Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 oct 2019

La reina Letizia despliega su joyero para la entronización de Naruhito

La esposa de Felipe VI luce en Japón por primera vez el collar de chatones, una de las piezas más valiosas de las llamadas "joyas de pasar" de los Borbones.

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, a su llegada a la ceremonia de entronización del emperador japonés Naruhito este martes, en Tokio (Japón). En vídeo, imágenes de la entronización.

La entronización de Naruhito, nuevo emperador de Japón, ha sido un acto solemne en el que el país nipón ha desplegado toda su pompa y ha hecho gala de su ancestral tradición.
 Pero los invitados al mismo, mandatarios y figuras de toda índole venidos desde 174 países, también han desplegado sus mayores galas en la que ha sido una ocasión única.
Los reyes de España han asistido a la ceremonia. 
Tras su paso por Asturias, salieron el domingo por la tarde desde Madrid hasta Tokio, y la mañana del martes (hora japonesa) han estado presentes en el acto. Don Felipe y doña Letizia han compartido palco con el emir de Qatar. Los monarcas llegaron a la celebración cogidos de la mano, y allí saludaron a miembros de otras casa reales presentes:
 besaron afectuosamente a los reyes de Holanda y a Carlos Gustavo de Suecia y su hija y heredera, la princesa Victoria.

 

Para la ocasión, los reyes han lucido algunas de sus piezas y condecoraciones más importantes.
 El rey Felipe llevó el collar del Toisón de Oro, así como la banda azul clara de la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. 
Por su parte, sobre su vestido verde con flores y cinturón verde de la próxima temporada diseñado por Matilde Cano, que cuesta 339 euros (que ha acompañado con una diadema de terciopelo rosa palo de la sombrerera sevillana Nana Golmar), doña Letizia también llevó una banda, la que le fue otorgada en su visita de Estado a Japón en 2017, y diversas condecoraciones.
 Sin embargo, la pieza más importante y valiosa que lució era el gran collar de chatones de los Borbones.
 Dicho collar (del que hay dos muy similares) es una de las llamadas "joyas de pasar" —es decir, que pertenecen a la familia y pasan de unas reinas a otras— más importantes del joyero real. Hasta el momento, la reina Letizia no lo había lucido en ninguna ocasión. 
 
Los reyes Felipe y Letizia en la entronización del emperador japonés Naruhito.
Los reyes Felipe y Letizia en la entronización del emperador japonés Naruhito. Getty Images
 
El collar es una joya creada por la casa madrileña Ansorena.
 En ocasiones señaladas, el rey Alfonso XIII le fue regalando diamantes a su esposa, la reina Victoria Eugenia, que fue formando con ellos un collar.
 Después de tantos regalos, la pieza acabó siendo tan larga que a la reina le llegaba por la cintura o la lucía en dos impresionantes vueltas.
 Así, se dividió en dos y se hicieron, por tanto, dos collares. El rey Juan Carlos recibió uno de ellos (el más largo) en herencia y la familia real se hizo con el otro a través de una subasta a principios de los años ochenta.
 Parece que la reina Letizia, en esta ocasión, ha llevado el más corto de los dos. 
La reina Letizia sí que había lucido anteriormente los también llamados pendientes de chatones, con diamantes del mismo corte que el collar.
 De hecho, los había llevado en la entrega de los Premios Princesa de Asturias 2018.
 Dichos premios es una de las ocasiones en las que la reina se atreve a lucir más joyas; de hecho, en los celebrados el pasado viernes llevó unos grandes pendientes de diamantes y rubíes que no se le habían visto hasta la fecha. 
Esta no fue la única joya que la reina Letizia ha sacado del joyero real. 
Para la entronización de Naruhito también ha llevado unos pendientes largos de diamantes acabados en sendas esmeraldas, que pertenecen a la reina Sofía. 
Los llevó en una gala en 2007, en otra celebración en 2009 y en la visita de Estado que hizo a Portugal en 2016, entre otras ocasiones.
 Esos pendientes tienen una gargantilla a juego, pero esta vez Letizia prefirió sacar la artillería y apostar, finalmente, por los chatones.
 
 
 

El hijo de Michael Douglas cuenta que siendo niño su padre le hizo repartir marihuana en sus fiestas

Cameron Douglas fue adicto a la cocaína y la heroína, vendió metanfetaminas y llevó una vida de autodestrucción que en 2009 le llevó ocho años a la cárcel.

hijo de Michael Douglas
Michael Douglas y su hijo Cameron en un estreno en Los Ángeles en junio de 2018. Cordon Press

 

La vida para los hijos de las estrellas de Hollywood no parece sencilla a tenor de la cantidad de casos en los que los que fueron niños, en ese mundo que se intuye dorado, terminan confesado las secuelas que la vida de sus padres ha ido dejando en la suyas.
El último en confesar sus secretos ha sido Cameron Douglas, hijo de Michael y nieto de Kirk Douglas. 
En un libro que se publica este martes, Long Way Home, cuenta que haber nacido en una de las familias que se considera como la realeza de Hollywood no ha hecho que su vida haya sido un cuento de hadas.
 Durante años, Cameron fue adicto a la cocaína y la heroína, se convirtió en vendedor de metanfetaminas y su vida parecía abocada a la autodestrucción, hasta el punto de que en 2009 fue condenado a ocho años de prisión.

Cantidad de casos en los que los que fueron niños, en ese mundo que se intuye dorado, terminan confesado las secuelas que la vida de sus padres ha ido dejando en la suyas.
El último en confesar sus secretos ha sido Cameron Douglas, hijo de Michael y nieto de Kirk Douglas. 
En un libro que se publica este martes, Long Way Home, cuenta que haber nacido en una de las familias que se considera como la realeza de Hollywood no ha hecho que su vida haya sido un cuento de hadas.
 Durante años, Cameron fue adicto a la cocaína y la heroína, se convirtió en vendedor de metanfetaminas y su vida parecía abocada a la autodestrucción, hasta el punto de que en 2009 fue condenado a ocho años de prisión.
Ahora, rehabilitado de sus adicciones y proclamando a los cuatro vientos que la culpa de su deriva fue exclusivamente suya, también descubre detalles sobre la vida de un niño en las fiestas de su famoso padre:
 "Cuando era un niño muy pequeño, recuerdo que mi padre me hacía repartir porros entre los invitados a sus fiestas". 
Tampoco le debió resultar sencillo asumir en su juventud la enorme fama de sus familiares: 
"Es extraño crecer viendo a tu padre y a tu abuelo como gigantes proyectados en pantallas y vallas publicitarias", escribe Cameron Douglas en su libro. "¿Cómo compites con Kirk Douglas? ¿Cómo vives a la sombra de Michael Douglas?".

Las memorias giran en torno a este tema, a la dinámica de una familia no convencional en la que crece un niño y después un joven con un padre acostumbrado a fiestas sin fin. 
"Mi padre me decía: 'oye, lleva esto a tu tío', y yo lo hacía sin darme cuenta hasta años después de lo que realmente había hecho. A medida que crecía iba de un lado a otro, subía a los balcones [afirma en referencia a la mansión familiar] y veía más de los que se suponía debía ver: 
A adultos haciendo las cosas que hacen los adultos que viven vidas excesivas", dice Cameron Douglas en sus memorias.
 Después esperaba a que amaneciera, a que los amigos de su padre se retiraran a descansar a sus habitaciones y él revolvía entre sus cosas para ir recogiendo las sobras de las sustancias que habían dejado.
Cameron Douglas, con su padre y su abuelo, Michael y Kiri, y Catherine Zeta-Jones en Hollywood en 2018.
Cameron Douglas, con su padre y su abuelo, Michael y Kiri, y Catherine Zeta-Jones en Hollywood en 2018. Cordon Press
Cameron, que ha recuperado una cercana relación con su padre, reconoce ahora que entonces su unión iba a saltos: "Explosiva cuando estábamos juntos y largos períodos en los que estábamos separados".
 Una tensión en la que la carrera y las fiestas de su padre, tenían mucho que ver.
 Cuando la profesión de Michael Douglas comenzó a exigir que pasara períodos más largos fuera de casa, encontró una solución para remediarlo: durante un almuerzo con Diandra, la madre de Cameron, se fijó en uno de los camareros que les atendían y tras una breve conversación, le contrató para que viviera en su casa e hiciera de canguro de su hijo para que tuviera una influencia masculina permanente en su vida. 
El camarero, de origen salvadoreño, se convirtió en la sombra de Cameron que afirma que le rompieron el corazón cuando a los 10 años, esta persona que se había convertido en su figura paterna, fue despedido porque encontraron botellas de vodka debajo de su cama y se negó a dejarlo de forma definitiva.
Después llegó la separación de sus padres, el tratamiento por adicción al sexo de su progenitor a quien su madre pilló en la cama con otra mujer y la imparable progresión del hijo en sus adicciones. De adolescente comenzó a fumar marihuana y a beber en exceso. Cuando tenía 20 años llevaba pistola y traficaba con metanfetaminas para conseguir dinero.
 A los 25 años afirma que se inyectaba cocaína hasta tres veces cada hora.
 "Odiaba lo que quedaba de mi vida a causa de las drogas, pero no podía parar", afirma ahora que tiene 40 años y ha recuperado el control después de pagar el precio de estar en la cárcel.
Su padre, Michael Douglas, de 75 años también se ha manifestado sobre esta dura etapa:
 "Hubo momentos en los que casi perdimos la esperanza... La vida se convirtió en una serie de crisis. Pensé que lo iba a perder".

El regreso de “la chica que quería ser Dios”...... Laura Fernández

Una nueva edición de su novela ‘La campana de cristal’ y un relato inédito devuelven a Sylvia Plath a las librerías.

Sylvia Plath, en una imagen de archivo.
Sylvia Plath, en una imagen de archivo. © Bettmann/CORBIS
Escribía Sylvia Plath (Boston, 1932-Londres, 1963) como si pintara, pero también, como si escenificara, como si reviviera, como si recompusiera algo roto.
 Que escribiera su primer poema a los ocho años, al poco de morir su padre —figura clave de su poesía, representada siempre por algo relacionado con las abejas, pues era aficionado a la apicultura—, apunta en ese sentido. 
También lo hace La campana de cristal
Su única novela es un clásico del feminismo, sí, pero, sobre todo, de la literatura universal y de un nihilismo en extremo pasional, nacido de una neurosis casi mística —o lo raro que es ser espectador de tu propia vida cuando no le encuentras sentido—. Publicada apenas un mes antes de su suicidio —tan morbosamente cotidiano que pudo condenar, y puede que lo hiciera durante demasiado tiempo, a su obra a mero apéndice de su malograda y fascinante persona—, la obra vuelve, seis décadas después, vía Literatura Random House, en una nueva traducción, a cargo de Eugenia Vázquez Nacarino, la voz, en español, de Lucia Berlin.
 Y lo hace acompañada del inédito Mary Ventura y el noveno reino, un relato que coquetea con lo fantástico y el terror.
Obsesionada con acabar con los roles impuestos a la mujer desde niña —nunca pudo entender por qué su madre fue incapaz de escapar de la jaula de su condición de viuda y madre—, Plath creció imponiéndose a todos y a todo.
 Desde niña destacó en todo lo que hizo y ya en la universidad (la Smith de Massachusetts, el centro privado solo para chicas en el que se ambienta el tórrido verano de La campana de cristal), le escribió a un amigo:
 “Líbreme de cocinar tres veces al día, líbreme de la inexorable jaula de la rutina y la costumbre.
 Amo la libertad. Deploro las restricciones y las limitaciones. Yo soy yo.
 Yo soy poderosa. Creo que me gustaría llamarme: La chica que quería ser Dios”. 
Sin embargo, fue en esa época cuando intentó matarse por primera vez. 
 Porque toda esa fuerza interior, ese deseo imparable, se topaba con todo tipo de obstáculos que su monstruosa neurosis convertía en agujeros negros dispuestos a devorarla. 
 Su vida puede verse así en el periplo de Esther Greenwood, la narradora de La campana de cristal, esa universitaria autodestructiva que no encuentra sentido a su existencia, pero tampoco a la de todos los demás.
 
“No sé hasta qué punto pesa hoy su figura frente a su obra, pero sí considero que es una de esas escritoras que, robando la idea a Edith Södergran, escribieron para quienes la leerían en el futuro. 
Cuanto más tiempo pasa, cuanto más la releo, más hallazgos me brinda y más grande me parece.
 Creo que conocer su biografía permite leerla de otra forma, no mejor ni peor, sino distinta”, dice la poeta Elena Medel, que colecciona compulsivamente ediciones de Ariel, el primer poemario póstumo de Plath.
 “Regreso a los poemas de Ariel cada vez que afronto un nuevo libro o cuando un poema se me resiste” confiesa. Cree la poeta que la obra de Plath “parte de un supuesto confesional, de experiencias de una intimidad honda, pero la autobiografía no ocupa el centro: todo lo contrario. 
Sirve como punto de partida, como excusa, porque trabaja con lo personal universal, por así decirlo: una primera persona en singular que se ofrece como propia a quien la lee”. 
Eso es exactamente lo que ocurre en La campana de cristal, y en el pequeño, pero solo en tamaño, Mary Ventura y el noveno reino.
Para la traductora Eugenia Vázquez Nacarino, resucitar la única novela de Plath ha sido como cumplir un sueño.
 La campana de cristal no solo fue una lectura de juventud que la marcó, sino también uno de los primeros libros que leyó en inglés. Le apetecía “muchísimo” meterse en la piel de esa mujer fuerte que, dice, “escribió un retrato feroz de la presión social que se ejercía sobre las mujeres a mediados de los años cincuenta en EE UU y, por extensión, en el mundo occidental”. 
Una mujer fuerte a la que derribó el fin de su tormentosa relación con Ted Hughes, pero, también, en realidad, la vida, esa limitada y muerta jaula de cuidados
A Vázquez Nacarino, que tiene una muy pasional forma de trabajar, pues intenta “habitar”, en la medida de lo posible “la mente” del escritor al que traduce, le parece que la escritura de Plath imita, sin saberlo, a su persona. 
“Ella decía de sí misma que podía irse de un extremo irreconciliable a otro, porque era así, porque lo quería todo, vivir en el campo y a la vez en la ciudad, y tiene una forma de escribir que refleja esa personalidad cambiante, cínica y súper cándida, algo que se nota incluso en la forma en que construye las frases, en la manera de adjetivar, en el uso de los colores, en la plasticidad de su prosa, muy creativa, en cierto sentido, sinestésica”, dice. 
También, afirma, que siempre fue “una espectadora de sí misma”..

Feminismo y electrochoques

Nacida en Boston, en 1932, Sylvia Plath mostró gran talento desde su infancia. Publicó su primer poema con 8 años.
Feminista, no quiso aceptar el rol que la sociedad esperaba de las mujeres.
Intentó suicidarse en su primer año en la universidad, por lo que fue tratada con electrochoques.
En Cambridge conoció al poeta Ted Hughes, con el que se casó en 1956.
Su matrimonio acabó por las infidelidades de su marido. Plath se instaló en Londres con sus dos hijos.
Se suicida el 11 de febrero de 1963 asfixiándose con gas, cuando se encontraba enferma y casi sin dinero.


 

Retrato doble de la mujer artista............................... Estrella de Diego...

Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, grandes maestras del 1600 italiano, protagonizan una exposición cruzada en el Museo del Prado.

 Es la segunda muestra protagonizada por creadoras en sus 200 años de historia

Desde la izquierda, 'La partida de ajedrez' (1555), 'Retrato de familia' (1558) y 'Bianca Ponzoni' (1577), de Anguissola.
Desde la izquierda, 'La partida de ajedrez' (1555), 'Retrato de familia' (1558) y 'Bianca Ponzoni' (1577), de Anguissola. EL PAÍS
Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana tienen poco de recién llegadas a la historiografía del arte, aunque su prolongada ausencia del canon occidental haya invitado a pensar lo contrario. 
El Museo del Prado se sumó ayer a las instituciones internacionales que en los últimos años están llenando el vacío de mujeres artistas con la presentación de una exposición contundente de las dos pintoras del 1600 italiano (hasta el 2 de febrero).
 No son las primeras grandes maestras que han llenado las salas del museo. 
Más allá de la monográfica de Clara Peeters, en 2016, ya en 1985 unos cuadros excepcionales de Artemisia Gentileschi resplandecieron en la exposición Pintura napolitana. De Caravaggio a Giordano.

Hoy las cosas han cambiado y los préstamos de las artistas están muy disputados entre los museos internacionales. También en esta ocasión la iniciativa ha despertado una enorme curiosidad, a juzgar por la sala a rebosar, ayer, durante la presentación de la exposición por parte de la comisaria, Leticia Ruiz.

 Y puede que sea por las razones equivocadas —las mujeres son ahora trending topic—, aunque eso sea en el fondo irrelevante: lo importante es que las grandes maestras se expongan y se conozcan como la calidad de sus trabajos merecen.



Desde que Ann Sutherland Harris y Linda Nochlin hicieran en Los Angeles County Museum la primera gran exposición de mujeres artistas a mediados de la década de 1970, Mujeres artistas 1550-1950, ambas han ocupado páginas y libros completos; reflexiones y muestras monográficas.
 Ya nadie pondría en tela de juicio que Anguissola (Cremona, 1535-Palermo, 1625) y Fontana (Bolonia, 1552-Roma, 1614) son dos referentes del arte occidental, capaces de sostener la comparación con cualquiera de sus contemporáneos. 
Ambas fueron además artistas reconocidas en su momento: en la corte de Felipe II en el caso de Anguissola, hija de una conocida familia de Cremona, y entre los sofisticados círculos boloñeses en el de Fontana, quien pronto mostró sus aspiraciones profesionales. Pese a todo, en su caso, como en el de otras mujeres artistas, el relato excluyente las ha ido borrando de la narrativa, hasta hacerlas desaparecer casi por completo.
A estas dos mujeres separadas por veinte años les une, además, un acercamiento novedoso hacia la educación de las damas entre las clases intelectuales de entonces: las jóvenes debían recibir una instrucción esmerada en las artes y las letras, pues, como dijera Castiglione en Il cortigiano (1528), las cosas que pueden entender los hombres las pueden entender las mujeres también.
 Esta respuesta de reafirmación personal, tan extendida entre las señoras de la época, podría justificar los numerosos autorretratos de ambas que se exponen en el Prado y en los cuales se representan pintando o tocando la espineta, como perfectas damas del Renacimiento.
Aquí se encuentra una de las primeras contradicciones de las muchas que plantea a cada paso el papel de las artistas. 
Si por un lado, los autorretratos en diferentes actividades subrayan el orgullo de una formación cuidada, por el otro, desactivan la idea misma de profesionalidad: no son únicamente pintoras. 
No hay nada que temer.
En esta ocasión se ha optado por exponerlas juntas y tal vez es posible hacerlo solo por las enormes diferencias entre ambas, por sus estilos a ratos divergentes, incluso por sus vidas, condicionadas por sus lugares de procedencia y sus circunstancias familiares.
 Y su diferencia de estilos no es, desde luego, un asunto menor cuando se habla de mujeres artistas: durante mucho tiempo se han incluido todas en un gran cajón de afinidades por el simple hecho de ser mujeres. 
Parecía que las mujeres han pintado como mujeres sin más, aunque nadie haya sabido explicar muy bien en qué consisten las afinidades básicas, aparte de menos oportunidades de formación —las mujeres no podían compartir taller con otros chicos— y los clásicos obstáculos de los que hablaba la escritora australiana Germaine Greer.
Pese a todo, cabe preguntarse por las razones de la transformación de un proyecto individual de partida, dedicado solo a Sofonisba Anguissola, a otro en el que comparte protagonismo con otra mujer, como si las mujeres necesitaran siempre muletas de otros nombres, otros hombres, otras mujeres incluso.
 ¿No es posible hacer una exposición de una mujer sola, como se hace de Goya, El Greco o Picasso?
Sin duda, esas sospechas provienen de esa deformación profesional que me mantiene alerta siempre que se exponen mujeres artistas.
 Ya pasó con la estupenda muestra de Clara Peeters que, sin que nadie entendiera por qué, acababa con el cuadro de un artista muy conocido pero colocado allí sin mucho sentido.
Sin embargo, viendo las modulaciones de la brillante muestra, comisariada por Leticia Ruiz, teniendo sobre todo la ocasión de ver juntos tantos retratos de dos pintoras casi antitéticas —Anguissola la contenida y poco prolífica; 
Lavinia productiva y dúctil, a veces casi simbolista—, comparando las expresiones de las hermanitas jugando al ajedrez de Anguissola con las del arreglo de novia de Fontana, queda claro que es un privilegio ver el relato que cuentan estas dos mujeres artistas cuya desaparición impuso la historia.