Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

18 feb 2020

Eugenia Martínez de Irujo toma partido por su hermano Carlos y se distancia de Cayetano

"Nadie tiene derecho a quitarme la felicidad", ha dicho la aristócrata sobre su polémica familiar, a la vez que reconoce que le da "pudor" usar su título.


Casa de Alba
Eugenia Martinez de Irujo, en noviembre de 2019 en Madrid. CORDON PRESS

Eugenia Martínez de Irujo, la hija menor de la duquesa de Alba, se ha pronunciado abiertamente sobre las tensiones familiares que viven en estos tiempos por las diferencias provocadas por las críticas de su hermano Cayetano a la gestión de su hermano Carlos, el actual duque.

 Lo ha hecho en la revista Vanity Fair, que le dedica la portada. En sus declaraciones la aristócrata asegura: 

 "Con Cayetano no tengo relación, pero nunca dejaré de quererlo. Es mi hermano.

 No sé si alguna vez me reconciliaré con él porque a mí hay ciertas cosas que me hacen mucho daño 

En esta época de mi vida ya no me gustan las montañas rusas: un día fenomenal y al día siguiente fatal. 

Nadie tiene derecho a quitarme la felicidad. Llega un momento que uno pone el freno, dice: 'Hasta aquí". 

Eugenia Martínez de Irujo además alaba el trabajo de su hermano Carlos como gestor del patrimonio de los Alba.
 "Cuestionar la gestión de mi hermano Carlos es lo mismo que hablar de política.
 Cuando estás fuera es muy fácil criticar pero cuando estás dentro las cosas cambian". Y añade:
 "Creo que lo está haciendo muy bien y eso que su trabajo no es nada fácil.
 La vida evoluciona, los tiempos evolucionan y estamos ya en el siglo XXI".
Sobre la apertura al público del palacio de Liria también se pronuncia: "Al principio me chocó porque mi madre tenía otra mentalidad. 
Vivió en otro tiempo. Pero la realidad que a ella le tocó no tiene nada que ver con la de unos años para acá. 
Además, la gente, por lo que me dicen en las redes sociales, lo ha agradecido muchísimo. 
Y, oye, tampoco hay nada horroroso". Para a continución confirmar que esta medida molesta a Cayetano. 
Además, y por su había alguna duda, recuerda: "A Carlos lo han educado también para esto y lo tiene clarísimo.
 Y me parece que [su hijo] Fernando [Fitz-James Stuart, actual duque de Huéscar] le sucederá muy bien.
 Él y [su esposa] Sofía [Palazuelo] me parecen fantásticos. Desde pequeños, todos, absolutamente todos, hemos tenido clarísimo lo que había.
 Todo iba para el mayor, en el sentido del patrimonio artístico. Es la única manera de mantenerlo".
 La brecha abierta entre los Alba ha quedado patente en los ingresos hospitalarios, algunos de ellos graves, de Cayetano. Solo Fernando ha acudido al hospital a visitarlo.

Eugenia, duquesa de Montoro, no es una aristócrata al uso. "De hecho, no utilizo nunca mi título. Me da como vergüenza y pudor. Es una tontería mía, un tema psicológico.
 No tengo nada que ver con nada así. Me veo rimbombante si lo digo". Tampoco fue al uso su boda. Se casó en Las Vegas (EE UU) con Narcis Rebollo, presidente de la compañía discográfica Universal, vestidos de Elvis Presley y Marilyn Monroe. Fue para ambos su segundo matrimonio. 
"Ni siquiera me lo pidió. Lo medio hablamos y lo organizamos sobre la marcha. Compré los anillos más horteras que encontré y alquilé los disfraces. 
Cuando acabaron los premios Grammy, nos fuimos al hotel y a las 23.30 de la noche llegaba la limusina
. Narcís ni se había probado el disfraz, pero cuando llegamos a la ceremonia, a medianoche, estaba muy en su papel. Yo lo miraba y no podía reprimir las carcajadas. 
No me he reído más en mi vida". Asegura ser "feliz" y destaca de él que su sentido del humor y que nunca ve en algo un problema.

La gastronomía contra el ‘big data’ en Madrid Fusión

Madrid Fusión 2020 reivindica lo sostenible, lo urbano y la esencia del producto a la vez que la inteligencia artificial analiza el gusto de los ciudadanos del mundo y las imágenes de comida se vuelven virales.

Cocineros en plena actividad en los fogones de Madrid Fusión este lunes en el día de apertura de este congreso gastronómico internacional. Vídeo: Atlas
 
 
Sin dejar de lado las emulsiones ni las esferificaciones, la alta gastronomía reivindica su apego a la realidad: quiere ser urbana a la vez que permanecer vinculada al terruño; global mientras defiende lo genuino de las despensas locales. 
Busca captar el alma de los productos, “prescindir de lo superficial”, apunta José Carlos Capel, crítico gastronómico de EL PAÍS y presidente de Madrid Fusión, congreso gastronómico que se celebra entre el 13 y el 15 de enero.
 Este año, la cita se hace mayor de edad —celebra su 18 edición— en un mundo mutante, complejo e hiperconectado.
Unas conexiones que no solo fomentan la fusión de recetarios y la mezcla de ingredientes, sino también la recogida de datos para analizar qué seduce el paladar de las personas en cada región del mundo.
 “Nosotros somos el homo digitalis”, resumía en su intervención Juan Carlos Martínez, director de i+DEA de Siro Foods, “el 95% de las personas usamos Internet al menos una vez a la semana; el 85%, redes sociales”.
Con esos datos, su equipo ha analizado las emociones que producen platos y sabores en personas de todo el globo. 
Así, han concluido que Europa se preocupa por la sostenibilidad —lo que anima a explorar productos como las algas o el cáñamo—; que no tolera los bichos y que ve el picante suave con buenos ojos. Una información que podría ayudar a los cocineros a crear platos que acierten de lleno en el gusto del consumidor. .

Los chefs Dabiz Muñoz (derecha) y Fernando Sáenz durante una de las ponencias de ayer en Madrid Fusión
Los chefs Dabiz Muñoz (derecha) y Fernando Sáenz durante una de las ponencias de ayer en Madrid Fusión
“Es una herramienta que aglutina gustos”, definió el chef David Muñoz, con tres estrellas Michelin en DiverXo. 
El cocinero asoció la herramienta más al consumo de masas que con la alta cocina.
 “Los restaurantes están vinculados al talento humano; no se puede deshumanizar la cocina”, replicaba Muñoz desde el escenario del auditorio del Pabellón 14 de Ifema. 
Este año, y por segunda vez desde su fundación, Madrid Fusión ha dejado el Palacio de Congresos del recinto ferial para instalarse en su interior. “Teníamos el espacio limitado para crecer”, explican fuentes de Vocento, propietaria de la cita desde 2017.
Durante la intervención de Muñoz, el auditorio estaba a rebosar, reflejo del músculo de la cita, que espera superar los más de 15.000 asistentes (entre visitantes y congresistas) del año pasado. 
Muchos están pendientes de hacerse fotos con alguno de los más de cien chefs invitados al evento: Joseán Alija, Andoni Luis Aduriz, Vicky Cheng o Niko Romito, escogido cocinero del año en Europa y adalid de la simplicidad y de lo local.
 Lo gastronómico vive actualmente esa dualidad: es viral en redes sociales pero a la vez, consciente de que debe permanecer apegada a la tierra.
Un participante escoge un pedazo de carne en Madrid Fusión.
Un participante escoge un pedazo de carne en Madrid Fusión. EFE
“Si de un pescado sacamos dos, pescaremos menos, evitando la sobreexplotación.
 Es una medida sostenible”, contaba a primera hora de la mañana el australiano Josh Niland, experto en pescados madurados. Es decir, que los cura, pero “sin producir mojamas”, aclaraba el chef que estuvo acompañado por el ex triestrellado Dani García. “Actualmente, perdemos un 55% del pescado y no puede ser”, continuaba el revolucionario Niland, al frente del restaurante Saint Peter y de la Fishbutchery (una charcutería de pescados).
 “Los ojos, triturados como un puré, se deshidratan y se fríen; el hígado, como el de pato o pollo, lo hacemos en foie gras, producto que ofrecemos en nuestra charcutería”, explicaba los procesos que aplica.
Con matices, comparte visión con Ángel León y sus embutidos marinos. Si a León le llaman “el chef del mar”; Niland es “el carnicero del pescado”.
Si la alta gastronomía incorpora el big data a su discurso; muestra su preocupación por la crisis medioambiental o tiene en cuenta los alérgenos (lactosa, gluten...) en su recetario, también es consciente del auge de las ciudades. 
Por eso, en lugar de país invitado, desde hace tiempo el congreso escoge varias urbes del globo que destacan por su efervescencia gastronómica e invita a cocinaeros de las mismas. 
Tokio, Moscú, San Petersburgo y Ciudad del Cabo son las seleccionadas este año.
Productos del mar en Madrid Fusión.
Productos del mar en Madrid Fusión. EFE
Por otro lado, Madrid Fusión es un gran contenedor que además de congreso, acoge varias subsecciónes. 
Enofusión se centra en el mundo vino y ofrece catas, mesas de debate sobre el taberneo madrileño o una charla sobre el icewine (vinos de hielo, elaborados a temperaturas bajo cero). 
Saborea España programa talleres, showcockings y actividades mientras que The Drinks Show pone el foco en los combinados y el novedoso Madrid International Pastry (MIP) hace lo propio con el pan, el chocolate y lo dulce.
Un reconocimento a panaderos y reposteros que llevan años clamando por el rergreso del pan tradicional y la buena masa madre. Madrid Fusión 2020 también propone un retorno: “A la esencia”, dice Capel, “a reencontrarse con el producto”.

Los mejores bares y coctelerías de la Península

Desde hace tres años, dentro de Madrid Fusión se celebra The Drinks Show, que reivindica el papel de la coctelería en la gastronomía. “Be liquid, my friend”
 (Sé líquido, amigo mío) es el lema de la cita que invita a probar combinados así como a conocer a cocteleros y cocteleras de todo el mundo.
El unes 13 de enero se presentó la selección de las mejores coctelerías de España y Portugal, realizada por un grupo de 16 expertos.
 La lista la forman 36 lugares —tres en Portugal, 16 de Madrid y Barcelona, y el resto en otras localidades de España—. 
Entre los locales elegidos destacan el madrieño Salmón Gurú, de Diego Cabrera; el lisboeta Red Frog; el Paradiso de Barcelona; o Umalass de Zaragoza.

  

 

“Humillante, pero no queda otra”

La clase media, azotada por la crisis, se convierte en el nuevo cliente de los repartos de alimentos.

El paro y los bajos salarios la empujan a los servicios de Cruz Roja

Un grupo de ciudadanos de Tres Cantos, Madrid, hace cola para recoger alimentos en la Cruz Roja. / GORKA LEJARCE
“Papá, te ayudo”. “Y yo”. Cuatro manitas toman los paquetes.
 Macarrones, arroz, botes de tomate... Los críos dejan los envases en la bolsa del supermercado.
 Pero esto, con su gran fila a ratos, no es un supermercado: es el reparto de alimentos gratuitos para quienes no llegan a fin —o a mediados— de mes.
 Aunque puede recordarlo.
 Las cajeras que entregan las provisiones son voluntarias de la Cruz Roja.

 El escenario, una caseta prefabricada de un suburbio bien de Madrid, Tres Cantos.
 Los clientes, sobre todo españoles de clase media arrastrados por el paro y los bajos salarios, salen con el carro lleno rumbo a casa. Como si volvieran del supermercado. 

Como cualquier otro vecino.
“Es humillante, pero no queda más remedio”, asegura Nieves, de 55 años, con la bolsa llena de provisiones.

 Acaba de estrenar el servicio de la ONG, que reparte alimentos una vez al mes a los residentes en este municipio —41.147 habitantes—. Tres Cantos reluce en las estadísticas: 8% de paro, renta media entre las más altas de Madrid y un 60% de universitarios. 
Pero ilustra la caída de la clase media.

Deterioro en alza

El 21,8% de la población española está en riesgo de pobreza, según los datos del INE de 2011.
 La crisis se deja sentir: en 2009 era el 19,5%.
Los menores de 16 años son los más afectados: el 26,5% son pobres ahora (viven en hogares cuya renta es inferior a 15.820 euros al año para cuatro personas). En 2010, la mitad padecía pobreza extrema por vivir en familias con menos de 11.000 euros al año (13,7% frente al 9% en 2008).
En 1.728.400 hogares todos están en paro.El 41,2% de los españoles ha  cambiado de hábitos para ahorrar en alimentación y el 70% intenta rebajar los gastos de casa, según el CIS.
“Estoy separada y tengo un hijo de 18 años. Mi marido me pasaba 1.200 euros mensuales para el chico y para mí hasta hace un año, pero ahora le va fatal, no puede.
 He llegado a una situación en la que no tengo qué comer”, explica esta manchega menuda que pide silenciar su nombre real. Un ama de casa —“nunca trabajé fuera porque no me hacía falta”— que no había pisado “nunca” un servicio social.
 Hasta el mes pasado, cuando Nieves puso los pies por primera vez en el barracón supermercado a medio camino de chalés adosados, oficinas vistosas y bloques de pisos a menudo con piscina.
“Me siento mal por tener que venir aquí, como un pobre que se pone a pedir. Pero por mi hijo mato, como dice Belén Esteban”.
 Ese hijo estudiante que, a decir de su madre, “no lleva mal la situación”. “Tiene su ordenador con algún juego. Se entretiene con los amigos... Desde pequeño le enseñé a ser austero”, afirma la mujer con cierto alivio.
 A Nieves, para quien los ahorros son solo un recuerdo lejano, le da tranquilidad tener piso propio. Aunque deba “mucho” de comunidad.
 “Los vecinos me conocen de toda la vida. Saben cómo estoy y no me empujan”. Pero los gastos fijos de la casa se encaraman a los 400 euros mensuales. Y, encima, hoy no hay leche en el reparto.

“Mis hijos están con su padre. Yo no puedo mantenerlos”, afirma una madre
Se ha acabado para las 19 de las familias que recogen su lote este martes por la tarde.
Son una pequeña parte de las 200 —agrupan a unos 600 tricantinos, calcula el presidente de la Cruz Roja local, José Chai— que se benefician del avituallamiento gratuito.

 “El 60% son españoles.
 Son los únicos que aumentan, y mucho, en los últimos tiempos. Buena parte de los inmigrantes parten en busca de vivienda más barata”, detalla Chai.

“Clase media, muchos con estudios universitarios”, describe.
“Gente que ingresaba hasta 3.000 euros al mes en dos sueldos, que se ha quedado sin ingresos y con hipoteca o alquiler que pagar e hijos que mantener”, añade Yolanda Cagigal, trabajadora social del centro. Gente que con frecuencia “esconde los alimentos en las bolsas del Carrefour para fingir que ha hecho la compra”, que agota los ahorros antes de dar un paso que desconocen, recurrir a la asistencia social, afirma Chai. “No saben cómo pedir ayuda, no están acostumbrados. Llegan cuando ya no pueden más”.


El 60% de los que reciben comida en una zona bien de Madrid son españoles
Como Juan Carlos y su mujer, Jafi. Cargan el suministro en el coche, el sello de los tiempos mejores cuya letra han logrado renegociar con el banco hasta los 100 euros al mes. “Solo le pongo 20 de gasóleo, y cuando puedo”, aclara el joven.
 Él sí tiene un trabajo, pero peor que el anterior.

 Ella agota el subsidio tras el paro. Las cosas empezaron a torcerse hace cuatro años: el declive hasta juntar, entre ambos, “menos de 1.000 euros”. 
Y con dos hijos que mantener, de siete y cinco años.
“Salgo a buscar trabajo cada mañana y vuelvo con las manos vacías”, asegura Jafi. Con “ocho euros” en el monedero, tiene los cálculos más que hechos.


“En junio quito a los niños del comedor, porque ya no hay beca y el servicio cuesta 162 euros para los dos”.

 El próximo recorte será acabar con el fútbol del chico: 325 euros al año.
Pero lo entenderá: “Ellos saben lo que hay, que no tenemos mucho dinero”.
 “Hay que salir adelante por tus hijos”, zanja Jafi con una sonrisa.
 Aunque el ánimo decaiga a veces.
La pareja española arranca el monovolumen mientras Eva —nombre supuesto— carga con su bolsa. Pesa menos de la media —situada en 16,5 kilos—, porque vive sola. A su pesar. Divorciada, 45 años, tres hijos. “Están con el padre, que tiene un buen sueldo, porque yo no puedo mantenerlos”. Esta madrileña que dejó el empleo tras tener a su último hijo, que “siempre había vivido sin apuros”, trabaja ahora de asistenta a dos horas de distancia.
Cuatro horas de tarea por día, 450 euros al mes. Vive en una habitación alquilada por 300. Cuentas que no salen y que, hace seis semanas, le llevaron a pedir ayuda —“ya estaba en las últimas”— y, de paso, a convertirse en voluntaria de Cruz Roja.
“Me gusta ayudar a la gente. No puedo estar en casa parada”
. Así que echa una mano con el ordenador. Y se siente útil “al devolver algo que de lo que recibo”. Un bálsamo para “el dolor y la humillación” que siente a diario.
El camino inverso hizo Beto, de 55 años.
 Cuando se quedó en paro como auxiliar de seguridad, este peruano se acercó a echar una mano en el barracón de Cruz Roja.
 Conduce el transporte adaptado que traslada a personas con discapacidad a las consultas médicas.
“Vine a ayudar y cuando la cosa se ajustó y los ahorrillos se acabaron, pedí ayuda”, relata este universitario que agota el subsidio y desconfía de volver a encontrar empleo “por culpa de la edad”.
“No paro de meter currículos, y nada
. Las empresas no quieren a gente de más de 45 años y el político quiere pagarnos la pensión a los 80”. 

En su casa, tres chicos y dos adultos, solo la mujer —española— trabaja: 900 euros para todos. “Menos mal que el piso es suyo”, suspira Beto.
En la cola de los alimentos también hay empresarios que han quebrado. Como Liliana y su marido, cuya firma de construcción “fue a pique por los impagos”.
 Esta colombiana en la cuarentena es la única que trabaja en casa, de camarera.
“Pero mi sueldo no alcanza”. Una nómina de 800 euros para un alquiler de 1.000 en un piso donde realquila una habitación.
“La renta es lo primero que se paga y luego, lo que se puede.
Si es la luz, no es el agua, ni el gas...”. “Yo estoy acostumbrada a luchar la vida, pero mis hijos están aterrados y buscan trabajo”.
Ese trabajo que ralea tanto.

Ese trabajo cuya escasez multiplica las colas para recibir alimentos.
También en las zonas acomodadas.

 En Tres Cantos ya no la monopoliza una quincena de familias —desestructuradas, inmigrantes en apuros o de etnia gitana—, como una década atrás.
 La clase media también está en la fila.

 Como si volvieran del supermercado. Como siempre.
 Casi.
 

 

Pájaro o no de Jose Miguel Junco Ezquerra

  1. De dónde habrá venido
    ese presunto pájaro
    que acaso esté durmiendo
    oculto en una rama
    del árbol que me impide
    el ser ceniza y polvo.

    Tal vez no esté en el trance
    de verse sin resuello
    en una patria ajena.
    Mas, de estarlo,
    quién sabe.

    Qué vuelos imposibles
    habrá sobrellevado
    su cuerpo diminuto.
    Y quién sabrá si acaso

    en otras dimensiones,
    ajenas y sin plumas,
    sus crías desesperan.

    O acaso yo sea el pájaro
    que instalado en la rama
    observa como un hombre
    venido de muy lejos
    tras el árbol se oculta. 
  2. O acaso sea yo el árbol
    que acoge con asombro
    abajo en las raíces
    al pájaro y al hombre
    que vienen de muy lejos.

    O la sombra que añora
    ser reflejo del árbol
    donde un hombre y un pájaro
    platiquen sus asuntos,
    se esmeren por la vida.

    O acaso yo sea solo
    el eco que antecede
    al vuelo y la palabra.