Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 jul 2012

El inagotable encanto de Balenciaga del Pais.com Cultura

En el 40 aniversario de la muerte del diseñador, se multiplican los homenajes a su figura

El Museo del Traje de Madrid, el Galliera de París y su fundación en Getaria organizan exposiciones.

 

Manuel Outumuro durante la sesión fotográfica de los trajes de Balenciaga, en San Sebastián. / ELOI GIMENO LÓPEZ
En la única entrevista que concedió Cristóbal Balenciaga (1895-1972) durante su vida se refirió a Chanel, Vionnet y Louiseboulanger como “las más grandes modistas de todos los tiempos”.
 Cuando se cumplen 40 años de su muerte, su nombre se escribe a renglón seguido del de sus inspiradoras con la resina con la que concibió sus prendas: hacer caso omiso a la etiqueta del tiempo.
 Aprovechando el empaque que otorgan las efemérides, aunque el argumento de autoridad esté desde hace tiempo en las enciclopedias, el Museo del Traje de Madrid, el Galliera de París y su fundación en Getaria rinden homenaje a unos de los maestros de la alta costura del siglo XX.
“A través del objetivo, tuve el placer de observar en profundidad auténticas obras de arte. Evocadoras esculturas capaces de emocionar y de transportarnos al misterio del cuerpo que un día envolvieron”, cuenta Manuel Outumuro, responsable de las 60 imágenes que desde ayer se reúnen en Mirar y pensar, en el Museo del Traje.
 Como los diseños de Balenciaga, las fotografías hablan en un lenguaje escueto y preciso que es capaz, sin embargo, de reproducir la perfección matemática del diseñador.
“No hay trucos, es la sencillez elemental que conlleva un estudio muy profundo, casi arquitectónico de los tejidos”, dice Concha Herranz, conservadora jefe de indumentaria de la institución.
“Esta concepción en la creación otorga un sentido de envoltorio, como de estuche a sus trajes”.
Outumuro se enfrentó con este encargo del ministerio de Cultura y la fundación Balenciaga, financiado por Kutxabank, a una suerte de legión de guerreros de Xian. Hieráticos sobre sus maniquíes, los trajes fueron despertando su fotogenia gracias a la luz y los decorados que creó el fotógrafo.
 En el recuerdo, Jackie Kennedy, Fabiola de Bélgica, Audrey Hepburn,… “esas mujeres sobrias y contenidas en su gesto, pero innovadoras y reivindicativas a las que vestía Balenciaga”.
Hijo de un marinero y una modista, Balenciaga emigró a París en 1937. Sus armarios se llenaron de los colores menos demandados de los muestrarios franceses.
Esta etapa de formación y descubrimiento lejos del mar de Getaria se resume estos días en el Museo Galliera de París. Balenciaga en 40 diseños de alta costura, muchos procedentes de su museo, frente a más de 70 piezas que fue reuniendo a lo largo de su vida. “Descubrir esta faceta de coleccionista me pareció una forma elegante de rendirle homenaje”, contaba a EL PAÍS Olivier Saillard, director del Museo Galliera con motivo de la inauguración de la muestra el pasado abril.
El viaje de la institución parisiense evidencia el recorrido histórico de la aguja de Balenciaga
. Del historicismo de sus inicios en los años treinta y cuarenta que “combinó con la identidad española y sus constantes referencias a la pintura de Goya, Velázquez y en especial Zurbarán, con su ascetismo de tejidos neutros”, recuerda Herranz; a su etapa de madurez –trabajó hasta 1968- más abstracta y conceptual.
"Fue el maestro de todos nosotros", escribiría Dior.
Los hallazgos técnicos de Balenciaga a menudo se adelantaron a su tiempo. El trabajo con los tules, el corte al bies o sus pliegues convirtieron su trabajo en tendencia.
“Sometía a los tejidos al punto máximo de estrés”, explica Herranz
. “Él era la tendencia, la propuesta con su habilidad para hacer de la novedad, comodidad y originalidad, en prendas que flotaban para hacer felices a unas mujeres que representaron el retrato de un final de siglo”.
 De las 1.300 obras que forman los fondos del Museo Balenciaga en Getaria desde hace un mes, 70 nuevas piezas se exhiben en sus salas.
La primera reposición de la colección permanente llega por las necesidades de conservación que requieren los trajes y avanzar en el discurso del creador.
Su puntada llega hasta mañana. Florabotanica, la nueva fragancia que la casa acaba de presentar recurre a Kirsten Stewart, la joven actriz crepuscular –la mejor pagada del cine actual-, para conquistar a una generación de veinteañeras que aunque desconozcan los patrones de Balenciaga, con mentar el nombre les es suficiente para comprender que llevan a alguien importante entre muñecas.
 “Puede que no conozcan del todo a Balenciaga, pero saben quién es Nicolas Ghesquière”, recoge la revista especializada en moda Women´s Wear Daily, “esto es mucho más que una marca de moda”.

Tú eres la flor roja


FLORES ROJAS

Evidentemente, por Elvira Lindo

El caso es que cuando leí en el titular del periódico que había que desterrar la palabra culpa pensé: una de dos, esto es una bobada sin más o, peor aún, este es el signo de los tiempos.

Abres una mañana el periódico y te encuentras de pronto con que es el Día del Español.
Vaya. Me parecería bien si cada año se tratara de un español en concreto. Por ejemplo, este año bien hubiera podido ser el día de Xabi Alonso. Lo encontraría incluso justo y necesario. Nuestro deber y salvación. Pero no. Lo de “el español” se refiere al idioma. La celebración del español siempre desemboca en declaraciones cursilísimas que igualan a académicos y artistas. La prensa nos recuerda el número de habitantes del planeta que lo hablamos y los famosos ponen la guinda eligiendo su palabra favorita.
Dicen, “amor”, “ternura”, “madre” o “solidaridad” y se quedan tan frescos.
 Si me preguntaran a mí diría que mi palabra favorita es “evidentemente”.
Es un adverbio que te da como un aire de dominar el asunto, aunque no tengas ni puta idea. Y si se trata de escribir columnas, con cinco “evidentementes” colocados de manera estratégica tienes escrito un artículo. Es una palabra que suelo recomendar a los columnistas que empiezan.
La celebración del idioma español
siempre desemboca
en declaraciones cursílimas
En el Día del Español siempre hay una entrevista con Concha Buika. La única razón que se me ocurre es que dicha cantante da mucho juego.
El titular de este año de la entrevista obligada con Buika en el dichoso Día del Español ha sido: “Yo desterraría del diccionario la palabra culpa”. Esto no es nuevo. Por desgracia, yo tengo un cerebro programado para almacenar información inútil, y puedo asegurar que semejante titular ya lo dio Buika en el verano de 2006. Tiren de hemeroteca. Escriban Concha Buika en el servicio de documentación de este periódico y les saldrá una entrevista inaudita que el amigo Juan Cruz hizo a Buika y a Fernando Trueba
. Al alimón. Cuando estoy triste, cuando pienso que todo se derrumba, busco esa pieza de museo y en la soledad de mi habitación propia me parto.
La filosofía de Buika es (evidentemente) contagiosa, y ahí están esos dos dándole vueltas a la historia de la humanidad. Trueba dice: “La humanidad se jodió el día en que Moisés se subió al monte y bajó cargado de leyes”, a lo que Buika añade: “Pero ¿qué hacían los seres humanos antes de que bajara Moisés? Estaban follando, bebiendo, de puta madre”.
Hablan de tribus del sureste asiático que son guays porque no existe la palabra “padre”; de jóvenes africanas (en general) que cuando están calientes y no encuentran varón se lo hacen con otra tía; aseguran que la homosexualidad y la heterosexualidad no existen.
 Con el corazón lo digo, recomiendo su lectura al menos una vez al año (coincidiendo con el Día del Español) porque se aprende de sexo, de historia, de filosofía, de religión y, sobre todo, de la célebre culpa, esa palabra que, según la cantante, habría que desterrar, porque, según la misma cantante, a esta vida hemos venido a gozar y ¡a jugar! Vaya, lástima que se nos joda la diversión con la muerte, la enfermedad, los celos, el sufrimiento de los seres queridos, la prima de riesgo, el paro o la preocupación por los otros.
En realidad, la teoría de Buika deriva de algunas ideas expresadas de manera más articulada por algunos intelectuales, pero en esencia forma parte del mismo disparate.
 Creer que la “culpa” es un sentimiento religioso, por mucho que la Iglesia católica haya manoseado el término, es (evidentemente) una tontería, porque los únicos que carecen de culpa son los psicópatas, dado que la culpa, cuando no es enfermiza, es consecuencia de la compasión y la empatía con el que sufre
. Lejos de mí afirmar que todo aquel que salga en el periódico en el dichoso Día del Español diciendo que hay que desterrar la palabra “culpa” sea un psicópata. En lo absoluto.
 Solo digo que es una bobada repetida por muchos y sobre la que (evidentemente) no se reflexiona como se debiera.
“La humanidad se jodió el día en que Moisés se subió al monte y bajó cargado de leyes”,
dice Trueba
Es curioso que después de leer la tradicional entrevista con Buika que desde hace ya ocho años da el pistoletazo de salida al verano, mi esposo me enviara por riguroso e-mail, aunque trabajamos pared con pared (cuánto une la Red), la reseña de un libro sobre los psicópatas de andar por casa. Me lo manda con una nota: “Mira, en este artículo te dan la razón”.
 Y sí, me dan la razón.
Llevo años obsesionada con la idea de que hay psicópatas integrados, psicópatas que no matan, pero manipulan, tergiversan, anulan y utilizan sin escrúpulos a las personas que les rodean, y que, aunque solo sea por la relativa frecuencia con la que nos encontramos alguno, puede afirmarse que acaban siendo más peligrosos que los infrecuentes psicópatas asesinos.
El libro se llama Almost a psicopath (Casi un psicópata) y, en realidad, trata sobre esos seres humanos que causan daño al prójimo sin sentir remordimiento alguno.
 Todos hemos sufrido a alguno de estos elementos en nuestra vida.
 En alguna ocasión ha sido un compañero de clase, o un jefe, o un vecino. ¿Qué hacer cuando la mala suerte nos coloca demasiado cerca de uno de esos individuos? Si está en nuestra mano, dicen los autores Schouten y Silver, alejarnos.
Si se trata de alguien de quien nos sentimos responsables, llevarlo a un especialista para reducir, que no curar, el mal.
El caso es que cuando leí en el titular del periódico que había que desterrar la palabra culpa pensé: una de dos, esto es una bobada sin más o, peor aún, este es el signo de los tiempos.