Alejada de los escenarios desde hace casi un año, la cantante antepone ahora su vida personal y no tiene planes profesionales.
La última imagen que hay de Malú,
y una de las primeras suyas en mucho tiempo, es del pasado martes.
Eran las 7.30 cuando ella y Albert Rivera fueron sorprendidos en un bar de la carretera de Extremadura, a una hora y media de Madrid.
Un cliente grabó a la pareja mientras desayunaba y ordenaba unos bocadillos de jamón serrano para el viaje que les llevaría a un destino desconocido.
Un lugar en el que desconectar tras los últimos acontecimientos.
No habían transcurrido ni 24 horas desde que Rivera anunció su dimisión como líder de Ciudadanos, como diputado y su retirada de la política.
En el bar, a él se le veía tranquilo pendiente de los productos que ofrecían, a ella más tímida.
Sin maquillar, escondía su silueta bajo un abultado anorak negro y largo.
No se detuvieron mucho en el local como si tuvieran prisa por comenzar una nueva vida.
Las primeras noticias sobre la relación de Malú, de 37 años, con Rivera, que este viernes cumplió 40, datan de la Navidad pasada. Unos tuits en las redes sociales del entonces político dieron la alerta.
En ellos proclamaba su admiración por la cantante al asistir a uno de sus conciertos.
Poco después trascendía que Rivera se había separado de Beatriz Tajuelo, su última pareja, a la que se había unido tras romperse su matrimonio de 13 años con Mariona Saperas, con quien tiene una niña de siete años.
A esa pequeña se refirió Rivera en varias ocasiones durante su discurso de despedida cuando habló de sus planes de futuro y su deseo de ser “mejor padre, mejor amigo, mejor hijo y mejor pareja”.
El nombre de Malú sobrevoló la sala, pero no lo pronunció, como tampoco desveló incógnitas sobre la familia que planea junto a la cantante.
Siempre ha sido muy escueto cuando se le ha preguntado sobre aspectos de su vida privada y solo se ha limitado a sonreír cuando se le interrogaba sobre Malú: “Todo bien, gracias”.
La concesión que se permitió en la hora de su adiós fue de reconocimiento a su pareja:
“Ha estado a mi lado aguantándolo todo, contra viento y marea”.
Malú es conocida en los ambientes artísticos por su hermetismo. Es una estrella a la vieja usanza, que se mueve bien en el escenario y en el estudio de grabación, pero no en la vida pública.
Eran las 7.30 cuando ella y Albert Rivera fueron sorprendidos en un bar de la carretera de Extremadura, a una hora y media de Madrid.
Un cliente grabó a la pareja mientras desayunaba y ordenaba unos bocadillos de jamón serrano para el viaje que les llevaría a un destino desconocido.
Un lugar en el que desconectar tras los últimos acontecimientos.
No habían transcurrido ni 24 horas desde que Rivera anunció su dimisión como líder de Ciudadanos, como diputado y su retirada de la política.
En el bar, a él se le veía tranquilo pendiente de los productos que ofrecían, a ella más tímida.
Sin maquillar, escondía su silueta bajo un abultado anorak negro y largo.
No se detuvieron mucho en el local como si tuvieran prisa por comenzar una nueva vida.
Las primeras noticias sobre la relación de Malú, de 37 años, con Rivera, que este viernes cumplió 40, datan de la Navidad pasada. Unos tuits en las redes sociales del entonces político dieron la alerta.
En ellos proclamaba su admiración por la cantante al asistir a uno de sus conciertos.
Poco después trascendía que Rivera se había separado de Beatriz Tajuelo, su última pareja, a la que se había unido tras romperse su matrimonio de 13 años con Mariona Saperas, con quien tiene una niña de siete años.
A esa pequeña se refirió Rivera en varias ocasiones durante su discurso de despedida cuando habló de sus planes de futuro y su deseo de ser “mejor padre, mejor amigo, mejor hijo y mejor pareja”.
El nombre de Malú sobrevoló la sala, pero no lo pronunció, como tampoco desveló incógnitas sobre la familia que planea junto a la cantante.
Siempre ha sido muy escueto cuando se le ha preguntado sobre aspectos de su vida privada y solo se ha limitado a sonreír cuando se le interrogaba sobre Malú: “Todo bien, gracias”.
La concesión que se permitió en la hora de su adiós fue de reconocimiento a su pareja:
“Ha estado a mi lado aguantándolo todo, contra viento y marea”.
Malú es conocida en los ambientes artísticos por su hermetismo. Es una estrella a la vieja usanza, que se mueve bien en el escenario y en el estudio de grabación, pero no en la vida pública.
Ni tan siquiera cuando mantuvo una larga relación con Gonzalo
Miró se permitió una excepción.
Con Rivera a su lado, la discreción ha
sido aún más extrema.
Una buena coartada para que el romance pasara inadvertido.
Desde entonces, pocas son las veces que se ha visto en público a la artista.
Unas fotos robadas en unos grandes almacenes junto a Rivera comprando unas cremas, otras saliendo por separado de un restaurante en las afueras de la capital y, por fin, en julio pasado, las primeras oficiales abandonando el Hospital Universitario HM Puerta del Sur de Móstoles, donde Rivera había ingresado por una gastroenteritis grave.
Así lo confirma un portavoz de su equipo de trabajo. No hay disco en preparación —Oxígeno se publicó hace algo más de un año—, tampoco gira ni actuaciones sueltas.
En su agenda no existen compromisos publicitarios ni se la espera en alguna gala de entrega de premios.
Hace meses que evita cualquier exposición pública, incluso las propias de una artista en activo.
Las únicas concesiones que hace son en sus redes sociales, donde de vez cuando publica algún mensaje, algún vídeo en el que se dirige a sus fans, recuerda actuaciones pasadas o lanza frases enigmáticas como:
“Deseando contaros cosas”. Solo ha entrado en el estudio hace unas semanas para volver a grabar una versión de Cantaré con fines solidarios.
“Está escuchando temas”, se limitan a decir desde su oficina de representación cuando se pregunta por su actividad profesional.
Su agenda está en blanco y de momento no hay indicios de que vaya a ponerse en marcha.
La dimisión de Rivera permitirá a la cantante llevar con más normalidad su relación, aunque siempre dentro de la discreción que a ambos les gusta y a la que no van a renunciar, aunque ya no teman ni a los índices de popularidad ni a las intenciones de voto.
Instalados en una de las propiedades de la artista, en una lujosa urbanización del norte de Madrid, proseguirán su vida juntos.
Él ya como un ciudadano de a pie dispuesto a iniciar una carrera profesional.
Ella, como una artista consagrada que puede permitirse el lujo de bajarse del escenario el tiempo que quiera ya que los números y las fans la avalan.
Su círculo más próximo conoce sus planes, su deseo de formar una familia.
Algo de lo que hablan con naturalidad en la intimidad, pero sobre lo que se niegan a pronunciarse desde su oficina.
“Esas son cosas que pertenecen a su vida. Y de eso no hablamos”.