Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 abr 2011

Sofia Coppola rodará con Kirsten Dunst la película 'Secret door'

Sofia Coppola vuelve a un rodaje antes incluso que en España hayamos visto Somewhere. Y lo hace con Kirsten Dunst, quien por tercera vez actuará en un filme de la hija de Francis Ford.
 Solo en Lost in translation y la mencionada Somwhere no coincidieron. ¿El título? Secret door, y la web The playlist ha dado la señal de alarma (en el mejor de los sentidos) sobre una película que aún no tiene guion rematado.


. En realidad en The playlist solo han sido los más rápidos en hacerse eco del twitter de American Zoetrope, la productora de Francis Ford Coppola: “Happy to announce that Kirsten Dunst has agreed to be in Sofia Coppola‘s new film ‘Secret Door’.
Script is still being finished. Stay tuned!” (Estamos encantados en anunciar que Kirsten Dunst se ha sumado a la nueva película de Sofia Coppola, 'Secret door'. El guion está aún rematándose. ¡Mantente sintonizado!).

El resto son elucubraciones, mas allá que Dunst y Coppola coincidieron en Las vírgenes suicidas y María Antonieta.
Puede que Dunst dé alguna pista en un par de semanas en Cannes, cuando presente Melancolía, la película de ciencia-ficción que Lars von Trier presenta a concurso en el certamen francés (por cierto, Dunst interpreta el personaje que el cineasta danés escribió para Penélope Cruz).
La actriz también ha participado en otro largometraje de calidad, En el camino, la adaptación de la novela de Jack Kerouac que Walter Salles no ha acabado a tiempo para el gran festival galo.
Pues como dicen en American Zoetrope: seguiremos a la escucha.

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Una abrupta despedida en Princeton

Conmoción en la elitista universidad estadounidense por el suicidio de un profesor español que acababa de ser despedido .
"No olvidaremos".
 En la tercera planta del edificio East Pyne Hall de la universidad de Princeton hay un despacho vacío y en penumbra, con flores en la entrada, un libro de condolencias y varios mensajes de dolor como ese adheridos a la puerta.
Desde aquí enseñaba a sus alumnos Antonio Calvo, un carismático profesor de 45 años que dirigía el programa de lengua española y organizaba y supervisaba dos cursos de verano de los estudiantes de esta universidad en Toledo.
 Era un profesor popular y querido por muchos de sus alumnos.
Éstos no comprenden ahora cómo la universidad le pudo echar antes de que acabara el semestre, quitándole las llaves de este mismo despacho, el número 334.
 Calvo se suicidó el pasado 12 de abril en su apartamento de Nueva York.










El sábado por la noche, 25 alumnos y algunos empleados de Princeton se reunieron aquí, en el colegio mayor Wilson, para decidir qué pasos tomar en una estrategia general de exigir una mayor transparencia a la universidad en este caso.
 Consideran algunos de ellos que hubo en el despido de Calvo procedimientos no muy claros que merecen ser examinados y, tal vez, cambiados, para evitar futuros incidentes similares.
Calvo, por lo que se nota en este campus, era un profesor popular que tenía el respaldo de una buena parte de sus alumnos para renovar el contrato de cinco años que tenía como director del departamento de lengua española. Ese contrato vencía este año.






A pesar de que su departamento había aconsejado su renovación, el pasado ocho de abril un empleado de la universidad le retiró las llaves de su despacho, seis semanas antes de que acabara el semestre. Fue el último día de Calvo en un trabajo para el que vivía. "Antonio confiaba en que le iban a renovar su contrato ya que aparentemente contaba con el apoyo del departamento de español", explica su amigo y, en el pasado, también empleado de Princeton, Marco Aponte Moreno, que ahora da clases en Surrey, Reino Unido. "Antonio había dicho a varios colegas y amigos que creía que un grupo quería desprestigiarlo. Sabía que se estaba haciendo una investigación en la cual se llamaba a varios colegas a hablar sobre él. Sin embargo, se sentía seguro, por lo menos hasta el viernes ocho de abril, cuando fue suspendido, de que la administración de Princeton confirmaría la renovación".



La Universidad mantiene un silencio absoluto al respecto. Aseguran sus portavoces que las negociaciones contractuales son un asunto personal y que sus normas le impiden hablar de ellas en abierto. El día del despido, sus alumnos estuvieron esperando en el aula durante 20 minutos, sin que se les diera información al respecto. La escena se repitió el día anterior al suicidio: los estudiantes esperaron 20 minutos hasta que llegó un sustituto que les dijo que Calvo ya no daba clases en Princeton. Tres días después del suicidio, el rectorado envió un correo a los alumnos diciendo que el profesor había muerto, sin dar más detalles al respecto. El diario universitario cubrió la información del mismo modo el pasado día 18.



Aquella opacidad, la falta de palabras de aliento o de una sola alabanza al profesor, provocó la ira de uno de ellos. El estudiante de español de cuarto año Philip Rothaus escribió y difundió una carta abierta. "¿Por qué le echarían en contra de los deseos de su departamento y sin ninguna otra razón aparente? Este es el gran misterio: debía haber alguna razón -de lo contrario, nada tiene sentido- pero siguen ocultándola", dice la carta, que EL PAIS ha obtenido en el campus. "Hay un esfuerzo claro de suprimir información -a diversos miembros del profesorado se les dijo que no podían hablar con Antonio por ningún motivo después de que fuera suspendido".



"¿Cuál es la política de la universidad para suspender o despedir a alguien?".
 Emily VanderLinden, estudiante de Ciencias Políticas que pasó parte del verano de 2010 con Calvo en el programa de visita académica a Toledo y a quien éste asesoraba este semestre, ha enviado una decena de correos a todo tipo de autoridades del decanato y del rectorado con esa sencilla pregunta.
Nadie le ha contestado de momento. "Lo que me duele es no haber sabido lo que le estaba pasando a Antonio, que nos enteráramos tan tarde de su suspensión y del suicidio. Muchos compartimos ese dolor porque Antonio no dejaba a nadie indiferente, porque era una persona que escuchaba y ayudaba y no merecía lo que pasó.
Lo único que pedimos ahora es información: saber cómo se le despidió y bajo qué reglamento".



El profesor no tuvo la oportunidad de despedirse de sus alumnos.
Según Aponte Moreno, su amigo y antiguo colaborador en Princeton, Calvo debía haberse encontrado con sus empleadores el 11 de abril.
La reunión no tuvo lugar.
Al día siguiente murió. La oficina médico forense de la ciudad de Nueva York, donde residía Calvo, concluyó que su muerte, el ocho de abril, fue un suicidio.
Su portavoz, Ellen Borakove, asegura a EL PAIS que Calvo se infligió "puñaladas y heridas incisas en el cuello y en la extremidad superior izquierda [brazo]".
Los familiares del profesor enviaron una misiva a los alumnos de Princeton el sábado en la que expresaban dolor por las muchas dudas que quedan tras su muerte. De momento, muy pocas han sido aclaradas.
 Es por eso por lo que los alumnos siguen buscando tantas respuestas.

La 'tasa Robin Hood' se instala en el limbo

La defensa de un impuesto financiero global abandona la utopía, pero se queda estancada en los discursos de líderes políticos - El G-20 no logra el consenso internacional suficiente -
.La mano invisible, esa que Adam Smith creía capaz de mover con diligencia al mercado, no debería convertirse en "un puño". El antiguo modelo de globalización, que sacó de la pobreza a millones de personas, tenía, al cabo, una cara oculta: un creciente abismo entre ricos y pobres. La mundialización financiera ha aumentado las desigualdades. Es hora de una globalización más justa.




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Quien se despachó así hace un par de semanas en una universidad de Washington no era portavoz de ningún movimiento anti-globalización, ni de una ONG. Era ni más ni menos que el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, quien, dicho sea de paso, se perfila como uno de los posibles candidatos socialistas y rival de Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales francesas que se juegan de 2012, aunque aún no ha dado el paso.



Strauss-Kahn, claves políticas al margen, defendió la implantación de un impuesto a las actividades financieras para obligar a la banca a absorber parte de los costes sociales de su comportamiento de vértigo, germen de la tormenta financiera. Reclamó la mejora de la supervisión mundial y un marco macroeconómico para un "nuevo mundo". Y con este, dijo, "el péndulo se desplazará -por lo menos un poco- del mercado hacia el Estado". Más Estado y menos mercado, binomio sacrílego antes de esta crisis. El patrón del FMI dando por amortizado el consenso de Washington y, con él, sus grandes mantras. A saber: que desregulación y privatización generan prosperidad per se, que nada como el propio mercado se supervisa y corrige mejor a sí mismo...



Adiós al tabú. Hablar de un impuesto global a los bancos ya no es mentar la bicha. Un millar de economistas de 53 países distintos enviaron hace dos semanas una carta al G-20 (el grupo formado por las grandes potencias económicas y las emergentes) para reclamar la implantación de lo que se ha rebautizado por las ONG como una tasa Robin Hood, una nueva versión de la tasa Tobin que grava las transacciones financieras no minoristas cuyos ingresos se destinasen a combatir la pobreza, el cambio climático y la población castigada por la crisis. En la lista de economistas figuran nombres como el de Jeffrey Sachs, de la Universidad de Columbia, o Dani Rodrik, de Harvard.



Líderes como Sarkozy que ahora ocupa la presidencia del G-20, y José Luis Rodríguez Zapatero también defendieron una tasa global de estas características en septiembre ante la ONU, durante la Reunión del Alto Nivel sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Y el FMI, aunque rechaza gravar las transacciones financieras, ha dado en esta crisis un vuelco a su postura al defender por primera vez impuestos al sector.



La mal llamada tasa Tobin -se utiliza el mismo nombre para fórmulas muy dispares- ha viajado del terreno de la utopía al debate de los grandes órganos de poder económico, aunque de momento se halla en el limbo de las buenas intenciones. El impuesto sobre los intercambios monetarios internacionales fue ideado por el Nobel James Tobin en los setenta, inspirado en Keynes, con el fin de "echar arena" en los engranajes de los mercados financieros y frenar la especulación. Luego fue tomada como bandera de los movimientos antiglobalización en los noventa -sobre todo de ATTAC-, de los que el economista de Yale se desmarcó.



¿Una tasa Tobin verá la luz? Cuando le hicieron una pregunta similar al propio Nobel, fallecido en 2002, respondió: "En absoluto, se oponen a ella los que deciden". Al menos tres giros en el guion del capitalismo reciente explican su oportunidad: la tecnología hace posible registrar los millones de transacciones financieras diarias que hace 40 años no se podían controlar; políticos de alto nivel y académicos de prestigio la han adoptado sin complejos como bandera; y tercero, los estragos que el capitalismo de casino -o de bingo- han provocado han resultado la mejor campaña para ganarse el respaldo social. Pero lagunas como la falta de definición y de consenso internacional, la mantiene de momento en el limbo de las buenas intenciones.



"La mentalidad está cambiando de un modo que yo no había anticipado", explica el economista alemán Paul Bernd Spahn, quien lideró en Alemania a principios de la década de 2000 un debate para implantar una Tobin reformulada para gravar los flujos de divisas. Juan José Rubio, catedrático de Hacienda Pública, destaca las dificultades de la implantación de una tasa, aunque cree que "tarde o temprano, la tendencia es ir hacia la creación de una Agencia Tributaria mundial y el G-20 sería el padrino idóneo".



Pero el G-20 celebra sus reuniones muy lejos del bosque de Sherwood, ese en el que un héroe robaba dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Y Robin de Locksley no se ha dejado caer por las últimas citas. La UE aprobó en su cumbre de junio la implantación de una tasa de transacciones financieras, pero la supeditó a un acuerdo global con los países del G-20. Y el encuentro de Toronto de aquel mismo mes, en el que se debatió el establecimiento de nuevos impuestos los bancos e incluso la famosa tasa, lo descartó. Los mandatarios europeos y estadounidenses no lograron a convencer a los emergentes (Brasil, China, India) y otros desarrollados, como Canadá y Australia, que no han tenido que llevar a cabo rescates bancarios.



Oxfam ha retomado la defensa por la Tobin, con la Campaña por la tasa Robin Hood, un movimiento nacido en Reino Unido y trasladado a varios países cuyo ideólogo es Max Lawson, quien da por seguro que "2011 será el año de la tasa financiera". En España es Intermón Oxfam quien defiende esta campaña por el gravamen, que se aplicaría a las operaciones financieras de instituciones y profesionales, como el intercambio de acciones, bonos y otros en mercados organizados y operaciones extrabursátiles (OTC). Un tipo del 0,05% permitiría recaudar unos 400.000 millones de dólares en el mundo, y del 0,005%, 40.000 millones, según sus estimaciones. "El retorno sería recaudado a nivel nacional para destinarlo a las prioridades decididas por cada uno, aunque pedimos a cada Estado rico que done la mitad para luchar contra la pobreza", apunta Lawson.



El FMI, en concreto, propone una tasa fija sobre activos bancarios, sobre todo los de mayor riesgo, y una tasa sobre los beneficios que contribuiría a reducir el tamaño de las entidades: la Financial Activities Tax (FAT), cuyas siglas forman la palabra gordo en inglés.



Los bancos españoles rechazan impuestos cuyo objetivo sea recuperar ayudas públicas o penalizar el riesgo excesivo. "Los bancos españoles, por su modelo de banca comercial, no han contribuido en el desarrollo y desenlace de la crisis financiera internacional, tampoco han recibido ayudas públicas de capitalización", explican fuentes de la Asociación Española de Banca (AEB), de modo que "no tendría sentido, y además sería injusto, imponer a los bancos españoles una tasa que persiga alguno de esos dos objetivos". Si el fin es crear un colchón ante futuras crisis financieras, "los bancos españoles disponen del Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), que se capitaliza de forma permanente", añaden las mismas fuentes.



La patronal de las cajas de ahorros, la CECA, rehúye hacer declaraciones, si bien fuentes de este sector defienden la "neutralidad" de los productos financieros, para que ningún gravamen traslade el coste a los clientes.



"El sistema financiero actual es como un Ferrari que va sin faros por una carretera con curvas por la que nunca ha circulado, a toda velocidad", dice y retoma la metáfora de Tobin: "La única manera, en mi opinión, de evitar accidentes es poner baches en la carretera, echar un poco de arena en la máquina". Pero ¿seguro que la Tobin es la solución? "La tasa es potencialmente una buena forma de hacerlo, aunque la implementación es complicada y requiere un acuerdo internacional", muy difícil. Pero, en cualquier caso, "hay que entender que tal tasa no hubiera afectado a las burbujas inmobiliarias, y a la crisis del euro que estamos sufriendo", advierte Garicano.



Otros diques mantienen la batalla plácidamente estancada en los discursos. No hay definición ni consenso sobre el tipo de impuesto concreto que debería diseñarse, tampoco sobre los fines exactos a los que se destinaría su recaudación ni mucho menos el órgano supranacional que lo recaudaría, nuevo o ya existente (Banco Internacional de Pagos, Banco Mundial, FMI u otros), o si sería Estado por Estado. "Eso no deja de ser dar más poder a un organismo de Washington, también sería posible una aproximación país a país", dice Carlos Mulas, director de la Fundación IDEAS, que alumbró un informe dirigido por el Nobel Joseph Stiglitz que defiende los efectos que tendría una tasa financiera.



"El FMI y el Banco Mundial han perdido mucha credibilidad en la zona de América Latina", tercia Juan José Rubio, quien se muestra más partidario de alguna organización vinculada a la ONU. De hecho, en su opinión, "tampoco Washington pretende acumular más papel, Barack Obama se ha mostrado en estos años más partidario de distribuir un poco más las responsabilidades y eso se ve también en cómo ha afrontado las relaciones internacionales". El catedrático defiende un control vinculado a la ONU, pero recalca la necesidad de que cualquier gravamen tenga una dimensión global, dados los desplazamientos de capital que supondría que solo se aplicasen en algunos mercados.



La banca también advierte de eventuales de capital. Los defensores de la tasa coinciden en poner el mismo ejemplo: Reino Unido grava con un 0,5% las transacciones de acciones y Londres permanece como una de las mayores plazas financieras del mundo. También Brasil aplica desde 2009 un impuesto sobre operaciones financieras (IOF) del 2% con el fin de frenar la apreciación del su moneda, debido al fenomenal crecimiento económico y la entrada de capital caliente.



Desde Alemania, Spahn sí reconoce, no obstante, que este tipo de transacción está muy descentralizado, de modo que propone "comenzar con impuestos de transacciones monetarias para lograr cierta experiencia". El catedrático alemán plantea actuar sobre las transacciones que están altamente concentradas (y que es necesario resolver con el Banco Central Europeo (BCE), de forma que la parte en euros fuese gravada (a una tasa muy baja) en el cierre. En este caso, el BCE podría ser el recaudador y distribuidor de esos nuevos ingresos fiscales generados.



De momento, los que sí se han convertido en realidad son algunos impuestos a la banca en varios países (Alemania, por ejemplo) para asegurar el pago de rescates ante futuras crisis.El estudio de IDEAS defiende tres tipos de impuestos (ver cuadro), uno que incremente el IRPF sobre las plusvalías financieras, otro sobre los activos y el que defiende como idóneo, el de las transacciones financieras. Para este último plantean un tipo de entre el 0,01% y el 0,05% del importe negociado que restase atractivo a las operaciones especulativas cuyo beneficio depende de oscilaciones de precios muy pequeñas y de corto plazo (pero sobre grandes volúmenes, de ahí lo jugoso del negocio). La medida podría reducir este tipo de contrataciones hasta un 65%, tras el cual se prevé una recaudación de 2.200 millones de euros en España y de 467.000 millones en todo el mundo, según los expertos (ver cuadro).



Ese "puño" del que hablaba Dominique Strauss-Kahn -se supone que también invisible, como la mano del mercado, y, por tanto, bastante peligroso- no trata a todos por igual. Paul Krugman habló con mucha ironía del "sacrificio compartido" en uno de sus últimos artículos: "Los pobres tienen que aceptar grandes recortes en Medicaid



[seguro médico para personas con pocos ingresos] y los cupones de alimentos; la clase media tiene que aceptar grandes recortes en Medicare [seguro médico para personas mayores de 65 años] que en realidad suponen el desmantelamiento de todo el programa, y que las corporaciones y los ricos tienen que aceptar grandes bajadas en los impuestos que tienen que pagar. ¡Sacrificio compartido!".



Jesús Lizcano, catedrático de Economía Financiera y Contabilidad, enmarca cualquier iniciativa para una tasa en el proceso hacia una mayor gobernanza económica global (un tema recurrente en Europa al prender la discordia entre una política monetaria común y la falta de sintonía fiscal). Lizcano destaca que la tormenta financiera "sensibiliza mucho" y que, independientemente del futuro próximo, "el debate ha alcanzado un punto sustantivo sobre el que es difícil volver atrás".



Ahora, a la vista de discursos como el de Nicolas Sarkozy, por ejemplo, parece que cosecha más apoyos que nunca.
Aunque el presidente francés ha recibido alguna que otra acusación de electoralista. La última, la semana pasada.
Su Gobierno anunció una ley para obligar al pago de una prima a los trabajadores de las empresas de más de 50 empleados que, aumenten los dividendos que pagan a sus accionistas. Otro -el enésimo- problema de la tasa Robin Hood es que el espíritu del arquero de Locksley convierta en un juguete político.

Warhol y Nietzsche se citan en el Real

El coliseo madrileño estrena hoy la osada versión de Warlikowski de 'El rey Roger' - El montaje, provocador e intelectual, incendió de polémica la Bastilla de París .
En la oscuridad de la platea, Krzysztof Warlikowski sigue corrigiendo errores a una semana del estreno (hoy en el Teatro Real).
"¡Guillermo, por favor, los espejos!", indica al regidor.
Lo que al director de escena y creador del montaje se le escapa, lo resuelve Gerard Mortier, también en las butacas durante el ensayo. "¡El coro, más alto, este es su momento!".
El rey Roger, la ópera más provocadora de la era Mortier, ajusta sus piezas.
Un montaje basado en la obra que el polaco Karol Szymanowksi escribió con su primo y amante Jaroslaw Iwaszkiewicz en 1924 a partir de sus liberadores viajes a Sicilia, la inspiración de Las Bacantes de Eurípides y la permanente lucha entre el mundo dionisíaco y el apolíneo descrita en El nacimiento de la tragedia de Nietzsche.
Un montaje que incendió la Bastilla de París cada noche desde su estreno en 2009 y que llega a Madrid como apuesta del director artístico del Real para ampliar los horizontes intelectuales de la ópera, confrontar ideas y abrir el teatro a nuevos debates.
 Un espectáculo predispuesto a las ovaciones y a los abucheos con igual intensidad.






Gerard Mortier: "A quien no le guste, es su problema. Me parece excelente"



Warlikowski: "Después de verla, deberíamos sentirnos perdidos"

La borrachera de libertad de los años setenta, agitada por los postulados de Andy Warhol y la eclosión hippy desembocó en la gran paradoja de esplendor consumista.
Esa utopía de un placer perenne, antesala de la tiranía moderna, es uno de los pilares narrativos de la propuesta de Warlikowski.
Un hombre instalado en sus convicciones (el rey Roger II) que recibe la visita de una suerte de chamán/dios de apariencia transexual (el Pastor de la obra original) para iniciarle en una serie de nuevos conocimientos -también homoeróticos- que perturbarán la paz de una pareja burguesa contemporánea que espera un hijo.






Puede que algunos se sientan ofendidos con el chute de heroína que recibe el rey (Mariusz Kwiecien) al comienzo; a otros quizá desconcierte que durante el primer acto se proyecte Flesh, la película de Andy Warhol en la que un hombre desnudo (Joe Dallesandro, actor fetiche de la Factory) juega a cuatro patas con un bebé y que sirve al autor para situar la obra en esa fulminante transición de la libertad al consumismo pop. Pero todo forma parte de la nada lineal narración de Warlikowski (Szczecin, 1962), en la que al final es casi imposible reconocer lo que pertenece al inconsciente de los personajes, al sueño o a la realidad.
"Hay cosas que es mejor no tratar de explicar", defiende el propio Mortier mientras Paul Daniel, el director musical, ajusta a la orquesta en el foso.



De ahí el permanente juego de símbolos que despliega Warlikowski.
Niños con caretas de Mickey Mouse, una gran piscina que se descubre en el centro del escenario y, sobre todo, un enorme sol capitalista que deslumbra al final de la función y en cuyo centro se ilumina en letras de neón la palabra Sun como santo y seña de la mercantilización del ocio que acaba seduciendo al protagonista.



¿Todo ello una provocación? "La ópera no tiene límites.
 Cuando se creó, no sabían el poder que tenía. Yo intento explicar que trabaja con los sentidos, que tiene que sacudir nuestros valores, porque ese es el propósito del arte. Quiero que se cree esa ansiedad en la gente y que produzca reflexión. No se trata de venir a pasar la típica velada burguesa.
Que no piensen que la ópera es solo para divertirse o para obtener un placer visual.
 Esto tiene que ver con el placer intelectual y sensorial", proclama Warlikowski mientras se enciende un cigarrillo en una de las salas del Real. "No se preocupe, no saltarán los detectores de humo, siempre lo hago".






El rey Roger es una obra del siglo XX que actualiza en este montaje todavía más sus referencias y se cita con otras disciplinas culturales.
No hay más que escuchar a Mortier invocar a David Lynch, Andy Warhol o a la película Eyes Wide Shut, cuyo argumento perfectamente podría pasar por una adaptación de esta ópera.






La sociedad capitalista, opresora en sus costumbres -cree Warlikowski-, se expresa en el primer acto a través de un espectacular coro de 80 personas vestidas de etiqueta y situadas detrás de una pantalla translúcida.
 La multitud de voces se transparenta y a la vez se proyecta su inquietante imagen -grabada en directo- sobre la misma pantalla, creando una sensación de dualidad entre instinto y razón que ya no desaparece en toda la obra.
Lo que sí se esfuma es ese coro, que por su enormidad tiene que ocultarse en una sala contigua al escenario y monitorizarse en el segundo acto a través de altavoces (impacta entrar y verles a todos sentados como esperando una señal divina).



"Muchas cosas en esta obra suceden dentro de la cabeza.
 Mi propósito es desafiar a la audiencia y no darles descripciones literales sobre asuntos que han pasado realmente. Yo no hago reportajes.
Después de verla, deberíamos sentirnos perdidos. Es un cierto grado de provocación, sí. Si no se acepta esto, es mejor elegir una ópera de Apolo, ligada a la armonía, más clara, lógica", explica en tono retador Warlikowski mientras mira desde la altura de una de las ventanas del teatro a los paseantes de la plaza.
"Mire, toda esa juventud debería tener algo más que una dolce vita de noche.
Si sus padres están aburridos de la ópera, que no les contaminen con ese falso amor".



El tercer acto sustituye el ballet de la obra por una suerte de baile en el agua (lo que llaman aquagym) entre viejos y jóvenes seguidores de Dionisio. Un intercambio de vida y muerte esperpéntico y cómico a la vez.




Por primera vez, el Real proyectará el texto del libreto también en las columnas laterales de la boca del escenario para que todo el mundo pueda leerlo bien.
Hay mucho interés en que esta obra se comprenda.
 Aunque Mortier no tiene ninguna duda sobre su calidad: "A quien no le guste, es su problema. Estoy seguro de que es una excelente producción". La obra, estructurada en tres actos, carece de intermedio.
Guste o no, habrá que digerirla. "Lo único que me decepcionaría es que la gente se durmiera, el resto no me importa", señala Warlikowski.