. .Esta es la historia de una chica neoyorquina de un metro ochenta de altura y origen turco que convirtió su loca pposeídos. y las personas que los leen, de Elif Batuman (Nueva York, 1977), es una mezcla de memoir, ensayo literario y crónica que publicó hace un año en EE UU (ahora lo hace en España de la mano de Seix Barral) con unas viñetas en la portada que resultaban desconcertantes porque ponían frente a frente dos mundos aparentemente contrarios: el humor y la literatura rusa. "Fue un gran acierto", asegura la autora desde Estambul, donde hace meses que imparte clases en la Universidad de Koç y además desconecta del éxito de Los poseídos. "
Aventuras con libros rusos asión por la literatura rusa en una sorprendente primera novela.
Los
Venir aquí ha sido una buena idea, lo necesitaba".
Los poseídos es un libro escrito por Batuman pero ideado por el que era su editor en Farrar, Straus & Giroux, Lorin Stein.
"Fue él quien pensó que tenía que convertir en libro los ensayos que había publicado en diferentes revistas sobre literatura rusa.
Y fue él quien pensó que con este título y esta portada la literatura rusa dejaría de ser un asunto intimidante".
Stein (hoy editor de la revista Paris Review) recuerda que la primera vez que leyó a Batuman estaba en Veselka, ese restaurante del East Village que abre toda la noche cuya carta está dedicada a Europa del Este.
A las tres de la madrugada -"y eso es muy tarde en Nueva York", recuerda Stein-, frente a un chucrut, abrió un nuevo número de n+1 y se topó con el ensayo Bábel en California, en el que Batuman narraba una hermosa y a la vez disparatada historia relacionada con sus estudios dedicados al escritor Isaak Bábel.
Aquel texto, que hoy abre Los poseídos, viajaba con pasmosa naturalidad de King Kong a Beria y de Stanford a Moscú.
"No pude detenerme. Solo sé que al día siguiente le escribí una carta a Elif pidiéndole que, fuera cual fuese su primer libro, quería publicarlo. Escribía como un ángel, con esa mezcla de ironía, humor autocrítico, empatía, aprendizaje profundo y emoción contenida. Y, por encima de todo, estaba su tono, que nunca yerra, por lejos que vague (¡y vaga hasta tan lejos!), hacia sus lecturas, su vida amorosa o su infancia. Cada vez que leo una frase suya, comienzo a sonreír".
Efectivamente, Los poseídos va mucho más allá de su hábil portada, porque su autora ejemplifica de manera brillante ese binomio entre vida y literatura que rompió Don Quijote y que ella convierte en una pasión única en busca de la verdad y la belleza. Por todo esto, la crítica la ha definido como una criatura singular, digna de la cópula entre Janet Malcolm y Woody Allen (The New York Times), Susan Sontag y Buster Keaton (Los Angeles Times) o Borges y Borat (Slate Magazine).
"¡Ya! A mi madre no le hace mucha gracia que todos me vean como hija de otros", bromea ella. "Me dice: '¿Es que nuestros genes no son lo suficientemente buenos?' Pero la crítica de libros se ha contagiado de las fórmulas de la crítica musical. Solo es eso".
Mientras mantiene sus colaboraciones con The New Yorker prepara su segundo libro: "Una reflexión sobre el amor y el matrimonio, una novela gótica sobre Charlotte Brontë, que antes me parecía solo una escritora para chicas y se ha convertido en mi nueva obsesión".
26 may 2011
25 may 2011
Viajar en tren al mundo de García Márquez
Viajar en tren al mundo de García Márquez
"El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. (...) Eran las once de la mañana y aún no había empezado el calor.
-Es mejor que subas el vidrio -dijo la mujer-. El pelo se te va a llenar de carbón.
La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba bloqueada por óxido".
Van rumbo a la tierra donde nació Gabriel García Márquez (Colombia, 1927), al territorio real que inspiró el mítico Macondo del Nobel colombiano. Sólo que esta historia es de mucho antes de que el mundo supiera de su existencia en Cien años de soledad. Es un cuento de 1962 titulado La siesta del martes donde se aprecia el tiempo y el espacio macondiano escrito de manera embrionaria, en vísperas de su inmortalidad. El calor detenido, la brisa que ya no lleva el aroma del mar y la tierra amarilla pisada por seres que llevan encima un pasado que no deja de dar manotazos al futuro; personas con secretos que van desgranando sin querer y donde las mujeres son las que en verdad deciden el porvenir. Y las que son capaces de afrontar impertérritas las afrentas de la vida y los dolores emocionales más inconcebibles. La mujer del tren es una de ellas; el lector aún lo ignora. Y poco a poco esa severidad del verano aislado del mundo en el caribe colombiano se revelará como el reflejo de los sentimientos que guardan la mujer y su hija. Un cuento que recuerda que Macondo, más allá de sus legendarios y famosos prodigios, hunde sus raíces profundas en la tierra, porque nace de allí y está aquí. Es un relato ajeno a fantasías al condensar toda la humanidad en su miseria, templanza, tristeza, orgullo, injusticia, compasión, dignidad y amor. A aquel territorio garciamarquiano real vamos a ir ahora en Veranos literarios, dentro del homenaje a los elementos del estío. Acompañemos a la niña y a su madre, lo van a necesitar:
"Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel periódico. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la venanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre. (...)
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua las flores muertas.
Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para comer. (...) Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.
-Ponte los zapatos -dijo.
La niña miró al exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta.
-Péinate -dijo.
El tren empezó a pintar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores.
- Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora -dijo la mujer-. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.
La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. (...) El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento después se detuvo.
No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto un salón de billar. El pueblo flotaba en el calor. La mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.
Eran casi las dos. A esa hora, agobiados por el sopor, el pueblo hacía la siesta. (...) Buscando siempre la protección de los almendros, la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar. En el interior zumbaba un ventilador eléctrico. No se oyeron los pasos. Se oyó apenas el leve crujido de una puerta y en seguida una voz cautelosa muy cerca de la red metálica: "¿Quién es?". La mujer trató de ver a través de la red metálica.
-Necesito al padre -dijo.
-Ahora está durmiendo.
-Es urgente -insistió la mujer". (...)
- ¿Qué se les ofrece? -preguntó.
- Las llaves del cementerio -dijo la mujer.
La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los pies cruzados bajo el escaño. El sacerdote la miró, después miró a la mujer y después, a través de la red metálica de la ventana, el cielo brillante y sin nubes.
-Con este calor -dijo-. Han podido esperar a que bajara el sol.
La mujer movió la cabeza en silencio. (...)
-¿Qué tumba van a visitar? -preguntó.
-La de Carlos Centeno -dijo la mujer.
-¿Quién?
-Carlso Centeno -repitió la mujer.
El padre siguió sin entender.
Tronos DAVID TRUEBA
.El comentario definitivo al género del peplum lo realizó Groucho Marx cuando en una carta afirmó que Sansón y Dalila, protagonizada por Victor Mature y Hedy Lamarr, era la primera película que había visto donde el actor tenía pechos más grandes que la actriz. El género no ha muerto y la televisión lanza series de época, que a ratos parecen una clase de historia explicada durante la fiesta fin de curso.
Juego de tronos llega publicitada como la sensación del año.
Adaptación de la novela serializada de George R. R. Martin, ha merecido críticas demoledoras de medios como The New York Times.
En la prestigiosa revista Slate, la crítica llevaba el título de Mierda cuasi medieval de fantasía con dragones.
Aunque el autor explicaba que no se refería tanto a la calidad de la serie como a su género.
Inmediatamente se ha desatado la guerra por la consideración que merece la literatura fantástica.
No sé si la batalla del prestigio merece tantas espadas desenfundadas, cuando hoy la audiencia y la propaganda son la única variable que rige el gusto.
De todas formas, bienvenida sea la pelea.
La base literaria de la serie es el epicentro de la polémica, como lo fue aquel desplante de Harold Bloom al cargarse los libros de Harry Potter tildándolos de mala literatura o la eterna trifulca entre fieles y escépticos de El señor de los anillos.
Los dos primeros episodios de la primera temporada de Juego de tronos están tan condimentados de lo que hace rentable una hora de televisión, que para unos es un fenómeno adictivo y para otros una banalidad con trascendencia de época.
Para sus críticos, el sexo es de fantasía Playboy, con el pene como bastión de un poder letal, siempre invisible, frente a los bien presentes culos y tetas femeninos.
En este caso no se cuela tanta silicona, todo un detalle de rigor en la ambientación.
La apuesta satisface a degüello al amante de las cabezas cortadas; se apiolan contrincantes y se matan niños y animales a tal velocidad que parece que tuvieran prisa por darlo todo antes de que HBO se piense si le conviene a su sello este estandarte.
Juego de tronos llega publicitada como la sensación del año.
Adaptación de la novela serializada de George R. R. Martin, ha merecido críticas demoledoras de medios como The New York Times.
En la prestigiosa revista Slate, la crítica llevaba el título de Mierda cuasi medieval de fantasía con dragones.
Aunque el autor explicaba que no se refería tanto a la calidad de la serie como a su género.
Inmediatamente se ha desatado la guerra por la consideración que merece la literatura fantástica.
No sé si la batalla del prestigio merece tantas espadas desenfundadas, cuando hoy la audiencia y la propaganda son la única variable que rige el gusto.
De todas formas, bienvenida sea la pelea.
La base literaria de la serie es el epicentro de la polémica, como lo fue aquel desplante de Harold Bloom al cargarse los libros de Harry Potter tildándolos de mala literatura o la eterna trifulca entre fieles y escépticos de El señor de los anillos.
Los dos primeros episodios de la primera temporada de Juego de tronos están tan condimentados de lo que hace rentable una hora de televisión, que para unos es un fenómeno adictivo y para otros una banalidad con trascendencia de época.
Para sus críticos, el sexo es de fantasía Playboy, con el pene como bastión de un poder letal, siempre invisible, frente a los bien presentes culos y tetas femeninos.
En este caso no se cuela tanta silicona, todo un detalle de rigor en la ambientación.
La apuesta satisface a degüello al amante de las cabezas cortadas; se apiolan contrincantes y se matan niños y animales a tal velocidad que parece que tuvieran prisa por darlo todo antes de que HBO se piense si le conviene a su sello este estandarte.
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