Alejandro Albalá, ¡Por Navidad no recordaremos ni tu nombre!
Pilar Eyre
No es por maldad
Alejandro Albalá, ¡Por Navidad no recordaremos ni tu nombre!
Pilar Eyre
Has estado con la hija de la Pantoja y has ido a contarlo a televisión. Vale, muy bien. Eres un chico educado, no hablas a gritos, eres alto, bastante mono y no pareces mala persona. Todo esto es verdad, sí…
¿Te das cuenta, querido muchacho, de que en el fondo no nos importas nada?
¿No te has percatado aún de que tu único mérito es haber estado con
Chabelita, y una vez expuesto el tema con pelos y señales ya no tienes
ningún interés? ¿Qué tu discurso nos aburre, tus opiniones son
irrelevantes, tus inquietudes no aportan nada a nuestras existencias y
que tu popularidad será tan corta como la vida de una flor? ¿Mi pronóstico? ¡Por Navidad no recordaremos ni tu nombre!
¡Habrás quedado como una muesca más en la pistola de Chabelita! ¿Qué
significa eso? Pues mira, antes, en los western, se marcaba una señal en
la culata de… Es igual, déjalo.
El documental Casting JonBenet se adentra en la larga sombra que cubre a los pueblos donde se perpetró un macabro asesinato.
Cuando se busca un pueblo en Google, el primer resultado suele ser la página de Wikipedia del lugar, pero en el caso de Puerto Hurraco es el segundo. El primero es una entrada titulada ‘Masacre de Puerto Hurraco’.
Quien quiera saber algo más de esta localidad extremeña, en la pacífica
y hermosa comarca de La Serena, lo va a tener difícil. Si acude al
apartado Historia, de la entrada Puerto Hurraco, no encontrará ni un
solo dato que no se refiera a los crímenes de agosto de 1990 perpetrados por los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo,
cuando salieron de casa armados con escopetas y asesinaron a nueve
vecinos que estaban tomando el fresco. Aparte de eso, no hay ni una
referencia al año de fundación del lugar, ni a otros sucesos históricos.
Nada.
Puerto Hurraco es igual a crimen. Peor lo tiene Alcàsser. La función
de autocompletado de Google añade por su cuenta “crimen de Estado”
cuando se teclea el nombre del pueblo, que ni siquiera tiene una entrada
en Wikipedia en la primera página de resultados. En cambio, los
algoritmos sí destacan mucho la titulada ‘Crimen de Alcácer’, donde se
da cuenta muy prolija del secuestro y asesinato de Miriam, Toñi y Desirée, cuyos cuerpos aparecieron semienterrados en una fosa en enero de 1993. Han pasado 27 y 24 años, respectivamente. Hay vecinos adultos de
ambos sitios que no habían nacido entonces, pero también ellos viven en
el presente de la tragedia, como si el tiempo se hubiera parado. La estación de cercanías de Atocha, en Madrid, fue escenario en 2004 de la mayor matanza de la historia de España
en tiempos de paz. Sin embargo, quien busque Atocha en Google no
encontrará alusiones a ella en las primeras páginas de resultados, y la
detalladísima y larga página de Wikipedia dedicada a la historia de la
estación solo habla del 11-M de pasada en una línea. Los más de 200.000 viajeros diarios que pasan por ahí sepultan la memoria criminal a pesar de los recordatorios perennes
en forma de monumentos: nadie o casi nadie espera la llegada de su tren
mientras piensa en los atentados. No hay morbo ni escalofríos
colectivos. Muy cerca de allí, en la calle de Atocha, una placa y una escultura recuerdan la matanza de los abogados laboralistas de 1977, hito que conmocionó al país. Es grande y llamativa no perturba ni un poco el ajetreo cotidiano de esa esquina madrileña.
Es la maldición de los crímenes rurales: su recuerdo pringa
los topónimos, las calles y las casas. Pueblo y muerte se funden en el
imaginario colectivo durante generaciones, mientras la gran ciudad
absorbe la memoria de sus propios traumas en cuestión de meses. Esta
persistencia contra el olvido propia de las comunidades pequeñas,
incapaces de levantar mitologías alternativas, inspira ficciones y
relatos de todo tipo. Uno de los últimos es el muy desasosegante
documental Casting JonBenet, presentado en el último Festival de Sundance y producido por Netflix. La película relata el asesinato sin resolver de una niña de seis años,
reina infantil de la belleza, en Boulder, un pueblo de Colorado, en
1996, que provocó una agitación en Estados Unidos parecida a la que causó el crimen de las niñas de Alcàsser en España en 1992,
con teorías conspiranoicas, programas de la tele volcados en el caso y
sobreexposición mediática de los padres de la víctima, que llegaron a
escribir libros sobre la experiencia (sin estar ellos mismos libres de
sospechas). La originalidad de Casting JonBenet consiste en que
presenta la historia a través de las pruebas de casting a las que se
presentan actores aficionados del pueblo para interpretar el dramatis personae
del crimen. Los aspirantes a los papeles comparten sus hipótesis, sus
recuerdos y sus prejuicios, y todos juntos transmiten una certeza: 20
años después, la muerte de aquella niña sigue ocupando el centro de la
memoria. Las pasiones y desencuentros que provocaba en 1996 se conservan
igual de inflamados.
Es la maldición de los crímenes rurales: su recuerdo pringa los
topónimos, las calles y las casas. Pueblo y muerte se funden en el
imaginario colectivo durante generaciones, mientras la gran ciudad
absorbe la memoria de sus propios traumas en cuestión de meses. Esta
persistencia contra el olvido propia de las comunidades pequeñas,
incapaces de levantar mitologías alternativas, inspira ficciones y
relatos de todo tipo. Uno de los últimos es el muy desasosegante
documental Casting JonBenet, presentado en el último Festival de Sundance y producido por Netflix.
La película relata el asesinato sin resolver de una niña de seis años,
reina infantil de la belleza, en Boulder, un pueblo de Colorado, en
1996, que provocó una agitación en Estados Unidos parecida a la que causó el crimen de las niñas de Alcàsser en España en 1992,
con teorías conspiranoicas, programas de la tele volcados en el caso y
sobreexposición mediática de los padres de la víctima, que llegaron a
escribir libros sobre la experiencia (sin estar ellos mismos libres de
sospechas).
La originalidad de Casting JonBenet consiste en que
presenta la historia a través de las pruebas de casting a las que se
presentan actores aficionados del pueblo para interpretar el dramatis personae
del crimen.
Los aspirantes a los papeles comparten sus hipótesis, sus
recuerdos y sus prejuicios, y todos juntos transmiten una certeza: 20
años después, la muerte de aquella niña sigue ocupando el centro de la
memoria.
Las pasiones y desencuentros que provocaba en 1996 se conservan
igual de inflamados.
No hay ningún experimento cinematográfico ni tibiamente
parecido en España, donde se ha tratado la huella de los crímenes
rurales, siempre bajo la etiqueta ominosa de la España negra,
desde las convenciones del drama y la tragedia. Incluso cuando
cineastas originales y esteticistas se han acercado a alguno de ellos,
como Carlos Saura con Puerto Hurraco, han adoptado enfoques
convencionales que replican los lugares comunes sobre la brutalidad y el
atraso. En el caso del pueblo de Badajoz, había una carga simbólica y
política inevitable: los hechos sucedieron cuando el país estaba
inmerso en la preparación de los Juegos Olímpicos de Barcelona,
fiesta mayúscula de la modernidad española. Los disparos de los
hermanos Izquierdo parecían la vieja España emergiendo del pozo donde el
resto del país la había tirado. Pero en El séptimo día, de
Saura (con guion de Ray Loriga), es más reveladora la intrahistoria del
rodaje que la cinta en sí: el equipo tuvo que buscar localizaciones en
pueblos de Castilla y León debido a la gran hostilidad que el proyecto
despertaba en Extremadura, donde el entonces presidente, Juan Carlos
Rodríguez Ibarra, presionó para boicotear el filme, aduciendo que podía
perjudicar al turismo. “Puerto Hurraco quiere olvidar” es un titular recurrente,
también en el archivo de este periódico, cada vez que un aniversario o
cualquier otra excusa propicia un nuevo reportaje sobre la huella de
aquel crimen, pero el olvido es lento y nada se puede hacer para
acelerarlo. Ya casi nadie recuerda el crimen sin resolver de Los
Galindos, en Sevilla, de 1975, y otros se difuminan entre aires de
Lorca, que marcó en su teatro el estándar, el aroma y el tono por el que
se miden todas las matanzas rurales en España. Hay incluso pueblos que,
tras décadas de olvido obligado, hacen de su tragedia histórica el
núcleo de su identidad: Casas Viejas, en Cádiz, dejó de llamarse así
para figurar en todos los papeles como Benalup de Sidonia, tras la
matanza que le hizo famoso en 1933 y que provocó la primera gran crisis
del Gobierno republicano. En 1998 el pueblo pasó a llamarse
Benalup-Casas Viejas. Claro que aquella masacre fue política, pero la
relación con el estigma, la memoria y los hilos familiares que unen a
muchos vecinos con la violencia y sus consecuencias son tan fuertes y
dolorosos como en cualquier crimen.
El joven, de 23 años, llevaba colgada una mochila llena de piedras, y ambos cuerpos tenían signos de violencia.
Casi desde el principio, la hipótesis de los Mossos d’Esquadra fue
que los cadáveres de Paula Mas y Marc Hernández estaban hundidos en las
aguas turbias del pantano de Susqueda (Girona). La pareja salió el 24 de
agosto con la intención de pasar un día allí y hacer una excursión en
kayak. Luego dormirían en el coche. Pero a media mañana se perdió su
pista. Tres días después, apareció el kayak flotando en el pantano. Al
día siguiente, el coche de Paula, hundido a siete metros de profundidad. El martes los Mossos encontraron el cadáver de la joven. El nivel del agua del pantano había bajado entre dos y tres metros, y
dejaba entrever el cuerpo atrapado entre unas rocas. No muy lejos,
hallaron a Marc, flotando, con una mochila colgada llena de piedras.
Ambos estaban desnudos y con signos de violencia, según fuentes
policiales. Llevaban 33 días desaparecidos.
El cadáver de Marc tenía heridas en el tórax y en las manos. La
autopsia, que se practicará mañana, deberá confirmar si son de arma
blanca. Paula presentaba una lesión en la cabeza, que es compatible con
un golpe con un objeto contundente, con un ataque con cuchillo o incluso
con un arma de fuego, según fuentes judiciales. Los agentes sospechan
que la joven también llevaba colgada una mochila que se desprendió del
cadáver con el paso de los días. Los Mossos la buscan bajo el agua. La pareja, ella de 21 y años y el de 23, hacía unos dos años que
salían. Aquel día 24 les dijeron a sus familias y amigos que se iban a
pasar un día en la naturaleza. El plan era dormir en el coche de Paula,
un Opel Zafira, que luego apareció en el pantano,
con las llaves en el contacto, la primera marcha puesta, la ventana del
conductor abierta y el freno de mano quitado. Los asientos delanteros
estaban tirados hacia delante, y los de detrás, abatidos. También había
una especie de colchones. Todo estaba dispuesto para pasar la noche en
el coche. Los padres de la joven empezaron a preocuparse
al ver que ella no respondía a los mensajes ni a las llamadas el mismo
día 24. Paula era, según su entorno, una persona muy responsable con su
familia y con su trabajo, en la pizzería Carpi de Vilassar de Mar
(Barcelona), donde no había faltado ni un solo día. Los Mossos saben
seguro que a las nueve y media de la mañana aún estaban vivos porque se
les vio a los dos sacando dinero en un cajero de Cellera de Ter. Luego
entraron en el restaurante La Parada del Pasteral y tomaron algo. La
última conexión del teléfono móvil de Marc es a las diez de la mañana.
El de Paula, dos horas y media más tarde. Tres días después de la desaparición, el 27, varios testigos avisaron
a la policía de que en el pantano, que tiene más de 460 hectáreas de
superficie, se veía un kayak flotando, boca abajo. Cuando lo
recuperaron, los Mossos comprobaron que estaba desinflado, con los
tapones quitados y rajados. Al día siguiente, no muy lejos, los bomberos
encontraron el coche. Estaba a unos siete metros de profundidad, contra
unas rocas que impidieron que se hundiese más, hasta los 33 metros de
profundidad que tiene la zona donde lo hallaron. En el asiento del copiloto había una piedra. Los Mossos no tienen claro si entró o si alguien la puso allí adrede. El hallazgo del coche confirmó la sospecha: el vehículo no cayó por
accidente, alguien lo tiró. ¿Pero quién? ¿Y por qué? La policía catalana
ha escudriñado durante un mes
la vida de los jóvenes y su entorno en busca de rencillas o cualquier
otra cosa que pudiese suponer un móvil que explicase la desaparición. Encontraron unas notas de Paula personales, sobre su relación
sentimental, pero no aportaron ninguna pista sobre lo sucedido. El
entorno de Marc, que había acabado un grado de técnico forestal y que en
la actualidad buscaba trabajo, tampoco arrojó datos sospechosos. A la
vez, rastrearon incansables el pantano. Los buzos palpaban casi a
oscuras las revueltas aguas en busca de los cadáveres de la pareja. La principal hipótesis hasta ahora es que Paula y Marc se encontraron
con la persona o las personas no adecuadas, seguramente unos
desconocidos, que los mataron y los tiraron al pantano. Además, los
cargaron con piedras con la intención de que sus cuerpos nunca más
salieran a la superficie.
"Hacía muchos años que quería abordar un tipo de novela de gente que
vuelve de la guerra, gente que desaparece y reaparece -incluso no
regresa", cuenta Marías. El autor destaca entre los libros que lo
inspiraron para la escritura de su última novela, La Odisea de Homero.
"El primer desaparecido de la historia de la literatura es Ulises",
señala. Javier Marías (Madrid, 1951) es escritor, articulista y traductor.
Colabora con EL PAÍS desde los inicios del diario y desde 2008 es
miembro de la Real Academia Española. Ha publicado más de una decena de
novelas, con Los enamoramientos (Alfaguara, 2011) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 2012. La selección de Javier Marías para ¿Qué estás leyendo? es: La Odisea de Homero. La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis (Reino de Redonda). El coronel Chabert, de Balzac (Reino de Redonda). El relato Wakefield, dentro del libro Twice-Told Tales, de Nathaniel Hawthorne, La canción de Lord Rendall, dentro de Mala índole, Javier Marías (Alfaguara). Enrique V, de Shakespeare. Los versos de T.S. Elliott pertenecientes a Little Gidding, uno de Los Cuatro Cuartetos. Historia de dos ciudades, de Charles Dickens. La trilogía Tu rostro mañana (2002-2007) del propio Javier Marías, de la que recupera algunos personajes.