Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

26 may 2011

Pedí lo justo en un mundo de hombres"

STEPHANIE ODLE Impulsora de la demanda contra WalMart .
El de Stephanie Odle ha sido un camino difícil, desde sus comienzos en una tienda de la cadena WalMart en Tejas, en 1991, a las escalinatas del Tribunal Supremo, en Washington, el pasado martes.
 En el camino, esta madre soltera de 39 años recuerda haber sufrido comentarios vergonzantes, situaciones denigrantes y humillaciones machistas, hasta ser despedida en 1999, cuando se le ofreció su puesto de trabajo a un hombre.
Stephanie tenía entonces dos opciones.
 La vía fácil era resignarse y buscar otro trabajo mal pagado en otros grandes almacenes. La difícil, por la que optó finalmente, era plantar cara a WalMart.
Comenzó sola, una David solitaria contra un Goliat que era el mayor empleador del país. Pero, tenaz, Stephanie no se dejó amedrentar, buscó a otras demandantes y convirtió la suya en la mayor querella colectiva del país, que representa a 1,5 millones de mujeres debajo de un pesado techo de cristal.







"Lo que persigo es que la generación de mi hija no sufra discriminación"


"¿Sabes cuántas como tú nos denuncian cada año?". Esa fue la reacción de uno de sus jefes en 1999, cuando le anunció que iba a llevar a la empresa a los tribunales.
Stephanie era subjefa de marketing de los grandes almacenes mayoristas Sam's Club de Lubbok, en Tejas, propiedad de WalMart.
Para poder comprar en Sam's Club, los clientes deben tener una tarjeta de socio. En 1999, la tienda presentó un nuevo tipo de tarjeta élite, más cara que la tarjeta normal.
Stephanie hizo una demostración ante sus empleados sobre cómo ofrecérsela a los clientes y utilizó para ello la tarjeta de uno de los trabajadores, Keith Musick.
Este se quejó a la gerencia de que se hubiera usado su cuenta como ejemplo.
Aquella fue la única razón para despedirla.
"Violación de la política de la empresa", le dijo su jefe, el gerente Duke Parrish.





"El problema es que ese día me enteré, gracias a una compañera que trabajaba en Arizona, de que el día antes de que yo cometiera esa supuesta violación de la política de la empresa, se había marchado del Sam's Club de Phoenix, en Arizona, un hombre, Wayne Backus, que les había anunciado a sus compañeros de trabajo que le habían ofrecido mi puesto en Tejas", recuerda Stephanie.
"Sé que se me despidió por ser mujer, se me despidió porque no toleraba discriminación contra mí ni contra otras mujeres, porque pedí que se me considerara para el puesto de gerente en repetidas ocasiones, porque era una mujer que pidió lo que consideraba que era justo en un mundo controlado por hombres".



El martes, Stephanie llegó a las puertas del Tribunal Supremo, en Washington, con su hija Sidney, que ahora tiene 14 años, a las dos de la madrugada.
"Quería que mi hija pudiera conseguir un asiento en el tribunal para que presenciara aquella audiencia.
 Cuando este caso empezó, ella tenía tres años.
 En gran parte decidí denunciar a WalMart para cambiar las cosas, para que ni mi hija ni su generación tengan que sufrir lo que las mujeres de mi generación hemos sufrido en el puesto de trabajo", explica Stephanie.
Los nueve jueces del Supremo -entre los que, por vez primera, hay tres mujeres- deberán decidir antes de junio si la denuncia es viable.



En octubre de 1999, Stephanie presentó una queja por discriminación de género ante la Comisión de Igualdad de Oportunidades Laborales del Gobierno federal.
Posteriormente, contactó con dos abogados de Nuevo México que tenían experiencia en casos como el suyo.
Estos le aconsejaron convertir la querella en colectiva.
Buscaron a otras afectadas y, junto con otras cinco empleadas de la empresa, denunció a WalMart en un juzgado federal de California, en junio de 2001.
Ahora Stephanie representa a 1,5 millones de mujeres que trabajan o han trabajado para la compañía, un 0,5% de la población estadounidense.



Recordando su recorrido en WalMart, tras su puesto inicial de cajera a tiempo parcial en 1991, Stephanie encuentra numerosos casos de discriminación. En 1994, cuando pidió un discreto aumento de sueldo para dos subordinadas que cobraban menos que sus compañeros varones, su jefe le dijo que "las mujeres ya cobran suficiente".




En 1996, cuando fue transferida a una tienda de Riverside, en California, descubrió que un hombre que ocupaba un puesto idéntico al suyo cobraba 10.000 dólares (7.400 euros) más al año.
"Es que él tiene una familia a la que mantener", le dijo su jefe.
"Yo voy a tener una niña", respondió ella.
 El gerente le hizo presentarle un presupuesto de sus gastos personales mensuales y le concedió un aumento anual de 2.000 dólares. "Aún cobraba 8.000 dólares menos que mi compañero.
Fue muy humillante", explica.



Tras ser despedida, Stephanie sufrió presión en otros puestos de trabajo por su denuncia. Cuando la veían en televisión, sus jefes la trataban con recelo, como si tuvieran enfrente una querella en ciernes.
 Permaneció estancada en puestos mal pagados, atascada en una callejuela sin salida laboral, hasta que, en 2005, montó su propio negocio de comida preparada en Oklahoma, donde reside.
Es su propia jefa y no sufre discriminación, pero aún tiene un sueño: "Que las mujeres sean tratadas con respeto y dignidad en las empresas de Estados Unidos, para que mi hija no pase por lo que yo he pasado".

Las Mujeres Afganas

Dear Zari (Querida Zari) es Zarghuna Kargar (Kabul, 1982), una joven periodista afgana que entre 2005 y 2010 presentó y produjo el programa del servicio mundial de la BBC Afghan Woman’s Hour (La Hora de la Mujer Afgana), de emisión semanal.





De ese programa ha nacido un libro que se acaba de publicar: Dear Zari: Hidden Stories from Women of Afghanistan (Querida Zari: historias ocultas de mujeres de Afganistán), una colección de 13 desgarradoras historias de mujeres afganas.
Kargar no se limita a escribir sobre las vivencias que esas mujeres anónimas contaron en su programa, sino que se alía con ellas y se atreve a narrar su propia experiencia personal como niña refugiada que, a pesar de haber nacido en el seno de una familia liberal, fue obligada a casarse a los 16 años, matrimonio que aceptó humildemente porque quería “ser una buena hija afgana”.



Durante sus cinco años de emisión, ese programa radiofónico fue un salvavidas para las mujeres de Afganistán. La parte más popular de la emisión era la dedicada a las historias de esas mujeres normales que hablaban en la radio de su lucha por la vida, sus tragedias y sus esperanzas. Millones de mujeres y hombres afganos conocían la voz de Zari e, incluso, algunos podían reconocer el rostro de la popular periodista. Su objetivo era llegar a las mujeres que vivían en áreas remotas, muchas de ellas analfabetas, con un lenguaje sencillo (en dari y en pashto, lenguas afganas). El programa no era simplemente un foro donde se proporcionaba a las mujeres información sobre sus derechos. También se hablaba de cosas cotidianas y se celebraban sus logros y se compartían sus experiencias.

.Kargar y su equipo cubrieron temas controvertidos como la venta o el intercambio de niñas esposas, la violación, el honor, la virginidad, la violencia y las presiones a las que son sometidas muchas mujeres para tener un hijo varón. Algunas de las historias más terribles fueron las de las mujeres viudas y divorciadas, repudiadas por sus propias familias: “Convertirse en viuda en una sociedad tan tradicional como Afganistán supone la pérdida del derecho a hablar libremente, el derecho a vestirse como una quiera”, declaró la periodista en una entrevista de 2006, cuando se cumplió el primer año de emisión del programa. Zari cuenta que, durante ese primer año, cada vez que escuchaba las historias que estas mujeres contaban, lloraba de tristeza, de impotencia. Recuerda como un chico escribió al programa de parte de su abuela: “Mi abuela me ha pedido que escriba al programa para decirte que ella adora estas historias de mujeres porque sus vidas son como la de ella y le gusta escucharlas”.






El libro recoge 13 de estas vidas golpeadas: la de Samira, tejedora de alfombras, que tenía que drogar a sus hijos con opio para poder concentrarse en su trabajo; la de Wazma, mujer felizmente casada que, tras perder una pierna durante un bombardeo, se vio repudiada por su marido y privada del derecho de ver a su hija; o la de Anesa, obligada a casarse con un hombre homosexual (por supuesto, no reconocido) que instaló a su amante en la casa familiar. Ella nunca se atrevió a pedir el divorcio por temor a perder a sus hijos.






La situación para las mujeres en Afganistán, desde la caída de los talibanes, ha mejorado considerablemente.
 Aunque las mujeres ahora tienen voz, hay más de 60 parlamentarias, se sigue valorando más a los hombres, los padres todavía obligan a sus hijas a casarse en matrimonios concertados y la mayoría de las mujeres siguen dependiendo de los hombres.
Zarghuna Kargar y la BBC dieron la oportunidad a estas mujeres de “escapar”, una vez por semana, de los muros de sus casas, de contar unas vidas demasiado difíciles de vivir.





FUERTEVENTURA

Arenal de Unamuno Beach -






Publicado por José Carlos Cataño

Cuanto más alejado, más dentro.

Cuanto más alejado, más dentro.



*



Vuelvo a ti, mar. La vida

Ha descendido tantas veces.

Tantas he subido a un horizonte

Por volver al latido que una vez

Allá dispuse. Fragor de las olas,

Siempre recomenzado.

Mar el mismo, los ojos

Dentro de nada

Un solo espacio.

Publicado por José Carlos Cataño