Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 dic 2012

Muere a los 103 años la neuróloga y Nobel italiana Rita Levi-Montalcini


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Rita Levi- Montalcini, Premio Nobel de Medicina en 1986, en una imagen datada en 2008. / CRISTÓBAL MANUEL
La neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini ha fallecido hoy en Roma a los 103 años. Premio Nobel de Medicina en 1986 por el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso, fue además defensora de la educación de las mujeres en África y senadora vitalicia en Italia desde 2001.
Levi-Montalcini nació en Turín (Italia), el 22 de abril de 1909, en el seno de una familia judía. Hija de un ingeniero y matemático y de una pintora, Levi tenía un hermano y dos hermanas, una de ella, Paola, gemela suya. En 1936 se doctoró en Medicina por la Universidad de Turín, con una tesis dirigida por el histólogo Giuseppe Levi. Por esa época, se había prometido "no tener jamás marido ni hijos" para consagrarse a la investigación.
Al comenzar la II Guerra Mundial, ante las amenazas de persecuciones antisemitas, dejó la universidad turinesa para trasladarse a Bruselas, donde colaboró en el Instituto Neurológico durante un año. Con la entrada de las tropas de Hitler en Bélgica, en 1940, decidió regresar de nuevo a Italia y organizar en su casa un pequeño laboratorio de neuroembiologia experimental. Durante la guerra vivió clandestinamente en Florencia y ejerció como médico de las tropas estadounidenses. Finalizada la contienda, se reincorporó a la Universidad de Turín como ayudante del profesor Giuseppe Levi, pero dos años después, en 1947, recibió una invitación del profesor Viktor Hamburguer para ir a la Washington University de Saint. Louis, donde ejercería la investigación y la docencia en la cátedra de Neurobiología durante tres décadas.
En esa época, entre 1954 y 1960, trabajó junto al joven bioquímico estadounidense Stanley Cohen en la identificación del factor de crecimiento. En 1961 constituiría en Roma un Centro de Investigación sobre el NGF (factor de crecimiento nervioso, por sus siglas del inglés: nerve growth factor), que contó en principio con la subvención de EE UU y más tarde de Italia. El centró sería la base para la creación, en 1969, del Instituto de Biología Celular, cuya dirección fue confiada a la doctora Levi-Montalcini.
Desde entonces, dividió su tiempo entre Saint Louis y Roma, ciudad en la que fijaría su residencia en 1977. Un año después dejaba la dirección del Instituto de Biología Celular. Entonces, en Italia no le ofrecieron ninguna cátedra e incluso su salario no le daba derecho a pensión. Con todo, en 1986, obtuvo el mayor reconocimiento a su investigación sobre el crecimiento de células neurológicas. Ese año, la Academia de las Ciencias sueca les ofreció a ella y a Stanley Cohen el Premio Nobel de Medicina. Acostumbrada a la soledad, la concesión de este prestigioso galardón le causó una gran depresión, ya que, diría luego: "No conseguía soportar aquel clamor".
En febrero de 1994, el ex director general de Farmacia, Duilio Poggiolini, acusado de corrupción, hizo unas declaraciones en las que afirmaba que el Nobel de Levi-Montalcini había sido comprado por la multinacional farmacéutica Fidia, para la que ella trabajaba. La acusación generó gran indignación entre destacados representantes del mundo político y científico italiano, que defendieron a la neuróloga.
Por entonces, además de trabajar con un organismo de la ONU dedicado a cuestiones de medio ambiente y desarrolllo, Levi-Montalcini era también miembro del Comité Nacional Italiano de Bioética. El organismo presentó en junio de 1994 un documento en el que rechazaban a las abuelas-madres, los úteros de alquiler y la fecundación asistida para homosexuales o mujeres solas. También rechazaría, esta vez a título personal, la clonación humana en 1997.
En diciembre de 1999, reabrió el debate sobre la eutanasia en Italia, junto al periodista Indro Montanelli, al declarar públicamente su deseo de encontrar un médico, que llegado el momento, les ayudara a morir.
En octubre de 1999 fue nombrada embajadora plenipotenciaria de la FAO (la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, con sede en Roma) y el 1 de agosto de 2001 el entonces presidente de la República italiana, Carlo Azeglio Ciampi, le concedió el puesto de senadora vitalicia. En enero de 2008 fue una de las senadoras vitalicias que votó a favor del primer ministro italiano Romano Prodi (centroizquierda) en una moción de confianza del Parlamento de la que salió victorioso.
Ese mismo año, celebró su 99 cumpleaños trabajando en su laboratorio del Instituto Europeo de Investigación del Cerebro (Ebri). Aseguró que además de ir habitualmente a las sesiones del Senado, escribía libros y participaba en conferencias. Levi dedicaba también parte de su tiempo a la Fundación Rita  Levi-Montalcini Onlus, creada junto a su hermana en 1992, y cuyo principal objetivo es mejorar el nivel educativo de las mujeres africanas.
Montalcini figura también entre los galardonados con el Premio Nobel que expresaron su apoyo al escritor napolitano Roberto Saviano, amenazado de muerte por la Camorra tras publicar su novela Gomorra. Hace poco más de ocho meses, el 22 de abril de 2012, celebraba su 103 cumpleaños y recibía los "afectuosos saludos" del presidente de la República, el octogenario Giorgio Napolitano. Además de su producción científica, dejó escritos algunos ensayos -como El as en la manga o Tiempo de cambio- y la autobiografía Elogio de la imperfección.

Un cadáver que esperó 15 años

Alberto Rodríguez, un pintor santanderino emigrado a Francia, llevaba tres lustros muerto en su cama cuando fue descubierto en una casa del centro de Lille.

Una viuda le hizo millonario.

En el centro, la casa del pintor Alberto Rodríguez en el número 9 de la calle Saint-Jacques, en Lille (Francia). / Aimeé Thir
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Un par de zapatillas espera todavía silenciosamente, al pie de la cama.
En la habitación de tres metros por cuatro, una mesa plegable hace las veces de mobiliario; dos abrigos y tres chaquetas están tirados aquí y allí. En el cuarto de baño, una placa eléctrica quedó al borde de la bañera, sin duda para hervir agua en ella.
 Allí fue hallado Alberto Rodríguez, el 19 de octubre, con un pijama gris de rayas, la cabeza sobre la almohada y los brazos caídos a un lado y a otro de su pequeña y estrecha cama. Más exactamente, así es como fue descubierta su momia, en el primer piso de una casa de ciudad, en uno de los barrios más bohemios del casco antiguo de Lille.

Con demasiada frecuencia, las personas mayores mueren solas y olvidadas.
Pero Alberto Rodríguez es un caso muy poco común. Falleció hace al menos 15 años. El año 1997 es el que aparece escrito en las últimas cartas recibidas en el número 9 de la calle Saint-Jacques, como dan fe los sellos. Una de ellas fue enviada el 15 de enero de 1997 por la Tesorería de la Seguridad Social.
 Entre los prospectos, también se descubrió un recibo de la luz del 6 de febrero de 1997 y, fechado cuatro días más tarde, un correo de la caja de pensiones
. Cuando los agentes de la unidad de edificios en amenaza de ruina entraron en la casa, hacía por lo menos 15 años que el anciano dormía en su habitación sarcófago.
El anciano era propietario de varios inmuebles que
heredó de una anciana
que le sacaba 40 años
A los vecinos empezaba a parecerles extraña esta vivienda siempre cerrada e invadida por telas de araña. Una casa de autor de 1880 de estilo art déco —una “casa Pagnerre”, como dicen los entendidos, en referencia al estilo de Gabriel Pagnerre, en el que se inspira el caserón— y firmada por un arquitecto local cuya construcción más notable fue el casino de Malo-les-Bains, en el norte.
 En el tercer piso, las palomas entran y salen por uno de los cristales que llevan años rotos, o por la vidriera deteriorada.
 “En verano, en mi terraza, me entraba miedo”, recuerda Elisabeth Chevanne, una abogada cuyo despacho en el número 7 de la calle Saint-Jacques está pegado a la casa. “Me decía: ‘esos pájaros son malos, se parecen a los de Hitchcock”.
Cuando finalmente los servicios del Ayuntamiento, alertados por la vecina abogada que se quejaba desde hacía 10 años de problemas de filtraciones, forzaron la puerta, nadie estaba totalmente seguro de que el esqueleto fuese el del “pintor-decorador-vidriero” de edificios que llegó al norte después de la guerra.
 En la cabecera de la cama se encontró una tarjeta de la Seguridad Social a nombre de Alberto Rodríguez, “nacido el 7 de agosto de 1921 en Santander, España”
. El 5 de diciembre, los médicos forenses anunciaron por fin que “unas particularidades en la nariz” permitían afirmar “con una seguridad del 99,9%” que el esqueleto era efectivamente el del propietario del lugar: “La forma del seno” fue comparada con una radiografía del cráneo de Alberto Rodríguez encontrada en la casa, según el investigador.
Al conocerse la noticia, todo el barrio quedó sumido en el arrepentimiento, disertando sobre esas Administraciones inhumanas, capaces, como Hacienda, de hipotecar una casa sin enviar a un agente a comprobar si está efectivamente habitada
. El agua se cortó en 1996 y la luz en 1997, y su cuenta bancaria se cerró en 1999, por falta de movimientos. Muchas personas han escrito en blogs sobre esta sociedad ciega capaz de olvidarse de un hombre durante 20 años en el centro de una de las ciudades más importantes de Francia.
La noche en que se descubrió el cuerpo, como para expiar el olvido en el que había estado sumido el anciano, los transeúntes depositaron velas en el umbral de su puerta. Al otro lado de la manzana de casas, el sensible Camille Stopin, “ebanista de padres a hijos desde 1860”, se apuntó a Vecinos Solidarios.
En la habitación del difunto no se halló “ningún indicio de pelea o de allanamiento por la fuerza”, según el atestado policial. Solo, al pie de la cama, un barreño blanco, recubierto por un sedimento negro, hizo que planeara durante unas horas la sombra de un envenenamiento, antes de que se decidiera que el pintor de edificios debió de morir enfermo, vomitando.
Los misterios se suman: poco antes de morir intentó vender una de las casas a una alemana.
Un detective la busca
En cualquier caso, la momia encierra otro misterio: Alberto Rodríguez era rico. Primero, porque la estrecha casa de tres pisos, en el centro de la ciudad, cerca de la iglesia de la Treille, es bien inmobiliario con gran valor. “En 1986, cuando compré, el barrio era un poco conflictivo”, recuerda la vecina abogada, instalada en un antiguo convento de “chicas arrepentidas”. Un burdel de la calle, Le Panier Fleuri, es ahora un palacete. Un poco más lejos, una librería ocupa el lugar de un antiguo prostíbulo. “Era el barrio de las casas de citas”, confirma Bernard Coussée, autor en 1993 de una pequeña historia de la prostitución de Lille, “y es probable que, sin ser un burdel, esta casa haya servido de lugar de encuentro”. Hoy en día, hace soñar.
El pintor español no solo tenía esta propiedad en la calle de Saint-Jacques, sino que poseía un pequeño parque inmobiliario.
 En un testamento ológrafo, Lucie Chanat, viuda de Emile Caron, casquero de profesión, lo convirtió en su heredero universal, lo que le otorgaba la famosa casa art déco; otra en la ciudad vieja de Lille, en el número 3 de la calle des Patiniers; un inmueble en Fives de 362 metros cuadrados, hoy ocupado por una caja de ahorros, y, quizá, “una herencia en la región parisina”.
Cuando falleció Lucie Chanat, el 11 de noviembre de 1971, el cortejo fúnebre llevó a la anciana de 90 años, viuda desde hacía cerca de 20, al panteón familiar, en el cementerio
 Este de Lille.
 La generosa legataria descansa allí con su madre y su marido, Emile Caron, bajo una cruz y una jardinera desvencijada. Nadie consideró oportuno grabar sobre el mármol rosa la fecha del fallecimiento de la benefactora: Lucie Chanat, 1881-19.
Casada a los 18 años, Lucie Chanat se quedó viuda a los 73.
 Alberto tenía entonces 33 años. ¿Qué relación entablaron estas dos personas para que esta misteriosa dama acabase por convertirlo en su único heredero?
Los más románticos sueñan con una historia de amor. Una cofradía formada por dos genealogistas, los mejores sabuesos de la prensa local, unos notarios, la Embajada española y el grupo de apoyo judicial de Lille, se ha propuesto esclarecer el misterio del que llaman “Alberto”. Todos los documentos, ya sean del catastro, de arrendamientos, de escrituras de venta o expedientes médicos sirven para tratar de resolver el misterio del pintor español descrito por los vecinos como alguien “bien parecido”, pero no muy simpático, e incluso gruñón.
Un antiguo vecino llamó por teléfono a La Voix du Nord diciendo que recordaba que “trabajaba para comercios del barrio. Cuando había bebido un trago, todo iba bien, y se mostraba incluso jovial”. Veinte años más tarde, su vecina, la señora Chevanne, le describe de una forma mucho menos amable: “Veía a un hombrecillo que entraba y salía rayando con sus llaves las puertas de los coches que estaban mal aparcados delante de su casa. En mi opinión, no vivía ahí”. A unos números de allí, en el taller Leclercq, de “restauración de cuadros” se acuerdan de que un antiguo ebanista de la calle hablaba de un hombre salvaje con “una nariz grande”.
Se ha pedido a la ciudad de Santander que busque a algún familiar —con vistas a la herencia— de este pintor, hijo de Salustiano Rodríguez y de Concepción Martínez, que llegó a Francia el 4 de junio de 1948, a los 27 años, con un permiso de trabajo. Pero nada. Sin éxito.
 No hay ningún rastro del tal Alberto Rodríguez. “La partida de nacimiento ha podido quemarse”, suspira el genealogista sucesorio Pierre Kerlévéo, a quien apasiona el caso. “Aquel año, la ciudad vieja de Santander fue prácticamente destruida por un tornado, seguido de un incendio, que dejó a 22.000 personas sin techo”.
Sin embargo, el genealogista encontró un documento precioso: la escritura de venta de la casa Pagnerre preparada por un notario para el 30 de abril de 1991. Está claro que Alberto se disponía a desprenderse por 350.000 francos del número 9 de la calle Saint-Jacques.
Pero, a las 11 de la mañana del día fijado para la firma, el pintor jubilado no se presenta ante el notario. La compradora, alemana, que había pedido un préstamo para la ocasión, le espera en vano.
¿Qué ha sido de la señora Lejeune-Wermer, una profesora nacida en 1943 que vivía en la calle del Pont-Neuf? Un detective trata de encontrarla al otro lado del Rin. Solo la señora Lejeune-Wermer podría explicar por qué se truncó la venta en 1991. ¿Había muerto Alberto unos días antes en su cama, vestido con su pijama gris? “Un personaje esquivo, una partida de nacimiento española que no se encuentra, una mujer casada a los 18 años y que lega su fortuna a un hombre 40 años más joven que ella, una escritura de venta destinada a una alemana...
Nada es normal, y todo acaba por convertirse en extraordinario”, resume el especialista Pierre Kerlévéo quien, si pudiese, lanzaría un aviso de búsqueda y realizaría programas de telerrealidad en España, en Francia y en Alemania. Continuará...
Traducción; News Clips © Le Monde

 

“La madre de Gema presumía de yerno; Jonathan le prometió reparar su casa”

El secuestrador de la niña de Almería embaucó a la madre y a la familia de esta

El detenido aseguró que era rejoneador y organizaba corridas benéficas.

 

En medio de una cosecha escasa tras un año inusualmente seco, entre vara y vara al olivo para agacharse después a recoger las aceitunas, unos gritos desgarrados en medio de la soledad del monte interrumpieron el trabajo de Miguel, el de la Cuestecilla, como lo conocen en el pueblo, pasadas las cuatro de la tarde del 20 de diciembre
. Desde lo alto de la colina de su finca, abajo, junto a la carretera, Miguel y su esposa, agricultores de Alboloduy (Almería), vieron a una mujer desesperada, desorientada, descompuesta. Que intercalaba los alaridos con el llanto. Que apenas acertaba a decir: “Mi hija, mi hija, ¿dónde está mi hija? Se la ha llevado...”.
El infierno de Gema Cuesta, vecina de La Palma del Condado (Huelva) de 32 años, acababa de empezar. Apenas le habían arrebatado a Miriam, su niña de 16 meses. Jonathan Moya, un joven de 25 años en cuyo coche viajaba y con quien mantenía una relación, se la había llevado tras simular una avería y pedirle que se bajara a empujar.
 Ocho días después, el pasado jueves, Miriam apareció muerta en el fondo de una balsa de riego de Abrucena, un pueblo a las faldas de la cara norte de Sierra Nevada, a 27 kilómetros al noreste de ese lugar. A escasos dos kilómetros de Torre de Marfil, el cortijo de la familia de Jonathan, su secuestrador confeso, donde este fue detenido.
Ante los alaridos de Gema, Miguel y su esposa corrieron monte abajo, hacia la carretera que bordea su finca, la A-451, que une la autovía A-92 con su pueblo.
 La encontraron junto al arcén. “Tenía el susto en la cara y todo el pelo alborotado”, recuerda Miguel. “Nos dijo que el chico la había dejado tirada y se había llevado a la niña y todo su dinero, y que había estado varias horas vagando por el campo”.
 Cuando logró tranquilizarse un poco, Gema les contó cómo había llegado hasta allí.
 Cómo había viajado en tren desde Huelva hasta Guadix (Granada) para reunirse con Jonathan con el objetivo de pasar unos días en lo que él dibujó como un sitio idílico. Un precioso cortijo con caballos en medio del monte.
Pero la realidad fue otra
. “Ella se quejaba de que en el tiempo que pasaron juntos no pararon de discutir y que su bebé apenas había comido”
, afirma la esposa de Miguel junto al cerco de su terreno. “Dijo que Jonathan la había maltratado y que, antes de que se la llevara, ya estaba muy preocupada por su hija”.
 Tras socorrerla, Miguel montó a Gema en su coche y la llevó a la Venta del Pino, un restaurante de carretera cercano. Desde allí, por teléfono, Gema denunció el secuestro.
Jonathan Moya, en una foto de su Facebook.
Hasta ese momento, la madre de Miriam apenas había advertido que estaba en manos de un embaucador profesional.
 Un artista de los trucos capaz de hacerse pasar por policía para robar coches de lujo, lo que lo llevó a la cárcel el pasado junio. Alguien, que, según los conocidos, parecía creerse sus propias mentiras.
 Tras conocerla por internet, Jonathan viajó a La Palma para pasar unos días con ella
. Así empezó el engaño. “Él decía que era rejoneador y se dedicaba a los negocios taurinos”, explica una amiga íntima de la familia que prefiere no dar su nombre
. Asumía con tal convicción el bulo que logró convencer a toda la familia en cuya vivienda se había instalado. “Su suegra [la madre de Gema] presumía de yerno”, continúa la amiga. “Iba diciendo por ahí que Jonathan organizaba corridas benéficas”. “Él parecía entregado con la familia. Les decía que les iba a arreglar la casa e incluso llegó a hablar con un perito para pedir presupuesto”, prosigue.
 “Cualquiera puede cometer una locura así. Te crees que estás enamorada y haces cualquier cosa”.
Vestida de negro y el dolor en la mirada tras acudir al entierro de su niña, Gema prefiere no pronunciarse. “No voy a hablar con nadie, en estos momentos solo quiero pensar en mi hija”, afirma a las puertas de su casa.
 “Lo siento, no tengo ánimo para nada”, añade la madre de Miriam que permanece a oscuras, con el televisor encendido.
 “Está sufriendo mucho porque lo que le ha ocurrido no está pagado ni con la cárcel”, apunta un vecino.
Es ahí, en la cárcel, donde Jonathan se encuentra ya. La juez de guardia de Almería decretó ayer su prisión y la de su supuesto cómplice, Raúl Ríos
. La autopsia reveló que, antes de ser arrojada a la balsa, Miriam recibió un fuerte golpe en la cabeza. Su secuestrador asegura que no la mató, que se le murió.
 Ahora la justicia tendrá que dirimir si es verdad o si no es más que un nuevo truco.

Memoria y lírica para tiempos oscuros

Zbigniew Herbert, Antonio Gamoneda, Luis Landero, Juan Gelman, Juan José Saer, Caballero Bonald, Ramón Andrés, John Banville y Javier Cercas son, junto a Tony Judt, los autores de 2012.

 

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Luis Sevillano

2  Poesía completa

Zbigniew Herbert. Traducción de Xaverio BallesterLumen
Lejos de pasiones desmedidas, Zbigniew Herbert (1924-1988) tejió sus versos con una mezcla de ironía y escepticismo, no exenta de delicadeza y comicidad. Pilar central de la poesía polaca, junto con Milosz y Szymborska (galardonados con sendos Nobel), empezó a escribir “para el cajón” durante la Segunda Guerra Mundial hasta que empezó a publicar sus poemarios después del Deshielo. Damnificado por las penurias bélicas, moralista y valedor sobre todo de la conciencia personal, veía en la fidelidad a unos valores el único contraveneno ante una política zafia y fluctuante. Genuino humanista, con estudios en bellas artes, filosofía, economía y derecho, volcó sus numerosos intereses intelectuales en su poesía, no radicalmente experimental ni innovadora en la forma, con especial atención a la tradición grecolatina, el uso reiterado del pasado mediante la aparición de figuras históricas y el diálogo con objetos inanimados como recurso indagatorio de la relación entre experiencia y realidad.
Desde el primer ciclo de poemas, Cuerda de luz (1956), acaso los más oscuros y vanguardistas, hasta el último, Epílogo de la tormenta (1998), hay más de cuatro décadas de creación de la que cabe destacar su formidable Don Cógito.
 Hay que celebrar que ahora, catorce años después de la muerte de Herbert, nos llegue con traducción luminosa e inspirada de Xaverio Ballester toda su valiosísima producción poética. Marta Rebón

3 Canción errónea

Antonio Gamoneda. Tusquets
Con el peso de la edad, Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) reclama el cese y la indiferencia, acaso, como una última pasión ante la certeza de “Haber / vivido sin / saber para qué y / morir sin / saber para qué”. La existencia como un accidente, un “sueño vacío”, un “error” que nos hace “ir / de la inexistencia / a la inexistencia”. Y así, “sin miedo ni esperanza” —pues ambos son inconstantes, brotan de algo futuro o pretérito de dudosa efectividad, imposibles el uno sin la otra— acaban los deseos y alcanzan su fin los temores: “Definitivamente, me he sentado / a esperar la muerte / como quien espera noticias ya sabidas”. No hay ya servidumbres, solo la libertad serena de saber que “Han desparecido los significados y nada estorba ya a la indiferencia”. No hay necesidad de esperar, la nada del presente nos basta: “Al parecer, / es imposible existir y también / no existir”.
 Aquí está su escritura entera, el inventario de sus “palabras inmóviles”, reiteradas y obsesivas, hiladas como cuentas, vertebrando el desorden sucesivo de la vida. Poemas como láminas, lascas que se amalgaman y amontonan. En este estremecedor, magistral y poderoso libro no hay literatura, solo ese consuelo poético que intensifica nuestra conciencia, la claridad de saber que vamos “a despertar / en el olvido”. Antonio Ortega

4 Absolución

Luis Landero Tusquets
Vuelve Luis Landero en Absolución, a combinar con el arte del mejor ilusionista (y también del mejor relojero), la descripción irónica del confort cotidiano, burgués, con la irrupción inesperada de una huida hacia adelante. Lino está a un paso de ser definitivamente feliz.
 Será el marido de una mujer hermosa y el yerno de un hombre de negocios. Las circunstancias le auguran un futuro envidiable. Pero hete aquí que Lino, el afortunado protagonista, trueca a último momento su inminente suerte por una fuga de la ciudad hacia lo desconocido.
Como en toda la obra de Landero, Cervantes y Kafka no dejan en esta novela también su impronta. Al final Landero las ha hecho definitivamente suya. Habría que releer el epistolario del escritor checo, para fijar la naturaleza kafkiana de las dudas y los tormentos interiores que aquejan a Lino. Y luminosamente cervantino es el encuentro entre Lino y el comercial de una empresa lechera llamado Gálvez.
 En otras novelas, Luis Landero ya recreó el tedio y las ensoñaciones. Pocos novelistas españoles traban con tanta solidez esos mundos con el de la cotidianidad más radical. Absolución es una novela sobre los pocos huecos que deja la realidad para escaparse de ella. Solo que quien los aprovecha, como Lino, corre un serio riesgo de arrepentirse. J. Ernesto Ayala-Dip

5 Poesía reunida

Juan Gelman. Seix Barral
Cuando, en 1999, se publicó en España Cólera buey, Juan Gelman afirmó en una entrevista: “La poesía es lenguaje calcinado y su palabra se alza desde esas calcinaciones que algunos llaman silencio y, sin embargo, todavía se retuercen y aún crepitan”. Calcinaciones del idioma que se retuercen y crepitan: desde su más temprano libro, Violín y otras cuestiones, publicado en 1956, hasta El emperrado corazón amora, de hace apenas dos años, el poeta argentino residente en México y premio Cervantes en 2007, ha levantado una obra en la que la dialéctica entre lenguaje y vida, entre imaginación y realidad, nos ofrece la crónica poetizada de una biografía que es trasunto de las grandes convulsiones que han marcado la historia de los últimos sesenta años. Exilios, dolor, soledad, muerte, memoria (incluso la de la lengua sefardí), ternura, olvido, amor, cansancio, decepción, compromiso, esperanza… Todo ello, sometido a una tensión dialéctica que reinventa y apura el idioma hasta el límite de quebrarlo para encontrar en él sentidos nuevos, se concentra en su Poesía reunida. A la voz lírica de Gelman hay que añadir el prólogo de Pere Gimferrer y, sobre todo, el de Julio Cortázar , de 1981, para el poemario Interrupciones I: “La fuerza más extrema de la palabra de Juan”, escribió el autor de Rayuela, “nace de haber dejado atrás la superficie del dolor y de la cólera para ahondar en sus raíces”. Manuel Rico

6 Cuentos completos

Juan José Saer El Aleph
Juan José Saer decidió el orden cronológico invertido de la edición de estos cuentos, que se presentan provocativamente de 2000 a 1957. En su variación extraordinaria se advierte cuán relativo es el lugar común que afirma que un escritor progresa hacia la madurez, o hacia la novela, si empezó por cuentos. Este segundo cliché le era, por supuesto, completamente ajeno, porque Saer era americano, con lo que le parecía incomprensible la idea de que el cuento fuese solo una preparación para la novela. Saer no progresaba; se ha dicho muchas veces, con razón, que él ya estaba en su pleno dominio de recursos, en Unidad de lugar o La mayor —de finales de los sesenta— y también en los cuentos tardíos, reflexivos, casi como crónicas de una situación o de un enigma, de Lugar. Plenitud propia, aun cuando sea visible el Faulkner o Chandler o Di Benedetto u Onetti iniciales cuyas reglas reconocibles él mismo transgrede en obras maestras tempranas (“Sombras en un vidrio esmerilado”, “Verde y negro”). Plenitud en la mirada que se despega de sus propios paisajes (“Traoré”) en muchas piezas de Lugar. Estos cuentos son una historia de las formas literarias en castellano de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI; y la historia de un estilo; y, por último, la historia de todas las posibilidades del arte de narrar: la intriga y sus fracturas, la representación de la vida y sus evanescentes retornos, la plasmación, fuga y detención del tiempo. Saer nació en Serodino (Santa Fe, Argentina) en 1937 y murió en París en 2005. Nora Catelli

7 Entreguerras

José Manuel Caballero Bonald. Seix Barral
En cualquier género que aborde, José Manuel Caballero Bonald es un escritor memorialista atraído por la función alucinatoria de la palabra. El poema-libro Entreguerras está dispuesto en capítulos, como las novelas; y, como las memorias, recoge los aluviones autobiográficos de su experiencia. Pero nadie se engañe: se trata de pura poesía derramada en versículos fluviales según los flujos y reflujos del recuerdo, cuyas leyes “complejas son y mudadizas”. Sin puntos, comas ni otros diques de contención, las oleadas verbales no responden a un automatismo surrealista y sin conciencia rectora, sino a un escudriñamiento racional de la realidad: no por casualidad el volumen se subtitula De la naturaleza de las cosas, lo que remite al poema lucreciano sobre la epopeya intelectual de Epicuro, que quiso entender el mundo sin el amparo de mitos o de dioses. Los depósitos de ese conocimiento contienen noticia del amor y la cólera, el paraíso de Argónida-Doñana, el descrédito de los héroes y sus ilusorias quimeras, la erosión de la vejez, las mañas de la muerte. Y todo ello con una serenidad, casi displicencia fatalista, ajena al entusiasmo, la exasperación y el ruido. Sesenta años de creación han desembocado en este poema de casi 3.000 versos, cifra y suma de una escritura ejemplar. Ángel L. Prieto de Paula

8 Diccionario de música, mitología, magia y religión

Ramón Andrés. Acantilado
Como dice Ramón Andrés en el prólogo de esta obra, el hombre se ha acostumbrado a “caminar entre fisuras, siendo nosotros mismos fisura”. Una apreciación así precediendo un libro que abarca exhaustivamente el universo mitológico indoeuropeo relacionado con la música (dioses, instrumentos, plantas, temas, creencias, conceptos) tiene que significar esto: que en el horizonte de su autor estaba legar, además de un impresionante despliegue de erudición, algo que contribuyera a darle sentido a ese caminar entre fisuras. La música, que armoniza el intervalo o fisura esencial que hay entre los seres y entre estos y el Ser, solo podía acceder a convertirse en un diccionario si este, a su vez, aceptaba poder ser leído-escuchado como una pieza musical.
 Para curar y servir como los terapeutas de la página 1.557, para hilvanar y ensartar como los rapsodas de la 1.420, para salir danzando del laberinto del yo como en la 915 o para unir y conectar como las cuerdas de la 517: cuatro ejemplos entresacados de entre los cientos que cantan y resuenan, dentro de la catedral que es este libro, a mayor gloria de los ruiseñores y las bacantes (y los yunques, los abedules, la utopía o el pánico) que habitan dentro de cada uno de nosotros. Jesús Aguado

9 Antigua luz

John Banville. Traducción de Damià AlouAlfaguara
Olvidarse de sí mismo, como la señora Gray mientras avanza cautelosa por el agua del río sorteando las piedras afiladas del fondo. Canturrea. Así me la va contando Alexander Cleave, presente en otras novelas del extraordinario John Banville, Cleave es ahora un viejo actor teatral que recupera los sentidos de un verano adolescente, cuando la madre de su mejor amigo, la señora Gray, era su amante.
 “Yo tenía quince años y ella treinta y cinco. Estas cosas son fáciles de decir, pues las palabras no sienten vergüenza y nunca se sorprenden”. Y así, en un potente y deslumbrante soliloquio, la memoria es punta de lanza atravesando el presente. Soy lectora, espectadora apasionada de Antigua luz, absorta en esa introspección del protagonista que señala la rareza de olvidar. Pero aquí, olvidarse de sí mismo es estar en esta lectura donde convergen las mujeres de la vida de Cleave. Cass, la hija que se suicidó; Billie Stryker, la extraña confidente; la joven actriz Dawn Devonport y Lydia, esposa cómplice de esporádicos desacuerdos. La antigua luz es “esa luz de las galaxias que viaja durante un millón…, un billón…, ¡un trillón de kilómetros para alcanzarnos”. Como viaja la materia dúctil de la memoria a la que embellecemos tanto como sea necesario. Escuchad lectores, escuchad espectadores:
“¿Recordáis cómo era abril cuando éramos jóvenes, esa sensación de líquida impetuosidad y el viento extrayendo cucharadas azules del aire?”. ¡Ah!, esa antigua luz. María José Obiol

10 Las leyes de la frontera

Javier Cercas. Mondadori
Las leyes de la frontera es una novela bien construida por su equilibrio entre fondo y forma, trama y personajes. Nada nuevo: Javier Cercas ha demostrado en sus obras anteriores conocer bien las reglas de la narración. Es un novelista de línea clara que huye del artificio literario. Como él mismo dice, si la frase le sale demasiado libresca, la borra
. El autor de Soldados de Salamina escribe novelas donde la respuesta precede a la pregunta, en una constante vuelta de tuerca que atrapa al lector con incertidumbres y falsas verdades. Aquí todo empieza cuando al narrador le ofrecen escribir la biografía de un delincuente juvenil, El Zarco, muerto tempranamente hace años. Así nos adentramos en la historia de El Gafitas, el chico de clase media que en la Gerona de 1978 conoció a Tere y El Zarco
. De este modo Cercas hurga en una Transición que ha olvidado la cruz para fijarse solo en la cara limpia y mitificada. Entonces afloran las preguntas: ¿Por qué los delincuentes juveniles como El Zarco llegaron a ser glorificados por los medios de comunicación durante aquellos años? ¿Por qué la heroína tuvo el mismo mortífero impacto que una guerra en toda una generación?
Nunca hay solo una respuesta, pero Cercas cuenta con maestría la que más se acerca a la verdad. Luis de León Barga