Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

8 mar 2020

María Jiménez: “Me dieron por muerta pero ahora estoy de cachondeo”

En foto, María Jiménez, durante la entrevista. En vídeo, un recorrido por la vida de María Jiménez.


María Jiménez: “Me dieron por muerta pero ahora estoy de cachondeo”

Tras pasar tres meses en coma y una dura rehabilitación, la cantante de 70 años anuncia sus ganas de vivir y su regreso triunfal con actuaciones y nuevo disco.

En foto, María Jiménez, durante la entrevista. En vídeo, un recorrido por la vida de María Jiménez. FOTO: JULIAN ROJAS / VÍDEO: EPV
A María Jiménez (Sevilla, 70 años) la dieron “por muerta”, pero ahora está “de cachondeo”. 
“Ni he visto la luz ni nada de eso. Luz la que dan estos focos que tienen que apagarlos”, dice mientras señala unas lámparas y despliega una amplia sonrisa y su característica sorna al hablar de la grave crisis de salud que sufrió el pasado año cuando un problema intestinal casi se la lleva por delante. 
“Fue como todo un sueño en el que no me enteré de nada. Como si hubiera sucedido todo el día antes”, comenta.
 “Cuando me dijeron que llevaba casi tres meses dormida, me lo tomé de cachondeo. Y sigo igual. De verdad. 
Ahora, me encuentro maravillosamente bien”.
Sentada en un butacón de la sala Manuel de Falla del Teatro Real, la cantante presenta su participación en la sexta edición del Universal Music Festival, que se celebrará del 23 de junio al 28 de julio en Madrid, y no traslada ningún dramatismo sobre el delicado estado de salud por el que muchos empezaron a preparar su necrológica.
 Todo sucedió cuando el pasado 2 de mayo ingresó en el Hospital San Rafael de Cádiz para ser operada de urgencia a causa de una obstrucción intestinal. Su situación se complicó por problemas “circulatorios crónicos y metabólicos”, según afirmaba uno de los partes médicos, y tuvo que ser trasladada a la UCI del centro hospitalario “bajo intubación orotraqueal y conectada a ventilación mecánica”. Tres semanas después y ante el agravamiento paulatino, fue llevada a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Virgen del Rocío, donde continuó su tratamiento y pasó algunos momentos al borde de la muerte. 
A su lado siempre estaban su hijo Alejandro, fruto de su relación con el actor Pepe Sancho, y su hermana Isabel. 
Cuando despertó, no se había enterado de nada. “Mi hijo me decía: ‘¡Mamá, te amo! ¡Mamá, te amo!’. Y yo miraba también a mi hermana que no paraba de llorar y dije: ‘Oye, ¿qué ha pasado aquí? Se empezaron a reír”.
 Del llanto a una risa que preside su vida desde el primer día que salió del hospital. Jiménez recibió el alta a mediados del mes de julio y cuenta que ya entonces pudo comprobar cómo de camino a casa se encontró con gente que la creía bajo tierra.
 “El primer día que nos montamos mi hermana y yo en la ambulancia, se subió una señora y yo me quedé atrás del todo en la silla de ruedas. 
 La señora iba delante con mi hermana y otra persona mayor. 
Se puso a hablar con todos, se giró para atrás, hacia mí, y me preguntó: ‘¿Oye, y la María Jiménez? ¿Murió ya?’.
 Y le contesté: ‘Oiga, señora, que María Jiménez soy yo’. Ella dijo que cómo iba a ser yo María Jiménez.
 Y ya le dije: ‘Pues nada, señora, soy Gracita Morales y la que usted quiera’. 
Resulta que la mujer estaba casi ciega y no veía nada”. Sin necesidad de ser Gracita Morales y sí María Jiménez, una voz colosal de la rumba, afirma que ha sentido “muchísimo, pero muchísimo” el cariño de la gente. 
“Yo no sabía que me querían tanto”, dice.

Ahora asegura que “no mira atrás” y que solo piensa hacer “una vida normal”. 
“Al salir del hospital me encontré muy bien, encantada de la vida. Es verdad que estaba muy flojita, pero poquito a poco me he ido recuperando. Comía mal. Tan mal que no comía nada. 
He ido comiendo bien porque me quedé escuálida. Pero ya no quiero engordar más”, explica. No sigue ninguna dieta, pero sí ha tenido que hacer seis meses de rehabilitación, reconociéndose “buena enferma” de las que “no dan la lata”.
Recuperada y sonriente, la cantante, como un ave fénix, volvió a la música el pasado octubre para acompañar al cantaor Miguel Poveda en la canción ¡Qué felicidad la mía!
Fue el preámbulo de toda la actividad que está por venir este año. Dará en verano en el Teatro Real un concierto muy especial en el Universal Music Festival rodeada de amigos como Mari Peña, Antonio Moya, Carmen Ledesma, Remedios Amaya y Pitingo. Antes está previsto que salga publicado un nuevo disco, que empezará a grabar la semana que viene y del que no puede dar mucha información: 
“Estará formado por canciones maravillosas de Sudamérica de varios autores, algunas de Vicente Fernández, y que son versionadas por mí”.
Con su voz desgarradora y pasional, Jiménez ya supo lo que fue el éxito cuando versionó composiciones de Joaquín Sabina en el álbum, Donde más duele, que llegó a vender más de 600.000 copias.
 Compañero de correrías y noches canallas, Sabina también ha dado varios sustos con su salud y en alguna ocasión ha dicho que algunos esperan que los músicos palmen para poder reconocerles su obra. ¿Sucede así con ella? Jiménez frunce el ceño: “Nunca he sabido lo que represento ni quién soy. Soy más bohemia que todo eso”. Y añade: 
“Yo me adelanté 40 años a este país. Lo que he hecho con Miguel Poveda ahora yo lo llevé a Japón en el año 1979.

Resulta que ahora la gente está flipando con ese tema cuando yo me traje el segundo premio de Japón para España
. La gente en este país no se enteró de nada. El tema tiene 40 años. Y Se acabó tiene 43.
 Se acabó era un himno, una verdadera bandera. Y yo solo digo que estoy encantada con lo que he hecho”. Y, con su particularísimo desparpajo, asegura que también está encantada con su actual vida: “Hago lo que me apetece. 
Si está nublado, no salgo. Si hace sol, pues a la calle que voy. Digo por la casa: ‘contes, a tomar el aperitivo, un vinito.
 O vámonos a comprar. Vámonos para acá y para allá’”.

 

 

.Los secretos políticos y de alcoba de Hillary Clinton .

Un documental cuenta la vida de la política demócrata, condicionada por ser mujer, ser señora de y por el escándalo.

Hillary Clinton, en la presentación de su documental en Nueva York. En vídeo, el tráiler. EVAN AGOSTINI ( GTRES | VÍDEO: HULU)
Una canción de corte punk sirve para abrir el documental sobre siete décadas de vida de quien podría haber sido la primera mujer presidenta de EE UU. 
El título de la melodía es casi una invitación del grupo The Interrupters a la revolución, a “recuperar el poder” (Take Back the Power), ese que Hillary Clinton nunca alcanzó porque se lo arrebató Donald Trump. 
“¡Hasta el día de hoy no entiendo qué pasó!", relata una serena Clinton (1947).
 Atrás quedaba el reconocimiento, con humor, de que en su día, con la herida todavía abierta, había bebido una cantidad considerable de Chardonnay para olvidar.
Por supuesto que la antigua secretaria de Estado acarreará hasta la tumba el peso de haber perdido el asalto a la Casa Blanca, pero si hay algo que le duele todavía más es haberlo hecho contra Trump —“No contra un republicano normal”—.
 “Ha sido terrible para el país, y cuatro años más pueden ser devastadores. Pensé, es ahora o nunca. No me presento a ningún cargo. Podría contar mi historia. Quizá le interese a alguien”, explica. Hillary siente que, por fin, puede hablar libremente sin que sus palabras la dañen en las encuestas. Otra cosa es que lo que cuente sea nuevo. En Hillary no se sacan cadáveres escondidos en los armarios. La máxima animadversión es cuando la política critica al que fue su rival en la nominación, Bernie Sanders: “Francamente, Bernie me volvía loca. No le caía bien a nadie”. 
Durante cuatro horas, el documental entrelaza el matrimonio y la carrera política de Hillary Clinton con el feminismo y las guerras políticas y culturales de la última década de 1990 y la primera del 2000.

  Toda una vida al servicio de una causa política, condicionada por ser mujer, por ser señora de y por el escándalo sexual más famoso del siglo XX.

Con su estreno el viernes 6 de marzo en la plataforma Hulu, Hillary expone al público miles de fotogramas tomados durante la campaña presidencial de 2016, en lo que iba a ser el archivo documental para la posterioridad de la primera mujer en ocupar el despacho Oval. 
A todo ese material la directora de la obra, Nanette Burstein ha sumado 35 horas de entrevistas con la ex senadora de Nueva York.
 Hasta un total de 45 personas participan en la cinta. Desde Barack Obama hasta amigos de la infancia pasando por asesores de campaña como John Podesta y Jennifer Palmieri. Por supuesto, está Chelsea
No aparece Donald Trump. Según The Hollywood Reporter, Burstein intentó que estuviera en el reportaje Newt Gingrich, azote republicano en el Congreso de Clinton, y este declaró lo siguiente: “Antes prefiero que me metan agujas en los ojos”.

Hillary y Bill Clinton fotografiados en enero de 1999, en medio del escándalo Lewinsky.
Hillary y Bill Clinton fotografiados en enero de 1999, en medio del escándalo Lewinsky.
Bill Clinton habla largo y tendido, incluso cae en el psicoanálisis al lamentar el imperdonable error que cometió al mantener sexo oral con la becaria Monica Lewinsky. 
Cuenta el expresidente que lo hizo para “manejar la ansiedad”, ya que la presión del cargo le hacía sentirse como un boxeador tras 30 asaltos en el ring.
 La antigua primera dama relata en el documental que estuvo “semanas” sin hablar a su esposo una vez que admitió lo sucedido. Con franqueza ingenua, Hillary explica que ambos necesitaron pasar por el terapeuta de pareja tras el escándalo.

Se define a sí misma como “la persona inocente más investigada” de Estados Unidos y narra con humor cómo uno de sus asesores en una ocasión se mostró contento porque un sondeo le resultaba favorable, ya que solo un 5% aseguraba odiarla. La respuesta inmediata de Clinton fue:
 “¿Eres consciente de que eso son 25 millones de personas?”.
 Ella considera que el visionado del documental ha supuesto una experiencia “edificante”, sobre todo para entender por qué la gente ve a una Hillary en la que ella no se reconoce. 
Asegura que hizo todo lo mejor que pudo con lo que la vida le dio y que cuando apostó por la Casa Blanca no tenía modelos en los que fijarse.
 Es perfectamente consciente del doble estándar.
 Del sexismo.
 De que las mujeres no pueden permitirse lujos como los hombres. Y pone un ejemplo que cuantifica en días: 25. Hillary Clinton ha hecho el cálculo y esos fueron los días que perdió en peluquería y maquillaje durante la campaña de 2016. Ningún hombre emplea ese tiempo en su aspecto.
 “Boris Johnson se alborota el pelo adrede, Bernie Sanders está desaliñado”, comenta.
 “La gente me dice que una mujer puede hacer lo mismo y yo les digo, seguro, muéstrenme una”.

Matar a Woody Allen.............................. Elvira Lindo

Hoy la furia es la expresión con más prestigio de todo el catálogo de sentimientos.

El cineasta Woody Allen en una imagen de archivo.
El cineasta Woody Allen en una imagen de archivo. AP

Un amigo que anda escribiendo sobre lo distópico desde antes de que ese adjetivo se colara en el lenguaje común me confesó esta semana que siente como que esa distopía que ocupaba sus horas de estudio le ha alcanzado.
 Lo comparto.
 La sensación de que en este momento es el futuro el que nos pisa los talones y nos obliga a andar con la lengua fuera, huyendo de todos aquellos temores que nos inculcaron desde Orwell hasta el terrorista antitecnológico Unabomber.
 Apareces en televisión, por poner un ejemplo, hablando de una novela y los realizadores tienen a bien colocarte de fondo de pantalla el ya familiar dibujito del coronavirus, con lo cual toda tu historia y la de tus personajes se ve infectada por esa enfermedad distópica que nos obliga a saludarnos con el codo, realizar programas sin público y a que cada redactor lleve en el bolsillo su propio capuchón del micrófono. 
 También a considerar estúpido hacer planes para las vacaciones de Semana Santa, que ya están aquí.
 Hay un sentimiento de alarma, que los medios alimentan, y en este 8 de marzo, en vez de preguntarnos por los logros, retrocesos o anhelos pendientes de las mujeres, hurgamos en las guerrillas existentes dentro del movimiento, reduciéndolo todo a si estamos de acuerdo en un eslogan más o menos afortunado o a si permitimos que los trans compartan una pancarta feminista. 
Y tú te niegas a definirte en 30 segundos. 
No por cobardía, sino porque hay matices en cada postura que puedes comprender, y a su vez experimentas la necesidad imperiosa de un debate sereno. 
Pero el ambiente no ayuda. 
 Hoy la furia es la expresión con más prestigio de todo el catálogo de sentimientos. Si lo que se defiende no se expresa con furia aparece como desinflado, fofo.
 Es una especie de virus del comportamiento tan contagioso como el de Wuhan.
Infectados por esa enfermedad social de la furia, los empleados americanos de la editorial Hachette salieron a la calle para protestar por la publicación de las memorias de Woody Allen, A Propos of Nothing.
  Parece no importar que la justicia haya desestimado dos veces la culpabilidad del director en los abusos que le achaca su hija. 
No basta con que actores y actrices hayan renegado públicamente de él cuando hasta antes de ayer se rendían babosamente a sus pies; no resulta suficiente castigo el que ya no se estrenen las películas en su país, o que se haya convertido en un apestado social en esa ciudad que en parte inventó.
 Hay que matarlo. Se trata de la damnatio memoriae que se practicaba en la Antigua Roma con los considerados enemigos del Estado, aunque allí, al menos, se esperaba a que el condenado falleciera para borrar todo aquello que lo recordara.

 

Horas después de que Hachette anunciara la publicación del libro, el hijo herido, Ronan Farrow, comenzó su campaña destructiva en Twitter amenazando a los editores con retirar su propio libro, Catch and Kill, que narra su esforzada investigación para sacar a la luz los abusos del mafioso Weinstein.
 Nadie le niega la impecable y tozuda labor de desenmascaramiento que realizó con el gran pope de cine, pero se le adivina, en esa furia sin tregua que se desata en él en cuanto advierte que alguien le abre una puerta a su progenitor, una insólita dureza de corazón, un rencor turbio, una negación del otro como ser humano tan obsesiva que acaba inhabilitándole como juez de esta historia.
La editorial se ha rendido y no publicará las memorias. 
 Colaboran, pues, en borrar las huellas de Allen de su país como se desinfecta un virus muy contagioso.
 Y no sé quién puede alzarse con esta dudosa victoria, si Mia Farrow, la hija que lo acusa, el hijo herido o cierto feminismo hollywoodiense, que compatibiliza el brilli brilli con una falta de compasión implacable. 
Hay tantas razones hoy para estar asustada, tantas, que destinar la furia a matar a Woody Allen es un síntoma distópico en sí.

7 mar 2020

Un beso....................................

Un beso en mi boca fría,
ensombrecida,
en el que resalta
la luz roja
de tus labios,
refulgentes,
cálidos,
calor suave
de tus palabras
interrumpidas.
Un beso
que otros labios
comenzaron,
otros continúan
y ninguno
cerraron.
Un beso
que, en la soledad,
es una llama
consumida
de brillo apagado
en la húmeda
oscuridad,
donde tus claveles
sangran
cubriendo
los arriates
de los míos morados.
Atardece,
sin tu beso,
derrotado el día.
Será otra noche
igual e indistinta,
de luna imparable
que anega la sombra
de tu añorado
y esperado abrazo.