Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 nov 2019

La vida en blanco de Malú junto a Albert Rivera

Alejada de los escenarios desde hace casi un año, la cantante antepone ahora su vida personal y no tiene planes profesionales.

malu albert rivera
Albert Rivera y Malú, el pasado mes de julio. GETTY

José Luis Perales: “Soy como el vecino del cuarto”

El cantante, en una sala del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.
El cantante, en una sala del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.
Dice ser un lobo estepario, aunque lo suaviza con la felicidad que le produce también ser rey del karaoke. 
No solo en las canciones que interpreta él mismo.
 Cada vez que suenan algunas de las más célebres de Raphael, Mocedades, Isabel Pantoja, Rocío Jurado o La Oreja de Van Gogh, sepan que también son suyas. 
La melancolía y la timidez con las que muchos le han descrito —empezando por él mismo— quedan en duda a costa de las carcajadas que suelta en un salón del parador conquense mientras nos cuenta como salió de su pueblo, se hizo electricista y triunfó en la música. Castejón, donde usted nació, ¿mantiene algo de lo que fue en su infancia?
Ha perdido aquella vidilla.

 Pertenece a la Alcarria pobre, la de Cuenca, en contraposición a la rica, la de Guadalajara.
 Ahí siguen las montañas azules que yo quería atravesar cuando era niño.
¿Las montañas azules?
Para mí era el fin del mundo. 
Atravesar eso y llegar a Sevilla cuando tenía 14 años con una beca que consiguió mi padre era una hazaña.
 El misterio de aquellas montañas lo fomentaban los mayores.
 Lo poco que contaban se lo imaginaban. 
Muy pocos las habían atravesado. En aquella época, lo normal era morir donde nacías.
Sí. Aunque en aquellos tiempos ya empezaba a notarse la emigración. 

Ahí sí se produjo un vacío.
 Para sobrevivir. Pero ahora veo cómo todos los que se fueron han regresado para enterrarse aquí. Incluso para arreglar sus casas medio hundidas.
 Prácticamente todos han vuelto.

El cantante José Luis Perales.
El cantante José Luis Perales.

Y usted, ¿qué hace allí?
Arreglé nuestra casa y tengo otra, más alejada, a la que yo llamo el refugio.

 Me la hice cuando empecé a cantar.
 Necesitaba un sitio para escribir a mi aire. Iba siempre solo, menos en verano, que me acompañaban Manuela y los niños.
 Es una casa absurda. Tiene un grupo electrógeno para la luz y un manantial de agua no potable. Sigue así.
¿Debe a sus padres la música?
Mi padre era aprendiz de todo y maestro en nada: fue capataz de la carretera, albañil, huertano, nunca nos faltó. Y mi madre, una mujer listísima que cuando hacía cualquier cosa cantaba.

 Tenía una inteligencia natural increíble. 
Mis abuelos vivían con nosotros, eran la referencia. 
Al volver del colegio, para que nos dieran de merendar decíamos: “¡Abuela!”. 
No llamábamos a mi madre, es curioso. De la cocina se ocupaba ella: las gachas, el ajoarriero, el morteruelo, las morcillas; todo lo hacía ella.

Y su madre, ¿qué cantaba?
Lo de entonces, la Piquer y así. Estaba enamorada de los mexicanos. 

Y a mi padre se le daba muy bien el flamenco: Farina, La Niña de los Peines… 
 Siempre estaban cantando los dos.
 Mucho, si iban al huerto: a sembrar tomates, pepinos, lechugas, judías; eso también lo he heredado yo.
¿Le encontraron dotes muy rápido?
Yo escuchaba con ellos de todo. 
Pero a mí me despertó la vocación una rondalla.
 Un día llegó al colegio el que mandaba ahí, el que sabía música, y nos invitó a tomar el relevo porque querían que siguiera la tradición.
 Yo levanté la mano instintivamente. Y nos adjudicó un instrumento.
 A mí me tocó el laúd, que me aburría soberanamente.
Pero así se conectó usted con el origen de la canción.
Sí, con la melodía. Éramos juglares.

 Aprendí rápido. Demasiado rápido. No debería haber aprendido tan rápido.
¿Por qué?
Me entraba de memoria todo. 

Además, me ponían de ejemplo, y eso me fastidiaba mucho: ser el listillo.
Ahí influye su timidez. ¿Enfermiza?
Se ve porque hablo muy rápido, ¿no lo has notado?

Todavía no.
Lo notarás, si se da la oportunidad.

En eso de su timidez, ¿no exageran?
No, no. Todavía, si tengo que dar un concierto, al salir me echo a temblar siempre.


¿Aún sigue planteándose su carrera como alguien que escribe para otros?
Sí, efectivamente, es que yo no quería cantar.

 Y eso que después de la rondalla vino la tuna, en Sevilla, y formé un grupo: The Lunatic Boys. 
Eran los años sesenta.
Del laúd a los Lunatic Boys media un viaje. ¿Qué fueron aquellos? ¿Unos Beatles?
Algo así. Pero, sobre todo, de esa época surge la primera canción, como un juego.

¿La recuerda? ¿Me la canta?
¡No se la canté ni a mi madre, que me lo pedía sin parar! “Como te quiero mucho, no te pienso amargar”, le decía yo.

 Se murió la pobre sin escucharla. No, no, ni loco. Era muy mala.
 Se llamaba Niebla, de eso sí me acuerdo. Debía de tener 16 años, estaba en la Universidad Laboral de Sevilla. 
Me dio la vena. Fue un reto.
 Se me habían olvidado las corcheas, pero no la escala musical.
Niebla… ¿Ahí aparece el melancólico que busca luz en la sombra?
En Sevilla, adolescente, imagínate. Siempre he buscado la sombra, la lluvia, el invierno, la soledad…

Con su punto romántico…
De Gustavo Adolfo Bécquer, al que me sabía de memoria.

Hemos hablado de música, pero poco de letra. ¿Cultiva la poesía?
Mis canciones surgen de la calle, de la gente, de lo cotidiano más que de otras inspiraciones.

 Cuando me siento a escribir suelo estar motivado por alguna cosa que acaba de ocurrir o me visto con el disfraz de otro.

Eso desde luego, porque pocos han escrito tanto sobre el desamor con un matrimonio como el suyo con Manuela, su esposa, que le dura ya… ¿Cuánto?
Pues 40 años, por ahí. Yo también me pregunto eso.

¿Se siente un poco vampiro de historias ajenas?Sí, aunque les pongo otros nombres.
 En las canciones y en las novelas. 
No creo que nadie escriba imaginando todo.

 
Perales, en la taberna La Ponderosa de Cueca
Perales, en la taberna La Ponderosa de Cueca
Antes de ese matrimonio ejemplar, ¿fue muy ligón?Tuve otras novias, pero nada de mujeriego yo.
 El amor tiene ese desamor intenso que queda marcado en ti, como el primero, que nunca se consuma y deja un vacío tan grande que tienes necesidad de contarlo.
O sea, que su primer amor se convirtió en petróleo para usted. ¿Cómo fue?
Para mí, fundamental. 

En el colegio. Había una chica que me gustaba y le escribí una carta
. No se puede ni se debe decir su nombre. Le decía que quería salir a pasear por la carretera.
 Lo que veía yo que hacían los novios formales, figúrate, esa idiotez. Me colé en su escuela y se la dejé en el pupitre. La respuest
a de ella fue: “¿Eres imbécil?”. Desde entonces me costó más.
 Aunque no me destrozó del todo. Luego te das cuenta de lo que es el amor de verdad.

¿Y qué es?
A mí me llegó con Manuela.

 Nos entendemos muy bien. Es puro, generoso y entregado. Darlo todo. Se siente y ya. 
En lugar de hablarlo, prefiero escribirlo o plasmar la emoción que me traslada en una canción.
 Con palabras y con música. En mi caso, ambas cosas nacen a la vez. 
Yo hablaría con música, como en la ópera.
¿Cómo se hace?
Buscas unos personajes, una escenografía y lo vas contando. A la vez. 

Desde el principio, desde que escribí Niebla, que no te la voy a cantar, no insistas
. Le estoy muy agradecido a esa canción, pero no la enseñaré nunca.
Vale, vale. Aun así, ¿cuándo se atrevió a enseñarlas?
Estuve cuatro años en Sevilla y desde que escribí aquella primera salieron otras 40 que fui grabando en casetes y no mostré a nadie.


¿De verdad?
Me vine arriba. En Sevilla.

 Andalucía inspira muchísimas cosas. No en balde, por eso he podido escribir tantas canciones para Isabel Pantoja o Rocío Jurado, que siempre me decía: “Este de Cuenca, hay que ver, eh… Cómo sabe este de Cuenca”. 
He sido hasta remero de la plaza de España y novio de una modistilla en mis canciones.
 Además, entonces ya había cambiado el laúd por una guitarra.
 La había visto en una tienda de la calle de Sierpes. Y por un precio que, joe… Nunca le agradecí suficiente a mi padre que me la comprara. 
Su sueldo de casi dos meses. La Invicta, se llamaba.
Sus padres creyeron en usted desde el principio…
Mi madre, muchísimo. 

Sobre todo cuando ya me fui atreviendo a enseñarle cosas que hacía.
 Y mi padre decía: “¡Mira, chiquillo, lo que tú tienes que hacer es flamenco!”.
Pero no fue a Sevilla para estudiar música.
No. Lo pregunté, pero en la Laboral no se estudiaba. Se aprendían oficios, pero no literatura o música.
 Me llevé un chasco. 
Pero, claro, decidí quedarme allí. 
No quería hacer el camino de vuelta hacia las montañas azules y a Castejón, donde mi destino habría sido otro. 
Así que pensé: lo que sea. Electrónica. Lo importante era la formación.
 Y la música era cosa de insistir por otro lado. Erre que erre. ¿Con qué primera canción ganó un dinerillo?
Antes me puse a trabajar en Madrid como electricista, como farolero, sí

. Ponía luces con mi escalera, con mis complejos y con mi mono azul.
 Sí, sí. Pero trataba de meter el hociquillo en locales de ensayo. 
La música podía más que mi timidez. Me encantaban los Beatles. 
También Serrat. Pero mi gran ídolo era Aznavour.
 Yo no sabía francés; aun así, hasta me lo inventaba soñando que las cantaría.
 Pero ¡qué iba a cantar Aznavour una canción mía! Lo admiraba tanto que no he querido verlo hasta la última vez que vino.
 No se me podía caer el mito.
Anda que no es usted raro.
Sí, para eso, rarito. 
Se me puso la carne de gallina y fui el mayor fan. Me recibió… Alguien le dijo que yo era cantante.
 Le conté eso: que le componía canciones sin saber francés. “¡Cómo no aprendiste!”, me dijo. Debería, ¿verdad?  
Inglés también, mis nietos se ríen de mí cuando les hago creer que lo domino y suelto: “In the garden is a flower…”. Y ja, ja, ja… Tampoco le ha hecho falta para cantar en Estados Unidos.
En el Carnegie Hall, dos veces. Sold Out. Con un metro de nieve. Y en más sitios.

Por no hablar del contrato que ­firmó con CBS por mil millones de pesetas en 1986: seis millones de ­euros.
¿Ese que se inventaron? No lo sé. Nunca me los dieron.

¿En serio? Pues fue publicado en ­todas partes.
Lo sé, lo sé, pero no era así.

¿En cuánto quedó?
Menos, pero no te lo voy a decir. 

Fue un contrato bien importante, el mayor que he firmado nunca. ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?
A mí, bien. Eso le daría para invertir en otras cosas.
Pues no soy mucho de invertir.

¿Ni en vino, como algunos de sus colegas?
Yo hago vino, pero para mí.

 Tengo 300 cepas, ¿te parece poco? Nunca he sido negociante ni ambicioso.
 No es que vaya pidiendo perdón, pero no presumo de nada. Me conformo con que alguien escuche una canción mía y me llame guapo aunque sea feo.
O de ser el rey del karaoke.
Hombre, me siento muy contento con eso.

 Pero me puedo tirar años sin pisar un escenario, aunque siempre tenga presencia musical
. Al componer, normal que suene algo.
¿Ha contado a cuántos les ha firmado canciones?
No, pero soy quizás el que más ha compuesto. 

Aunque he dicho que no a varios. No a demasiados.
 Si tengo que hacer un traje a alguien que no me gusta, no hay traje. 
Si no me gusta es que no lo puedo hacer.
Y eso que ha trabajado con gente tan distinta como Raphael y La Oreja de Van Gogh.
¡Claro, es que ambos son fantásticos! Como Pantoja, la Jurado o Paloma San Basilio y tantos y tantos.

 O lo mismo que me he quedado con ganas de escribir para Mari Trini, por ejemplo, que me encantaba.
¿Ofrece usted hacerlas o se las piden siempre? Me las piden. Me daría mucha vergüenza ofrecerlas y que me dijeran que no.
 Al principio escribí una para Jeanette, porque me gustaba mucho, y me salió: “Hoy en la ventana brilla el sol…”. En un ratito compuse Por qué te vas. No quiero pecar de vanidoso, pero fue así. Luego se la ofreció Rafael Trabuchelli y fue lo que fue, mi primer éxito.
¿El que vio esa especie de antihéroe de la canción que es usted?
Sí. Yo soy como el vecino del cuarto.

 Salvo cuando salgo al escenario, y ahí, aunque lo pase mal, lo doy todo.
 Y si veo una butaca libre, me cabreo. 
Ahí sí me sale el artista.
¿Tiene mal genio?
Sí, a veces. Manuela dice: “El día que yo hable…”.

Pero su vida, ¿daría para un serial?
Mi forma de vida familiar, de ciudadano de a pie, no da. Me considero un ser algo extraño.
 Un lobo estepario. Un trabajador en mi rincón, mi casa, mi campo. También cuando viene alguien indie o tipos como Marc Anthony [que ha adaptado Y cómo es él] a hacerme versiones me gusta. 
Me hacen sentir joven o eso que has dicho antes, el rey del karaoke. 
A mí no me ha costado trabajo durar tanto. Ha sido natural. Hay que adaptarse. Hasta los curas se adaptaron a los Beatles cuando yo era joven y nos dejaban llevar el pelo cortado a tazón. Aquellos años a usted lo marcaron mucho. Sigue siendo muy católico.
Sí, sí. Aquello me marcó, pero no hasta el punto de ser mojigato, como el niño de Samaria: todo pureza y candor. Porque luego tienes que ir quitándote pecados a tortas.

 A mí, ahora me quedan pocos.
¿Por dejar de cumplir?
Sí, antes te metías la mano en el bolsillo y era pecado.

¿Cuál de todos le atormenta más hoy?
Atormentarme, ninguno. 

Pero me duele la soberbia, la prepotencia, la desigualdad, la poca solidaridad.

Le veo más del papa Francisco que de Wojtyla.
Ah, sin duda. Yo soy muy del papa Francisco.

 Ya es algo en quien nunca se posiciona políticamente.
Yo creo que en mis canciones se nota. Y para eso no he tenido que decir que sea de izquierdas

 ni de derechas.
Si le gusta el papa Francisco, será más de ­izquierdas.
Bueno, pues vale

. Lo prefiero. Hombre, un hijo de un albañil, que se ha ganado la vida en un andamio, ser muy de derechas cuesta, la verdad.
 Pero respeto a todo el mundo y he cantado para millonarios y mineros.
Lo de la soberbia define esa cerrazón para no ponerse de acuerdo entre políticos. ¿Cómo romperla?
Deberían mostrarse más condescendientes pensando en el país para el que deben trabajar.

 Esa soberbia perjudica a las personas por las que deben ponerse manos a la obra.

¿Cómo arreglaríamos el mal ambiente en Cataluña?
Me gustaría ser catalán para entenderlo. 

Me da mucha pena lo que ocurre. Mi primer dinero en una actuación dentro de la música fue en Camprodón (Girona). Aquel dinero que gané era cuatro veces más de lo que cobraba como electricista.
 Y aun así, prefiero componer.
¿Le siguen saliendo fácil las canciones? ¿Ha tenido crisis creativas?
No, no he tenido. Me siguen saliendo. 

Y llegan ahora, en otoño sobre todo.
 Cuando tienes que ponerte manta y te abrigas con eso o, como antes yo, con un cigarro.
 Ya no fumo, pero fumaba como una puta presa, que me decían en Venezuela. Bueno, eso no lo pongas.
¿Por qué no?
Ya, en fin, da lo mismo.


 

15 nov 2019

El huracán que no cesa en el palacio de Buckingham

Los duques de Sussex anuncian que se ausentarán de la cita navideña con la reina y reabren el debate sobre su papel.

La reina Isabel, con los duques de Sussex y los de Cambridge, en el balcón del palacio de Buckingham.
La reina Isabel, con los duques de Sussex y los de Cambridge, en el balcón del palacio de Buckingham. WireImage


La decisión de pasar las Navidades con la familia de él o de ella, trámite negociador que en cualquier pareja no tiene mayor importancia, se convierte en una polémica nacional cuando se trata de los duques de Sussex. 
El palacio de Buckingham ha confirmado que el príncipe Enrique y Meghan Markle se escaparán este año a Estados Unidos a celebrar las fiestas con Doria Ragland, la madre de la exactriz, en vez de reunirse con la reina y el resto de los Windsor en el Palacio de Sandringham.
 "Su decisión es acorde con el precedente ya establecido por otros miembros de la familia real, y cuenta con el apoyo de Su Majestad la reina", dice el comunicado oficial, en lo que supone un claro intento de proteger a la pareja ante el aluvión de críticas que, de todos modos, han recibido.
"Es un claro desaire a la reina", comenzó su tertulia mañanera en ITV Piers Morgan, un periodista popular y pendenciero, con millones de seguidores en las redes sociales y que destila vitriolo en sus comentarios.
 Se ha convertido en la bestia parda de Meghan Markle, y desde su privilegiada plataforma televisiva ha contribuido a alimentar la animadversión hacia la duquesa de Sussex de una parte considerable de los británicos. 
"¿Cuántas Navidades le quedan a la reina? No muchas.
 Está claro que Enrique se ha distanciado de su hermano y que la tensión va en aumento entre Meghan y Kate [duquesa de Cambridge y esposa del príncipe heredero Guillermo]", añadía a la polémica Andrew Pierce, del tabloide Daily Mail
Al otro lado de la contienda, Victoria Murphy, la corresponsal de la Casa Real de la revista estadounidense Town&Country, salía rauda en defensa de la decisión.
 Las reyertas de los Windsor, cuando de Meghan se trata, se libran ya a ambos lados del Atlántico.
 "Guillermo y Kate pasaron las Navidades con los padres de ella en Bucklebury en 2012 y 2016. Enrique y Meghan han estado ya en Sandringham en los últimos dos años", ha afirmado Murphy en su cuenta de Twitter.
Cada intento de Markle de vencer con golpes de empatía la inquina que vierte sobre ella la prensa amarilla se convierte en un bumerán. Sus confesiones al periodista Tom Bradby, en el documental Harry&Meghan: An african Journey (Enrique y Meghan:
 Un viaje africano), que relataba su reciente gira por el sur de África, deberían haber servido para rebajar la tensión:
 "Cuando una mujer está embarazada se siente especialmente vulnerable. 
Todo eso fue un reto, lo mismo que tener un recién nacido.
 Poca gente me ha preguntado si estoy bien, así que lo agradezco. Todo esto resulta muy duro detrás de las bambalinas", explicaba.
"Imagina que te van a hacer un documental en Sudáfrica y lo conviertes en un rosario de penurias, en el que cuentas lo terrible que es tu vida y todo lo que te afectan los titulares. 
La realidad es que tienes un palacio lleno de sirvientes y que estás intentando manipular a los medios", aseguraba el presentador Morgan ante el mínimo atisbo de sus invitados de justificar a Markle.
Isabel II, con Kate Middleton, el pasado domingo.
Isabel II, con Kate Middleton, el pasado domingo. Stephen Lock
Un proceso natural como podría ser la toma de distancia de los focos de una pareja, que sabe que sus responsabilidades futuras no serán relevantes para el futuro de la casa real, se ha convertido en la carnaza de unos medios que se solazan con cualquier desavenencia en el seno de los Windsor. 
"Es triste que no deseen formar parte de la reunión familiar, especialmente ahora que la reina y el duque de Edimburgo han llegado a la ancianidad.
 Seguro que a la reina le habrá dolido, pero es demasiado elegante para dar ninguna muestra al respecto", explicaba al The Sun la escritora y directora de la revista Majesty, Ingrid Stewart, otra de los muchos periodistas que se ha especializado en presuponer lo que Isabel II, hermética como ningún otro monarca, puede pensar o dejar de pensar sobre cualquier anécdota.
Ni siquiera el príncipe Enrique niega ya que ha sufrido un distanciamiento con su hermano Guillermo, el segundo en la línea de sucesión, que el acecho constante de los medios a Meghan le trae a la memoria la cacería en que se convirtieron los años más duros de su madre, Lady Di, y que desea una mayor libertad y privacidad junto a su esposa y al hijo de ambos, Archie. 
Y las muestras, en cada acto público, de la voluntad de la casa real de situar a Guillermo y Kate lo más cercanos posibles al centro de la escena (que ocupará hasta el final Isabel II) responden a una estrategia clara por evitar que la atención se distraiga.
Solo que cada paso de Meghan Markle se observa con lupa, y detrás de cada justificación se pretender ver un desaire.
 La decisión de evitar el pasado verano la obligada visita a la reina en su castillo de Balmoral (Escocia), cuando Archie apenas tenía unos meses, fue cuestionada cuando se vio a la duquesa de Sussex, poco después, en Nueva York (sola, sin su hijo) en la final femenina del Open de Tenis USA. 
 Como si la hubieran descubierto en una contradicción flagrante.
 Y se acude a acusaciones de xenofobia o racismo para cuestionar la ética de los medios amarillos.
 La última, la excandidata demócrata estadounidense, Hillary Clinton, quien ha expresado su deseo de abrazar a Meghan en solidaridad por todo su sufrimiento. 
Cuando todo es más simple:
 Markle se ha convertido en el chivo expiatorio de una prensa sensacionalista que lleva años haciendo caja con las anécdotas más irrelevantes de los Windsor, a condición de no asomarse siquiera a sus finanzas, su patrimonio o sus prerrogativas legales.

 

‘La peste’ ve la luz

La segunda temporada de la serie de Movistar + brillan de nuevo en su recreación histórica y en los aspectos formales y desarrollan una trama vibrante.

 

Pablo Molinero y Patricia López Arnáiz, en 'La peste'.

Que La peste es una de las mayores apuestas de Movistar + en ficción ya se conocía desde su primera temporada. 
Que su importante presupuesto, que ascendía a 10 millones de euros entonces (no se ha comunicado el coste de la segunda), lucía de sobra en la pantalla también se pudo comprobar ya en aquel comienzo, visualmente deslumbrante y con una gran recreación y ambientación de época
. Sin embargo, en aquellos primeros seis episodios la trama no terminaba de cuajar y la oscuridad de la imagen y algunas dificultades de sonido empañaron el resultado y la conversación en torno al programa. 
Hoy se estrenan los seis episodios de la segunda temporada de este drama ambientado en la Sevilla de finales del siglo XVI. 
La epidemia de peste ha quedado atrás. 
La acción se retoma cinco años después en un reinicio argumental que permite que cada entrega funcione de forma autónoma. 
Ahora el peligro está en la corrupción que lleva a La Garduña, la mafia, a hacerse con el control de los bajos fondos de la ciudad.
 El nuevo Asistente —la persona que estaba al frente del Cabildo de la ciudad, una especie de alcalde de la época— llega decidido a imponer su ley y acabar con el hampa. 
Este punto de partida sirve para hilar una interesante trama con buenas dosis de acción y aventuras.
 Uno de los problemas de la primera temporada queda así solucionado con a la pericia del guionista Rafael Cobos, que ejerce ahora como máximo responsable de la serie: esta vez la historia sí que engancha e interesa. 

Formalmente, mantiene los altísimos estándares de producción y un cuidado en el aspecto visual que impacta y que destaca sobre muchas otras ficciones españolas.
 La mano de Alberto Rodríguez al frente de la dirección de los dos primeros episodios se nota en el mimo de cada encuadre, y David Ulloa logra mantener el nivel en los cuatro siguientes. 
Los marcados claroscuros de la imagen reflejan las luces y las sombras de la sociedad en la que viven los personajes. 
También destaca un reparto bien equilibrado con Pablo Molinero, Patricia López Arnáiz, Jesús Carroza, Estefanía de los Santos y Federico Aguado al frente.
Otra lección que han aprendido los responsables de la serie: los espectadores ven donde y cuando quieren los capítulos, y no tiene por qué ser en una televisión con alta definición con las persianas bajadas, ni mucho menos en un cine.
 Aunque cuenta con muchas escenas que se desarrollan de noche o en lugares oscuros, ahora se ve mejor lo que ocurre en la oscuridad. Se agradece esa luz extra que se percibe en esas escenas, siempre sin llegar a iluminar en exceso. 
Porque la noche es oscura y más cuando no hay luz eléctrica. También esta vez se escuchan mejor los diálogos, otro de los aspectos que había que pulir.
Como sería deseable que ocurriera siempre en la vida, La peste sabe aprender de los errores de su pasado para desmarcarse como una estupenda muestra de virtuosismo formal muy entretenida.