Una investigación de universidades europeas sobre los rumores en la historia rescata las falsedades que los dirigentes romanos extendían para su propio interés con fines políticos o militares.
El senador Lucio Sergio Catilina nunca quiso quemar Roma,
pero gran parte de los ciudadanos de la ciudad así lo creyó, lo que le
costó la vida.
El político romano Escipión Nasica le hizo una broma a un
campesino sobre sus excesivamente callosas manos, pero la anécdota
denigrante se extendió y se deformó, así que perdió las elecciones para
convertirse en edil.
Julio César nunca cruzó el río Rubicón —la
frontera entre Italia y la Galia— con un inmenso ejército; sin embargo,
eso creyeron sus adversarios, que huyeron despavoridos.
Y hasta Marco
Antonio y Cleopatra terminaron sus vidas por una burda falsedad que no
pudieron detener.
El artículo científico Noticias falsas, desinformación y opinión pública en la Roma republicana, de Francisco Pina Polo, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza,
explica que la propagación de bulos también se empleó con fines
interesados en la Antigüedad.
La publicación del experto forma parte de
un proyecto de investigación de varias universidades europeas denominado
False testimonianze, copie, contraffazioni, manipolazioni e abusi del documento epigrafico antico
(Testimonios falsos, copias, falsificaciones, manipulaciones y abusos
del antiguo documento epigráfico).
Pina Polo recuerda que “la expansión
de estas falsedades ha existido siempre a lo largo de la historia, y en
todo caso lo que ha ido variando es el modo en que han sido difundidas”.
Ahora, la diferencia fundamental radica en el fulminante poder de
propagación instantánea que tienen las redes sociales.
En la Roma republicana (del 509 al 30 antes de Cristo), las asambleas populares (contiones),
servían “como principal megáfono para la propagación entre la población
de ideas, propuestas de ley, anuncios de todo tipo y ataques
políticos”.
“Un discurso pronunciado en una contio podía, por lo
tanto, servir como punto de partida para transmitir una información",
pero los falsos rumores que surgían provocaban su rápida difusión .
El político, escritor y filósofo Cicerón
ya alertó de la importancia decisiva de estos rumores, sobre todo en
época electoral, hasta el punto de que podían arruinar la reputación de
un político o cambiar el signo de una batalla.
Por ejemplo, el
historiador griego Plutarco relata que, en el 49 a. C., Julio César
marchaba supuestamente hacia Roma con un enorme ejército (en realidad
eran solo 300 jinetes y 5.000 infantes) para atacar a su enemigo Pompeyo
Magno.
La falsa noticia de su gigantesco ejército provocó el pánico y
el caos en la ciudad.
Sus habitantes huyeron.
“Finalmente, Pompeyo, ante
la imposibilidad de conseguir información fidedigna sobre las tropas
del enemigo”, abandonó también Roma y dejó vía libre a César.
Otro
ejemplo es el del tribuno de la plebe Tiberio Graco, quien en el 133 a.
C. quería que se aprobase una ley agraria justo cuando el rey Átalo III
de Pérgamo acababa de morir y dejaba al pueblo de Roma su fortuna.
Graco propuso que esa enorme cantidad fuese destinada a financiar su
reforma. Pero muchos senadores se opusieron y comenzaron a acusarlo de
querer convertirse en tirano.
El senador Pompeyo le acusó entonces de
recibir de Átalo una diadema real, como si fuera un rey.
Pompeyo “no
aportó ninguna prueba, ni afirmó haber visto personalmente la entrega,
simplemente dijo que sabía que se había producido”, recuerda Pina Polo.
El rumor se extendió por Roma.
Graco fue asesinado y su cadáver tirado
al río.
El consulado de Cicerón en el año 63 a. C. quedó marcado por
una supuesta conjura.
Cicerón presentó su lucha contra el senador
Catilina, el presunto traidor, como su gran triunfo.
Primero, sacó a la
luz una conspiración que nadie había visto y luego acabó con ella.
En
varios discursos en el Senado y ante el pueblo, subrayó el peligro que
representaba para la supervivencia de la res publica que Catilina
y sus hombres lograran tomar el poder.
Según él, la alternativa era o
la libertad que él mismo encarnaba o la tiranía de los supuestos
conjurados.
Cicerón buscó en sus discursos causar pánico
en la población. “Catilina no era sólo una criatura depravada y
deshonesta", según la versión no contrastada del filósofo, “que aspiraba
a poner fin a las instituciones de la República, sino que, además,
quería destruir físicamente la ciudad”.
Cicerón no ofreció ninguna
prueba, ni dijo en qué basaba su acusación, ni explicó con qué propósito
Catilina quería quemar Roma, pero lo acusó una y otra vez de querer
hacerlo.
Convirtió la eliminación de Catilina, no sólo en un problema
político, sino ante todo de supervivencia para Roma.
Catilina fue,
finalmente, eliminado.
Cicerón terminó vanagloriándose de haber salvado
personalmente Roma de su destrucción por el fuego:
"Yo he conservado
íntegra la ciudad y sanos y salvos a los ciudadanos”, clamó.
Y un último ejemplo de “manipulación pública”.
Marco
Antonio, en el 32 a. C., hizo testamento en vida.
Octaviano -el futuro
emperador Augusto- se enteró de que sus ultimas voluntades estaban
custodiadas por las sacerdotisas vestales y se hizo por la fuerza con
ellas.
Leyó solo algunas de sus partes en el Senado y en una asamblea
popular.
Destacó, sobre todo, las cláusulas relativas a sus funerales,
ya que Marco Antonio supuestamente había dejado escrito que quería ser
sepultado en Alejandría, en Egipto, donde convivía con la reina Cleopatra.
Octaviano creó así de Marco Antonio una imagen de “lacayo de Cleopatra
absorbido por el lujo oriental”.
Fue la antesala de la declaración de
guerra, de la victoria del futuro Augusto en la batalla de Accio frente a
la flota de los amantes, de la muerte de Antonio y del suicidio de
Cleopatra.
“Hay por lo general una estrecha relación
entre bulo, rumor y miedo. El miedo suele desembocar en enfado, incluso
odio.
La indignación activa el deseo de castigar a quien ha sido
identificado como enemigo.
El bulo entendido como noticia está en el
origen del rumor que permite modelar la opinión pública y contagiar el
pánico, a partir del cual era factible en Roma justificar la muerte de
Graco, la represión de los catilinarios o la guerra contra Antonio”,
señala Pina Polo.
O de cualquier otra cosa en el siglo XXI.