Anna Wintour suspende la gala del Met prevista para el primer lunes de mayo.
La presidenta de esta gran cita de la moda y editora de ‘Vogue’ toma esta decisión por la expansión del coronavirus.
La gala del Met, una de las grandes citas en el mundo de la
moda, ha sido pospuesta indefinidamente por la propagación del
coronavirus, ha anunciado la editora de la revista Vogue, Anna Wintour, quien organiza el evento.
“Dada la inevitable y responsable decisión del Museo Metropolitano de cerrar sus puertas, About Time y la gala de inauguración no se celebrarán en la fecha prevista”, ha dicho Wintour en un artículo de opinión publicado en su revista sobre el destacado
evento, que estaba programado como siempre para el primer lunes del mes
de mayo, en este caso para el próximo 4 de mayo.
El
Museo Metropolitano de Nueva York (Met), donde se celebra la gala cerró
el pasado viernes sus tres ubicaciones como medida de precaución por la
propagación del coronavirus, sin dar una fecha aproximada de reapertura.
Vogue señala en otro artículo paralelo que el Met ha anunciado
en un correo interno que permanecerá cerrado hasta al menos el próximo 4
de abril.
Además, subraya, dado que el Centro para la Prevención y
Control de Enfermedades de EE UU (CDC) ha aconsejado que no se lleven a
cabo reuniones de más de 50 personas durante las próximas 8 semanas, el
museo ha decidido que todos los programas y eventos programados hasta el
15 de mayo sean cancelados o pospuestos.
Hace solo cinco
días, una representante del Instituto del Traje del Museo Metropolitano
de Nueva York, que organiza el evento, aseguraba que el evento sí que
iba a celebrarse.
“Procedemos con los mismos planes y esperamos con
impaciencia la noche inolvidable”, ha dicho al medio The Cut la
jefa de relaciones exteriores del Instituto del Traje, Nancy Chilton,
que asegura sin embargo que seguirán de cerca la situación.
Se
trataba de una destacada gala este año, ya que el Met celebra el 150
aniversario de su fundación.
Para la ocasión, se había anunciado que los
actores Meryl Streep, Emma Stone y Lin-Manuel Miranda serían los
anfitriones de la gran fiesta.
Esta iba a ser la primera vez que Streep
acudía al evento, al igual que Miranda, de origen puertorriqueño, quien
también se estrenaba en la cita anua que el Met utiliza para financiar
buena parte de las actividades de su Instituto del Traje.
Este año
estaba prevista la presencia en la gala de Meghan Markle.
Esta actual pandemia del Covid-19
ya deja, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS),
unos 6.000 muertos y más de 165.000 contagiados en todo el mundo.
El mundo de las modelos ya no gira exclusivamente alrededor
de mujeres muy jóvenes.
El mercado se ha dado cuenta del potencial como
clientas de las mujeres mayores de 45 años y ha actuado en consecuencia
incorporando como embajadoras de marcas importantes y prescriptoras de
producto a féminas con las que se sientan identificadas por su edad.
Toledo,
que cumple 55 años en abril, primero vivió una intensa época como
modelo, profesión en la que se inició siendo muy joven sobre la pasarela
de Barcelona y en la que llegó a tener una proyección internacional y
desfiló para marcas tan emblemáticas como Chanel, Balenciaga, Christian
Dior, Versace o Carolina Herrera.
Clase y elegancia la caracterizaron en
aquellos años y siguieron formando parte de la esencia que transmitía
en sus apariciones públicas cuando comenzó a frecuentar fiestas de la
llamada alta sociedad de la época y, después, cuando en 1991 comenzó su trayectoria en televisión presentando un programa musical en el desaparecido Canal +, Los 40 principales.
Después llegaron otros en Televisión Española, Cartelera 1, Gente, Corazón, corazón o Doble página en Telemadrid.
Entre una cosa y otra se cruzó en su camino Cristóbal
Martínez-Bordiú, hijo de Carmen Franco –la única hija del dictador– y
del marqués de Villaverde, del mismo nombre, y su relación acabó en boda
en 1984.
El segundo apellido de su marido siempre ha estado ahí, para
bien y para mal, pero la discreción de esta pareja, alejada del foco
mediático salvo por su profesión y la imagen serena de Jose Toledo, les
preservó de la exposición y críticas que han perseguido a alguno de los
otros seis hermanos del que ya es su exmarido.
Cuando en
septiembre de 2017 se supo que el matrimonio se separaba, la noticia
sorprendió a la mayoría porque estaba considerada como una de las
parejas más estables del panorama social español.
Ambos habían
convertido en máxima mantener a distancia su vida personal y su faceta
pública; así continuaron cuando aparecieron los problemas conyugales y
así lo han hecho tras su separación. Entonces se supo que llevaban
varios meses sin convivir y que habían pasado sus vacaciones por
separado.
Jose
Toledo ha iniciado su nueva vida de la misma forma que llevó sus años
de casada con un miembro de una de las familias más cuestionadas: con
elegancia y sin hacer ruido. Ahora, a punto de cumplir los 55, vive un
buen momento profesional: tiene un nuevo proyecto de televisión del que
no ha podido dar más detalles y continúa realizando trabajos como
modelo, principalmente en Estados Unidos. En una reciente entrevista con
la revista ¡Hola! afirmó: “Yo soy la primera sorprendida porque ya me había desligado del mundo moda cuando empecé a hacer televisión con 25 años.
Mi carrera como modelo fue fructífera, pero muy corta. Fue
muy intensa. Estuve en Estados Unidos, Tokio... También fui madre muy
joven y, cuando empecé en televisión, mis trabajos de moda se resumían a
la publicidad que hacía y a algún editorial [historia fotográfica]. En
un viaje a Nueva York, me ofrecieron probar y hace cinco años que
trabajo en Estados Unidos”.
Jose Toledo y Cristóbal Martínez-Bordiú son
padres de dos hijos que han mantenido el mismo perfil bajo que sus
padres en lo que respecta a su vida privada: Daniel, de 29 años, y Diego
de 21. Recientemente ambos volvieron a salir en los medios con motivo
primero del funeral de su abuela Carmen Franco y después de la exhumación de su bisabuelo,
Francisco Franco.
Los dos acudieron como el resto de sus primos a ambas
ceremonias y mantuvieron la discreción que ha caracterizado a toda su
familia.
Por su madre se sabe que son muy familiares y que les gusta
compartir planes con sus progenitores, y ella ha reconocido que buscar
esa unión puede que le haya hecho hasta descuidar a sus amigos.
Es
conocido que Jose Toledo solo frecuentaba los eventos públicos a los que
ha estado obligada por su profesión y que durante sus más de tres
décadas de matrimonio, su exmarido nunca se dejaba ver con ella en este
tipo de actos.
El mayor de sus hijos, Daniel, estudió Administración y
Dirección de Empresas en IE University, considerada una de las 30
mejores universidades del mundo, y durante sus años de estudiante se
trasladó a vivir junto a su abuela,
Carmen Franco, al domicilio de la
calle Hermanos Bécquer, en Madrid, situado frente a la embajada de
Estados Unidos, ya que sus padres vivían en la finca Valdefuentes en la
localidad madrileña de Arroyomolinos.
Daniel sufrió un accidente en 2009 en el que estuvo a punto de perder
la vida mientras conducía una moto cerca de Móstoles, cuando sufrió un
traumatismo severo en la tráquea tras impactar con un cable.
Diego,
el menor de los hermanos, comparte con Daniel su pasión por los
deportes extremos, ha estudiado una temporada en un internado británico y
estudia Derecho también en la misma universidad que hizo la carrera su
hermano mayor. Le interesa la política y es muy activo en Facebook,
donde no ha dudado en defender la labor de su bisabuelo y donde incluso
ha plantado cara a Manuela Carmena en la época en la que ejercía de
alcaldesa de Madrid. De todo esto su madre se mantiene al margen; se
sabe que sigue siendo amiga de la hermana mayor de su exmarido, Carmen Martínez-Bordiú,
pero nunca se ha pronunciado sobre ideas políticas ni conflictos
familiares. Tampoco en las empresas de su exmarido que pueden tener
algún tipo de vínculo con el resto de su familia política —delegado de
la empresa agraria Arroyo de la Moraleja S.L. y administrador único de
la sociedad inmobiliaria Renval Inversiones S.L—. Juntos, eso sí,
compartían la empresa Joran Producciones S.L., una productora de
publicidad y estudios de mercado, y la titularidad de un apartamento en
Fuerteventura. Flecos de un largo matrimonio cuya disolución realizaron con la misma
calma, al menos de cara al público, con la que vivieron su larga
relación.
Se cumplen 45 años de la muerte del magnate naviero multimillonario que enamoró a Jackie Kennedy y traicionó a Maria Callas.
Se cumplen 45 años de la muerte de uno de los millonarios más famoso y temido del siglo XX, Aristóteles Onassis,
un hombre que se hizo a sí mismo y consiguió levantar un imperio
naviero superando tras de sí una guerra y diferentes varapalos y
tragedias, como la muerte de su esposa e hijos y la negativa del que
muchos consideraron su amor verdadero: María Callas.
Pero Onassis no solo acumuló fortuna —fue considerado el hombre más
rico de su época y en aquellos años se decía que si vendía todos sus
activos “Wall Street temblaría”—, sino también una agraciada vida social
que incrementó sin duda ese éxito empresarial.
Paralelamente a la construcción de esa exitosa vida
profesional y empresarial, Onassis supo hacer de las relaciones
sentimentales una forma de prosperar en los negocios.
En 1946 se casó
con Athina Mary Livanos, hija del también magnate naviero Stavros
Kivanos.
De su matrimonio, que muchos tildaron de conveniente, nacieron
dos hijos, Alexander —su debilidad— y Christina, heredera universal de
los bienes de su padre que batalló duramente contra la que fue la
segunda esposa de Onassis, Jacqueline Kennedy.
De sobra
eran conocidas las infidelidades de Onassis quien, tras quedarse viudo,
encontró en la diva de la ópera María Callas, a su verdadero amor.
De
esa relación poco convencional
dejan constancia las imágenes de ambos navegando en el famoso yate del
magnate así como declaraciones de amor de la propia Callas sobre su
rendición incondicional hacia el griego.
En cambio, el millonario griego jugó con ella una década hasta que un
buen día en 1968 Callas leyó en el periódico que su novio se casaba con Jacqueline Kennedy.
Nacido
en Esmirna, Turquía, en 1906 y procedente de una familia de la alta
sociedad griega, Onassis huyó a Argentina tras el comienzo de la guerra
greco-turca.
Su don de gentes y sus reputados orígenes le permitieron
hacerse un hueco en el mundo empresarial, primero con el negocio del
tabaco, lo que le introdujo en el mundo del transporte marítimo, para
después convertirse en un auténtico magnate naviero.
Con una más que
consolidada y numerosa flota de barcos, este empresario griego supo
invertir su tiempo y su dinero en grandes personalidades.
Íntimo amigo
de Rianiero III de Mónaco, Onassis apuntó hacia Montecarlo,
convirtiéndolo en su siguiente y gran adquisición. Conocedor de la
enorme fuente de riqueza que manaba de esas tierras monegascas
—procedente principalmente de su célebre casino y el puerto— y sabedor
del toque de modernización que faltaba, el magnate fue adquiriendo de
manera secreta importantes propiedades.
Un matrimonio, el segundo para ambos, que comenzó como una glamurosa historia de amor pero que acabó con el mismo distanciamiento e infidelidades que habían protagonizado el primer casamiento de Onassis.
Los conocedores de la historia aseguran que Onassis nunca superó
separarse de Maria Callas, a quien intentó recuperar en vano, pues ella
nunca le perdonó que se hubiera marchado con la exprimera dama.
La
negativa de la cantante hizo que el empresario se sumiera en una
profunda depresión, agravada con otras tragedias familiares. Aristóteles
Onassis perdió a su hijo y heredero con tan solo 23 años de edad en un
accidente aéreo, mientras su hija Christina llevó una vida llena de
excesos y relaciones sentimentales fallidas.
Tras la muerte del
patriarca a causa de una neumonía el 15 de marzo de 1975, Christina fue
designada heredera universal, pero Jackie Kennedy, su viuda, reclamó la
tercera parte de las posesiones del que fue su marido.
En el cuento ‘La autopista del sur’ Julio Cortázar retrata la angustia del confinamiento.
Algunos libros de Julio Cortázar, incluido Rayuela, cuentan historias de confinamiento.
Casa tomada. Dos
hermanos heredan una casa grande.
Poco a poco la toma gente ajena,
hasta que los herederos deben irse, desposeídos de lugar y de posibles.
Cuando empezó la toma pensaron quedarse al menos con un rincón para
seguir con la ilusión de tener casa.
“Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte
del fondo”. “Entonces tendremos que vivir de este lado”.
Incluso se
reconocieron afortunados al no tener ya tanto que limpiar.
Se simplificó
también la tarea culinaria. Estaban bien, aunque confinados, “y poco a
poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”.
Cuando ya no
tienen ni ese rincón, los hermanos han de abandonar la casa tomada.
“Cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave por la alcantarilla”.
Rayuela.
La historia de un confinamiento. Personas que hacen de la conversación
una música o un alimento, viven impulsados por el desarraigo, la
enfermedad principal de Oliveira, y por la presencia mórbida del niño
Rocamadour.
Dice Luis Harss, en su histórica charla con Cortázar
publicada en un libro más temprano sobre el boom, Los nuestros (Sudamericana,
1966), sobre un episodio simbólico de esa relación:
“Ocurre a lo largo
de una noche confusa y charlatana, en un sucio cuarto de hotel, entre
cigarrillos humeantes y discos de jazz.
Maga y Oliveira sufren, el niño agoniza, pero los distraen golpes en el
cielo raso, disputas en el corredor, interminables conversaciones a la
vez lúgubres y ajenas a la situación”.
En esa historia de
confinados, presos de la noche, pendientes de la enfermedad y del azar,
ocurre algo que parece una broma enorme pero que es en esencia una
tragedia.
Fue el primer capítulo de la novela y después fue uno de sus
dramáticos episodios.
Una mujer, Talita, arriesga su vida sobre una
tabla que cruza el aire desde su casa a la de un amigo, para entregarle
unos clavos.
Como ocurrió con todo el libro, “lo escribí sin saber por
qué”, confesó Cortázar en la que quizá fue su última entrevista, a The Paris Review, poco antes de su fallecimiento en febrero de 1984.
“Veía los personajes, veía la situación…, era en Buenos
Aires. Hacía mucho calor, recuerdo, y estaba junto a la ventana con la
máquina de escribir. Vi esa situación del tipo que hace que su esposa
cruce por el tablón (…) para buscar algo tonto, unos clavos”.
Cortázar
había cruzado a la nave del surrealismo, y ahí se mezclaba su nueva
estética con el ámbito encerrado que ya marcaba las obsesiones de Los premios (1960),
donde un grupo de viajeros de un trasatlántico pugna por saber qué
ocurre en la zona sagrada, allí donde nadie puede acceder.
El veneno y
la atracción que encierra el lado de allá.
Pero donde se hace mayor la angustia que produce lo inesperado que termina siendo peligro y costumbre es en La autopista del sur, el cuento
que va creciendo en angustia al tiempo que los personajes, encerrados
al aire libre en una carretera bloqueada, empiezan a sentirse cómodos, o
acostumbrados, y desconfían de lo que va a suceder, irremediablemente,
cuando acabe ese confinamiento que los ha llenado primero de
incertidumbre y después de inmundicia y finalmente de delirio.
Como en Rayuela, como en Casa tomada, en La autopista del sur lo
que parece histeria será resignación, y aquello que da la impresión de
ser, al fin, aventura o liberación, se torna decepción o incertidumbre.
En este cuento en concreto Cortázar hace que el clima juegue un papel
moderador de la tragedia y de la felicidad.
“Pero el frío empezó a
ceder, y después de un periodo de lluvias y vientos que enervaron los
ánimos y aumentaron las dificultades de aprovisionamiento, siguieron
días frescos y soleados en que ya era posible salir de los autos,
visitarse, reanudar relaciones con los grupos vecinos”.
Irremediablemente se acelera la caravana de los confinados,
acaba el encierro en la autopista, y aparece la ciudad.
“Después sería
la noche, sería Dauphine subiendo sigilosamente a su auto, las estrellas
o las nubes, la vida”.
París, delante. “Se corría a ochenta kilómetros
por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera
bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos
desconocidos donde nadie sabía nada de los otros…”.
A
ochenta kilómetros por hora, alejándose de los que habían sido
compañeros de confinamiento, en busca de los confinamientos sucesivos a
los que obliga la ciudad. Cortázar, solitario contando, una a una,
historias de la soledad en medio de las multitudes.