Joan
Manuel Serrat, que ha sido investido Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Zaragoza, representa esa catalanidad transversal que se
alimenta del latido de su tierra.
Una década
larga después de que los políticos avanzasen la idea, son los
economistas, filósofos y sociólogos los que pretenden suprimir los
excesos y abusos del mercado para que éste sobreviva.
Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco
banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado
presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas
declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: “La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”. Se
superó aquel momento crítico en el que todo parecía posible, incluida
la quiebra del sistema. El sector financiero, a trancas y barrancas,
salió de la crisis mediante paladas y paladas de ayudas públicas (en
forma de dinero, avales, garantías, compras de activos malos, liquidez
casi infinita a precios muy bajos, etcétera), y aquellos verbos que se
conjugaron voluntariosamente una y otra vez —refundar el capitalismo,
reformar el capitalismo, regular el capitalismo, embridar el
capitalismo, etcétera— se olvidaron. De la Gran Recesión se pasó a una
época de “estancamiento secular” (Larry Summers), que es la que estamos
viviendo. De la primera, la mayor parte de los ciudadanos salió más
pobre, más desigual, mucho más precaria, menos protegida y con dos
características políticas que explican en buena parte lo que se está
afianzando ante nuestros ojos: más desconfiados (en los Gobiernos, los
partidos, los Parlamentos, las empresas, los bancos, las agencias de
calificación de riesgos…) y menos demócratas. El resultado ha sido la
explosión de los populismos de extrema derecha y la descomposición del
sistema binario de partidos políticos que salió de la segunda posguerra
mundial, y una concepción instrumental —no finalista— de la democracia:
apoyaré la democracia mientras resuelva mis problemas; si no, me es
indiferente.
Después de ese paréntesis de casi una década, cuando ya empieza a
existir la distancia temporal suficiente para analizar los efectos de la
Gran Recesión como una secuencia de acontecimientos que han llevado a
una gigantesca redistribución negativa de la renta y la riqueza a la
inversa en el seno de los países (el llamado efecto Mateo:
o, por el contrario, si una
vez más en la historia está mutando de naturaleza y esa transformación
lo llevará a ser de nuevo el sistema político-económico más fuerte y
único.
Hay dos coincidencias en la mayor parte de los libros publicados:
el capitalismo se ha propagado a todos los escenarios geográficos del
planeta y direcciones (no tiene alternativas), y anida en cualquier
actividad y mercado, incluida la política.
El capitalismo es ahora el único sistema socioeconómico del planeta (antes se llamaba a esto imperialismo) y apenas quedan rastros del comunismo como una posibilidad sustitutiva,
como ocurrió en la primera mitad del siglo XX. A esta característica
central se le añade el reequilibrio del poder económico entre EE UU y
Europa por un lado y Asia por otro debido al auge experimentado por los
principales países de esta última región. El dominio planetario ejercido
por el capitalismo se ha logrado a través de sus diferentes variantes.
Algunos autores distinguen entre el capitalismo meritocrático liberal,
que ha venido desarrollándose gradualmente en Occidente a lo largo de
los últimos 200 años, y el capitalismo político o autoritario
ejemplificado por China, pero que también existe en otros países de Asia
(Singapur, Vietnam…) y algunos de Europa y África (Rusia y los
caucásicos, Asia Central, Etiopía, Argelia, Ruanda…).
En los últimos tiempos se ha hecho popular otra tipología, que ha tenido su momento de gloria en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos
en el mes de enero de este año. El Manifiesto de Davos 2020 desarrolla
básicamente tres tipos de capitalismo: el de accionistas, para el cual
el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio;
el capitalismo de Estado, que confía en el sector público para manejar
la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o
capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las
administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de
condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero
frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de
suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de
condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de
plataformas”.
Hasta ahora, el capitalismo de accionistas ha sido ampliamente
hegemónico. Recibió un apoyo teórico muy fuerte a principios de los años
sesenta, cuando el principal ideólogo de la Escuela de Chicago, el premio Nobel Milton Friedman, escribió su libro Capitalismo y libertad,
en el que sentenció: “La principal responsabilidad de las empresas es
generar beneficios”. Friedman sacralizó esta regla del juego a través de
diversos artículos que trataron de corregir algunas veleidades nacidas
en EE UU acerca de la extensión de los objetivos empresariales a la
llamada “responsabilidad social corporativa”.
En el capitalismo de
accionistas, el predominio es del corto plazo y de la cotización en
Bolsa, lo que en última instancia llevó a la “financiarización” de la
economía.
Esta filosofía dominante ha durado prácticamente hasta la actualidad.
Hace poco tiempo, la British Academy hizo público un informe sobre la
empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa colectiva de una treintena
de científicos sociales bajo la batuta del profesor de Oxford Colin
Mayer, que hablaba de “redefinir las empresas del siglo XXI y construir
confianza entre las empresas y la sociedad”.
Y la norteamericana
Business Roundtable, una asociación creada a principios de la década de
los años setenta del siglo pasado en la que se sientan los principales
directivos de 180 grandes empresas de todos los sectores, publicó un
comunicado en el que revocaba, de facto, el solitario criterio de la
maximización de los beneficios en la toma de decisiones empresariales,
sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el
bienestar de todos los grupos de interés:
“La atención a los
trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que
están presentes”.
Pronto, las principales biblias periodísticas del
capitalismo, Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal,
comenzaron a analizar este cambio que no se debe a la benevolencia y la
compasión de los ejecutivos de las grandes compañías, sino al temor a
la demonización del capitalismo actual y de las empresas, por sus
excesos: financiarización desmedida, globalización mal gestionada, poder
creciente de los mercados, multiplicación de las desigualdades.
Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco
banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado
presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas
declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: “La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”. Se
superó aquel momento crítico en el que todo parecía posible, incluida
la quiebra del sistema. El sector financiero, a trancas y barrancas,
salió de la crisis mediante paladas y paladas de ayudas públicas (en
forma de dinero, avales, garantías, compras de activos malos, liquidez
casi infinita a precios muy bajos, etcétera), y aquellos verbos que se
conjugaron voluntariosamente una y otra vez —refundar el capitalismo,
reformar el capitalismo, regular el capitalismo, embridar el
capitalismo, etcétera— se olvidaron. De la Gran Recesión se pasó a una
época de “estancamiento secular” (Larry Summers), que es la que estamos
viviendo. De la primera, la mayor parte de los ciudadanos salió más
pobre, más desigual, mucho más precaria, menos protegida y con dos
características políticas que explican en buena parte lo que se está
afianzando ante nuestros ojos: más desconfiados (en los Gobiernos, los
partidos, los Parlamentos, las empresas, los bancos, las agencias de
calificación de riesgos…) y menos demócratas. El resultado ha sido la
explosión de los populismos de extrema derecha y la descomposición del
sistema binario de partidos políticos que salió de la segunda posguerra
mundial, y una concepción instrumental —no finalista— de la democracia:
apoyaré la democracia mientras resuelva mis problemas; si no, me es
indiferente.
El principal debate es sobre si el capitalismo está tomado de muerte o es más fuerte que nunca
Después de ese paréntesis de casi una década, cuando ya empieza a
existir la distancia temporal suficiente para analizar los efectos de la
Gran Recesión como una secuencia de acontecimientos que han llevado a
una gigantesca redistribución negativa de la renta y la riqueza a la
inversa en el seno de los países (el llamado efecto Mateo: “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”),
son los académicos y no los políticos los que multiplican las teorías
sobre las características del capitalismo del primer cuarto del siglo
XXI y protagonizan un gran debate extremo entre ellos: si el capitalismo
está tocado de muerte porque no funciona; o, por el contrario, si una
vez más en la historia está mutando de naturaleza y esa transformación
lo llevará a ser de nuevo el sistema político-económico más fuerte y
único. Hay dos coincidencias en la mayor parte de los libros publicados:
el capitalismo se ha propagado a todos los escenarios geográficos del
planeta y direcciones (no tiene alternativas), y anida en cualquier
actividad y mercado, incluida la política.
En los últimos tiempos se ha hecho popular otra tipología, que ha tenido su momento de gloria en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos
en el mes de enero de este año. El Manifiesto de Davos 2020 desarrolla
básicamente tres tipos de capitalismo: el de accionistas, para el cual
el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio;
el capitalismo de Estado, que confía en el sector público para manejar
la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o
capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las
administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de
condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero
frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de
suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de
condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de
plataformas”.
Se evoluciona hacia una economía y una democracia del 1%, por el 1% y para el 1%
Hasta ahora, el capitalismo de accionistas ha sido ampliamente
hegemónico. Recibió un apoyo teórico muy fuerte a principios de los años
sesenta, cuando el principal ideólogo de la Escuela de Chicago, el premio Nobel Milton Friedman, escribió su libro Capitalismo y libertad,
en el que sentenció: “La principal responsabilidad de las empresas es
generar beneficios”. Friedman sacralizó esta regla del juego a través de
diversos artículos que trataron de corregir algunas veleidades nacidas
en EE UU acerca de la extensión de los objetivos empresariales a la
llamada “responsabilidad social corporativa”. En el capitalismo de
accionistas, el predominio es del corto plazo y de la cotización en
Bolsa, lo que en última instancia llevó a la “financiarización” de la
economía.
Esta filosofía dominante ha durado prácticamente hasta la actualidad.
Hace poco tiempo, la British Academy hizo público un informe sobre la
empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa colectiva de una treintena
de científicos sociales bajo la batuta del profesor de Oxford Colin
Mayer, que hablaba de “redefinir las empresas del siglo XXI y construir
confianza entre las empresas y la sociedad”. Y la norteamericana
Business Roundtable, una asociación creada a principios de la década de
los años setenta del siglo pasado en la que se sientan los principales
directivos de 180 grandes empresas de todos los sectores, publicó un
comunicado en el que revocaba, de facto, el solitario criterio de la
maximización de los beneficios en la toma de decisiones empresariales,
sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el
bienestar de todos los grupos de interés: “La atención a los
trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que
están presentes”. Pronto, las principales biblias periodísticas del
capitalismo, Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal,
comenzaron a analizar este cambio que no se debe a la benevolencia y la
compasión de los ejecutivos de las grandes compañías, sino al temor a
la demonización del capitalismo actual y de las empresas, por sus
excesos: financiarización desmedida, globalización mal gestionada, poder
creciente de los mercados, multiplicación de las desigualdades. El
capitalismo ha ido demasiado lejos y no da respuesta a problemas como estas últimas o la emergencia climática.
Recientemente, un sondeo elaborado por Gallup y publicado en The
Economist revelaba que casi la mitad de los jóvenes estadounidenses
prefieren algún tipo de “socialismo” al capitalismo rampante. Quizá ello
explique lo que está sucediendo alrededor de Bernie Sanders en las
primarias del Partido Demócrata.
ampliar fotoDos transeúntes pasan frente a la Bolsa de Nueva York en 2008, año de comienzo de la Gran Recesión. Christopher Anderson (Magnum)
Antonio
Aguilera, presidente de la Asociación de Pequeños Accionistas del club
de fútbol, asegura que la operación está en marcha para salvar la
situación económica.
A George Clooney
le gusta el carácter mediterráneo. Tiene una casa en el lago Como, al
norte de Italia, y se acerca a España con cierta frecuencia. Lo que no
está tan claro es su afición al fútbol, aunque estos días la noticia de
que el actor norteamericano quiere comprar al Málaga CF ha corrido como la pólvora por todo el planeta. El equipo, en Segunda División, en plena administración judicial
y numerosos frentes abiertos, podría ser una buena inversión y la
afición está necesitada de una esperanza que desde el palco de La
Rosaleda llevan años sin darle. Pero quien supuestamente lo había
anunciado, Antonio Aguilera, presidente de la Asociación de Pequeños
Accionistas (APA) ha dicho que sus palabras se malinterpetaron. “Jamás
dije que Clooney fuera a comprar al club”, ha asegurado a EL PAÍS.
El máximo responsable de esta organización dijo en Málaga aquí y ahora
(programa de la televisión municipal malagueña, Canal Málaga) que había
un grupo de inversores “muy importantes” procedentes del cine y la
televisión “que están grabando series para Amazon y de un potencial
económico grandísimo” y tienen interés en adquirir el club. “Están
negociando ya”, subrayó Aguilera. “Y si este grupo consiguiera comprar
el Málaga, muy prontito íbamos a ver por aquí un actor muy famoso de
Hollywood”, reveló ante las cámaras. Ante la pregunta de la
presentadora, Elena Mir, de si se refería a Antonio Banderas, Aguilera
respondió: “No, es uno al que le gusta mucho el cafelito”, en una clara
referencia a los anuncios de Nespresso de Clooney, padre de mellizos desde verano de 2017 junto a su mujer, Amal Clooney. Ahí está la clave de todo el revuelo generado. “Yo jamás he dicho que
Clooney fuera a comprar nada y, de hecho, no lo va a hacer”, dice
Antonio Aguilera, molesto por la tergiversación de su comentario. “Es
cierto que hay un grupo muy interesado en el Málaga desde hace más de
dos años”, subraya el presidente de la APA, que aclara que Clooney, como
mucho, haría de imagen del equipo para promocionarlo y realizando
gestos simbólicos “como el saque de honor”. “Yo conté eso en la
televisión por animar a la afición, que nos hace falta”, añade Aguilera
que para demostrar el potencial económico de los posibles compradores
norteamericanos desvela que Amazon podría pagar hasta 7 millones de
euros por un contrato publicitario con el club para la temporada que
viene. Según Aguilera, Al Thani pide cien millones por el club que el compró
por 36. La operación de compraventa, en todo caso, tendría que ser
analizada por el administrador judicial del club, el abogado y
economista José María Muñoz, que ha sido nombrado por la jueza María
Ángeles Ruiz González, quien también tendría que dar el visto bueno. La
magistrada apartó la semana pasada al presidente del club, el jeque
Abdullah Al Thani y a sus hijos Nasser, Nayef y Rakan, que ocupan
puestos del consejo de administración tras una querella interpuesta por
los pequeños accionistas. Muñoz dirigirá a la entidad durante los
próximos seis meses, renovables en periodos similares. Y entre su
trabajo está el de dar estabilidad a la entidad, que no atraviesa su
mejor momento y de cuyos recursos económicos, según sospecha la jueza,
se han estado beneficiando de manera privada los Al Thani. El Málaga CF, que está inmerso en una buena racha deportiva distanciándose del descenso y acercándose a los puestos de playoff a LaLiga, tiene también otros temas aún por resolver. Entre ellos, el despido de su entrenador, Víctor Sánchez del Amo, tras la publicación de un vídeo íntimo del técnico que ya se ha saldado con al menos seis detenidos. Después de que las imágenes se hiciesen públicas el club le destituyó y
ahora Sánchez del Amo reclama a la entidad de Martiricos 600.000 euros
de finiquito. Clooney, por ahora, aún está muy lejos del Málaga y de
Málaga.
Tras años siendo un acérrimo defensor de las ideas políticas del Partido Republicano, Clint Eastwood ha dejado de apoyar a Donald Trump
para secundar a quien, en su opinión, es el mejor candidato para ganar
las elecciones de 2020, que se celebran el próximo mes de noviembre: el
demócrata Mike Bloomberg. En una entrevista al periódico Wall Street Journal,
el actor y director de cine ha expresado: "Lo mejor que podemos hacer
es llevar a Mike Bloomberg allí", en referencia a la Casa Blanca, la
residencia del presidente de Estados Unidos. Eastwood
está de acuerdo con "ciertas cosas que ha hecho Trump", pero no aprueba
los modales del actual presidente, acostumbrado a insultar y criticar
constantemente a través de su perfil de Twitter,
lo que ha convertido la política del país en algo "muy irritante". Al
actor, de 89 años, le gustaría que su presidente se comportara "de una
manera más gentil, sin tuitear y calificar a las personas". "Personalmente, me gustaría que no llegara a ese nivel", ha dicho.
Clint Eastwood, retratado como alcalde de Carmel (California, EE UU), en 1987.CordonPress
Este cambio de parecer lo justifica al definirse como una persona
libertaria que "respeta las ideas de los demás y desea aprender
constantemente". Eastwood siempre ha apoyado públicamente al Partido
Republicano, incluso ha llegado a ocupar cargos políticos. Fue alcalde de Carmel,
una ciudad del estado de California, entre 1986 1988, con una victoria
del 72%. Le sirvió de inspiración para algunas de sus películas y posee una propiedad que convirtió en un complejo hotelero al que llamó Mission Ranch Carmel. Pero durante la entrevista con Wall Street Journal,
el oscarizado cineasta aclara que ser de un partido u otro no tiene
relevancia en candidaturas para representar pequeñas poblaciones. Asimismo, desvela por qué no se presentó a la reelección: "No se puede
tener a las mismas personas de edad en el cargo todo el tiempo". Al igual que Trump, Eastwood siempre ha sido un firme defensor de la posesión de armas. En una entrevista a Cadena SER
dijo: "Yo las apoyo, (risas) aunque no quiero que me apunten a mí.
Lamentablemente las armas existen en la historia, antes de ellas había
espadas y antes garras. Las armas forman parte de la historia y es bueno
conocerlas, pero es una pena que se utilicen de forma incorrecta".