Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 sept 2012

Palmarés irreprochable en un buen festival..........por Carlos Boyero

Dustin Hoffman recoge el Premio Donostia / jesús uriarte
Entre los festivales internacionales de Serie A el de San Sebastián tiene que ingeniárselas para conseguir no ya lo que quiere sino lo que puede
. Nadie discute que a Cannes le corresponde la parte del león, que los anhelos de los productores y los directores de cualquier parte están colmados si la plataforma publicitaria y el prestigio que aporta Cannes decide seleccionar sus obras. La Mostra de Venecia, que se celebra inmediatamente antes que el festival de San Sebastián, además de disponer de un presupuesto superior al de este, se supone que tiene un potencial atractivo para que el cine de autor (con la impotencia expresiva, la impostura y las pretensiones vacuas que tantas veces acompaña a ese concepto elitista) desee competir en él.
Ante obstáculos tan complicados de superar, José Luis Rebordinos y su equipo han logrado en esta edición no solo algo fundamental como que un montón de estrellas del cine internacional, con el colorido y la fascinación que despierta su legendaria presencia entre el público y los informadores, hayan presentado aquí sus películas, sino también una sección oficial más que aceptable y que las paralelas (cómo lamento que la obligación profesional me haya privado del placer de revisar el ciclo dedicado a ese poeta tan original como perturbador llamado Georges Franju) no tengan desperdicio.
Había varias películas que no serían merecedoras de estupor al otorgarles la Concha de Oro
Tanto esfuerzo para lograr un festival meritorio lo puede arruinar parcialmente el palmarés de los jurados, que tantas veces agreden al sentido común premiando lo grotesco o la transparentemente inestrenable, aunque des por supuesto que sus integrantes son gente cultivada y con desarrollado sentido del gusto. Afortunadamente, el que presidía en esta ocasión la productora más fiel y contumaz del cine independiente norteamericano ha otorgado unos premios mayoritariamente irreprochables para los espectadores que no hayan perdido la cabeza o militen en el esnobismo tonto y el rebuscamiento con inútil afán de trascendencia.
Había varias películas que no serían merecedoras de estupor al otorgarles la Concha de Oro
. En la casa, era una de ellas. Su director, François Ozon, es un especialista en navegar por aguas turbias, relaciones enfermizas, personajes inquietantes
. A veces, con resultado irregular.
 No en esta ocasión. En la casa provoca en el espectador un desasosiego similar al que viven sus protagonistas. Son un profesor progresivamente obsesionado con los relatos que escribe un alumno suyo, experto en manipulación emocional, sobre la familia de un compañero al que desprecia, aunque tenga un notable interés por seducir a la madre de este. Ni ellos ni nosotros tenemos claro lo que es realidad y lo que es ficción, pero el perverso talento del director te mantiene enganchado en este juego de verdades, medias verdades y mentiras
. Es una película muy bien escrita, interpretada y rodada. La Concha de Oro y el reconocimiento a su esplendido guión, que adapta una obra de teatro de Juan Mayorga, son irreprochables.
San Sebastián ha tenido el olfato o la sabiduría de seleccionar El artista y la modelo y Blancanieves, dos de la películas más originales y hermosas (para mi gusto, la tercera sería Grupo 7) que ha parido este año el cine español. Fernando Trueba, Concha de Plata al mejor director, consigue un arte poderoso, sutil y conmovedor haciendo el retrato en blanco y negro, con matices, con sentimiento, con inteligencia, de un anciano escultor obsesionado por crear una obra maestra antes de largarse. Su relación con la joven, carnal, vitalista y desarmante mujer que le sirve de modelo, con la naturaleza, con su incertidumbre o su sensación de fracaso está admirablemente descrita.
Pablo Berger, Macarena García y Fernando Trueba con sus premios / Jesús Uriarte
Y habría que convencer a la gente escéptica de que prescindieran de sus prejuicios ante el cine mudo y en blanco y negro para que disfrutaran de la gracia y el lirismo de Blancanieves, Premio Especial del jurado. Imagino que esa pereza inicial también la sintieron ante The artist y luego salieron encantados del cine. La arriesgada película de Pablo Berger no se apunta a una moda.
 Es un proyecto muy personal y sentido que tuvo la mala suerte de que se le adelantara en su consecución la preciosa The artist.
El actor que más me ha impresionado en el cine a concurso se llama Jean Rochefort, una gloria con causa del cine francés. Su interpretación en El artista y la modelo es poderosa y perdurable. No ha ganado. Sí lo ha hecho José Sacristán, lo más soportable de la insoportable El muerto y ser feliz. Una permanente y pretenciosa, aunque banal, voz en off se encarga de contarnos anticipadamente, plano a plano, lo que va a decir, hacer y sentir su personaje. Imagino que eso representa una broma de mal gusto para cualquier actor que se respete.
 Es el problema de ponerse a las órdenes de alguien que va todo el rato de listo, rarito, experimental y artista. El premio de interpretación femenina a Macarena García, hubiera sido aun más justo si lo hubiera compartido con sus excelentes compañeras de reparto en Blancanieves, incluida una niña maravillosamente expresiva
. De la decepcionante película de Lauren Cantet Foxfire ya se me ha olvidado todo, incluida la galardonada interpretación de Katie Coseni.
En su segundo año como director del festival de San Sebastián, José Luis Rebordinos ha hecho un trabajo notable, un festival con vida. Exigirle la perfección sería tan injusto como absurdo.

Afecto de Bono por Juan Cruz

De las muy bien divulgadas memorias de José Bono (Les voy a contar…, Planeta) sorprenden algunas cosas, y todas ellas no están en el libro. El autor declara que no son memorias, sino diarios. Esa diferencia no alude a una sustancia muy grave, pues diario y memoria son la misma cosa. Basta con que apuntes en un diario para hacer memoria y ya eso que apuntas es memoria. Y la memoria es testigo de lo que eres, aunque recuerdes como te dé la gana.Bono es un coñazo (lo digo yo)
Se ve que debió afectarle mucho al entonces presidente castellanomanchego la suerte sentimental que corrió su afecto por Alfonso Guerra, con quien tuvo un desencuentro tan grave que acabó, de manera instantánea, con la amistad que él le fue a declarar ese día a quien tanto debió herirle que desde entonces ya no lo quiso ver ni en pintura. Me he fijado mucho en esa circunstancia, pues incide tanto en la naturaleza misma del diario que fue el chispazo que desató a escribir a quien luego sería candidato a la secretaría general del PSOE, ministro de Defensa con Zapatero y presidente de las Cortes.
Bono fue a ver a Guerra, que aún era poderoso en el Gobierno de Felipe González, para decirle precisamente que lo quería mucho, y si podía seguir queriéndolo.
 Y el otro, a las puertas de ser defenestrado por el político más citado en el libro (más de setecientas veces, el recuento es de Bono), le explicó que no podía impedirle que sintiera afecto por él. A Bono eso no le gustó. Asusta la instantaneidad del desafecto. ¿No hay luto, o interregno, uno pasa de buenas a primeras de querer tanto a no querer absolutamente nada? Es más, ¿uno pasa del afecto a las armas?
El diario es juez y parte, pues en él el diarista cae en la tentación (y Bono cae, más de setecientas veces) en verse mejor que el otro; contar lo que nos pasa siempre ha sido motivo para justificar lo que nos pasa, casi siempre a nuestro favor, pues nadie se ve en el espejo mucho peor de lo que nos ven los otros.
Ese fragmento del encuentro (del desencuentro) de Bono con Guerra me ha hecho pensar mucho en lo que vemos ahora cada día y lo que hemos visto cada día en el pasado. Entre políticos, entre artistas, entre consejeros de administración, entre futbolistas y, en general, en la naturaleza de los humanos. Mientras se sucede la relación (y esta interesa mantenerla), los hombres simulan saludos cordiales o distantes, pero mantienen las formas bajo la vigilancia de las navajas. Y en el fondo de sus almas van escribiendo sus diarios terribles. A veces los dan a la publicidad.
En el mismo ámbito de la guerra sorda con Guerra (y, en algún momento, contra Guerra), Bono divulga algunos aspectos de su variada diatriba. Aquel desafecto de Guerra lo convocó a una batalla que tuvo como escenario los manteles de una cena con Felipe González y una conversación de este con un patrocinado de Bono, Baltasar Garzón. Todo valía con tal de advertirle a Felipe de las maldades del otrora bienamado vicepresidente del Gobierno.
Dijo Bono, en las múltiples entrevistas que dio para divulgar esta primera entrega de su memoria, que nadie debía sentirse dañado por lo que recuerda. Seguramente no, pero si él se lee con atención, verá de cerca por qué otros al menos extrañarán la fugacidad con que alguna vez arbitró sus afectos.
jcruz@elpais.es

No los confundan por Elvira Lindo

A mi Elviira Lindo me recuerda a la ratita presumida, barriendo su casita para que reluzca entre las demás, un brillo efímero que no hace nada solo que se puede encontrar un centimito comprarse un lazito y esperar a que pase su ratoncito, los dos llegan de una gran Experiencia, mirar por una ventana a los holandeses.
Es insustancial, no comedida sini superficial, con tanta serenedidad que aporta su escrito que no descubre nada, pero le pagan por eso.
Entro en el hospital Gregorio Marañón a diario desde hace una semana. Es como entrar en una de aquellas ciudades cubiertas que aparecían en las series de ciencia ficción albergando la vida entera de un pueblo. Según van pasando los años, son más las plantas que he visitado, no como resultado de la mala suerte sino como consecuencia de la misma vida, en la que es casi imposible esquivar la enfermedad. En estos días de brutales cargas policiales y de inauditas declaraciones públicas, entre las que destacan la del ministro felicitando a la policía por su actuación y la de Ana Botella explicando con cara agria el dinero que les cuesta a los buenos madrileños que los malos se manifiesten, el Marañón encara cada jornada no ajeno a los recortes en sanidad
. Los diferentes corchos que me voy encontrando en el camino a la planta en la que está mi padre dan cuenta de ello.
 Este espacio acotado es una metáfora total de lo que está sucediendo fuera.
Deseo aclarar que no amoldo mi experiencia de los últimos días al tamaño del artículo, sería imposible resumir aquí ese diálogo que escucho de pasada, esa imagen que me enternece o esa otra que me hace apartar la mirada
. En cada escena que presencio percibo sombras de Valle Inclán, porque la gente es tan prodigiosa hablando que a veces parece que declama diálogos aprendidos.
 Ganas me dan de llevar un cuaderno y apuntar, por ejemplo, las palabras que F., un pequeño empresario que ha acabado viviendo en un albergue municipal, le dedica al pollo del Marañón: un pollo, nos dice con juicio de experto, que supere con creces al del Clínico. Desde esta silla de escay pienso en el Comidista: aquí hay tema. Aunque no me hace falta anotar lo que oigo, esos diálogos quedan a buen recaudo en el recuerdo y algún día tendrán una nueva vida en una ficción teatral, donde mejor se expresa la tragicomedia.
Pero como los personajes de ficción no deben ser marionetas al servicio de un mensaje, me he reservado para este espacio más prosaico algo que he venido pensando estos días. España está siendo contada y descrita en los últimos tiempos con bastante frecuencia en la prensa internacional. A menudo, la descripción del desastre económico que vivimos se limita a las actuaciones de la clase política y deja fuera a los trabajadores que están llevando el pesado trono de la crisis sobre sus hombros.
 Con frecuencia se percibe también una ironía indisimulada hacia los trabajadores del sur, que si la fiesta, que si la siesta, que si la inevitable haraganería que tienen que pagar los hacendosos del norte. Pero no vendría mal que los corresponsales pasaran alguna jornada en esta mole hospitalaria.
 El Gregorio Mogollón, como así se le nombra añadiéndole un apellido castizo a un edificio que ya lo es, es bullicioso, superpoblado, de una decrepitud setentera en su mobiliario que lo hace destartalado y poco funcional. Pero entre estos pasillos que han visto tantas recuperaciones como caídas definitivas se mueven limpiadoras, doctores, enfermeras, camilleros y demás personal hospitalario con una eficiencia a prueba de recortes
. A menudo los enfermos florecen, les suben chapetas de color al rostro, mientras al personal sanitario se le dibujan las huellas del cansancio según avanza la jornada.
Dan ganas de invitar a alguna enfermera a que se eche un rato en una camilla y ofrecerse, como familiar agradecido, a llevarle un vaso de leche y echar la persiana.
Dan ganas de gritar que no confundan a la clase dirigente con la que se desvela por sacar vidas de los nuestros a flote
Pero, ante todo, dan ganas de gritar, de pedir que no confundan a esa clase dirigente que en un porcentaje elevadísimo ha prevaricado, participado en corruptelas, favorecido a los suyos o esquilmado el país, con esta otra que cada vez con sueldos más bajos se desvela por sacar las vidas de los nuestros a flote. No es demagogia, es la pura verdad. No confundan a estos con aquellos: son del mismo país, pero unos no se merecen a los otros como compatriotas.
Mientras la clase política no reacciona y sigue sujeta a su sistema de privilegios, hay quien mantiene, a cambio de muy poco, su vocación, porque vocación tiene que ser hacer el trabajo con tanto amor propio. Hay que negarse a ser estigmatizado por lo que hizo o hace una parte de la población; que el problema de España es su clase dirigente tiene que ser un clamor para que no confundan a unos con los otros.
 De vez en cuando surge la voz de algún experto que advierte del peligro de demonizar a los políticos, no vaya a ser que acabemos alentando el resurgir de un salvapatrias. ¿Qué hacer entonces, quedarse callados y en casa para que a la alcaldesa Ana Botella no se le descabalgue el presupuesto con las manifestaciones?
Al contrario, creo que hay que nombrar una y otra vez a todos aquellos trabajadores que proporcionan a los demás el bienestar que esta política nos está quitando. Porque son mayoría. Están mal pagados, cumplen sobradamente su horario y despliegan una profesionalidad que emociona; si son jóvenes, no podrán plantearse tener hijos; si son gente madura, mantendrán a sus hijos hasta los treinta o más; si están a punto de jubilarse, saben que su vejez será ajustada.
Hay que verlos trabajar para percibir que eso no merma su capacidad de entrega. ¿Por qué hemos elegido a los peores para tomar decisiones fundamentales? Esa es la gran cuestión
Los habrá elegido usted, otra cosa es que ganaran, y desde luego usted y yo vamos a diferentes hospitales, al que yo voy soy la que termina buscando una silla o dos, mantas y toallas porque a partir de las 3 de la madrugada no hay ni un alma por ese edificio, algunos enfermos me llaman, creen que soy médico o ATS de guardia, y no soy una acompañante de guardia para hacer lo que no hacen los que cobran por ello, ni ángeles ni demonios, yo voy flotando por todo el edificio, me lo recorro entero y no me tropiezo con nadie. .

Joan Manuel Serrat - Ay pena, penita, pena