Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 dic 2019

Seamos coherentes................................... Elvira Lindo

El activismo está superando con creces la capacidad de movilización de los partidos, sobre todo, de los de izquierda. Y es urgente que se replantee la forma en que los ciudadanos nos sumamos a estos compromisos.

Un manifestante disfrazado de oso polar participa en la marcha para el clima, el pasado 6 de diciembre en Madrid.
Un manifestante disfrazado de oso polar participa en la marcha para el clima, el pasado 6 de diciembre en Madrid. EFE
El compromiso ha cambiado.
 El compromiso que nos exigían los partidos políticos era sencillo de sobrellevar. 
Se trataba de sumarse con una foto, de firmar un manifiesto, de declararse defensor de ciertas causas. 
 Pero una vez que habíamos hecho una declaración pública volvíamos a nuestra intimidad, en la que incluso podíamos ejercer comportamientos que se contradecían con nuestra ideología.
 Se entendía que era lógico un margen de flexibilidad entre lo que se dice y lo que se hace, porque ya se sabe que los seres humanos somos imperfectos y contradictorios. 
La cuestión es que mientras se trató solo de alinearse con una opción partidista, el viejo tipo de compromiso verbal funcionaba a las mil maravillas. 
Los partidos se contentaban con nombres que sumar a su causa, a su campaña.
Pero debiéramos entender que ahora estamos en otro momento de la historia. 
El activismo está superando con creces la capacidad de movilización de los partidos, sobre todo, de los de izquierda. Y es urgente que se replantee la forma en que los ciudadanos nos sumamos a estos compromisos. 
Una de las afirmaciones ineludibles de la cumbre del clima ha sido la constatación de que según aumenta nuestro nivel económico y, por tanto, la capacidad de consumo, se incrementa nuestra aportación al deterioro del medioambiente; por el contrario, son los más desfavorecidos quienes menos contaminan pero más sufren el impacto de las sociedades desarrolladas.
 El movimiento ecologista no debiera entrar en la vieja y manida táctica de los partidos de buscar rostros que les proporcionen visibilidad, porque lo único que consiguen es que el foco de atención sean los personajes célebres y no las causas.
 Ya no es el momento, a mi entender, de corralitos VIP en las manifestaciones, lo urgente es transmitirle a los ciudadanos la idea de que nuestros hábitos de vida han de ir adaptándose a la asunción de la austeridad. 
Y eso precisa de líderes que sepan expresar la urgencia del cambio, que sean convincentes, que transmitan confianza.
 Greta ha cumplido un papel esencial para que el mensaje calara en la población adolescente y juvenil. 
Si su presencia ha acaparado toda la atención no ha sido responsabilidad suya sino de los medios que, de manera irritante, solo advierten su presencia e ignoran la de jóvenes activistas de Angola o de la Amazonia. 

Todos contaminamos. 
Entre otras cosas, porque no sabemos cómo movernos, disfrutar, estar en casa o trabajar sin contaminar, pero hay que disminuir el impacto individual en la medida de lo posible. 
Hay personas que se sienten agredidas cuando se les conmina a no viajar tanto en avión, o se les insinúa que se puede elegir otro tipo de ocio que no sea un crucero, hay personas que compran ropa para tirarla a los dos meses, las hay que presumen de la baratura de un modelito sin tener en cuenta de dónde procede, cuánto contamina su producción, cuántas vidas esclaviza. 
Y hay quien afirma que el compromiso individual no arregla nada, que es pueril, como de ecologista de salón, que la única salida es la presión a los acuerdos internacionales.
 En mi opinión, esa exigencia política a los estados ya no puede estar exenta de un cambio sustancial en nuestro día a día.
 Adoro a Harrison Ford, pero es insostenible que aparezca en unas imágenes informativas calificado (no sé por qué) de valiente por su defensa del planeta y en otras del corazón celebrándosele su colección de jets privados, helicópteros y avionetas. 
Es probable que Nueva York albergue una cantidad notable de detractores de Trump, pero no parecen advertir la contradicción entre esa posición política y las toneladas de basuras que arrojan a las calles, o esa costumbre habitual de encender el aire acondicionado para contrarrestar una calefacción asfixiante.
No es necesario que los líderes ecologistas sean puros o coherentes al extremo, es imposible en este sistema, pero el asunto es tan crucial que necesitamos discursos a la altura de esta causa, que nos animen a sumarnos con palabras y con hechos.

 

Hattie McDaniel: la cruel historia de una actriz que ganó un Oscar y desafió a la sociedad

Cuando se cumplen 80 años del estreno de 'Lo que el viento se llevó' recordamos el relato más chocante y triste que rodeó a aquel clásico: el de la intérprete afroamericana, lesbiana y valiente.

hattie mcdaniel
Hattie McDaniel con Vivien Leigh, que daba vida a Escarlata O'Hara. El personaje de la sirvienta Mammy era el único que se atrevía a desafiar a la caprichosa Escarlata. Everett Collection

Protagonizó una de las películas más famosas de la historia del cine, Lo que el viento se llevó, pero le prohibieron asistir al estreno; se convirtió en la primera actriz negra en ganar el Oscar, pero no pudo sentarse en la misma mesa que sus compañeros de reparto;

 fue relegada a papeles de criada por los blancos y rechazada por los negros, que no entendían que se plegase al estereotipo al que Hollywood había reducido a su raza.

 Murió sin un dólar y su Oscar se lo llevó el viento, pero siempre fue fiel a sí misma y su mejor frase no la escribió ningún guionista, sino ella misma: “Prefiero interpretar a una criada por 700 dólares que ser una por 7”. 

 Se llamaba Hattie McDaniel y sus luces y sombras estarán para siempre unidas a la historia del cine. 

Hattie McDaniel (Kansas, EE UU, 1893; Los Ángeles, EE UU, 1952) era la menor de los 13 hijos de una pareja de esclavos liberados que había recalado en Kansas huyendo de la pobreza más extrema.

 Más aficionada a seguir el ritmo del góspel que interpretaba su madre en la iglesia que a los libros, no tardó en subirse al escenario para colaborar en la paupérrima economía familiar. No tenía claro cuál sería su futuro, pero sí sabía que no quería seguir el camino de la servidumbre al que parecían condenadas las mujeres de su raza.

 Prefirió formar junto a dos de sus hermanos un grupo de vodevil en el que su vis cómica no tardó en destacar.

 "Ella fue radical en muchos aspectos", escribió su biógrafa Jill Watts, en Hattie McDaniel: Black Ambition, White Hollywood (ambición negra, Hollywood blanco).

 “Actuaba con la cara pintada de blanco, algo que ninguna otra mujer hacía entonces”, resumió Watts.

Cuando el crash del 29 se llevó todo por delante, también acabó con su espectáculo y ella recaló en Millwakee. 
"Aterricé allí rota", escribió en 1947 en The Hollywood Reporter. "Alguien me dijo que en el hotel Suburban Inn de Sam Pick buscaban una asistente para el baño de mujeres.
 Salí corriendo y cogí el trabajo. Una noche, cuando todos los artistas se habían ido, el gerente pidió que algún voluntario se subiese al escenario, pedí una canción a los músicos y comencé a cantar. 
No volví a trabajar en los baños. Durante dos años protagonicé el espectáculo del local”.
Hattie McDaniel, en una escena de 'Lo que el viento se llevó', la película que la convirtió en la primera afroamericana en ganar un Oscar.
Hattie McDaniel, en una escena de 'Lo que el viento se llevó', la película que la convirtió en la primera afroamericana en ganar un Oscar. Everett Collection

 

Destacar en el negocio del espectáculo en los albores de los años treinta y acabar en Hollywood era una secuencia lógica y hacia allí se encaminó. 
Pero el Hollywood que se encontró McDaniel no era un campo de rosas para los negros.
 El código Hays —un sistema de autorregulación de los estudios para restablecer la buena imagen de Hollywood tras el aluvión de escándalos de los años veinte— prohibía los romances interraciales y no permitía que los negros accediesen a papeles violentos.
Doce años después de que la industria crease unos galardones para premiarse a sí misma una mujer negra se subía al escenario por primera vez y no era para limpiarlo
Los actores negros ocupaban papeles irrelevantes y a menudo sin acreditar: eran chóferes, camareros, turba y especialmente sirvientes.
 Hattie había huido del servicio en la vida real, pero no podría hacerlo en la pantalla.
 No tardó en destacar. En 1934, el director John Ford le echó el ojo y fomentó su estilo atrevido y sarcástico.
 Apareció en docenas de películas con algunas de las estrellas más populares de Hollywood y exprimiendo cada minuto en pantalla se convirtió en uno de los rostros más familiares del país.
 Estaba cumpliendo un sueño poco probable para la hija de un esclavo.
El productor de Lo que el viento se llevó, David O. Selznick, le dio a McDaniel el papel de Mammy a pesar de que no encarnaba los valores que se le suponían a una abnegada criada:
 era sarcástica, altiva y la única que se atrevía a pararle los pies a la indómita Escarlata (interpretada por Vivien Leigh). 
 Eso sí, estaba enmarcada dentro de ese cliché de sirviente que no tiene vida al margen de su amo.
La actriz Hattie McDaniel, con el Oscar a Mejor Actriz Secundaria que recibió en 1940. Por aquel entonces los intérpretes secundarios no recibían una estatuilla, sino una placa.
La actriz Hattie McDaniel, con el Oscar a Mejor Actriz Secundaria que recibió en 1940. Por aquel entonces los intérpretes secundarios no recibían una estatuilla, sino una placa. Getty Images

El 15 de diciembre de 1939 alrededor de 300.000 personas acudieron a Atlanta para el estreno de la película en el Loew's Grand Theatre. 
Durante tres días la ciudad se engalanó para festejar el mayor acontecimiento de su historia. 
Las limusinas desfilaron por la calle principal, se celebraron recepciones, ondearon miles de banderas confederadas y hubo un baile de disfraces.
 Hattie McDaniel no recibió una invitación.
 La ley Jim Crow, que imponía la segregación de los negros en lugares públicos, seguía vigente en el sur. 
Todavía faltaban 16 años para que a pocos kilómetros de allí, Rosa Parks se negase a ceder su asiento en el autobús. 
A pesar del desdén con el que fue tratada, McDaniel hizo su papel a la perfección dentro y fuera de la pantalla. 
"Me encantó Mammy", declaró al hablar con la prensa sobre el personaje. 
"Creo que la entendí porque mi propia abuela trabajaba en una plantación similar a Tara", añadió.

Hattie McDaniel, en 'The Hollywood Reporter' en 1947
La opinión de la comunidad negra se dividió al momento del lanzamiento y la película fue llamada por algunos como "arma de terror contra la América negra" y un insulto al público negro.
 Se realizaron manifestaciones en varias ciudades.ç

 No todos se volcaron contra la interpretación de McDaniel: la crítica la colocó a la altura de Vivien Leigh, y Los Angeles Times escribió que su trabajo era "digno de los premios de la Academia",
, tal y como recoge el libro Backwards and in Heels: The Past, Present And Future Of Women Working In Film.
Cuando el 29 de febrero de 1940 Fay Bainter leyó su nombre en la noche de los Oscar, 12 años después de su creación, una mujer negra se subía al escenario por primera vez, y no era para limpiarlo. La hija de dos antiguos esclavos, ataviada con un vestido turquesa y con dos gardenias blancas por tocado pronunció su discurso con la voz entrecortada:
 “Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, miembros de la industria cinematográfica e invitados de honor: este es uno de los momentos más felices de mi vida y quiero agradecer su amabilidad a cada uno de ustedes que participó en seleccionarme para uno de sus premios. 
Me ha hecho sentir muy, muy humilde; y siempre lo sostendré como un faro para cualquier cosa que pueda hacer en el futuro. Sinceramente espero ser siempre un crédito para mi carrera y para la industria cinematográfica.
 Mi corazón está demasiado lleno para deciros cómo me siento, y puedo daros las gracias y que Dios os bendiga”.

La actriz no iba a contracorriente solamente dentro de la industria. Su vida afectiva también era inusual. 
A pesar de sus cuatro efímeros matrimonios, los mentideros de la meca del cine la incluyeron en lo que se denominaba “círculos de costura”, una manera de llamar a las lesbianas de Hollywood y a los que pertenecían leyendas como Joan Crawford, Greta Garbo, Myrna Loy, Barbara Stanwyck o Marlene Dietrich. 
Según el biógrafo Kenneth Anger, Hattie fue amante de Tallulah Bankhead, célebre por pasar por la cama de la mitad de las actrices de Hollywood y por haber sido una de las favoritas para interpretar a Escarlata.
 Nada de eso trascendió al gran público.
 La industria generaba demasiado dinero y nadie estaba dispuesto a permitir que sus estrellas desafiaran la moralidad imperante. Publicistas y productores emparejaron a homosexuales y lesbianas formando matrimonios tan creíbles para los espectadores como risibles intramuros. 

El éxito de Lo que el viento se llevó hizo a McDaniel tremendamente popular, pero también la encasilló. 
Tras la Segunda Guerra Mundial empezaban a respirarse aires nuevos, pero ella siguió aferrada a los papeles de criada y formó parte del reparto de la hoy denostadísima Canción del sur, una mancha que Disney sigue intentando borrar de su historia.
Al final de su carrera volvió a la radio y tuvo uno de esos pequeños triunfos que de nuevo sus compañeros no quisieron ver: 
se hizo con el papel de Beulah, otra vez una criada estereotipada, pero le había quitado el papel a un hombre blanco. 
Era la primera vez que una mujer afroamericana protagonizaba un programa de radio y se llevaba por ello mil dólares a la semana. Fue un éxito efímero, pues poco después de firmar el contrato le detectaron un tumor en el pecho. 
Murió el 26 de octubre de 1952 con 57 años.

Hattie McDaniel, con Clark Gable, que fue quien recomendó al productor David O'Selznick que diese el papel de Mammy a la actriz.
Hattie McDaniel, con Clark Gable, que fue quien recomendó al productor David O'Selznick que diese el papel de Mammy a la actriz. Everett Collection
En su testamento pidió dos cosas: ser enterrada en el cementerio Hollywood Forever y que su Oscar fuera entregado a la Universidad de Howard. 
Y tras su fallecimiento recibió su enésima bofetada: el cementerio no aceptaba a negros por muy famosos que fuesen.
 Se la enterró en el camposanto de Angelus-Rosedale.
 A  la ceremonia enviaron flores muchas de las estrellas que trabajaron con ella, pero solo James Cagney asistió en persona.
Hoy nadie sabe qué pasó con su premio de la Academia. 
Unos afirman que fue arrojado al río Potomac durante las revueltas que se produjeron tras el asesinato de Martin Luther King Jr. en 1968. 
Otros, con menos sentido de la épica, que simplemente está perdido en algún sótano, pues debido a su forma de placa –hasta 1944 los actores secundarios no recibieron estatuilla– es más difícil de identificar.
Paradójicamente, es lo más valioso que tenía cuando falleció: tras toda una vida trabajando no le quedaba un céntimo en el bolsillo. Gran parte de su pequeña fortuna se había ido en ayudar a sus compañeros menos afortunados.

15 dic 2019

Don Johnson a sus 70 años: una vida de drogas, alcohol y cinco bodas

El actor, que asegura que ahora está sobrio, mantiene una buena relación con todas sus exparejas y presume de hijos, una de ellas Dakota, nacida de su matrimonio con Melanie Griffith.

Don Johnson
Don Johnson, en Toronto (Canadá), el pasado mes de septiembre. Getty Images

La pareja retomo la relación años después y pasó por el altar nuevamente en 1989

La ceremonia duró unos 10 minutos, pero esta vez la vida de casados se prolongó más: siete años.

 Fruto de este segundo enlace nació su hija Dakota, que ha seguido el mismo camino que sus padres, conocida por protagonizar la saga Cincuenta sombras de Grey.

 Sin embargo, se interpuso en su camino el actor español Antonio Banderas y el matrimonio volvió a separarse en 1996. Ese mismo año Griffith y Banderas se dieron el "sí, quiero", para, 18 años después, anunciar su separación.

Mientras, Johnson conoció a Kelley Phleger, una maestra de preescolar con la que lleva 20 años casado y con la que ha tenido tres hijos (el actor tiene en total cinco): Grace, de 19 años; Jasper, de 17; y Deacon, de 13.
 No obstante, ambos actores muestran la buena sintonía entre las dos familias, dados a compartir en redes sociales sus reuniones navideñas y de cumpleaños o apareciendo todos juntos en los estrenos de las películas.
 Un ejemplo de ello es la última edición del Festival del Cine de Toronto (Canadá), celebrado en septiembre, donde Don Johnson, Dakota Johnson y Antonio Banderas coincidieron.
 Los dos actores publicaron en sus respectivas cuentas de Instagram imágenes junto a la actriz. 
Su padre biológico escribió en la publicación: "Mirad con quién me he encontrado", con una fotografía de los dos posando muy sonrientes.
 Más efusivo se mostró Banderas: "Reencuentro en Toronto con mi radiante Dakota", en una instantánea de los dos abrazándose y riéndose
Melanie Griffith no tardó en reaccionar contestando con varios iconos de corazón, como muestra del cariño que hay entre todos. Cuando Banderas y Griffith se casaron, Dakota Johnson era una niña de apenas siete años, por lo que prácticamente se crio junto al actor español.
Pero la vida de Don Johnson no ha sido siempre tan feliz.
 Promete que lleva años sin beber una gota de alcohol. "No he bebido alcohol desde... hace tanto que no me acuerdo", ha dicho recientemente en una entrevista en el periódico The Guardian. "Cuando era un chico joven en Hollywood, las drogas, el alcohol y las fiestas estaban por todas partes y fue duro escapar de ello. 
No se convirtió inmediatamente en un problema, tarda un tiempo, pero te lleva a tomar malas decisiones", contó el actor, que no tiene reparos a hablar de sus adicciones, al diario Daily Mail en 2017.
Johnson llegó hasta tal extremo, que en los años noventa se vio obligado a tratarse en la clínica de desintoxicación Betty Ford, en Los Ángeles (California). 
La bebida fue uno de los motivos por los que Griffith presentó una demanda de divorcio durante su segundo matrimonio.
 Pero años después, ella se encontraría en la misma situación. 
Fue Johnson quien convenció a Griffith para que ingresara en uno de estos centros y en 2009, la intérprete accedió y fue a la clínica Hazelden, en Minesota.
 Era la segunda vez que se trataba. La hija de ambos, Dakota, también tuvo problemas con las drogas y el alcohol.
 Al poco de cumplir los 18 años acudió a que la atendieran en el centro Visions Teen Treatment Center, en Malibú. Según el actor, los traficantes de drogas eran grandes admiradores de la serie Corrupción en Miami, el trabajo más famoso de Johnson, y le ofrecían estas sustancias al actor: 
"En una ocasión estaba en un club y me dijo uno: 'Adoro tu programa.
 Déjame que te de algo de esto'.
 Y sacó una bolsa con cocaína y le dije: 'Gracias, pero no tomo drogas ahora'.
 Estaba limpio y sobrio y no estaba por la labor de hacer nada de eso".

Philip Michael Thomas y Don Johnson, de la serie 'Corrupción en Miami', en 1984.
Philip Michael Thomas y Don Johnson, de la serie 'Corrupción en Miami', en 1984. Cordon Press
La serie en la que interpretaba a James Crockett, un detective que vivía en un barco y tenía a un cocodrilo de mascota, fue el trabajo que le catapultó a la fama.
 Gracias a este proyecto ganó el Globo de Oro en 1986, el único en su carrera. 
Se emitió durante cinco años y desde entonces ha tenido trabajos relevantes de forma muy esporádica. 
Pero eso no le impidió obtener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood en 1996, además de admitir que no le importa la inestabilidad de su profesión:
 "No esperaba vivir hasta los 30, por lo que todo ha ido genial.
 Creo que hablo por todos los actores cuando digo que al terminar un trabajo casi siempre piensas:
 'Bueno, ya está. No volveré a trabajar otra vez'.   Así que cada día es Navidad para los actores. O Santa fue bueno contigo ese día o no".
Este año ha estrenado las películas VaultPuñales por la espalda y la serie Watchmen.
 Aunque su carrera no se ha centrado solo en la actuación.
 Ha ejercido en varias ocasiones como productor y también hizo sus pinitos con la música al publicar dos discos en los años ochenta (Heartbeat y Let it roll) y cantar a dúo el tema Till I loved you con Barbra Streisand, con la que vivió un breve romance antes de volverse a casar con Melanie Griffith.

 

Fernando Fernández Tapias y Nuria González, una sólida sociedad matrimonial

A sus 81 años, y dos décadas después de su polémico romance con Mar Flores, el naviero reordena sus empresas y el poder de sus hijos, con la ayuda de su esposa.

El empresario Fernando Fernández Tapias y su esposa, Nuria González.
El empresario Fernando Fernández Tapias y su esposa, Nuria González. ©GTRESONLINE
Fernando Fernández Tapias, Fefé, como todo el mundo le conoce, es un hombre hecho a sí mismo que ha conseguido levantar un imperio empresarial como naviero. Vendió su compañía principal por 1.350 millones de dólares en 2003 (unos 1.214 millones de euros al cambio actual) y aún hoy mantiene varias empresas con activos que superan los 120 millones de euros, casi todas dedicadas al transporte de mercancías por carretera o servicios marítimos. Tiene 81 años y es, además, el vicepresidente primero del Real Madrid.
 Se ha casado tres veces y tiene ocho hijos.
 Pero para muchos será para siempre el magnate al que la modelo Mar Flores engañó con el conde Alessandro Lecquio, por aquel entonces ya expareja de Ana García Obregón.
El enredo tuvo más protagonistas.
 Se descubrió dos años después a través de unas fotografías, en las que se podía ver a Flores y Lecquio en la cama muy sonrientes que publicó Interviú en enero de 1999. 
En aquel momento, ella era novia de Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la duquesa de Alba, quien tres meses antes había plantado cara a toda su aristocrática familia para oficializar su relación con Mar Flores.
Han pasado 30 años y lo que fue un episodio en la vida del empresario continúa persiguiendo su biografía.
 Séptimo de los 12 hijos de un matrimonio vigués, comenzó a trabajar a los 16 años en una fábrica de conservas que su padre tenía en Cambados (Pontevedra). 
“No tenía ni el bachillerato. Vivía en un cuarto con una cama de hierro, una jofaina y una palangana”, dijo en una entrevista en 2015 a Vanity Fair.
 Allí estuvo hasta los 25, poco después de que el amor pusiera en su camino a Victoria Riva, su primera esposa, y a su padre, propietario de la naviera Suardíaz.
 La buena relación con su suegro significó su lanzamiento profesional, que creció mientras también lo hacía una familia a la que llegaron sus hijos Fernando, Borja, Íñigo y Bosco.
Se divorció, y el hombre que dicen que impone con la voz y la mirada pero es educado y galante cuando se encuentra en su salsa se volvió a casar con Juana García Courel, con quien tuvo otros dos hijos, Sandra y Juan Carlos, Tito, que ahora tienen 37 y 35 años, respectivamente.
 Dicen que Juana fue el gran amor de su vida y que le engañó, otros aseguran que fue él quien se encaprichó de Mar Flores, pero el resultado es que la pareja protagonizó el divorcio más sonado y caro de la España de la época:
 12 millones, varias propiedades inmobiliarias y una cuantiosa pensión mensual para la exesposa.
 
Fernández Tapias, en el palco del Bernabéu.
Fernández Tapias, en el palco del Bernabéu. GTRES
El affaire con Mar Flores trajo a su vida a su tercera y actual esposa, Nuria González, modelo como su amiga, con quien compartía también agencia de representación y que se convirtió en el consuelo del empresario después de la tormenta mediática que siguió al escándalo de las fotografías.
 Comenzaron a verse a escondidas —ella salió durante algún tiempo con el futbolista Raúl González— hasta que unos ocho meses después fueron descubiertos por unas imágenes en las que se les veía juntos en la boda religiosa del escritor Camilo José Cela con Marina Castaño, en 1998
La pareja se casó en 2002 y desde entonces ella ha ejercido de esposa, perfecta anfitriona y mano derecha del empresario, según él mismo declaró hace años.
En las dos décadas que llevan juntos también han tenido que apoyarse en algunas tragedias.
 En 2010 desapareció Bosco, el pequeño de los hijos del primer matrimonio de Fernández Tapias, había salido a bucear solo cerca del municipio de Tias, en Lanzarote. 
Su cuerpo no apareció hasta dos años después cuando un buceador se topó con él en la Cueva de Playa Chica. 
“Es difícil recuperarse de algo así. 
 Yo supe desde el primer momento que estaba muerto, hice el duelo hacia dentro”, dijo Fernández Tapias a Vanity Fair.
La salud empezó entonces a dar la lata a Fefé, el mismo día que nació la hija más pequeña de su matrimonio con Nuria González. Comenzó a sentirse mal y tuvo que ser operado de urgencia por problemas cardiacos en el mismo hospital en el que vino al mundo la pequeña Alma.
 Lleva siete stents en su cuerpo.
Puede que sean estos inconvenientes de salud los que le hayan llevado a poner orden en sus empresas y a cambiar las cosas en la dirección de las mismas. 
Porque a pesar de que Nuria González, 48 años, ha afirmado recientemente que no existe ningún tipo de rencilla familiar, los tres hijos mayores del empresario ya no figuran en los principales puestos y son los dos hijos de su segundo matrimonio, Tito y Sandra —especialmente el primero— los que van ocupando puestos ejecutivos. 
Sandra es su asistente personal, abre vías de negocio y se ocupa de buscar financiación.
 Tito es ya consejero delegado de Naviera F. Tapias Galicia y administrador único de F. Tapias Desarrollos Empresariales.
 Nuria es apoderada de siete de las sociedades del naviero y, por tanto, una garantía para los intereses de los dos hijos que ha tenido junto al empresario.

La pareja se deja ver menos en actos públicos y lleva desde 2016 una vida más tranquila.
 Quienes los conocen lo achacan a la delicada salud de Fernando Fernández Tapias —él casi ni pisa ya el estadio Bernabéu—. Pero su matrimonio, por el que nadie apostaba, se mantiene, con una fortuna que él ni siquiera soñó cuando empezó a trabajar en la conservera de su padre.
 Según confesó, entonces pensaba:
 “Yo con 40 millones de pesetas (unos 240.000 euros) viviría de puta madre toda mi vida”.