definieron la personalidad resistente
. Y una de sus virtudes era la responsabilidad con lo que depende de uno mismo.
 Busque atribuir sus éxitos y sus fracasos a variables internas suyas
. Así sabrá qué tiene que repetir la próxima vez que se enfrente a un reto y qué tiene que cambiar para mejorar ante futuros problemas.
Comprométase. El compromiso es una de las características de los resilientes.
 Depende de su escala de valores, del respeto que tenga a su palabra.
Pero también está vinculado a su implicación, a cómo se involucra en sus obligaciones y en sus placeres. Tener compromiso significa decir que va a hacer algo y hacerlo; tener palabra con uno mismo y con los demás
. Si tiene dudas de no ser capaz de llevar a cabo lo que está diciendo, es mejor pecar de prudente que de bocazas.
Ponga un ritmo diferente en su vida. Si se dedica a pasar por la vida a toda velocidad, no será consciente de qué le está pasando, de qué puede disfrutar ni de vivir en el presente.
 Querrá todo el rato buscar la felicidad en el futuro, llegar a ese lugar en el que cree que será feliz.
 Pero la felicidad está aquí, hoy, con usted y con todo su entorno.
 Tiene que aprender a relacionarse de forma diferente, de manera que le favorezca, que sea capaz de contemplar y degustar lo que ve, oye, siente, huele y toca.
 El presente es el lugar en el que tiene margen de maniobra, no lo desprecie ni lo ningunee.
Observe la vida de forma positiva. Confíe en que la vida le deparará momentos felices e involúcrese para conseguirlo.
 Puede dirigir su cerebro, su mente, sus pensamientos, y orientarlo como un radar para buscar los aspectos positivos. Su manera de pensar determina en gran parte cómo se siente y las cosas que hace.
Buscadores de tesoros. La vida es un continuo desafío, un lugar en el que aparecen oportunidades
. Si se aferra a la idea de que hay un tren y que si no se sube al vagón preferente perderá la oportunidad, se está condicionando.
 La vida está llena de trenes, de todos los tipos y de todas las clases; si no pasa hoy, será mañana.
 En alguno tiene que subirse, pero no hay solo uno que si se le pasa, pierda la oportunidad.
 La vida ha dejado de tener ese carácter de “para toda la vida”. Ahora se acepta el cambio, tanto en la vida personal como en la profesional.
Enfrentarse en lugar de huir. Los resilientes postergan menos
. ¿A qué le conduce postergar?
 A nada positivo
. Solo a que retrase la obligación, se sienta mal consigo mismo y le aumente el nivel de pereza y ansiedad para resolver lo que tiene pendiente
. Los obstáculos se analizan, se solucionan, se saltan, pero no se evitan
. Evitar no es la solución, sino parte del problema y de su malestar.
 No tenga miedo, ni siquiera a pasarlo mal. ¿Realmente lo va a pasar tan mal “metiéndole mano al asunto”? Seguro que no, es más lo que cree que es que lo que realmente tiene frente a usted.
Recuerde: la vida no le deja en el camino si usted no se lo permite.