El vídeo coincide en el tiempo con la visita a España de la activista Afifa Azim, ex directora de Afghan Women’s Network, que impartió una conferencia sobre la mujer en Afganistán el pasado 10 de julio en la Universidad Menéndez Pelayo.
En su intervención dijo que la violencia doméstica se da por “tradición”.
“Es algo que forma parte de la manera de ser del país. No es resultado de la guerra, sino de la cultura”, sentenció.
Hay tradiciones que matan, y mucho.
Pero con los disparos, las
lapidaciones o las palizas no solo mueren las mujeres, mueren los
derechos humanos universales.
En un repaso por la historia de la situación de la mujer en Afganistán,
las fotografías de féminas de los años 60 que muestra Azim en su
ponencia podrían confundirse con una imagen de España en aquellos
tiempos.
Pero después, en aquel país vino la ocupación soviética, la guerra, y
de nuevo la ocupación internacional.
En cada capítulo de ese proceso,
la mujer ha perdido.
“En 1921 las mujeres afganas podían viajar al extranjero para estudiar,
la forma de vestir era distinta, podían trabajar fuera de la
casa...”, recuerda Azim, como quien aspira a volver a principios del
siglo XX.
“Antes de la llegada de los rusos vivían bien”, sentencia.
Durante el tiempo que los soviéticos estuvieron Afganistán se empezó a
hablar de igualdad, pero Azim cree que la sociedad "no estaba
preparada", aunque "hubo cambios".
. Después, a partir de 1992 (comienzo de la guerra civil), según el
relato de la activista, hubo un retroceso: las chicas no querían ir a
la escuela por si las violaban por el camino, los talibanes mataban a
mujeres en estadios de fútbol y las golpeaban si salían solas de casa
sin un hombre al lado.
“Fue una época muy mala”, dice Azim mientras lo explica, casi con
serenidad, mientras se suceden en su presentación Power Point las
fotografías de mujeres amoratadas a golpes, sin nariz, sin rostro.
"En 20 años de guerra hemos perdido muchas cosas", añade.
La semblanza de la ponente mientras explica las imágenes evoca la
serenidad que demuestra la joven Najiba antes de morir, sin gritos de
clemencia, esperando su fatal destino ya asumido.
En 2001 las fuerzas de la OTAN, lideradas por
EE UU y Gran Bretaña, invadieron Afganistán… y más de una década después
las ejecuciones continúan.
Azim confía en que “ahora hay oportunidades para la mujer”. Pero tienen
mucho trabajo: frenar los asesinatos, las palizas por salir de casa sin
compañía masculina, acabar con los matrimonios infantiles en contra de
la voluntad de los menores -y en los que la mujer debe obedecer sin
rechistar los deseos del varón-, tiene que cambiar la actitud de repudio
familiar cuando una mujer se divorcia, deben poder volver a confiar en
la seguridad de las calles para que las niñas vayan a la escuela, se
formen, trabajen… (sin ser maltratadas en el intento).
“Fuera se piensa que esto ocurre por el islam, pero no es así, es por la
cultura”, afirma contundente la activista. Y cambiar las tradiciones
lleva muchas generaciones.
Pero no hay que dejar solo que el tiempo pase para que las cosas vayan a
mejor (podría ocurrir lo contrario). La acción es importante. ¿Qué
hacen las activistas afganas para luchar por los derechos de la mujer?
“Llevamos este problema ante los ojos del mundo”, responde la
conferenciante.
“Pedimos a la comunidad internacional que cuando otorgue fondos a
Afganistán lo haga con condiciones”, añade. El fotoperiodista Gervasio Sánchez,
con larga trayectoria en la cobertura de conflictos armados, cree que
la respuesta de la comunidad internacional es “nula” y “mira
sistemáticamente para otro lado”. Así lo dijo en una rueda de prensa
sobre el curso Afganistán, una década perdida, en el que participa Azim.
La ayuda, sin embargo, no siempre tiene que venir de fuera, debe nacer
también desde el interior del país.
Nadie puede cambiar la cultura de
los ciudadanos afganos de la que habla Azim, sino ellos mismos.
Con leyes que se respeten, aunque contradigan la tradición.
“Es fundamental que se haga cumplir la ley que castiga la violencia contra la mujer.
La gente sigue la ley.
Esa es la manera de luchar contra la tradición”, dice Azim. Sánchez coincide
. Y denuncia que los jueces afganos sentencian a favor del “mejor
postor” y que el sistema se ha convertido “en una justicia de pago”. En
su comparecencia, el periodista relató cómo una mujer que intente
divorciarse o denuncie a su marido por malos tratos “puede acabar en la
cárcel acusada por testigos falsos”.
Entonces, ¿qué hacer si la manzana está podrida por dentro? ¿Qué hacer
si se no se condena a quienes infringen la ley, si nadie lleva a los
hombres frente a la justicia? “¿Qué pueden hacer las mujeres si nadie
las protege?”, se pregunta la activista.