Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

15 sept 2019

Porque pueden......................................................Rosa Montero..

¿Cómo es posible que este escalafón de abusadores haya sido tan común, tan pertinaz? Aun teniendo noticias de sus actos, los demás no les condenan.
Hace poco vi un chiste en Abc de un tipo que dice: “Soy un don nadie, un fracasado. Cuarenta años en la empresa y a nadie nunca se le ha pasado por la cabeza acusarme de acoso sexual”. 
Me rechinó tanto como el cierre de apretadas filas en apoyo de Plácido Domingo, coronado por esos espectadores de Salzburgo y otras ciudades que le ovacionan con ardor, y no por su magnífica carrera como tenor (ese mérito es monumental e imborrable), sino como incomprensible cheque en blanco ante las acusaciones de las mujeres.
El caso de Plácido me parece paradigmático.
 En su defensa han utilizado dos tópicos que también se han usado en otras ocasiones. El primero consiste en decir: “¿Y no podrían haberlo denunciado hace 30 años?”. Pues no.
 Claro que no podían. Incluso ahora, que los vientos son mucho más favorables, miren la que se arma, y cómo todos los poderes se lanzan a defender al implicado.
 El segundo argumento consiste en restar credibilidad a los acusadores; en esta ocasión el acento está puesto en que son ¡denuncias anónimas!
  Son fuentes de una periodista de un medio importante, AP, que prefirieron no salir con su nombre por miedo a las represalias. Plácido Domingo ostenta un enorme poder en el mundo de la música, legítimamente ganado; y además de eso, ya se sabe, los poderosos manifiestan una fastidiosa tendencia a protegerse los unos a los otros.
Mantener el anonimato de una fuente es una práctica común en periodismo y conlleva un trabajo de verificación antes de publicar el tema. 
En el caso de Plácido, como indicaba Amaya Iríbar en su estupendo artículo en EL PAÍS titulado Presunción de profesionalidad, la periodista Jocelyn Gecker, además de reflejar las nueve denuncias (la mezzosoprano Patricia Wulf dio su nombre, qué valiente, la han vapuleado), habló con otras seis mujeres que denunciaron proposiciones incómodas, y casi una treintena de trabajadores de la ópera dijeron haber presenciado “comportamiento inadecuado de índole sexual” por parte del tenor.
 Una inquietante suma de datos.
Cierto, puede haber denuncias falsas. Es más, estoy segura de que dentro del ingente movimiento mundial del MeToo las ha habido y las habrá.
 Somos humanos. Pero también estoy segura de que se trata de un porcentaje mínimo e inevitable en la búsqueda de la justicia.
 De hecho, sucede en todos los campos. Nuestro sistema judicial, por ejemplo, también se equivoca y condena a inocentes.
 No lo sabemos hacer mejor.
 Por eso, para intentar paliar los errores, creo que, si no hay sentencia, no se debe anular contratos o despedir a los denunciados. Pero otra cosa es la opinión que podemos tener de ellos. La gran cineasta argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado del festival de Venecia, lo acaba de expresar muy bien con respecto a Roman Polanski, otro personaje controvertido: “No voy a asistir a la proyección de gala del señor Polanski porque (…) no querría levantarme para aplaudirle. 
 Pero me parece acertado que su película esté en el festival, que haya diálogo y se debatan estos asuntos”. Exacto. Hay que airear e iluminar esas sombras.
 Con más inteligencia y más elegancia que la mayoría de sus cacareantes defensores, Domingo declaró que “las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”. 

Pues sí, pero no.
 Porque muchos, muchísimos hombres de ese mismo pasado nunca se propasaron ni incomodaron a una mujer. 
Hay un amplio abanico de tropelías que van desde lo nimio, el pelmazo guarro que hace todo el rato comentarios procaces, hasta los criminales violadores de menores tipo Epstein. ¿Y cómo es posible que este escalafón de abusadores haya sido tan común, tan pertinaz? 
Verán, lo hacen porque pueden. Porque, aun teniendo noticias de sus actos, los demás no condenan.
 Porque ostentan el poder, se creen guapos y magníficos, piensan que las chicas a las que ellos escogen les deberían estar agradecidas. 
Por eso, si alguna les rechaza, incluso la apartan (“esta tonta, qué se creerá”) sin apenas darse cuenta de que eso es chantaje.
 Sí, lo hacen porque pueden. Y mientras haya gente dispuesta a aplaudir ciegamente, seguirán haciéndolo. 

Denuncias anónimas........................................Javier Marías

Sin dar la cara, cualquiera puede atribuirle a otro una vileza, impunemente.
 Pero hoy, los Estados, la prensa, la policía, alientan una sociedad de delatores.


ME GUSTARÍA SABER desde cuándo y por qué las denuncias anónimas tienen valor y merecen crédito, o la prensa “seria” se hace eco de ellas y las aumenta y acaba por elevarlas a la categoría de “verdad”. 
Una denuncia anónima ha sido siempre algo ruin y cobarde, a lo que se solía hacer caso omiso.
 Sin dar la cara ni el nombre, cualquiera puede atribuirle a otro una vileza, impunemente: no se arriesga a ser desmentido, a que se le afee el infundio, a que el calumniado lo demande por difamación. Hoy, lejos de condenarse, esas denuncias se fomentan, y los Estados, la prensa, la policía, alientan una sociedad de delatores, con todas las garantías para el delator.
 Se invita a la gente a que denuncie a sus parientes, vecinos y conocidos, y a la vez nos horrorizamos de esa misma práctica cuando la llevaba a cabo la Stasi.
 Lo que se mostraba en la película La vida de los otros es lo que hoy propician nuestras democracias.
 Hay quienes sostienen que esto está bien según el delito: abuso de menores, narcotráfico, terrorismo, fechorías eclesiásticas, medioambientales o de corrupción. 
abuso de menores, narcotráfico, terrorismo, fechorías eclesiásticas, medioambientales o de corrupción.
 Puede ser, pero es muy fácil que la justificación de unos casos lleve rápidamente a la de todos. La línea es tan delgada que más vale no intentar convertir a los ciudadanos en soplones anónimos y arbitrarios, porque, si todos lo son, entonces ninguno estamos a salvo.
 Cualquiera que nos tenga ojeriza o envidia, o se sienta ofendido por nuestra existencia, nos la puede arruinar con unas declaraciones a la prensa o unos tuits anónimos.
Hace poco este periódico dio una cobertura exagerada (dos páginas enteras el primer día) a los supuestos acosos de Plácido Domingo. Uno iba leyendo la prolija información y se encontraba con que: 1) de las nueve denunciantes sólo una daba su nombre; 2) ninguna había acudido a la policía ni a un juez; 3) los hechos hoy aireados se remontaban a veinte o treinta años atrás; 4) no se presentaban pruebas ni testimonios imparciales, sólo las afirmaciones anónimas y las de la cantante Patricia Wulf. 
La fuente era Associated Press. 
Que ésta sea una agencia fiable significa poco si no aporta pruebas. También el New York Times ha incurrido en pifias en más de una ocasión.
 Cualquier periódico debería saber que lo mal hecho, mal hecho está, venga de donde venga.

Miraba uno en qué consistían las acusaciones. No he visto a Domingo más que en televisión y no tengo ni idea de cómo es. Dando por buenas esas acusaciones (y ya es dar), sería lo que comúnmente se llama “un ligón”. 
 “Que alguien te esté cogiendo la mano durante un almuerzo de negocios es raro, o que te ponga la suya en la rodilla”, dice una voz anónima. 
Bueno, yo no lo veo raro: indica que quien lo hace pretende ligar o es “tocón”, como Mercedes Milá, que no paraba de tocar a sus entrevistados sin aparente intención.
 Otra voz asegura que Domingo le pidió insistentemente salir con ella. 
Eso significa que le gustaba, pero no veo delito ni cerdada ahí. Siete de las mujeres aseveran que sus carreras se vieron afectadas “por los avances no consentidos de Domingo”. 
Me temo que eso no hay forma de saberlo a ciencia cierta, y ningún avance puede ser consentido hasta que la persona “avanzada” da o deniega su consentimiento.
 La gente “prueba”, tanto hombres como mujeres —muchas mujeres, sí—, y hasta anteayer era la forma natural y aceptada de ligar.
 Dos de las denunciantes “sucumbieron” a las proposiciones del tenor. “¿Cómo le dices no a Dios?”, se pregunta una de ellas. Dan ganas de contestarle: 
“Pues diciéndole que no. Y además, nadie ha visto nunca a Dios”. La otra alega: “Me quedé sin excusas”, lo cual es una alegación extraña, porque siempre se puede dejar una de excusas y decir: 
“Es que no quiero y ya está”. ¿Acaso Domingo las forzó o amenazó?
 No, al parecer sus felonías van de proponer tomar una copa a besar a una mujer en la cara y “apoyar una mano en un lado de su pecho” (luego no “en su pecho”); de coger a otra por la cintura cuando se cruzaban y besarla “muy cerca de la boca” (luego no “en la boca”) a preguntar reiteradamente: “¿Te tienes que ir a casa?” Wulf, víctima de esta ofensiva pregunta, reconoce que Domingo no llegó a tocarla, “pero no había duda de sus intenciones”. 
Uno se asombra de que ahora se juzguen las intenciones y además estén penadas. 
Domingo puede que fuera un pelmazo, pero no un depredador sexual. ¿Merecía todo esto dos páginas enteras y el linchamiento subsiguiente?
 Ya he leído aquí mismo un par de artículos en los que, oportunistamente, se juntaba a Domingo con el nunca condenado Woody Allen, Michael Jackson y el millonario Epstein, involucrado en una red de menores. ¿Es todo lo mismo? 
Para los inquisidores actuales, sí. EL PAÍS no podía silenciar la “noticia” de Associated Press, pero sí haberle dedicado una modesta columna, hasta ver si las acusaciones eran menos insustanciales.  

El daño ya está hecho, sin embargo, y Domingo no se quitará jamás el sambenito de “acosador sexual”.
 Por ocho denuncias despreciablemente anónimas y la de Wulf, a la que el cantante no llegó a tocar. 
Basta de juicios populares precipitados y condenatorios, por favor. 

Vargas Llosa e Isabel Preysler, entre los invitados a la boda de Valls en Menorca

El ex primer ministro francés contrae matrimonio con la heredera de Almirall, Susana Gallardo.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, a su llegada a la finca privada de Menorca donde contrae matrimonio Manuel Valls.
Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, a su llegada a la finca privada de Menorca donde contrae matrimonio Manuel Valls.
El ex primer ministro francés y actualmente concejal del Ayuntamiento de Barcelona, Manuel Valls, y la heredera de los laboratorios Almirall, Susana Gallardo, festejan este sábado en Menorca su matrimonio
 El convite de la boda se celebra en la finca propiedad de Gallardo ubicada en Binidalí, en Mahón.
 Anoche, ambos recibieron al centenar de invitados a la celebración con un cóctel en las Bodegas Binifadet, situadas en una zona rural del término municipal de Sant Lluís y rodeadas deviñedos.
Los asistentes, entre los que se encuentra el escritor Mario Vargas Llosa, Isabel Preysler e importantes empresarios, como el propietario de Naturhouse, Félix Revuelta, y el presidente del Grupo Planeta y Atresmedia, José Creuheras, han accedido al recinto a través de una entrada privada.
 Los distintos invitados han llegado en vehículos particulares, de alquiler, minibuses e incluso en taxi.
Desde un punto del exterior se ha podido observar las carpas que se han instalado para celebrar la fiesta nupcial.
 Diferentes empresas locales han acudido durante la mañana a la finca para ultimar los preparativos.
 La fiesta de la boda se alargará hasta las 3:00 horas. 
 El acto final del enlace llegará este domingo en un almuerzo informal en el Club Náutico de Binisafua, Sant Lluís.

 

Brad Pitt: “La vida puede ser jodidamente complicada”





brad pitt

Su papel en la última película de Tarantino lo proyecta en las quinielas para el Oscar.
 Es el enésimo renacimiento de un actor con media vida en el cine que vuelve a reinventarse a los 55 años. 
Ahora estrena Ad Astra, un título futurista que compagina con la faceta de productor.
 Tras superar escándalos y adicciones, pasar un día con él es lo más parecido a estar con un tipo encantado de hacer lo que le da la gana.

Hubo un tiempo en que Brad Pitt era un pollo. 
Literalmente. 
Nada que ver con el cine: más bien, la vida real de un joven recién desembarcado en Los Ángeles (California, EE UU). Llegaba a la agencia, miraba la pizarra y escogía uno de los extraños trabajos que se ofertaban esa semana. 
“Hice de chófer, de estríper; entregué neveras portables a estudiantes de la universidad…”, relata el actor.
 Y también se convirtió en el hombre imagen de El Pollo Loco, un establecimiento de comida en el Sunset Boulevard.
 Su labor era sencilla, aunque quizá no muy gratificante: se introducía en un disfraz plumado, se colocaba en la acera y empezaba a bailar.
 A saber cuántos transeúntes huyeron de aquel pájaro. Bromas y revanchas del destino: hoy día, muchos firmarían un cheque por pasar 30 segundos en compañía del mismo tipo.
“Ya. Fui el pringado dentro de ese disfraz. 
Pero me permitía pagarme las clases de actuación”. 
Pitt se ríe ahora de aquello en un encuentro durante el pasado festival de cine de Venecia
 De alguna manera, aquellos trabajos a lo Bukowski fueron precisamente el primer paso de su camino triunfal. 
Hay muchas estrellas en la galaxia de Hollywood, pero pocas brillan con su intensidad.
 Y desde hace tanto. Actor, productor, filántropo, activista; sabe pilotar avionetas, toca la guitarra y ha sido elegido hasta dos veces por la revista People como el hombre más sexi del año
 Ahora que tiene 55 años, su atractivo no cesa, sino que parece multiplicarse.
 Y su carrera ha vuelto por enésima vez a subirse a la cresta de la ola. 
Primero, ha encarnado al doble de riesgo Cliff Booth en el último filme de Quentin Tarantino, Érase una vez… en Hollywood
 “Su plató es el paraíso, él es Dios y a los herejes no está permitido el ingreso”, resume sobre la experiencia.
 Y ahora llega a las salas españolas Ad Astra, de James Gray, un viaje al espacio y a la soledad de un hombre, donde el personaje de Pitt (Roy McBride) ocupa casi cada plano.
 “Puede que sea mi película más potente. Me obligaba a ser dolorosamente honesto en mi actuación”. 
Un astronauta con un oscuro mundo interior y un monumento zen, dedicado a dejar fluir la vida.
 Dos papeles radicalmente distintos, que el actor conecta con un hilo: “Todos tenemos que adentrarnos en algún grado de Roy para llegar hasta Cliff”. 
Ambos están unidos también por el resultado final.
 La crítica le aplaude, los fans nunca han dejado de adorarle y la palabra Oscar vuelve a resonar a su alrededor. “Es demasiado pronto”, dice él.
 “Y se trata de que las películas tengan significado para la gente. Si haces este trabajo por los premios, estás jodido”.
 Más que normal, en todo caso, que el actor esté de muy buen humor cuando aparece por la puerta. 
Y eso que lleva un día entero dedicado a una sola actividad: “Jetlaguear”. 

Pitt, en una escena de 'Ad Astra'.
Pitt, en una escena de 'Ad Astra'. Fox
En efecto, de cerca, sus ojos azules desvelan cierta fatiga. De ahí que la combata con una cocacola.
 Y con una simpatía inmediatamente contagiosa. 
“Estoy en ese momento del día en que justo te entra sueño”, admite tras estancarse en una respuesta.
 Aun así, le cuesta apenas otro par de chistes meterse al periodista en el bolsillo. 
Luce una camiseta verde ajustada, gorra de pintor, varios brazaletes, entre ellos un candado de una bicicleta que le regaló un amigo.
Pitt, en una escena de 'Ad Astra'.
Pitt, en una escena de 'Ad Astra'. Fox

Y en el antebrazo izquierdo, un tatuaje que es una declaración de intenciones: “Invictus”.

Y eso que la charla se mueve por los derroteros contrarios. Porque Ad Astra habla de un hijo que viaja hasta el otro lado del universo para encontrar a su padre.
 Pero por el camino tiene tiempo de sobra para interrogarse sobre sí mismo. “¿Qué es ser hombre?
Crecimos con una idea de la masculinidad centrada en ser fuerte, no mostrar ni debilidades ni vulnerabilidades.
 Eso nos lleva a reprimir una parte de nosotros, y con ella, nuestros dolores, arrepentimientos, heridas.
 Te construyes una barrera que te obstaculiza en la relación con los demás, y también contigo mismo”, reflexiona el intérprete.
 Más aún en Shawnee, la pequeña localidad de Oklahoma donde el actor nació en 1963 y se crio. 
La religión fue un pilar de su educación, que no dejó atrás hasta los 20 años: ahora se considera 80% agnóstico y 20% ateo. 
Pero, sobre todo, la huella de su ciudad natal queda en el subconsciente: “Allí, si te rompes el brazo, no te quejas. Sigues adelante. 
Y lo mismo con los sufrimientos interiores. Es algo indeleble, probablemente ya desde la guardería.
 Tiene que ver también con la idea del hombre estadounidense de posguerra, que siempre gana”.
 Durante esta conversación volverán de nuevo los recuerdos de casa Pitt.
 Admite que le sirven para anclar su cabeza a la tierra, para pinchar la burbuja de la fama.
 Hace años confesó en una entrevista que el secreto de su humildad residía en sus raíces.
Y compartió el ejemplo más claro: una vez, su abuelo le contó al teléfono que acababan de ver uno de sus filmes. “¿Cuál?”, preguntó el nieto.
—Betty, ¿cómo se llamaba esa película que no me gustó? —escuchó al otro lado de la línea.

Al envejecer ganas sabiduría y pierdes poderío físico. pero me enorgullece aceptar
lo que soy
Pitt sostiene que también le ayuda pensar en su infancia.
 Hay detalles de su biografía, en efecto, que a posteriori resultan sorprendentes. 
Hasta después de la adolescencia, no había explorado más allá de su pequeño microcosmos. Sus únicos viajes sucedían en la gran pantalla: 
“Amo las películas. Fueron mi vía de escape, me enseñaron el mundo.
 Nunca había estado ni siquiera más al oeste de Colorado”.
 Y ya había cumplido 23 años cuando se subió por primera vez a un avión.
 Ahora calcula que hasta sus hijos más pequeños ya han volado por todo el mundo al menos un par de veces.


  Y Tyler Durden, el papel que tal vez mejor resuma lo que significa para muchos el icono Brad Pitt.
 “Soy como tú quisieras ser, follo como tú quisieras follar…, estoy libre de todas las inhibiciones que tú tienes”, decía el personaje en un momento de El club de la lucha.
El actor, en su reciente papel en 'Érase una vez... en Hollywood'.
El actor, en su reciente papel en 'Érase una vez... en Hollywood'.
Quizá tal bagaje de heridas le sirva cuando se enciende la cámara.
 Incluso en el día a día, por lo menos, le habrá regalado alguna lección. Pitt responde con serenidad: “Es solo envejecer. Ganas sabiduría y pierdes poderío físico. 
Pero me enorgullece aceptar lo que hago y lo que soy”.
 En este sentido, el actor cree que la paternidad también le ha impartido unas cuantas clases de equilibrio. Y le ha acercado a sus propios progenitores:
 “A medida que creces, los entiendes más, así como ciertos comportamientos suyos que te hirieron de pequeño.
 Veo a mi padre en todo lo que hago, al 100%. Siento que quiero ser él, emularle, o rebelarme contra su figura. 
Él venía de la pobreza, se esforzó por darnos una vida mejor que la suya y lo consiguió.
 Quiero hacer lo mismo con mis hijos”.
Y no solo. También se vuelca en decenas de causas por todo el planeta.
 Ha viajado a la Cachemira paquistaní o a Haití. Repartió millones de ayudas en Darfur o en Chad. 
Y cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans, lanzó un proyecto para construir 150 casas donde recolocar a familias desalojas por la catástrofe. 
La Jolie-Pitt Foundation, que la expareja creó en 2006, también ha ayudado a la agencia de refugiados de la ONU y Médicos Sin Fronteras. 
Y de ese mismo año procede la donación más polémica que realizaron ambos intérpretes: encargaron a la agencia Getty Images la distribución y venta de las primeras fotos exclusivas de su recién nacida hija Shiloh Nouvel.
 La puja millonaria de revistas y magacines, que sumó casi nueve millones de euros, fue destinada íntegramente a causas benéficas.
Pitt en 'Amor a quemarropa' (1993).
Pitt en 'Amor a quemarropa' (1993).
Tanto empeño activista le ha cosechado también algún enemigo: a raíz de Siete años en el Tíbet, fue vetado de por vida por el Gobierno chino.
 En aquella ocasión, el actor también dejó otra frase que define su personalidad: 
“No deberías hablar a no ser que sepas de algo. Por eso a veces me incomodan las entrevistas. 
Me preguntan qué tendría que hacer China con Tíbet. 
Pero ¿a quién le importa lo que yo diga sobre ello? Soy un puñetero actor, estoy aquí para entretener. 
Básicamente, si quitas todo lo demás, soy un hombre mayor que se maquilla”.

Su frente de amigos también es sonado: estrellas del celuloide como George Clooney, Julia Roberts, Matt Damon, Edward Norton o Cate Blanchett, por citar los más íntimos.
 Con todos ha compartido el protagonismo en alguna película. Y se puede dar por hecho, presumiblemente, que de todos se acuerde. 
No es ninguna broma: el intérprete sospecha que padece prosopagnosia.
 Es decir, le resulta a menudo imposible recordar los rostros de personas que ya ha visto o conoce.
 Desde la perspectiva de los fans, el lado positivo es que cada encuentro con Brad Pitt puede ser nuevo. 
El negativo: incluso si un día coincidieran con él, es una utopía pretender que le resulte inolvidable. 
 
Hay un concepto que confirma hoy de manera idéntica a como lo expresó hace años.
 Por un lado reitera: lo que le gusta es ser actor y productor con su compañía Plan B Entertainment.
 Cada faceta le ha cosechado tres nominaciones al Oscar, aunque solo ganó cuando 12 años de esclavitud, de Steve ­McQueen, fue elegida como mejor película en 2014.
 Y eso que también produjo Infiltrados, pero la Academia de Hollywood solo reconoció a Graham King a la hora de entregar la estatuilla principal.
 En todo caso, le encanta buscar talentos que “sepan contar historias de calidad” y defender un cine alternativo: “Muchos estudios ya no pueden jugársela con materiales más complejos”.
 Por otro lado, tiene claro que él no piensa ponerse jamás detrás de una cámara.
 Dirigir no es para Brad Pitt: “No tengo la paciencia de pasarme tres o cuatro años detrás de un proyecto. Y, sobre todo, no tengo nada que ofrecer, nada que contar”. Cualquiera diría justo lo contrario.