Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2019

La reina Letizia, en campaña para exhibir su relación con doña Sofía

Tras el posado en Marivent, la familia real cenó en un restaurante de Palma y dio protagonismo una vez más a la Reina emérita.

Los Reyes, con sus hijas y doña Sofía el domingo por la noche tras salir a cenar.
Los Reyes, con sus hijas y doña Sofía el domingo por la noche tras salir a cenar. GC Images

 

4 ago 2019

Dorothy Parker en Nueva York................................ Manuel Vicent

En aquel viaje iniciático en busca de un escritor, en mi caso no era Truman Capote ni Scott Fitzgerald ni J. D. Salinger, sino esa periodista que había estado en la Guerra Civil.

 

Dorothy Parker, en Nueva York, en 1945.
Dorothy Parker, en Nueva York, en 1945. GETTY IMAGES
 
En mi primer viaje a Nueva York, como un sirio que llega a la Roma de Nerón, había que cumplir con ciertos ritos ineludibles: ver el Guernica de Picasso en el MoMA, cruzar a pie el puente de Brooklyn, tomarme un martini en el River Café, pernoctar en el Hotel Chelsea bajo la sombra de Dylan Thomas, comerme medio pollo en el Sylvia’s, de Harlem, después de asistir a los oficios del domingo en cualquier capilla del Séptimo Día para oír el sermón del reverendo con ritmo de blues, saber si era cierto que en las alcantarillas había colonias de cocodrilos blancos y ciegos y si los hombres rata se reproducían entre las cañerías oxidadas a 50 metros de profundidad en la vertical de la joyería Tifanny’s donde, según Truman Capote, había que comprar un puñado de diamantes para añadirlo a la avena del desayuno.
Se trataba de un viaje iniciático en busca de un escritor, pero en este caso no era Truman Capote quien más me subyugaba, ni Scott Fitzgerald ni John Dos Passos ni J. D. Salinger, sino la periodista Dorothy Parker, que yo llevaba en la memoria desde un lejano verano de la adolescencia en que supe que esta mujer había visitado el hotel Voramar de Benicàssim, convertido en hospital durante la Guerra Civil, donde convalecían los brigadistas internacionales. Allí la periodista tuvo un amor con un miliciano, quien al final de la contienda se volvió loco porque nadie le creía cuando contaba en los bares su aventura.
Nueva York es un estado mental o un género literario frente al cual debe medirse un escritor porque cada cinco años cambia de naturaleza. 
 Cuando llegué por primera vez era una ciudad violenta y sucia, con olor a gas dulzón mezclado con helado de vainilla podrido, hasta el punto de que te llevabas una decepción si en la primera noche no te habían acuchillado en la Cocina del Diablo, entre la calle 42 y la Octava, o si no veías a un profeta demente disparar su rifle a mansalva desde un alero.
¿Quién era Dorothy Parker? En mi primer viaje a Nueva York acababa de morir de un ataque al corazón, rehogada en alcohol, sola con su perro Troy en un hotel, el miércoles 7 de junio de 1967, pero en el aire aún estaban vivos sus versos. 
“Bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa noche porque mañana tenemos que morir”, había escrito sin conseguirlo, pese a haberlo intentado dos veces; una cortándose las venas con la cuchilla de afeitar de su marido y otra con Veronal.
En los tiempos de esplendor, en esta mujer confluía el mundo que uno podía soñar, Scott Fitzgerald, William Faulkner, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, el Hollywood al final del cine mudo, la época dorada de Montparnasse, las vacaciones en la Riviera, siempre invitada por amigos ricos que necesitaban las salidas de su lengua mordaz en las sobremesas o en las copas en los sillones blancos de los jardines, para sentirse maravillosos, malvados y evanescentes.

De la misma forma que dilapidaba su ingenio como un chico travieso, así llenó con sus relatos todas las revistas del momento, pero fue en The New Yorker, de la que era accionista, donde hizo brillar su talento.
 Un día se puso de rodillas y rezó: “Dios mío, te ruego que hagas que deje de escribir como una mujer”. ¿Cómo suena hoy esta plegaria?
Sus letras dieron glamur a las canciones de Irving Berlin y Cole Porter. 
La primera grabación de Glenn Miller, en 1932, era uno de sus poemas, titulado: Cómo iba a imaginar yo que esta felicidad era el amor.
 Y en Hollywood escribió guiones a tanto la página en los boxes junto a Scott Fitzgerald, convertido en una ruina alcohólica.
 Parecía frívola, siempre con un lulú en brazos, pero nunca dejó de ser una radical, un punto de referencia entre los periodistas de The New Yorker, ejemplares divinos que habían establecido su tertulia en Mesa Redonda del hotel Algonquin, en el 59 de la calle 44 Oeste, hasta el punto de ocupar allí una suite donde los amantes entraban y salían como en una oficina de correos.
 Despreciar a los ricos, pero desear su dinero y vivir siempre rodeada de amigos hasta abrasarse en el altar de la madrugada.
 Ese era el Nueva York de Dorothy Parker.



 

Exprimiendo el abrigo.......................................Juan José Millás...


ANA BOTELLA TIENE amigos (y amigas, limitaciones del genérico) en todas partes, incluido el Tribunal de Cuentas del Reino, caracterizado por la endogamia. 
Hablamos de un establecimiento del Estado que sale poco en los papeles, generalmente para mal, y cuya tarea consiste en fiscalizar las cuentas del sector público. 
En esta ocasión ha sido noticia por echar una mano a Ana Botella, condenada por vender pisos de protección social a un fondo buitre cuando era alcaldesa de facto de la capital. 
 Decimos “de facto” porque jamás se presentó a las elecciones (no habría salido), aunque era íntima de Ruiz-Gallardón, que la colocó astutamente de vicealcaldesa antes de dimitir para darle el capricho de mandar. 
Otro ejemplo de la importancia de las relaciones sociales si se pretende llegar a algo en la vida.
Se le ocurre a uno que el Ayuntamiento de Madrid debería recurrir la sentencia absolutoria del Tribunal de Cuentas, ya que afecta directamente a su patrimonio y en consecuencia al del contribuyente, pero da la casualidad de que también en la nueva corporación, compuesta por militantes del PP, Ciudadanos y Vox, dispone Botella de poderosísimas influencias.
 Pierdan toda esperanza, pues, las familias a las que la operación urbanística dejó en la calle.
 Cuando se está blindado, se está blindado, asunto este, el del blindaje, al que la gente humilde no presta la atención debida (por eso la cárcel está llena de pobres). 
Lo que Botella exprime entre sus manos, como si le intentara sacar todo el jugo afectivo, es un abrigo, pobre, que no tiene la culpa de nada. 

“Caminamos hacia un médico robot y un paciente de plástico”

ANTONIO GARRIDO-LESTACHE | PEDIATRA

“Caminamos hacia un médico robot y un paciente de plástico”
¿Sabemos quiénes son nuestros padres? Durante el último cuarto del siglo XX, este pediatra madrileño, de 88 años, se propuso defender ante la comunidad científica la necesidad de hacer realidad el sueño de un documento nacional de identidad infantil que evitara los cambios de niños.
 Le llevó casi dos décadas que se aprobara su invento, pero la ONU acabó reconociendo en 1989 la Convención para los Derechos del Niño.
UNA DENUNCIA suya provocó que la ONU incluyera, en una de sus convenciones de 1989, el derecho del niño a la identificación y lo firmaron todos los países, con la excepción de Estados Unidos y Somalia.
 Antonio Garrido-Lestache, artífice del DNI para los recién nacidos por dactiloscopia, denuncia, décadas después de su aprobación, “disfunciones en su uso” o casos en los que “directamente no se aplica”.
 La huella del bebé tomada en la clínica junto con la de la madre en el momento del nacimiento por personas preparadas evitaría no solo cambios y robos de niños en los hospitales de nuestro país, sino que ayudaría a identificar a otros en situaciones desesperadas, especialmente cuando se producen crisis humanitarias como la de los 10.000 pequeños que, según datos de Unicef, han desaparecido en las fronteras europeas sin dejar rastro como consecuencia de la crisis de refugiados que vive Europa.
“Caminamos hacia un médico robot y un paciente de plástico”
Viene de una saga familiar de pediatras y cirujanos infantiles, aunque ninguno de sus cinco hijos se ha dedicado a la medicina. Fue jefe del Servicio de Recién Nacidos y Prematuros de la Maternidad Municipal de Madrid, pediatra en su consulta del barrio madrileño de Salamanca durante 60 años y autor de varios libros relacionados con su especialidad médica, como los partos de las reinas y la picaresca en torno a la identificación de sus vástagos o los casos de suplantación de personalidad.
 A sus 88 años, Antonio Garrido-Lestache sigue en activo.

 Escribe poesía y atiende por teléfono las llamadas de preocupación de las familias que requieren su ayuda o recorre las calles de la ciudad para reconocer a un niño con fiebre. 
Ha cruzado esa frontera en la que algunos de sus pacientes, convertidos ya en adultos, además de consultarle sobre un problema de salud, se preocupan más por la suya. 
“Yo estoy muy bien”, dice al recibirnos en su casa del barrio de La Moraleja, un chalet con un amplio jardín, rodeado de frutales, y una piscina con barreras para proteger el baño de sus nietos.
 Entre 1940 y 1990, más de 400 niños fueron entregados en adopciones ilegales a padres que no eran los que los concibieron.
 Y hace unos meses se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid el primer juicio de niños robados. ¿Hasta cuándo seguirá habiendo cambios de niños? 
 Puede ocurrir cada día si no se identifican al nacer correctamente. 
Una solución para evitarlo consistiría en tomar las huellas dactilares del bebé junto a las de su madre y plasmarlas en un documento conjunto. 
Habría que hacerlo además delante de una persona que sea de la familia y que se verifique al salir del hospital. 
Hablamos de errores involuntarios, cuyos fallos cambian la vida de las personas. 
Sin embargo, en los casos de niños entregados en adopciones ilegales muchos se produjeron en los años de posguerra, con un país devastado, lleno de huérfanos desamparados y viudas.
 En ese contexto, completamente diferente del de los años noventa del siglo pasado, las monjas asumieron esa obligación de entregarlos a familias que querían ocuparse de ellos, algo que entonces parecía normal, pero luego se descubrió que no había control en la salida de los niños y que hubo muchas irregularidades. Durante el último cuarto del siglo XX defendió ante la comunidad científica la necesidad de hacer realidad el sueño de un documento nacional de identidad infantil. ¿Cómo consiguió plasmar la huella digital del recién nacido? 
Después de varios años de pruebas, con ayuda de tinta especial, papel adecuado, lupa de seis a ocho aumentos y un minucioso estudio pediátrico. ¿Cómo lo logras? 
Volviendo al niño hacia abajo de manera que extiende la mano casi de forma natural, lo que facilita que se plasmen las huellas dactilares.
Esto que parece fácil no era una tarea sencilla hasta hace relativamente poco tiempo.
 Logré la primera impresión dactilar de un recién nacido en 1990. A continuación, divulgué por España y el resto del mundo la viabilidad del DNI infantil, al tiempo que denunciaba en la ONU el desamparo del niño en el registro e identificación. 
Una resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobó, el 20 de noviembre de 1989, la Convención de los Derechos del Niño
Entró en vigor el 2 de septiembre de 1990 y fue ratificado por el Congreso de los Diputados en enero de 1991, por lo que se convirtió en ley interna del Estado español.
 Yo solo aporté la herramienta.
 Las huellas dactilares se forman a los 120 días de vida intrauterina y persisten hasta la desintegración de los tejidos.  
 La aplicación de su descubrimiento causó cierta oposición en los hospitales de la Seguridad Social y en los privados.
 ¿Cuál cree que fue el motivo del rechazo? Desconozco los motivos pero no las consecuencias.
 Si miramos en la historia encontramos cierta tendencia al inmovilismo entre la clase médica y política, lo que provocó retrasos enormes de grandes innovaciones.
 Ramón y Cajal, todo un premio Nobel, se tuvo que pagar su propio microscopio. 
El médico húngaro Ignaz Semmelweis pidió que los médicos se lavaran las manos antes de una intervención para combatir la fiebre puerperal que provocaba en el siglo XIX la muerte de muchas 
parturientas, pero sus observaciones entraron en conflicto con la opinión médica establecida en su tiempo y sus ideas fueron rechazadas. 
 Sus recomendaciones solo fueron aceptadas después de su muerte. O el caso de Fleming, inventor de la penicilina en 1928, el antibiótico más usado en el mundo, cuyo uso se extendió a partir de 1942, cuando la industria farmacéutica estadounidense empezó a producirla en masa y fue clave para el tratamiento de heridos durante la II Guerra Mundial.
 Y otro tanto con el médico militar Fidel Pagés, el facultativo que inventó la anestesia epidural en 1920 y cuya aplicación fue muy posterior. 
 Bueno [se ríe burlón], a mí me costó más de 20 años.