Un Blues

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27 jul 2009

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EL BOSS | Concierto de Bruce Springsteen en Bilbao

Gabon. Hemen gatoz. Pozik gaude". Como los indios, pero en alto y claro euskera. Es decir: "Buenas noches. Aquí venimos. Estamos contentos". Así saludó Springsteen a Bilbao entera. Y lo hizo a los sones de la tonadilla "Desde Santurce...".(No me lo hubiera perdido , para los bilbainos sería como para nostros, "Esta noche no alumbra....) El público, lógicamente, en el bolsillo.
Por lo demás, bailó el Jefe con sus viejas botas sobre el verde césped de La Catedral del balompié español a base de bíceps sostenidos, estribillos con perfume social y mucha contundencia.
Autenticidad, así le conocen la gran mayoría de sus muchos, muchos seguidores. Música popular encarnada en la figura de un músico convertido en el mayor icono de legiones enfervorizadas y con una forma casi en desuso de entender el rock: primar la conexión sonora por encima de gigantismos escénicos. Sin aditivos. Sin chisteras ni conejos. Sin focos, casi sin luces, pero con muchos taquígrafos (36.000 según la organización, aunque no llegaron a colgar el legendario cartelito del: 'No hay billetes').

El Jefe ha vuelto al tajo duro y está metido de lleno en la gira europea Working on the dream tour, la misma que le acercó anoche a la capital vizcaína en su primera comparecencia estatal aunque el de New Jersey haya establecido su central operativa en el bello Hotel María Cristina donostiarra. Por la Bella Easo se le pudo ver con bañito en la playa Ondarreta incluido, repartiendo miradas amables, sonrisas cómplices y hasta algún que otro autógrafo.
Y desde allí programará de nuevo su GPS a partir de hoy para repetir show en Sevilla (día 28), Benidorm (30), y ya en agosto, Valladolid (día 1) y Santiago de Compostela (2). Todo en un tour cuyo epílogo está previsto para el 15 de noviembre en Milkwaukee.

Lejos han quedado los días en que contemplar en directo a esta bestia escénica era una quimera –excelente, en cualquier caso–. Pero como avanzara Dylan, "los tiempos están cambiando", y los bolos de esta calaña se han convertido en un acto social en el que es fácil encontrar pelajes y colores de todos los tamaños entre un respetable dispuesto a escuchar los grandes éxitos del protagonista de turno.
Éste, por tanto, se ve obligado a reconducir la selección del repertorio en base al recinto y, así, afloran en el set list los grandes hitos comerciales de la dilatada carrera del cantante. Springsteen sabe algo de eso (se ha visto en sus_últimas comparecencias se ha visto).
A lo que hay que añadir el bajonazo artístico que, según bastantes, se ha producido en su creatividad discográfica. Especialmente en su última entrega, Working on a dream. Álbum del que, en contra de lo que suele ser habitual en el norteamericano, tan sólo tenía previstas la épica Outlaw Pete, la blandita pieza que titula el disco y la poderosa Kingdom of lays, aspirante a engrosar la ya larga lista de clásicos.

Y tras el paso, años atrás, de sus Satánicas Majestades y Luciano Pavarotti por el arco de San Mamés, llegó el boss a la capital vizcaína (en cuyas cercanías ya había ofrecido buenas muestras de su poderoso directo en tres ocasiones anteriores a lo largo de los últimos tres años) para demostrar su capacidad de trasladar a los grandes auditorios la experiencia física y anímica que supone ver a una banda de rock de primer orden en el cuerpo a cuerpo, con su último (obviando un reciente recopilatorio de sospechoso tufillo recaudatorio) Working on a dream como disculpa. Un álbum de corte pop con el que el Jefe pretende reverdecer su pletórico estado de gracia a pesar de sus muy bien llevados 59 años (cumplirá 60 en septiembre). Como es natural, Bruce no transmitió la rebelde energía de antaño, pero aún así fue capaz de poner en marcha la caldera sentimental y anímica del rock durante la hora transcurrida al cierre de esta edición (faltaban dos más). Así fue desgranado desgranando buena parte de su inconmensurable repertorio a medio camino entre la diversión alocada y el rock de sabor campero profundamente americano.

Pletórico de voz, actitud, presencia y capacidad comunicativa, Springsteen hizo de puente entre el pretérito más recomendable y el presente más contemporáneo. Hank Wlliams, Bob Dylan o Chuck Berry son nombres que aparecen en el subconsciente mientras el pequeño pero fornido esqueleto de Springsteen derrochaba una energía contagiosa, a la carrera por el escenario o por el mástil de sus seis cuerdas, bañándose entre la multitud de las primeras filas, seguidores a los que compensa su fidelidad, entrega y largas horas de espera con pulseras que garantizan su posterior posicionamiento privilegiado durante el show.

Su despliegue físico no es el mismo de antaño pero conserva el carisma innato e implícito en su repertorio clásico a medio camino entre el asfalto y el mundo rural. Pero no estaba solo. Arropado por la E Street Band, una especie de locomotora rítmica, el show encontró pronto un ritmo perfecto para convertir el soleado y último domingo de julio en una nueva experiencia inolvidable.

Aunque no soplan buenos aires para la banda (en abril de 2008 murió el teclista Danny Federici y los más diversos achaques comienzan a cercenar las posibilidades musicales de varios de sus integrantes) y es Springsteen quien debe tirar del carro a base de estribillos vitamínicos, la E Street Band –con la incorporación a los coros de Curtis King y Cindy Mizelle– reprodujo su sonido de los 80 sostenida en los solventes Garry Tallent (bajo), Charles Giordano (teclados) y Roy Bittan (piano), junto a las guitarras de Steve Van Zandt y el gran Nils Lofgren que insertaron diálogos ocurrentes y empastaron de electricidad guitarrera el sonido casi AOR del conjunto.

Así, sobre un escenario más bien austero apoyado en pantallas que focalizaban la atención remarcando el liderazgo de el Jefe en su papel de ideólogo del rock americano de corte clásico, Springsteen ofreció un show sudoroso que incluye un listado de unos treinta temas. Sin embargo, su discografía reúne multitud de canciones imprescindibles y sus shows, tal y como reclamó la mayoria del respetable asistente a la liturgia rockera en La Catedral, deberían durar al menos una jornada laboral para satisfacer todos y cada uno de los muchos y variados gustos reunidos en torno al Jefe.

Clint Eastwood corriendo