Como
Jesús no escribió nada ni dejó una biografía autorizada sobre sus años
públicos, hay que acudir a múltiples fuentes, muchas veces
contradictorias, para saber cómo fue realmente su vida.
En todo caso, lo
que la Iglesia romana ha seleccionado como verdadero en sus evangelios
canónicos, escritos por
evangelistas que no habían conocido al
fundador cristiano ni de lejos, no parece ser una verdad absoluta.
Evangelio es una palabra griega que quiere decir buen mensaje o buena
noticia. Roma tiene cuatro evangelios bien condimentados. Antes de
llegar a ese canon, despreció decenas y decenas de otros relatos
igualmente dignos de tener en cuenta.
Por ejemplo, de la primera
conferencia apostólica de los cristianos, alrededor de mediados del
siglo I, muy probablemente el año 49, sabemos dos versiones o dos
reseñas, la de san Pablo en una de sus cartas, y la más tardía de Lucas
en Hechos de los Apóstoles.
El resto de las informaciones se han
desechado, por ejemplo el relato de lo que en aquel (llamemos) concilio
hicieron las mujeres.
Ni una palabra.
Dos cosas quedaron claras en esa conferencia política.
La
preponderancia de Pablo frente a san Pedro, y la decisión de salirse de
Israel (con el reto de llegar a Roma), para lo cual había que dejarse de
circuncisiones y otras gaitas judías (ahí dejaron de ser una secta
judía).
Y otra, de más graves consecuencias históricas, el ya citado
arrinconamiento de las mujeres, que, sin embargo, habían sido compañía
imprescindible para Jesús, sus auténticas mantenedoras y organizadoras
de la campaña electoral del fundador en sus últimos años, hasta morir en
la cruz de forma tan horrible.
Es cierto que, según los evangelistas, no hubo mujeres en la última
cena de Jesús con los suyos, a modo de despedida ante lo que se
avecinaba, pero es también cierto que cuando, tal día como este domingo,
el fundador cristiano decidió
resucitar, las primeras en
saberlo fueron las mujeres de su entorno, no los espantados apóstoles,
que se habían escondido como conejos en un incendio forestal (Pedro
incluso llegó a negar que lo conociese, una y tres veces, cuando le
reconocieron como a uno de sus fieles).
Cabe suponer que la principal víctima de la conferencia política de
Jerusalén fue María Magdalena, que aparece en la primera tradición
cristiana especialmente vinculada a Jesús
. Cierta literatura, a lo
Código da Vinci, la ha convertido incluso en su amante.
Es probable que
lo fuese, pero en sentido espiritual, no físico, lo que enfadaba a los
celosos apóstoles.
La llamaban Magdalena porque era de Magdala, una ciudad de pescadores
de la costa del mar de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberiades, que
contaba con más de 200 barcos, famosa por sus salazones.
El hecho de que
no llevara unido el nombre o apellido de su padre o marido, sino el de
su ciudad, indica que era independiente.
No estaba sometida a otras
personas y tenía autoridad para formar parte del grupo de Jesús.
Nada se
dice en los evangelios sobre cómo lo conoció, pero Lucas, que no debía
ser muy partidario, la presenta como endemoniada (Jesús la liberó de
siete demonios, llega a decir). Supongo que era endemoniada porque era
pagana antes de convertirse. Aún hoy, algunos prelados romanos tachan de
endemoniados a quienes no les siguen la corriente.
Tenemos, por tanto, a María la de Magdala en el círculo más estrecho
de los discípulos de Jesús.
Es más, debió (de) ser una mujer con dinero,
capaz de pagar las estancias (posada, comida y organización de los
eventos) del revoltoso mitinero allá por donde convenía que predicase la B
uena Nueva
del Reino de Dios que más tarde se convirtió en una Iglesia repleta de
jerarquías sacerdotales sobrealimentadas.
De sobra se escribió en los
primeros años del cristianismos que Jesús no era eso lo que vino a
predicar, sino todo lo contrario: predicó contra el poder de los Caifás
de turno, y para que el César tuviera lo que es del César, y Dios lo que
es de Dios...
¿Cómo y cuando cayó en desgracia María Magdalena? Es una de las más
conmovedoras historias de los evangelios y también de las más
enigmáticas.
Inicialmente, hubo un debate para fijar su personalidad,
pues hay tres pasajes con nombre de María: María la pecadora, “que unge
los pies del Señor”. (Lucas, VII, 37-50); María la de Magdala, la posesa
liberada por Jesús, que se incorporó a las mujeres que le asistían
(también Lucas, VIII, además de Juan, XX, 10-18) hasta la crucifixión y
resurrección; y María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lucas,
X, 38-42). La liturgia romana identifica los tres pasajes como referidos
a la misma mujer: María Magdalena.
La liturgia griega, sin embargo, las
reconoce como tres mujeres distintas. El santoral litúrgico actual
celebra a una sola: María Magdalena, en homenaje a su encuentro con
Jesús resucitado.
Lo seguro es que nuestra María estuvo al pié de la cruz donde murió su maestro, en el monte Calvario, mientras sus
hombres
lo han abandonado. Allí estaba Magdalena, acompañando a la otra María,
la madre del crucificado. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y
la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena",
escribe el evangelista Juan (19:25). Y esta otra versión, por si caben
dudas: "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que
habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban
María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los
hijos de Zebedeo" (evangelista Mateo 27:55-56). Más. “Después que José
de Arimatea entierra a Jesús y se fue, María Magdalena quiso quedarse.
Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al
sepulcro" (Mateo 27:61).
María Magdalena también fue la primera en ir al sepulcro el domingo
de Resurrección: "Pasado el sábado, al alborear el primer día de la
semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mateo
28:1). “Iban con los perfumes para embalsamarlo...
Descubrieron así que
alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor”. Y ¡la
noticia!: "Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y
se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete
demonios". (Marcos 16:9).
Así que María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue
la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado.
Jesús la
llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús
añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a
decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios" (Jn 20:17)
Y María de Magdala fue, y los apóstoles no quisieron creerla. ¿Por
qué se iba a aparecer el maestro a la Magdalena, si ellos eras sus
preferidos, los doce, los apóstoles? Imposible de soportarlo.
La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María
Magdalena fue a vivir a Efeso con la madre del crucificado, y que murió
allí.
Una tradición francesa sostiene que María Magdalena fue con Lázaro
y Marta a evangelizar la Provenza y pasó los últimos treinta años de su
vida en los Alpes Marítimos.
Sea como fuere (los evangelios no dejan de ser un cuento, dicho sea con el respeto que se supone a todas las creencias
religiosas),
lo cierto es que la Iglesia (hoy llamada) romana ha demonizado a María
Magdalena, identificándola como una prostituta.
Ha sido la manera de
espantar la posibilidad de que se consolidase un liderazgo femenino en
el cristianismo primitivo, ya antifeminista.
La literatura ha
aprovechado el conflicto muchas veces, incluso novelando sobre un amor
entre el fundador y su hermosa pecadora arrepentida.
El último en
hacerlo ha sido el escritor Jesús Bastante Liébana, en
Y resucité de entre los muertos (Ediciones B. 2012). No hay que descartar (el famoso Brown, el autor del
Código Da Vinci,
también lo novela), que existió una pugna entre el "partido de la
Magdalena" y el partido vencedor que sigue a Pedro y a Pablo hasta
conquistar Roma y erigirse en un nuevo Imperio Romano (de perseguidos se
convierten entonces en perseguidores persistentes).
Lo seguro (lo sabido) es que quien perdió fue la mujer. La mujer
caída del paraíso; la denigración de la mujer. “De todos los
innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro
deberían de arrepentirse tanto las iglesias como del pecado cometido
contra la mujer", ha escrito la gran teóloga católica Uta
Ranke-Heinemann.
Todavía hace apenas un año, el 15 de junio de 2012, la
Iglesia católica reformó su
código penal, por decisión del ya
emérito Benedicto XVI, para endurecer las penas de los que el Vaticano
considera los delitos más graves que pueden cometerse en su seno. La
reforma se publicó como carta apostólica con un título en latín:
Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves). Entre
ellos figura la pederastia, que tantos disgustos, penales, morales y
económicos, está causando a la jerarquía del catolicismo. También
aparece como delito “más grave” la ordenación sacerdotal de mujeres. Es
una discriminación más hacia las mujeres, un paso adelante “en la
ideología del apartheid” tradicional en la Iglesia romana.
Si María de Magdala, que tanto acompaño y tanto ayudó a Jesús en sus primeros mítines, levantara la cabeza..