Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 ene 2020

Ya nada se inenta, todo es reciclaje pererso




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Publicado por CARLA BRUNI para Huequitos de Sol el 6/10/2012 01:22:00 PM

Los dilemas del proletariado honrado (Crítica de 'Las nieves del Kilimanjaro' del 27 de abril)

| 27 de abril de 2012
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Cualquier espectador medianamente iniciado solo necesita ver un par de imágenes y escuchar un diálogo para identificar al autor de ese cine.
 El inconfundible mundo de ese artista tan fiel a sí mismo llamado Robert Guédiguian también está ambientado casi siempre en una Marsella que ya nos resulta familiar (escenario que siempre habíamos asociado en el cine con la mafia y el tráfico del heroína), contándonos historias de perdedores dignos educados en la supervivencia y protagonizado inevitable o vocacionalmente por su esposa Ariane Ascaride, por ese señor tan calvo como humano llamado Jean-Pierre Darroussin y por el más duro, turbio o atormentado Gérard Meylan.

 Imagino que las razones para que utilice machaconamente a la misma actriz y a los mismos actores película tras película no obedece exclusivamente al amor que siente por su esposa o para evitar que esta le pida el divorcio, ni a la presumible y vieja amistad que profesa hacia esos intérpretes, sino porque cree que esos rostros y esa forma de ser, de sentir y de actuar responde modélicamente a los personajes que crea, que son los irremplazables transmisores de su mundo.

Guédiguian, concienciado autor de un cine político (ya sé que algún listo creyó descubrir la teoría de la relatividad al afirmar que todo el cine es político, pero tampoco es eso), actitud que le emparenta con el inglés Ken Loach y el italiano Gianni Amelio, a veces acierta plenamente y en algunas ocasiones (pocas) puede resultar previsible o cansino, pero jamás hay rasgos de impostura ni de fórmula en su cine.
 Hay mucho corazón en él.

Y compromiso con lo pretende contar.
Cosas que no supones una bula, que precisan estar acompañadas de complejidad y de talento. 

Y Guédiguian lo tiene.
Las nieves del Kilimanjaro (que nadie se despiste creyendo que es una nueva adaptación del relato de Hemingway) es el Guédiguian que más me ha conmovido desde hace mucho tiempo.
Y confieso que al principio me asaltan temores de asistir a un panfleto puro y duro.
El protagonista es un líder sindical del puerto que se prejubila, que en medio de la crisis ha colaborado para encontrar un pacto posibilista con la empresa.
No es un pringado, un falsario, un oportunista, un trepa.

Es alguien honrado y con inquebrantable sentimiento de clase, respaldado por una familia cálida, con un presente y un futuro nada amenazantes, con elementos para llenar su tiempo en una jubilación que no presenta síntomas de depresión
. Un suceso brutal y traumático, una violencia incomprensible, va a alterar la cabeza y la percepción sobre las personas y las cosas de este hombre y de su esposa, gente con sentimiento de afirmación en la vida y que estaban punto de hacer el soñado viaje a África que les han regalado sus hijos y sus amigos.

Guédiguian va a retratar de forma veraz y compleja los sentimientos, las contradicciones y los dilemas morales de gente decente después de sufrir una barbarie, el desasosiego y el cuestionamiento de principios que parecían estar muy claros, la complicada solidaridad de los que han encontrado un buen trato en su despido hacia los verdaderamente desesperados, la morralla joven que no cobra indemnizaciones, ni pacta convenios, ni va a encontrar trabajo, ni está respaldada por ningún colectivo en tiempos sombríos.

 E inevitablemente, asocio algunas cosas que me está contando Guédiguian con la potente y emocionante Los lunes al sol. 
 Y celebras la lucidez, la sutileza , la piedad, el respeto y el afecto de este director hacia sus criaturas.
 Y que no haga trampas con ellos.
 Y que sepa contagiarlo al espectador.

 Guédiguian no es un progre esquemático y previsible. Es inteligente, es honesto, es de verdad.
 Como su cine.

23 ene 2020

El enigma de Carolina de Mónaco al cumplir 63 años

La princesa de Hannover lleva una vida más alejada del foco mediático que antes pero sigue moviendo los hilos de palacio.

 

Carolina de Monaco
Carolina de Mónaco, en la fiesta del Principado. GTRES

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La boda del heredero de la saga, Stavros III, con Dasha Zhukova, intenta acabar con el infortunio de sus antepasados, entre los que hay divorcios, infidelidades y sobredosis.

Niarchos
Stavros Niarchos y su esposa Tina, en una gala en Mónaco en mayo de 1974. Getty Images
El pasado fin de semana, el magnate de origen griego Stavros Niarchos III rompió la norma de máxima discreción que se había impuesto en los últimos tiempos y se dejó fotografiar con su esposa, la exmodelo rusa Dasha Zhukova, el día de su boda. Apenas había fotos de su relación hasta ese día.
 La pareja se dio su segundo "sí, quiero" —el primero fue el pasado octubre en una ceremonia íntima en París— rodeados de nieve y lujo en Saint Moritz, ante más de 300 invitados entre los que había numerosas celebridades, actores, estilistas, supermodelos internacionales y algunos miembros de casas reales europeas como Beatriz de York y Carolina de Mónaco
 La fastuosa boda, que según apuntan algunos medios italianos costó en torno a seis millones de euros, se celebró en uno de los establecimientos más lujosos de la zona, propiedad de la familia Niarchos .
Philip, el padre, y Spyros, el tío del novio —que fue el padrino en la boda de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover en 1999— son los mayores propietarios de terreno en Saint Moritz y muy populares en el lugar.
 La pareja eligió el hotel Kulm, también de su propiedad y cuyas habitaciones tienen un precio mínimo de 700 euros por noche, para celebrar el enlace por el valor emocional que tiene para ellos.
Este matrimonio cierra una etapa sentimental agitada del heredero de los acaudalados armadores griegos.
 Entre sus novias más conocidas han estado Paris Hilton, con quien salió a primeros de los 2000; actrices como Lindsay Lohan o Mary Kate Olsen o la modelo Jessica Hart, con quien salió durante siete años.
También disipa la sombra de la fatalidad familiar amorosa. 
Cuando se habla de bodas y amor en el clan Niarchos, resulta inevitable rememorar la historia de otro Stavros Niarchos, patriarca de la dinastía, el abuelo del que el joven Stavros III heredó su nombre además de una fortuna, y que tuvo una turbulenta vida sentimental, con tintes de tragedia griega. 
El hombre que convirtió a los Niarchos en multimillonarios y en unos de los grandes armadores del mundo se casó en cuatro ocasiones, dos de ellas con dos hermanas.


La fastuosa boda, que según apuntan algunos medios italianos costó en torno a seis millones de euros, se celebró en uno de los establecimientos más lujosos de la zona, propiedad de la familia Niarchos . Philip, el padre, y Spyros, el tío del novio —que fue el padrino en la boda de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover en 1999— son los mayores propietarios de terreno en Saint Moritz y muy populares en el lugar. La pareja eligió el hotel Kulm, también de su propiedad y cuyas habitaciones tienen un precio mínimo de 700 euros por noche, para celebrar el enlace por el valor emocional que tiene para ellos.

Charlotte Santo Domingo, Dasha Zhukova y Stavros Niarchos en una gala en Nueva York en mayo de 2018.
Charlotte Santo Domingo, Dasha Zhukova y Stavros Niarchos en una gala en Nueva York en mayo de 2018. Getty Images for DKMS


La boda en 1946 de su archienemigo en los negocios, Aristoteles Onassis, con Athina Livanos, hija del tercer gran empresario naval de Grecia, marcó un punto de inflexión en su vida y desató una intrincada historia en la que los celos, el odio, la traición, las sobredosis, el dinero y los divorcios fueron algunos de los ingredientes.
En el festejo de aquel enlace, Niarchos conoció a las que más tarde se convertirían en su tercera y cuarta esposa. 
Una era Eugenia Livanos, hermana de la novia, y la otra era la propia novia. 
Su matrimonio con la primera, que tuvo lugar un año después, duró 18 años.
 En medio hubo una sonada separación. Stavros Niarchos se fue a México y comenzó una relación con Charlotte Ford, hija del magnate de los automóviles Henry Ford, y tuvo una hija con ella.

Poco menos de un par de años después, el idilio terminó y Stavros regresó con su exesposa Eugenia, con la que seguía casado, según las leyes griegas.

 La pareja acordó que ni Ford ni su hija aparecerían en el testamento de Niarchos y continuó su vida en común. Hasta que en 1970 se desató la tragedia.

Eugenia apareció muerta en la isla privada Spetsopoulas, propiedad de Niarchos, en mayo de ese año. La causa del fallecimiento fue una sobredosis de barbitúricos que levantó las sospechas de la policía, que inició una investigación. 
Poco después Stavros fue exonerado y el caso, calificado como muerte accidental, se consideró cerrado.
Un año después, Athina Livanos se divorció de Onassis y se casó con Stavros Niarchos, viudo de su hermana y padre de sus cuatro sobrinos.
 Un par de años más tarde, Alexander Onassis, el hijo de Athina y heredero de Aristóteles, murió en un accidente de aviación.
 Athina no logró superar la pérdida y se entregó a los barbitúricos. Falleció igual que su hermana: a causa de una sobredosis, en París, en 1974.
 Su hija Cristina Onassis demandó a su padrastro por la herencia de su madre, valorada en unos 250 millones de dólares.
 Niarchos le entregó todo lo que pidió, el dinero, las joyas y las colecciones de arte.
Niarchos murió en 1996 en Suiza, con una fortuna valorada en cinco mil millones de dólares. 
Dejó una parte de su patrimonio a un fondo que se dedica a obras de caridad en su nombre y el resto lo repartió entre sus cinco hijos y sus 15 nietos.