La pintora senegalesa Bassine Sall y su hermano Mamadou exponen en Madrid cuadros 'suwer' de pintura sobre vidrio.
“En tiempos de mi padre no había ninguna mujer que se dedicase a este
arte.
Era un mundo de hombres, pero a mí me gustaba y decidí dedicarme a él, rompiendo así una tradición”, comenta, con mucha timidez, Bassine Sall. Ella es una pionera.
La primera, y única hasta ahora, artista dentro del universo suwer: pintura sobre vidrio (del francés sous verre, por pintarse en el reverso de un cristal).
Desde muy pequeña la aprendió en el taller de su progenitor, Ibrahima Sall, uno de los más grandes maestros de esta técnica.
Su obra puede apreciarse ahora, hasta el 31 de julio, en una exposición conjunta con su hermano menor, Mamadou Sall, en la Galería madrileña de Mamah Africa y que lleva por título Bienvenue à Rufisque II.
Bassine empezó clasificando los cristales, limpiando y poniendo orden en lo que los aprendices desordenaban en el taller familiar. Pero, poco a poco, comenzó a coger los pinceles y a copiar los diseños de su padre.
Compaginó la afición con la escuela por algunos años.
Luego se casó, abandonó la morada paterna para mudarse a la de su marido, tuvo dos hijos, se ocupó de las tareas del hogar, enviudó y regresó a la casa paterna.
Ese momento coincidió con la enfermedad de su padre y ella decidió echar una mano en el taller para sacar adelante todo el trabajo que había atrasado.
Fue así como en 2002 volvió a reengancharse a lo que tanto le gustaba.
Desde entonces ha perfeccionado su arte y ha generado su propio estilo, primero bajo la tutela de su padre, hasta que este falleció en 2009, y luego junto a su hermano.
Ellos dos son los únicos de los cinco hijos de Sall que han seguido sus huellas.
Hoy en día, un hijo suyo y otro de Mamadou se han unido a ellos en el taller y dan continuidad a la saga familiar.
El arte suwer es un estilo surgido a principios de siglo XX en Senegal y que fue difundido por los vendedores ambulantes en las ciudades.
En un inicio sus temas se reducían a caligrafías y pictogramas con versículos coránicos, imágenes del repertorio chií y escenas de cofradías locales.
Pronto, los pintores más jóvenes, como es el caso de Ibrahima Sall, introdujeron escenas de la vida cotidiana, hechos históricos o las memorias de los héroes de la resistencia anticolonial.
Esto es lo que enseñó a sus hijos que ahora se caracterizan por retratar la cotidianidad del día a día de Rufisque, una ciudad del extrarradio de Dakar, la capital de Senegal, donde han nacido y trabajan: el transporte público, mujeres tradicionales o modernas, escenas de mercado, parejas, niños, retratos…
Todo con un toque naíf y muchas veces, incluso, de ironía.
Era un mundo de hombres, pero a mí me gustaba y decidí dedicarme a él, rompiendo así una tradición”, comenta, con mucha timidez, Bassine Sall. Ella es una pionera.
La primera, y única hasta ahora, artista dentro del universo suwer: pintura sobre vidrio (del francés sous verre, por pintarse en el reverso de un cristal).
Desde muy pequeña la aprendió en el taller de su progenitor, Ibrahima Sall, uno de los más grandes maestros de esta técnica.
Su obra puede apreciarse ahora, hasta el 31 de julio, en una exposición conjunta con su hermano menor, Mamadou Sall, en la Galería madrileña de Mamah Africa y que lleva por título Bienvenue à Rufisque II.
Bassine empezó clasificando los cristales, limpiando y poniendo orden en lo que los aprendices desordenaban en el taller familiar. Pero, poco a poco, comenzó a coger los pinceles y a copiar los diseños de su padre.
Compaginó la afición con la escuela por algunos años.
Luego se casó, abandonó la morada paterna para mudarse a la de su marido, tuvo dos hijos, se ocupó de las tareas del hogar, enviudó y regresó a la casa paterna.
Ese momento coincidió con la enfermedad de su padre y ella decidió echar una mano en el taller para sacar adelante todo el trabajo que había atrasado.
Fue así como en 2002 volvió a reengancharse a lo que tanto le gustaba.
Desde entonces ha perfeccionado su arte y ha generado su propio estilo, primero bajo la tutela de su padre, hasta que este falleció en 2009, y luego junto a su hermano.
Ellos dos son los únicos de los cinco hijos de Sall que han seguido sus huellas.
Hoy en día, un hijo suyo y otro de Mamadou se han unido a ellos en el taller y dan continuidad a la saga familiar.
El arte suwer es un estilo surgido a principios de siglo XX en Senegal y que fue difundido por los vendedores ambulantes en las ciudades.
En un inicio sus temas se reducían a caligrafías y pictogramas con versículos coránicos, imágenes del repertorio chií y escenas de cofradías locales.
Pronto, los pintores más jóvenes, como es el caso de Ibrahima Sall, introdujeron escenas de la vida cotidiana, hechos históricos o las memorias de los héroes de la resistencia anticolonial.
Esto es lo que enseñó a sus hijos que ahora se caracterizan por retratar la cotidianidad del día a día de Rufisque, una ciudad del extrarradio de Dakar, la capital de Senegal, donde han nacido y trabajan: el transporte público, mujeres tradicionales o modernas, escenas de mercado, parejas, niños, retratos…
Todo con un toque naíf y muchas veces, incluso, de ironía.
La artista afirma que crea mano a mano con su hermano Mamadou:
“Trabajamos juntos.
Él es mi maestro, sigo su línea”. Sin embargo, la realidad es que si se observa la obra de uno y de otro se descubren diferencias importantes.
En ella destacan los detalles de los atuendos y los colores más relajados.
Además, ella fue la primera artista que tuvo la idea de añadir tela a sus composiciones para darles movimiento y textura.
Una técnica que ha tenido mucho éxito. “Pero ya sabes como es África”, interrumpe el hermano.
“Allí se copia todo y ya se ven artistas que imitan lo que hace mi hermana”. Ella sonríe y no dice mucho más, deja que el pequeño sea el que la promocione.
Él, Mamadou Sall, es en la actualidad uno de los artistas más cotizados del arte suwer, especialmente en Francia donde este estilo es muy apreciado y existen muchos coleccionistas.
De hecho, tras su paso por Madrid viajará a Paris donde también expondrá su obra.
A su hermana le gustaría acompañarle, pero a ella solo le han concedido un visado por un mes, así que tras la exposición en la capital española se verá obligada a regresar a Senegal.
El viaje a España lo han podido realizar gracias al apoyo de la Fundación Hispano Africana para el Intercambio Artístico y Cultural (HAIAC), con sede en el municipio segoviano de Torrecaballeros.
Su presidente, Javier Giráldez, viajó hasta Rufisque en 2009 en busca de Ibrahima Sall y al llegar se enteró de que acababa de fallecer.
Fue, entonces, encaminado hacia sus hijos, se conocieron y aquello fue el inicio de una fructífera colaboración que dura hasta hoy.
Bassine sueña con construir su propia galería de arte
Junto a su hermano también planea dar clases a los escolares de la ciudad para que aprendan la técnica suwer y así "a lo mejor descubrimos a algún artista verdadero que quiera continuar con este estilo".
Durante el mes que los dos hermanos estarán en Madrid, van a continuar su trabajo y producir nueva obra.
Por lo que también atenderán a demandas personalizadas. Igualmente, el 25 de julio tendrán un encuentro en la sede de la Galería de Mamah Africa con todo el público que quiera asistir en el que enseñarán como se realiza esta técnica.
Una oportunidad única para conocer más de cerca este arte tan peculiar.
Bienvenidos a Rufisque
Con trazo firme y decidido la plumilla deja su reguero de tinta
china sobre el cristal.
Forma los bustos de una pareja vestidas con
ropas muy elaboradas. Ella con turbante, él con el típico gorro que
portan muchos senegaleses.
Luego las siluetas se llenan de colores que
salen de pequeñas latas de pintura al aceite y se aplican con finos
pinceles.
Primero el blanco de los ojos, luego el dorado de las joyas;
por cierto, este color proviene de un aerosol rociado sobre el propio
tapón del envase desde donde el pincel lo recoge.
La pigmentación se
sobrepone en capas de intensa tonalidad que, poco a poco, hacen aparecer
los pequeños detalles que configuran el cuadro cuando se le da la
vuelta al vidrio.
Una obra única, brillante, colorida y con un toque
naif que la hace admirable y deseable en el mismo momento que el artista
la crea.