Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 oct 2019

El regreso de “la chica que quería ser Dios”...... Laura Fernández

Una nueva edición de su novela ‘La campana de cristal’ y un relato inédito devuelven a Sylvia Plath a las librerías.

Sylvia Plath, en una imagen de archivo.
Sylvia Plath, en una imagen de archivo. © Bettmann/CORBIS
Escribía Sylvia Plath (Boston, 1932-Londres, 1963) como si pintara, pero también, como si escenificara, como si reviviera, como si recompusiera algo roto.
 Que escribiera su primer poema a los ocho años, al poco de morir su padre —figura clave de su poesía, representada siempre por algo relacionado con las abejas, pues era aficionado a la apicultura—, apunta en ese sentido. 
También lo hace La campana de cristal
Su única novela es un clásico del feminismo, sí, pero, sobre todo, de la literatura universal y de un nihilismo en extremo pasional, nacido de una neurosis casi mística —o lo raro que es ser espectador de tu propia vida cuando no le encuentras sentido—. Publicada apenas un mes antes de su suicidio —tan morbosamente cotidiano que pudo condenar, y puede que lo hiciera durante demasiado tiempo, a su obra a mero apéndice de su malograda y fascinante persona—, la obra vuelve, seis décadas después, vía Literatura Random House, en una nueva traducción, a cargo de Eugenia Vázquez Nacarino, la voz, en español, de Lucia Berlin.
 Y lo hace acompañada del inédito Mary Ventura y el noveno reino, un relato que coquetea con lo fantástico y el terror.
Obsesionada con acabar con los roles impuestos a la mujer desde niña —nunca pudo entender por qué su madre fue incapaz de escapar de la jaula de su condición de viuda y madre—, Plath creció imponiéndose a todos y a todo.
 Desde niña destacó en todo lo que hizo y ya en la universidad (la Smith de Massachusetts, el centro privado solo para chicas en el que se ambienta el tórrido verano de La campana de cristal), le escribió a un amigo:
 “Líbreme de cocinar tres veces al día, líbreme de la inexorable jaula de la rutina y la costumbre.
 Amo la libertad. Deploro las restricciones y las limitaciones. Yo soy yo.
 Yo soy poderosa. Creo que me gustaría llamarme: La chica que quería ser Dios”. 
Sin embargo, fue en esa época cuando intentó matarse por primera vez. 
 Porque toda esa fuerza interior, ese deseo imparable, se topaba con todo tipo de obstáculos que su monstruosa neurosis convertía en agujeros negros dispuestos a devorarla. 
 Su vida puede verse así en el periplo de Esther Greenwood, la narradora de La campana de cristal, esa universitaria autodestructiva que no encuentra sentido a su existencia, pero tampoco a la de todos los demás.
 
“No sé hasta qué punto pesa hoy su figura frente a su obra, pero sí considero que es una de esas escritoras que, robando la idea a Edith Södergran, escribieron para quienes la leerían en el futuro. 
Cuanto más tiempo pasa, cuanto más la releo, más hallazgos me brinda y más grande me parece.
 Creo que conocer su biografía permite leerla de otra forma, no mejor ni peor, sino distinta”, dice la poeta Elena Medel, que colecciona compulsivamente ediciones de Ariel, el primer poemario póstumo de Plath.
 “Regreso a los poemas de Ariel cada vez que afronto un nuevo libro o cuando un poema se me resiste” confiesa. Cree la poeta que la obra de Plath “parte de un supuesto confesional, de experiencias de una intimidad honda, pero la autobiografía no ocupa el centro: todo lo contrario. 
Sirve como punto de partida, como excusa, porque trabaja con lo personal universal, por así decirlo: una primera persona en singular que se ofrece como propia a quien la lee”. 
Eso es exactamente lo que ocurre en La campana de cristal, y en el pequeño, pero solo en tamaño, Mary Ventura y el noveno reino.
Para la traductora Eugenia Vázquez Nacarino, resucitar la única novela de Plath ha sido como cumplir un sueño.
 La campana de cristal no solo fue una lectura de juventud que la marcó, sino también uno de los primeros libros que leyó en inglés. Le apetecía “muchísimo” meterse en la piel de esa mujer fuerte que, dice, “escribió un retrato feroz de la presión social que se ejercía sobre las mujeres a mediados de los años cincuenta en EE UU y, por extensión, en el mundo occidental”. 
Una mujer fuerte a la que derribó el fin de su tormentosa relación con Ted Hughes, pero, también, en realidad, la vida, esa limitada y muerta jaula de cuidados
A Vázquez Nacarino, que tiene una muy pasional forma de trabajar, pues intenta “habitar”, en la medida de lo posible “la mente” del escritor al que traduce, le parece que la escritura de Plath imita, sin saberlo, a su persona. 
“Ella decía de sí misma que podía irse de un extremo irreconciliable a otro, porque era así, porque lo quería todo, vivir en el campo y a la vez en la ciudad, y tiene una forma de escribir que refleja esa personalidad cambiante, cínica y súper cándida, algo que se nota incluso en la forma en que construye las frases, en la manera de adjetivar, en el uso de los colores, en la plasticidad de su prosa, muy creativa, en cierto sentido, sinestésica”, dice. 
También, afirma, que siempre fue “una espectadora de sí misma”..

Feminismo y electrochoques

Nacida en Boston, en 1932, Sylvia Plath mostró gran talento desde su infancia. Publicó su primer poema con 8 años.
Feminista, no quiso aceptar el rol que la sociedad esperaba de las mujeres.
Intentó suicidarse en su primer año en la universidad, por lo que fue tratada con electrochoques.
En Cambridge conoció al poeta Ted Hughes, con el que se casó en 1956.
Su matrimonio acabó por las infidelidades de su marido. Plath se instaló en Londres con sus dos hijos.
Se suicida el 11 de febrero de 1963 asfixiándose con gas, cuando se encontraba enferma y casi sin dinero.


 

Retrato doble de la mujer artista............................... Estrella de Diego...

Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, grandes maestras del 1600 italiano, protagonizan una exposición cruzada en el Museo del Prado.

 Es la segunda muestra protagonizada por creadoras en sus 200 años de historia

Desde la izquierda, 'La partida de ajedrez' (1555), 'Retrato de familia' (1558) y 'Bianca Ponzoni' (1577), de Anguissola.
Desde la izquierda, 'La partida de ajedrez' (1555), 'Retrato de familia' (1558) y 'Bianca Ponzoni' (1577), de Anguissola. EL PAÍS
Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana tienen poco de recién llegadas a la historiografía del arte, aunque su prolongada ausencia del canon occidental haya invitado a pensar lo contrario. 
El Museo del Prado se sumó ayer a las instituciones internacionales que en los últimos años están llenando el vacío de mujeres artistas con la presentación de una exposición contundente de las dos pintoras del 1600 italiano (hasta el 2 de febrero).
 No son las primeras grandes maestras que han llenado las salas del museo. 
Más allá de la monográfica de Clara Peeters, en 2016, ya en 1985 unos cuadros excepcionales de Artemisia Gentileschi resplandecieron en la exposición Pintura napolitana. De Caravaggio a Giordano.

Hoy las cosas han cambiado y los préstamos de las artistas están muy disputados entre los museos internacionales. También en esta ocasión la iniciativa ha despertado una enorme curiosidad, a juzgar por la sala a rebosar, ayer, durante la presentación de la exposición por parte de la comisaria, Leticia Ruiz.

 Y puede que sea por las razones equivocadas —las mujeres son ahora trending topic—, aunque eso sea en el fondo irrelevante: lo importante es que las grandes maestras se expongan y se conozcan como la calidad de sus trabajos merecen.



Desde que Ann Sutherland Harris y Linda Nochlin hicieran en Los Angeles County Museum la primera gran exposición de mujeres artistas a mediados de la década de 1970, Mujeres artistas 1550-1950, ambas han ocupado páginas y libros completos; reflexiones y muestras monográficas.
 Ya nadie pondría en tela de juicio que Anguissola (Cremona, 1535-Palermo, 1625) y Fontana (Bolonia, 1552-Roma, 1614) son dos referentes del arte occidental, capaces de sostener la comparación con cualquiera de sus contemporáneos. 
Ambas fueron además artistas reconocidas en su momento: en la corte de Felipe II en el caso de Anguissola, hija de una conocida familia de Cremona, y entre los sofisticados círculos boloñeses en el de Fontana, quien pronto mostró sus aspiraciones profesionales. Pese a todo, en su caso, como en el de otras mujeres artistas, el relato excluyente las ha ido borrando de la narrativa, hasta hacerlas desaparecer casi por completo.
A estas dos mujeres separadas por veinte años les une, además, un acercamiento novedoso hacia la educación de las damas entre las clases intelectuales de entonces: las jóvenes debían recibir una instrucción esmerada en las artes y las letras, pues, como dijera Castiglione en Il cortigiano (1528), las cosas que pueden entender los hombres las pueden entender las mujeres también.
 Esta respuesta de reafirmación personal, tan extendida entre las señoras de la época, podría justificar los numerosos autorretratos de ambas que se exponen en el Prado y en los cuales se representan pintando o tocando la espineta, como perfectas damas del Renacimiento.
Aquí se encuentra una de las primeras contradicciones de las muchas que plantea a cada paso el papel de las artistas. 
Si por un lado, los autorretratos en diferentes actividades subrayan el orgullo de una formación cuidada, por el otro, desactivan la idea misma de profesionalidad: no son únicamente pintoras. 
No hay nada que temer.
En esta ocasión se ha optado por exponerlas juntas y tal vez es posible hacerlo solo por las enormes diferencias entre ambas, por sus estilos a ratos divergentes, incluso por sus vidas, condicionadas por sus lugares de procedencia y sus circunstancias familiares.
 Y su diferencia de estilos no es, desde luego, un asunto menor cuando se habla de mujeres artistas: durante mucho tiempo se han incluido todas en un gran cajón de afinidades por el simple hecho de ser mujeres. 
Parecía que las mujeres han pintado como mujeres sin más, aunque nadie haya sabido explicar muy bien en qué consisten las afinidades básicas, aparte de menos oportunidades de formación —las mujeres no podían compartir taller con otros chicos— y los clásicos obstáculos de los que hablaba la escritora australiana Germaine Greer.
Pese a todo, cabe preguntarse por las razones de la transformación de un proyecto individual de partida, dedicado solo a Sofonisba Anguissola, a otro en el que comparte protagonismo con otra mujer, como si las mujeres necesitaran siempre muletas de otros nombres, otros hombres, otras mujeres incluso.
 ¿No es posible hacer una exposición de una mujer sola, como se hace de Goya, El Greco o Picasso?
Sin duda, esas sospechas provienen de esa deformación profesional que me mantiene alerta siempre que se exponen mujeres artistas.
 Ya pasó con la estupenda muestra de Clara Peeters que, sin que nadie entendiera por qué, acababa con el cuadro de un artista muy conocido pero colocado allí sin mucho sentido.
Sin embargo, viendo las modulaciones de la brillante muestra, comisariada por Leticia Ruiz, teniendo sobre todo la ocasión de ver juntos tantos retratos de dos pintoras casi antitéticas —Anguissola la contenida y poco prolífica; 
Lavinia productiva y dúctil, a veces casi simbolista—, comparando las expresiones de las hermanitas jugando al ajedrez de Anguissola con las del arreglo de novia de Fontana, queda claro que es un privilegio ver el relato que cuentan estas dos mujeres artistas cuya desaparición impuso la historia.


 

21 oct 2019

Las fotos de la boda de Rafa Nadal y Mery Perelló

El tenista y su esposa distribuyen imágenes de su enlace 24 horas después de protagonizar una ceremonia blindada.

boda rafa nadal 
Rafa Nadal y Mery Perelló, este sábado, en un momento de la celebración de su enlace.

 

20 oct 2019

K-pop: los dramas que la gloria esconde................ Jaime Santirso

El supuesto suicidio de la cantante Sulli ha reabierto el debate sobre la enorme presión a la que la industria somete a sus estrellas y los tabúes que rodean a la salud mental y el suicidio en Corea del Sur.

De izquierda a derecha: Kim Jong-hyun, Sulli y Seo Min-Woo.
De izquierda a derecha: Kim Jong-hyun, Sulli y Seo Min-Woo.
Hace dos años, el suicidio de la estrella de K-pop Jonghyun, de 27 años, causó en enorme impacto en Corea del Sur
 El día de su funeral, sus compañeros del grupo SHINnee cargaron con el féretro ante la atenta mirada de muchos otros rostros conocidos del mundo del espectáculo. 
Sulli, amiga del fallecido, estaba allí. 
En la tarde de este lunes, su representante encontró el cuerpo de la cantante y actriz de 25 años en su casa de Seúl. 
Aunque se desconocen las circunstancias de su muerte, la hipótesis oficial apunta a que también ella se habría quitado la vida
 Su fallecimiento ha reabierto el debate respecto a la enorme presión a la que la industria somete a sus estrellas, así como el tabú que rodea la salud mental y el suicidio en el país asiático.

El K-pop se ha convertido en uno de los símbolos de Corea del Sur. Lo que surgió como un nuevo género se ha expandido hasta cubrir la música comercial por completo, en un proceso que no tiene nada de espontáneo: todo lo que rodea a sus pegadizas melodías es resultado de una cuidadosa construcción, empezando por los artistas que las cantan
 El método por el que las grandes productoras preparan a sus talentos es conocido como “la granja de ídolos”. 
Aquellos jóvenes seleccionados en los castigs dedican entre tres y cinco años –en algunos casos hasta diez– a un exigente programa de formación en el que su tiempo se reparte entre el ejercicio físico, la práctica de coreografías, la técnica vocal y el estudio de idiomas.
A lo largo de este adiestramiento, cada detalle de las futuras estrellas se pule por medio de dieta, vestimenta o cirugía
 Los escasos elegidos que logren debutar sobre un escenario deberán firmar un contrato que les otorgará a las productoras un control casi absoluto sobre su vida personal. 
Una de las cláusulas más comunes establece, por ejemplo, que los artistas deben permanecer solteros.
 El propio Jonghyun lo sufrió en sus carnes: el descubrimiento de su idilio con otra celebridad provocó la reacción airada de sus seguidores.
Onew, Taemin, Jonghyun, Minho y Key de la banda coreana SHINee. 
Onew, Taemin, Jonghyun, Minho y Key de la banda coreana SHINee.
El nombre real de Sulli era Choi Jin-ri. 
En 2009 saltó a la fama al incorporarse al grupo F(x), un quinteto femenino gestionado por SM Entertainment. 
En opinión de Saeji, la artista “era alguien que no quería ver su expresión personal restringida; no era una activista, solo hablaba por ella misma, pero lo que decía conectaba con las mujeres surcoreanas”.
 Sulli, con más de seis millones de seguidores en Instagram, fue una de las pocas celebridades que se posicionó a favor del aborto tras su ilegalización en abril de este año. 
También abanderó el movimiento no bra –defendiendo la libertad de las mujeres a no vestir sujetador– y habló en público acerca de sus problemas de salud mental.


“Una vez que han debutado, los cantantes pierden cualquier oportunidad de tener una vida normal. 
El escrutinio es enorme y todo lo que hacen tiene un gran impacto, por eso deben ser perfectos, no solo de cara a ellos mismos, sino también por sus compañeros de grupo y su empresa”, explica CedarBough T. Saeji, profesora de idiomas y culturas orientales en la Universidad de Indiana.
 “Esta presión, sumada a la aparición constante en todo tipo de plataformas sin ningún espacio para la expresión individual, puede resultar muy complicado de soportar para alguien como Sulli”.

El fallecimiento de Sulli ha devuelto a la memoria colectiva el suicidio de Jonghyun.
 En su nota de despedida, el cantante dejó escrito: “Estoy roto por dentro.
 La tristeza que me ha estado devorando lentamente finalmente me ha tragado entero. No he podido superarlo”.
 Su caso hace hincapié en las repercusiones que este sistema tiene en la salud mental de los artistas.
 Pero abordar esta cuestión es complicado: “Existe un profundo estigma alrededor de la salud mental en Corea del Sur”, apunta Saeji. “A eso se suma el hecho de que sea una sociedad de vergüenza más que de culpa: la manera de lidiar con ella es contenerla en uno mismo, es una manera de tomar responsabilidad”.
Quizá por eso, el suicidio es un gran problema social. 
Ningún otro país de la OCDE –la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico– tiene una tasa superior a la de Corea del Sur: casi 3 personas de cada 1.000 fallecen de su propia mano, según datos de la institución.
 O lo que es lo mismo: la cuarta causa de muerte entre la población general, la primera entre los jóvenes de 10 a 30 años.