Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 sept 2019

Tradiciones que matan…..... a las mujeres........... Por: Alejandra Agudo

Afifa AzimEl vídeo coincide en el tiempo con la visita a España de la activista Afifa Azim, ex directora de Afghan Women’s Network, que impartió una conferencia sobre la mujer en Afganistán el pasado 10 de julio en la Universidad Menéndez Pelayo.
En su intervención dijo que la violencia doméstica se da por “tradición”.
“Es algo que forma parte de la manera de ser del país. No es resultado de la guerra, sino de la cultura”, sentenció.
 Hay tradiciones que matan, y mucho.

 Pero con los disparos, las lapidaciones o las palizas no solo mueren las mujeres, mueren los derechos humanos universales.
En un repaso por la historia de la situación de la mujer en Afganistán, las fotografías de féminas de los años 60 que muestra Azim en su ponencia podrían confundirse con una imagen de España en aquellos tiempos.
Pero después, en aquel país vino la ocupación soviética, la guerra, y de nuevo la ocupación internacional. 

En cada capítulo de ese proceso, la mujer ha perdido.
“En 1921 las mujeres afganas podían viajar al extranjero para estudiar, la forma de vestir era distinta, podían  trabajar fuera de la casa...”, recuerda Azim, como quien aspira a volver a principios del siglo XX.

 “Antes de la llegada de los rusos vivían bien”, sentencia. Durante el tiempo que los soviéticos estuvieron Afganistán se empezó a hablar de igualdad, pero Azim cree que la sociedad "no estaba preparada", aunque "hubo cambios".

. Después, a partir de 1992 (comienzo de la guerra civil), según el relato de la activista, hubo un retroceso: las chicas no querían ir a la escuela por si las violaban por el camino, los talibanes mataban a mujeres en estadios de fútbol y las golpeaban si salían solas de casa sin un hombre al lado.
 “Fue una época muy mala”, dice Azim mientras lo explica, casi con serenidad, mientras se suceden en su presentación Power Point las fotografías de mujeres amoratadas a golpes, sin nariz, sin rostro.
"En 20 años de guerra hemos perdido muchas cosas", añade.


 La semblanza de la ponente mientras explica las imágenes evoca la serenidad que demuestra la joven Najiba antes de morir, sin gritos de clemencia, esperando su fatal destino ya asumido.


En 2001 las fuerzas de la OTAN, lideradas por EE UU y Gran Bretaña, invadieron Afganistán… y más de una década después las ejecuciones continúan.
Azim confía en que “ahora hay oportunidades para la mujer”. Pero tienen mucho trabajo: frenar los asesinatos, las palizas por salir de casa sin compañía masculina, acabar con los matrimonios infantiles en contra de la voluntad de los menores -y en los que la mujer debe obedecer sin rechistar los deseos del varón-, tiene que cambiar la actitud de repudio familiar cuando una mujer se divorcia, deben poder volver a confiar en la seguridad de las calles para que las niñas vayan a la escuela, se formen, trabajen… (sin ser maltratadas en el intento).
“Fuera se piensa que esto ocurre por el islam, pero no es así, es por la cultura”, afirma contundente la activista. Y cambiar las tradiciones lleva muchas generaciones.

Pero no hay que dejar solo que el tiempo pase para que las cosas vayan a mejor (podría ocurrir lo contrario). La acción es importante. ¿Qué hacen las activistas afganas para luchar por los derechos de la mujer? “Llevamos este problema ante los ojos del mundo”, responde la conferenciante.
 “Pedimos a la comunidad internacional que cuando otorgue fondos a Afganistán lo haga con condiciones”, añade.  El fotoperiodista Gervasio Sánchez, con larga trayectoria en la cobertura de conflictos armados, cree que la respuesta de la comunidad internacional es “nula” y “mira sistemáticamente para otro lado”. Así lo dijo en una rueda de prensa sobre el curso Afganistán, una década perdida, en el que participa Azim.

La ayuda, sin embargo, no siempre tiene que venir de fuera, debe nacer también desde el interior del país.
 Nadie puede cambiar la cultura de los ciudadanos afganos de la que habla Azim, sino ellos mismos.
Con leyes que se respeten, aunque contradigan la tradición.
 “Es fundamental que se haga cumplir la ley que castiga la violencia contra la mujer.
 La gente sigue la ley. 
Esa es la manera de luchar contra la tradición”, dice Azim. Sánchez coincide
. Y denuncia que los jueces afganos sentencian a favor del “mejor postor” y que el sistema se ha convertido “en una justicia de pago”. En su comparecencia, el periodista relató cómo una mujer que intente divorciarse o denuncie a su marido por malos tratos “puede acabar en la cárcel acusada por testigos falsos”.
Entonces, ¿qué hacer si la manzana está podrida por dentro? ¿Qué hacer si se no se condena a quienes infringen la ley, si nadie lleva a los hombres frente a la justicia? “¿Qué pueden hacer las mujeres si nadie las protege?”, se pregunta la activista.

Meghan Markle y el debate de cómo debe ser la monarquía

La llegada de la duquesa de Sussex a la corte británica reabre la reflexión sobre el modelo de la familia real en el siglo XXI.

Meghan Markle en la presentación de su línea solidaria, en Londres, el pasado 12 de septiembre.
Meghan Markle en la presentación de su línea solidaria, en Londres, el pasado 12 de septiembre. Getty

 

Áspero..................................................... Juan José Millás.

Hay sociedades a las que le vendría muy bien un ansiolítico, un relajante muscular, no sé, un sedante que las arrancara de la estupefacción.

Una persona toma una pastilla para dormir.
Una persona toma una pastilla para dormir.
La realidad se altera cuando dormimos mal. Sale uno de la cama con un embotamiento de carácter anímico que lo acompaña durante todo el día.

 

La mirada sucia................................. Javier Marías .

Como tocar se ha convertido en algo pecaminoso y en una agresión, la gente debe pagar para que el tacto no desaparezca enteramente de sus vidas.

HACE DECENIOS, cuando mi amigo Rafael Ruiz de la Cuesta trabajaba de traductor en Nueva York, en las Naciones Unidas, me contaba que, si se cruzaba en un pasillo con alguien, debía tener extremo cuidado para ni siquiera rozarlo, porque de lo contrario podía verse en un aprieto, según la susceptibilidad de la persona rozada.
 No recuerdo si había reglas al respecto o si todavía era sólo un riesgo que se corría.
 Ahora sí que hay Universidades y empresas estadounidenses en las que todo contacto físico está prohibido, incluido el de estrecharse la mano.
 En los últimos tiempos hemos sabido de denuncias contra personas que, al hacerse una foto de grupo, han apoyado levemente la mano en la cintura o el hombro de quien estaba a su lado, y esos gestos de cordialidad o amabilidad han sido calificados de “tocamientos inapropiados”, cuando no de “manoseo”. 
No sé, para mí ese gesto de “acompañar” al cruzar una calle, o de empujar suavemente el codo de alguien al atravesar una puerta, instándolo así a pasar primero, son parte de la normalidad más absoluta, y de la cortesía.

Exactamente lo mismo que removerle el pelo a un chaval en muestra de pasajero afecto, o que acariciarle la cabeza a un bebé.
 A nadie que visite los Estados Unidos se le ocurra hoy hacer eso, porque lo más probable es que se encuentre, en el mejor de los casos, con un padre o una madre furibundos que le espeten: “¿Qué le está haciendo a mi hijo, o a mi hija? 
Ni se le ocurra ponerles un dedo encima”, y, en el peor, con una denuncia en regla por “abuso de menores”. 
Tampoco es aconsejable dirigirles la palabra a los críos, porque esos padres histéricos se alarmarán igualmente, pensarán que los está persuadiendo para cometer iniquidades y pervirtiéndolos.
Este comportamiento enloquecido es producto de algo muy sencillo: mirarlo todo siempre con malos ojos;
 pensar siempre lo peor; ver intenciones turbias, cuando no podridas, en cualquier acercamiento; contemplar el mundo siempre con ojos sucios y con suspicacia;
 inferir que nuestros semejantes son depravados y que siempre los guía el mal.
 Claro que hay gente ante la que conviene estar en guardia, pero extender la sospecha al conjunto de la humanidad es una triste y medrosa manera de existir.
 Es la que, al menos en los Estados Unidos, se ha elegido.
 Y claro, acaba sucediendo lo grotesco.
 Como tocar, y aun rozarse, se ha convertido en algo pecaminoso y en una agresión, la gente debe organizarse y pagar para que el tacto no desaparezca enteramente de sus patéticas vidas. 
El pasado agosto EL PAÍS publicó un reportaje sobre la conversión de la “epidemia de soledad en un negocio”
 Se ofrece “comprar abrazos, paseos en compañía o ‘actividades familiares’ a adultos solitarios”. 
Se celebran “encuentros para charlar” y —atención— “fiestas de abrazos”: por 20 dólares se pueden tocar unos a otros, eso sí, “sin intenciones sexuales”.
 Hay una plataforma, Rent a Friend, que, como su nombre indica, proporciona “amigos de alquiler” en varios países y cuenta con 600.000 abonados, que pagan entre 10 y 50 dólares por hora.
 Cómo no, han de observar un “protocolo”: reunirse en un lugar público, tener el móvil a mano, decirle a un conocido dónde van a estar y a qué hora planean regresar. (Todo como adolescentes de permiso.)
 Aquí el contacto físico está vedado, no como en las “fiestas de abrazos”, y hay “vigilantes” encargados de que las normas no se infrinjan. 
Pero no crean: en las mencionadas “fiestas”, frecuentadas sobre todo por individuos de entre 35 y 70 años, es preceptivo el pijama “para no potenciar el deseo sexual”, de lo cual deduzco —lo ignoraba— que esa prenda nocturna está considerada anafrodisiaca, o provoca repelús y anula toda lujuria, no tengo ni idea.
 Lo cierto es que, en una foto ridícula que ilustraba el reportaje, se veía a un grupito de mujeres y hombres, más bien jóvenes, sentados uno detrás de otro en el suelo y apoyando cada cual, castísimamente, las manos en los hombros de quien lo predecía. (Si eso son abrazos, que venga John Ford y lo vea.) Y, en efecto, todos vestían camisetas holgadas, pijamas e incluso skijamas de presidiarios con rayas horizontales, e iban descalzos (¿los pies también anafrodisiacos?). 
Al fondo se distinguía a un robusto varón boca arriba y a una mujer, roque, medio apoyada en su pecho. 
La autora del reportaje no parecía tomarse nada de esto con ironía. Si vive en los Estados Unidos, quizá lo encuentre normal.
 A mí, qué quieren, el texto y las fotos me provocaron una mezcla de hilaridad y vergüenza ajena.
Si hablo de ello es porque, como sabemos, todas las memeces de los Estados Unidos acaban por instalarse aquí: a mi modesto y arbitrario juicio, España es el tercer país más idiota de Occidente, y el más americanizado. 
Todavía, por suerte, nos parece natural darnos palmadas, tocarnos el codo, besarnos en la mejilla, ponernos la mano en la cintura o el hombro, pasarle el brazo por encima a alguien como espontáneo gesto de afecto.
 Les recomiendo encarecidamente que conserven estas costumbres, o pronto tendremos que organizar dichos gestos, pagar euros por ellos, y, lo que es más humillante y molesto, desplazarnos en pijama por la ciudad.