23 feb 2011
El Estado soy yo JUAN GOYTISOLO
A mediados de los ochenta del pasado siglo, charlaba con mis amigos músicos de la plaza de Marraquech en la peluquería en la que trabajaba uno de ellos cuando entró un desconocido de una treintena de años cuyo acento nos intrigó.
No era magrebí ni egipcio ni de Oriente Próximo. Mientras se sometía a las tijeras y el peine del barbero, le preguntamos de dónde procedía.
De Libia, dijo. Curioso como soy, le pedí su opinión sobre el Líder Máximo. "Es mi padre", dijo. "Bueno, el padre de todos los libios". Su singular sistema de gobierno, insistí, ¿funcionaba bien? Como una seda, repuso.
La gente, ¿vivía satisfecha? Satisfecha, no, feliz. Le comenté que la perfección que nos pintaba no existe en nuestro triste mundo.
Todas las sociedades del planeta tienen problemas, pequeños o grandes, pero problemas. El desconocido pareció reflexionar y su letanía de las bondades del sistema se trocó en lamento.
Sí, había un gran problema, el de la dote.
Casarse era muy caro, no estaba al alcance de todos los bolsillos.
El tono de su voz cambió también de la autoafirmación a la angustia.
Había venido precisamente a Marruecos en busca de una novia.
En Casablanca le hablaron de una muchacha virgen y quien la conocía le prometió concertar una cita con ella, pero necesitaba hacerle un buen regalo antes de los preliminares del trato, él confió 2.000 dirhams al intermediario y a la hora fijada para el encuentro en la sala trasera de un café del centro, no aparecieron ni él ni la prometida, le habían engañado y se sentía deshecho, aquella era su última oportunidad, nos preguntó si conocíamos a alguna joven casadera, aunque no fuera entrada en carnes o tuviera algún defecto, a él no le importaba, quería volver a su tierra casado y con los papeles en regla... La visión beatífica de la yamahiriya de Gadafi se había convertido de golpe en una mezcla de desesperanza y quejío flamenco.
Ignoro si alcanzó su objetivo o regresó a Libia con las manos vacías.
Gadafi es parte ya de la trinidad de ídolos caídos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak
Uniformes de húsar austrohúngaro o capas de colores enmarcaban su rostro acartonado
Poco después, con motivo de uno de esos matrimonios interestatales efímeros a los que el coronel es tan aficionado, decenas de millares de marroquíes emigraron a Libia en busca de trabajo.
Gadafi había proclamado la Unión Árabe con Marruecos y los emigrantes confiaban en ser recibidos por sus hermanos con los brazos abiertos.
El sueño de tan bella hermandad no duró. El regreso a cuentagotas primero y masivo después reflejaba un total desengaño.
Los que confiaron en las promesas del Líder sufrieron un régimen cuartelero, su contacto con la población local estaba sometido a la estrecha vigilancia de los comités de defensa de la Revolución y la existencia bajo el "gobierno de las masas populares" expuesto en el Libro Verde era infinitamente peor que en la del país que habían abandonado. Mencionar a Gadafi y su yamahiriya era mentarles la bicha. Fueron ellos quienes adaptaron a su manera el chiste que oí en Estados Unidos sobre un concurso cuya recompensa consistía en un viaje a Filadelfia. Primer premio, tres días en Libia; segundo, tres semanas en Libia; tercero, tres meses en Libia. El humor marrakchí era su válvula de escape.
Un diplomático español que fue cónsul general en Trípoli me refirió también por estas fechas una anécdota muy reveladora del edén gadafiano.
Un día fue convocado a la Comisaría Central de la ciudad: un compatriota nuestro había intentado violar a una mujer libia.
Al personarse en el lugar, la lectura del acta de acusación le llenó de perplejidad: la tentativa de violación se había llevado a cabo a la luz del día en la céntrica plaza Verde. Si se tiene en cuenta el número de viandantes que la cruzan a diario, la acusación resultaba inverosímil.
Cuando tras mucho papeleo y protestas pudo acceder a la celda del acusado, este -marino de un buque que había hecho escala en Trípoli- le confesó el crimen: ¡Le había guiñado el ojo! La supuesta agraviada pertenecía a la guardia personal del Líder Máximo y, como tal, formaba parte de la alta jerarquía en el poder.
Las negociaciones para liberar al culpable concluyeron de forma insólita.
Según el abogado de la defensa de oficio, este debía declararse homosexual y demostrar así que en el guiño dirigido a la guardaespaldas no había intención lujuriosa alguna. Maldiciendo su suerte, el marino firmó su para él afrentosa condición de marica y quedó en libertad.
Mientras ocurrían esas cosas y cosillas, la figura del Líder era celebrada en una universidad madrileña como la del genio visionario de una "tercera teoría universal", cuyo Libro Verde abría al mundo árabe y no árabe la llave del futuro.
Se organizó así una videoconferencia en la que Gadafi se dirigió al estudiantado reunido simultáneamente en nuestra alma máter y en Trípoli.
Cada una de sus frases proferidas con una voz espesa y átona, iba seguida de una salva de aplausos que solo cesaban cuando el homenajeado indicaba con una señal del dedo que quería seguir desgranando su rosario de perlas de sabiduría.
La ensalada compuesta de socialismo, panarabismo y un vago ingrediente religioso siguió suscitando con todo el entusiasmo asambleario: en fecha mucho más reciente, leí en un folleto impreso en España que 700 especialistas venidos del mundo entero se habían reunido durante tres días en la capital libia para estudiar el contenido doctrinal de la obra del Jefe. ¿Por qué no, pensé de inmediato, 7.000 especialistas durante tres meses? ¿O, mejor aún, 700.000 durante tres años? El absurdo hubiera sido el mismo y la maravilla aún mayor.
Las inmensas reservas de hidrocarburos del país de su propiedad -las mayores de África- explican tanta obsequiosidad, compadreo y falta de principios.
Desde su alineación con los presuntos Estados árabes moderados, esto es, opuestos al terrorismo islamista, todo le fue perdonado: no solo su demagogia y sus soflamas contra el imperialismo norteamericano, sino también cuanto se cocinaba en las cloacas del poder: la represión sangrienta de cualquier conato de oposición; la desaparición entre muchas otras, sin dejar huella, del padre del novelista Hisham Matar; la participación de sus servicios secretos en el atentado de Lockerbie en 1988, en el que perecieron 270 pasajeros; el repugnante proceso de las desdichadas enfermeras búlgaras acusadas de propagar el sida a fin de ocultar las carencias del sistema sanitario libio...
Su desmesurada afición a los disfraces y escenarios de "autenticidad beduina" era en verdad única.
Gorra de plato, librea, medallas, charreteras, uniformes de almirantazgo o de húsar del imperio austrohúngaro, feces otomanos, turbantes tribales, túnicas azules en juego con birretes del mismo paño, capas majestuosas de todos los colores del arcoíris (tal vez por lo de "una buena capa, todo lo tapa"), enmarcaban un rostro cada vez más inexpresivo y acartonado, con la mandíbula desdeñosamente alzada al estilo de Mussolini.
El frenesí exhibicionista le acompañaba en todos sus viajes o en los actos de pleitesía que le tributaban los déspotas africanos.
Instalaba así su jaima portátil en Roma, París, Madrid y Londres, recibía los abrazos de Berlusconi, Sarkozy y de los primeros ministros español y británico, respondía a la afrenta de la policía de Ginebra que detuvo a su hijo por maltrato físico a sus servidores, no solo con la retirada de todos sus fondos de los bancos suizos, sino también con la original propuesta de que la Confederación Helvética fuera borrada del mapa y repartida conforme a sus distintas lenguas entre Alemania, Francia e Italia.
El "gobierno de las masas populares" es él.
Gadafi acapara todo el poder en un país sin Constitución, Parlamento ni partidos políticos y su endiosamiento carece de límites.
Por eso, el espectáculo de los últimos días, con docenas de miles de manifestantes que, como en Teherán, salen valientemente a la calle desafiando los disparos de la policía y de los matones a sueldo, llena de euforia a quienes conocen su régimen opresor al servicio de su megalomanía.
Frente a las declamaciones de quienes se dan golpes de pecho y se manifiestan dispuestos a derramar su sangre por el Líder Máximo (mientras derraman entre tanto las de sus compatriotas), los gritos de júbilo de quienes pisotean en Bengasi su odioso retrato, tienen algo de iniciático y liberador.
Sea cual fuere el resultado inmediato de esta matanza de sus amados súbditos, Gadafi forma parte ya de la trinidad de los ídolos caídos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak.
Confiemos en que el próximo sea Ahmedineyad.
Juan Goytisolo es escritor.
Y Gadafi cada vez más se parece a Michel Jacson, eso si, mo es blanco pero se maquilla, su egolatría lo convierte en un fantoche, creo que fue Oriana Falaci hace ya tiempo, en el Pais Semanal, le hizo una entrevista, Gadafi era un hombre muy guapo, con esa luz del atardecer en el desierto, cuando aún no estaba loco.
No era magrebí ni egipcio ni de Oriente Próximo. Mientras se sometía a las tijeras y el peine del barbero, le preguntamos de dónde procedía.
De Libia, dijo. Curioso como soy, le pedí su opinión sobre el Líder Máximo. "Es mi padre", dijo. "Bueno, el padre de todos los libios". Su singular sistema de gobierno, insistí, ¿funcionaba bien? Como una seda, repuso.
La gente, ¿vivía satisfecha? Satisfecha, no, feliz. Le comenté que la perfección que nos pintaba no existe en nuestro triste mundo.
Todas las sociedades del planeta tienen problemas, pequeños o grandes, pero problemas. El desconocido pareció reflexionar y su letanía de las bondades del sistema se trocó en lamento.
Sí, había un gran problema, el de la dote.
Casarse era muy caro, no estaba al alcance de todos los bolsillos.
El tono de su voz cambió también de la autoafirmación a la angustia.
Había venido precisamente a Marruecos en busca de una novia.
En Casablanca le hablaron de una muchacha virgen y quien la conocía le prometió concertar una cita con ella, pero necesitaba hacerle un buen regalo antes de los preliminares del trato, él confió 2.000 dirhams al intermediario y a la hora fijada para el encuentro en la sala trasera de un café del centro, no aparecieron ni él ni la prometida, le habían engañado y se sentía deshecho, aquella era su última oportunidad, nos preguntó si conocíamos a alguna joven casadera, aunque no fuera entrada en carnes o tuviera algún defecto, a él no le importaba, quería volver a su tierra casado y con los papeles en regla... La visión beatífica de la yamahiriya de Gadafi se había convertido de golpe en una mezcla de desesperanza y quejío flamenco.
Ignoro si alcanzó su objetivo o regresó a Libia con las manos vacías.
Gadafi es parte ya de la trinidad de ídolos caídos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak
Uniformes de húsar austrohúngaro o capas de colores enmarcaban su rostro acartonado
Poco después, con motivo de uno de esos matrimonios interestatales efímeros a los que el coronel es tan aficionado, decenas de millares de marroquíes emigraron a Libia en busca de trabajo.
Gadafi había proclamado la Unión Árabe con Marruecos y los emigrantes confiaban en ser recibidos por sus hermanos con los brazos abiertos.
El sueño de tan bella hermandad no duró. El regreso a cuentagotas primero y masivo después reflejaba un total desengaño.
Los que confiaron en las promesas del Líder sufrieron un régimen cuartelero, su contacto con la población local estaba sometido a la estrecha vigilancia de los comités de defensa de la Revolución y la existencia bajo el "gobierno de las masas populares" expuesto en el Libro Verde era infinitamente peor que en la del país que habían abandonado. Mencionar a Gadafi y su yamahiriya era mentarles la bicha. Fueron ellos quienes adaptaron a su manera el chiste que oí en Estados Unidos sobre un concurso cuya recompensa consistía en un viaje a Filadelfia. Primer premio, tres días en Libia; segundo, tres semanas en Libia; tercero, tres meses en Libia. El humor marrakchí era su válvula de escape.
Un diplomático español que fue cónsul general en Trípoli me refirió también por estas fechas una anécdota muy reveladora del edén gadafiano.
Un día fue convocado a la Comisaría Central de la ciudad: un compatriota nuestro había intentado violar a una mujer libia.
Al personarse en el lugar, la lectura del acta de acusación le llenó de perplejidad: la tentativa de violación se había llevado a cabo a la luz del día en la céntrica plaza Verde. Si se tiene en cuenta el número de viandantes que la cruzan a diario, la acusación resultaba inverosímil.
Cuando tras mucho papeleo y protestas pudo acceder a la celda del acusado, este -marino de un buque que había hecho escala en Trípoli- le confesó el crimen: ¡Le había guiñado el ojo! La supuesta agraviada pertenecía a la guardia personal del Líder Máximo y, como tal, formaba parte de la alta jerarquía en el poder.
Las negociaciones para liberar al culpable concluyeron de forma insólita.
Según el abogado de la defensa de oficio, este debía declararse homosexual y demostrar así que en el guiño dirigido a la guardaespaldas no había intención lujuriosa alguna. Maldiciendo su suerte, el marino firmó su para él afrentosa condición de marica y quedó en libertad.
Mientras ocurrían esas cosas y cosillas, la figura del Líder era celebrada en una universidad madrileña como la del genio visionario de una "tercera teoría universal", cuyo Libro Verde abría al mundo árabe y no árabe la llave del futuro.
Se organizó así una videoconferencia en la que Gadafi se dirigió al estudiantado reunido simultáneamente en nuestra alma máter y en Trípoli.
Cada una de sus frases proferidas con una voz espesa y átona, iba seguida de una salva de aplausos que solo cesaban cuando el homenajeado indicaba con una señal del dedo que quería seguir desgranando su rosario de perlas de sabiduría.
La ensalada compuesta de socialismo, panarabismo y un vago ingrediente religioso siguió suscitando con todo el entusiasmo asambleario: en fecha mucho más reciente, leí en un folleto impreso en España que 700 especialistas venidos del mundo entero se habían reunido durante tres días en la capital libia para estudiar el contenido doctrinal de la obra del Jefe. ¿Por qué no, pensé de inmediato, 7.000 especialistas durante tres meses? ¿O, mejor aún, 700.000 durante tres años? El absurdo hubiera sido el mismo y la maravilla aún mayor.
Las inmensas reservas de hidrocarburos del país de su propiedad -las mayores de África- explican tanta obsequiosidad, compadreo y falta de principios.
Desde su alineación con los presuntos Estados árabes moderados, esto es, opuestos al terrorismo islamista, todo le fue perdonado: no solo su demagogia y sus soflamas contra el imperialismo norteamericano, sino también cuanto se cocinaba en las cloacas del poder: la represión sangrienta de cualquier conato de oposición; la desaparición entre muchas otras, sin dejar huella, del padre del novelista Hisham Matar; la participación de sus servicios secretos en el atentado de Lockerbie en 1988, en el que perecieron 270 pasajeros; el repugnante proceso de las desdichadas enfermeras búlgaras acusadas de propagar el sida a fin de ocultar las carencias del sistema sanitario libio...
Su desmesurada afición a los disfraces y escenarios de "autenticidad beduina" era en verdad única.
Gorra de plato, librea, medallas, charreteras, uniformes de almirantazgo o de húsar del imperio austrohúngaro, feces otomanos, turbantes tribales, túnicas azules en juego con birretes del mismo paño, capas majestuosas de todos los colores del arcoíris (tal vez por lo de "una buena capa, todo lo tapa"), enmarcaban un rostro cada vez más inexpresivo y acartonado, con la mandíbula desdeñosamente alzada al estilo de Mussolini.
El frenesí exhibicionista le acompañaba en todos sus viajes o en los actos de pleitesía que le tributaban los déspotas africanos.
Instalaba así su jaima portátil en Roma, París, Madrid y Londres, recibía los abrazos de Berlusconi, Sarkozy y de los primeros ministros español y británico, respondía a la afrenta de la policía de Ginebra que detuvo a su hijo por maltrato físico a sus servidores, no solo con la retirada de todos sus fondos de los bancos suizos, sino también con la original propuesta de que la Confederación Helvética fuera borrada del mapa y repartida conforme a sus distintas lenguas entre Alemania, Francia e Italia.
El "gobierno de las masas populares" es él.
Gadafi acapara todo el poder en un país sin Constitución, Parlamento ni partidos políticos y su endiosamiento carece de límites.
Por eso, el espectáculo de los últimos días, con docenas de miles de manifestantes que, como en Teherán, salen valientemente a la calle desafiando los disparos de la policía y de los matones a sueldo, llena de euforia a quienes conocen su régimen opresor al servicio de su megalomanía.
Frente a las declamaciones de quienes se dan golpes de pecho y se manifiestan dispuestos a derramar su sangre por el Líder Máximo (mientras derraman entre tanto las de sus compatriotas), los gritos de júbilo de quienes pisotean en Bengasi su odioso retrato, tienen algo de iniciático y liberador.
Sea cual fuere el resultado inmediato de esta matanza de sus amados súbditos, Gadafi forma parte ya de la trinidad de los ídolos caídos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak.
Confiemos en que el próximo sea Ahmedineyad.
Juan Goytisolo es escritor.
Y Gadafi cada vez más se parece a Michel Jacson, eso si, mo es blanco pero se maquilla, su egolatría lo convierte en un fantoche, creo que fue Oriana Falaci hace ya tiempo, en el Pais Semanal, le hizo una entrevista, Gadafi era un hombre muy guapo, con esa luz del atardecer en el desierto, cuando aún no estaba loco.
Gadafi, el tirano más cínico
El líder libio ha unido excentricidad y pragmatismo durante sus 40 años en el poder pasando de financiar al terrorismo a reconciliarse con Occidente .
Calificar a Muamar el Gadafi de dictador excéntrico sería empequeñecer al personaje. Primero, porque no solo cumple hasta el último precepto del manual del buen tirano (41 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), sino que aporta un toque exquisitamente cínico al oficio: acusa a los libios de todos los males del país, ya que, dice, en 1977 él les entregó el poder absoluto a través de la jamahiriya, un sistema político de su invención traducible como república de las masas; si las cosas no funcionan, es culpa de ellos.
Cuatro décadas de poder absoluto
Gadafi lanza al Ejército contra el pueblo
Medio centenar de personas protestan contra Gadafi ante la Embajada de Libia
Gadafi desmiente los rumores sobre su exilio
"Aquí todo lo que se ven son señales de guerra"
"Gadafi está solo y quiere quemar la tierra libia antes de irse"
"Todo lo que se ven son señales de guerra"
Espada del Islam, hijo y sucesor del dictador
Los diplomáticos libios dan la espalda a Gadafi
Gadafi: "Yo no me voy a ir con esta situación; moriré como un mártir"
Los soldados de la zona oriental retiran su apoyo a Gadafi
El ministro del Interior libio dimite y se une a las protestas
Era un simple capitán de 27 años cuando alcanzó el poder con un golpe
Segundo, porque Gadafi es más que excéntrico.
Hace cosas como viajar con su famosa falange de amazonas supuestamente vírgenes y con sus camellos, o lucir un vestuario singularmente exclusivo, pero además carece de límites cuando intenta expresar un punto de vista o desea permitirse un capricho: es capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala, o de comparecer en un acto oficial maquillado como una Barbie y con zapatos de tacón.
Hablar de un "dictador excéntrico", aunque fuera en términos superlativos, seguiría empequeñeciendo al personaje.
Gadafi es también un dirigente astuto y pragmático, que supo abandonar a tiempo el papel de azote de Occidente y máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y las capitales europeas.
Un diplomático francés le definió como "un kamikaze que jamás pierde el control". Un diplomático estadounidense le definió como "inteligente y reflexivo, bajo una apariencia estúpida".
A los hombres suele conocérseles por su infancia y su juventud.
Muamar el Gadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento beduino cercano al puerto libio de Sirte.
Entonces, el país se llamaba aún Noráfrica Italiana.
La guerra, cuyo fin supuso la caída del imperio de Mussolini, dejó tras sí un territorio desértico y arruinado, plagado de minas, del que nadie quería hacerse responsable.
Se decidió entregárselo a un rey, Idris, más o menos complaciente con las potencias vencedoras. El niño Gadafi fue un beduino despreciado por sus compañeros de clase. El joven Gadafi, militar de academia, absorbió el sentimiento que más unía a la sociedad libia, un anticolonialismo furioso, y tomó como ídolos al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.
El 1 de septiembre de 1969, cuando participó en el golpe de Estado contra la monarquía, Gadafi no era nadie en la jerarquía militar: un simple capitán del Cuerpo de Señales, sin armas a su disposición.
Pero era alguien entre sus compañeros, unos cuantos oficiales que nombraron presidente a un tipo carismático de solo 27 años.
En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo cual permitió a Gadafi establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos (el nivel educativo y la esperanza de vida son hoy de los más altos en África), en el código moral islámico y en el nacionalismo panarabista.
Imitando a Mao, otro de sus modelos, publicó entre 1972 y 1975 los tres tomos del Libro Verde, en el que expuso los principios teóricos de la jamahiriya, un sistema asambleario que definía como "democracia perfecta". Tan perfecta, según Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no requería un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales.
Imposible detallar aquí su actividad diplomática
. Conviene recordar que intentó fusionar Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, que invadió Chad, que respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África poscolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire), que financió sin discriminaciones ideológicas a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le pidiera dinero (solo exigía que el grupo en cuestión se definiera como "anticolonialista" o "antiimperialista"), y que participó en casos de terrorismo de Estado en el extranjero como la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986, Pan Am en 1988) o de una discoteca en Berlín (1986).
Es posible que su responsabilidad en esas matanzas no fuera tanta como la atribuida y que algo tuvieran que ver los servicios secretos sirios e iraníes.
Pero Gadafi prefirió asumirla por completo y pagar el precio del perdón.
El que fue gran aliado de Moscú descubrió, tras la caída de la Unión Soviética, que entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico debía elegir un mal menor, el que le permitiera mantenerse como "líder fraternal" de la revolución libia.
Había soportado en 1986 un bombardeo ordenado por Ronald Reagan en el que murió su hija adoptiva Ana, de cuatro años.
Aun así, eligió la reconciliación. Pagó indemnizaciones, ofreció contratos petrolíferos, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush y en 2008 acabó siendo invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. Incluso propuso que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado Isratina; cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran "idiotas".
Calificar a Muamar el Gadafi de dictador excéntrico sería empequeñecer al personaje. Primero, porque no solo cumple hasta el último precepto del manual del buen tirano (41 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), sino que aporta un toque exquisitamente cínico al oficio: acusa a los libios de todos los males del país, ya que, dice, en 1977 él les entregó el poder absoluto a través de la jamahiriya, un sistema político de su invención traducible como república de las masas; si las cosas no funcionan, es culpa de ellos.
Cuatro décadas de poder absoluto
Gadafi lanza al Ejército contra el pueblo
Medio centenar de personas protestan contra Gadafi ante la Embajada de Libia
Gadafi desmiente los rumores sobre su exilio
"Aquí todo lo que se ven son señales de guerra"
"Gadafi está solo y quiere quemar la tierra libia antes de irse"
"Todo lo que se ven son señales de guerra"
Espada del Islam, hijo y sucesor del dictador
Los diplomáticos libios dan la espalda a Gadafi
Gadafi: "Yo no me voy a ir con esta situación; moriré como un mártir"
Los soldados de la zona oriental retiran su apoyo a Gadafi
El ministro del Interior libio dimite y se une a las protestas
Era un simple capitán de 27 años cuando alcanzó el poder con un golpe
Segundo, porque Gadafi es más que excéntrico.
Hace cosas como viajar con su famosa falange de amazonas supuestamente vírgenes y con sus camellos, o lucir un vestuario singularmente exclusivo, pero además carece de límites cuando intenta expresar un punto de vista o desea permitirse un capricho: es capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala, o de comparecer en un acto oficial maquillado como una Barbie y con zapatos de tacón.
Hablar de un "dictador excéntrico", aunque fuera en términos superlativos, seguiría empequeñeciendo al personaje.
Gadafi es también un dirigente astuto y pragmático, que supo abandonar a tiempo el papel de azote de Occidente y máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y las capitales europeas.
Un diplomático francés le definió como "un kamikaze que jamás pierde el control". Un diplomático estadounidense le definió como "inteligente y reflexivo, bajo una apariencia estúpida".
A los hombres suele conocérseles por su infancia y su juventud.
Muamar el Gadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento beduino cercano al puerto libio de Sirte.
Entonces, el país se llamaba aún Noráfrica Italiana.
La guerra, cuyo fin supuso la caída del imperio de Mussolini, dejó tras sí un territorio desértico y arruinado, plagado de minas, del que nadie quería hacerse responsable.
Se decidió entregárselo a un rey, Idris, más o menos complaciente con las potencias vencedoras. El niño Gadafi fue un beduino despreciado por sus compañeros de clase. El joven Gadafi, militar de academia, absorbió el sentimiento que más unía a la sociedad libia, un anticolonialismo furioso, y tomó como ídolos al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.
El 1 de septiembre de 1969, cuando participó en el golpe de Estado contra la monarquía, Gadafi no era nadie en la jerarquía militar: un simple capitán del Cuerpo de Señales, sin armas a su disposición.
Pero era alguien entre sus compañeros, unos cuantos oficiales que nombraron presidente a un tipo carismático de solo 27 años.
En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo cual permitió a Gadafi establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos (el nivel educativo y la esperanza de vida son hoy de los más altos en África), en el código moral islámico y en el nacionalismo panarabista.
Imitando a Mao, otro de sus modelos, publicó entre 1972 y 1975 los tres tomos del Libro Verde, en el que expuso los principios teóricos de la jamahiriya, un sistema asambleario que definía como "democracia perfecta". Tan perfecta, según Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no requería un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales.
Imposible detallar aquí su actividad diplomática
. Conviene recordar que intentó fusionar Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, que invadió Chad, que respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África poscolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire), que financió sin discriminaciones ideológicas a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le pidiera dinero (solo exigía que el grupo en cuestión se definiera como "anticolonialista" o "antiimperialista"), y que participó en casos de terrorismo de Estado en el extranjero como la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986, Pan Am en 1988) o de una discoteca en Berlín (1986).
Es posible que su responsabilidad en esas matanzas no fuera tanta como la atribuida y que algo tuvieran que ver los servicios secretos sirios e iraníes.
Pero Gadafi prefirió asumirla por completo y pagar el precio del perdón.
El que fue gran aliado de Moscú descubrió, tras la caída de la Unión Soviética, que entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico debía elegir un mal menor, el que le permitiera mantenerse como "líder fraternal" de la revolución libia.
Había soportado en 1986 un bombardeo ordenado por Ronald Reagan en el que murió su hija adoptiva Ana, de cuatro años.
Aun así, eligió la reconciliación. Pagó indemnizaciones, ofreció contratos petrolíferos, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush y en 2008 acabó siendo invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. Incluso propuso que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado Isratina; cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran "idiotas".
Vestidas para el Oscar
.El Instituto de Moda y Diseño de Los Ángeles cuenta en sus instalaciones con la exposición más extensa de trajes de Oscar jamás exhibida: un centenar de modelos de unas 20 películas recientes lucidos por las cinco candidatas al Oscar a mejor vestuario. Pero poco importan estos modelos cuando el premio al mejor vestido se decide el próximo domingo fuera del teatro Kodak de Los Ángeles.
¿Acaso serán las curvas de una embarazadísima Natalie Portman las ganadoras del honor de ser la mejor vestida en la alfombra roja o será una Anne Hathaway quien se lleve el gato al agua sin siquiera estar propuesta?
La pugna está abierta a todos porque, en cuestión de Oscar, lo único que importa es el honor de convertirse en la actriz mejor vestida del año.
Un detalle que no se le escapa a las grandes casas francesas de alta costura que anuncian sus nuevas colecciones pocos días antes de las candidaturas al Oscar para que las futuras candidatas tengan donde escoger.
Su indumentaria es el secreto mejor guardado.
Un secreto que supera su reserva al hablar de novios o hasta de hijos como es el caso de Natalie Portman, la favorita al Oscar a mejor actriz, que muestra orgullosa su barriga de embarazada por las galas de premios pero se calla muy mucho el nombre del diseñador de su vestido. Portman tiene un acuerdo con Dior, lo que puede inclinar la balanza a favor de un modelo de John Galliano a la hora del vestir.
Su rival a la estatuilla, Annette Bening, prefiere jugar dentro de la industria, y de la gran dama del cine se espera que repita su jugada en los Globos de Oro y vuelva a vestir un modelo de Tom Ford.
Para algo el modista también es director de cine y presentará esta semana su nueva colección de moda durante la inauguración de su boutique en Rodeo Drive de Beverly Hills, en Los Ángeles.
Claro, que de quien más se espera es de Hathaway.
Su pedigrí en los Oscar es inexistente, pero su presencia el próximo domingo en la gala como presentadora, labor que compartirá con James Franco, la hace merecedora de numerosos cambios de vestuario durante la velada, un lujo del que se encargará la estilista Rachel Zoe aunque a la actriz le costará caro.
Porque los vestidos serán gratis, con las grandes casas de moda deseosas de mostrar lo último de sus colecciones en la pasarela más vista del mundo, pero los sueldos de estas estilistas llegan a ser astronómicos.
¿Acaso serán las curvas de una embarazadísima Natalie Portman las ganadoras del honor de ser la mejor vestida en la alfombra roja o será una Anne Hathaway quien se lleve el gato al agua sin siquiera estar propuesta?
La pugna está abierta a todos porque, en cuestión de Oscar, lo único que importa es el honor de convertirse en la actriz mejor vestida del año.
Un detalle que no se le escapa a las grandes casas francesas de alta costura que anuncian sus nuevas colecciones pocos días antes de las candidaturas al Oscar para que las futuras candidatas tengan donde escoger.
Su indumentaria es el secreto mejor guardado.
Un secreto que supera su reserva al hablar de novios o hasta de hijos como es el caso de Natalie Portman, la favorita al Oscar a mejor actriz, que muestra orgullosa su barriga de embarazada por las galas de premios pero se calla muy mucho el nombre del diseñador de su vestido. Portman tiene un acuerdo con Dior, lo que puede inclinar la balanza a favor de un modelo de John Galliano a la hora del vestir.
Su rival a la estatuilla, Annette Bening, prefiere jugar dentro de la industria, y de la gran dama del cine se espera que repita su jugada en los Globos de Oro y vuelva a vestir un modelo de Tom Ford.
Para algo el modista también es director de cine y presentará esta semana su nueva colección de moda durante la inauguración de su boutique en Rodeo Drive de Beverly Hills, en Los Ángeles.
Claro, que de quien más se espera es de Hathaway.
Su pedigrí en los Oscar es inexistente, pero su presencia el próximo domingo en la gala como presentadora, labor que compartirá con James Franco, la hace merecedora de numerosos cambios de vestuario durante la velada, un lujo del que se encargará la estilista Rachel Zoe aunque a la actriz le costará caro.
Porque los vestidos serán gratis, con las grandes casas de moda deseosas de mostrar lo último de sus colecciones en la pasarela más vista del mundo, pero los sueldos de estas estilistas llegan a ser astronómicos.
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