Julian StratenschulteAPMARGARITA VISTA a través de gotas de lluvia sobre una brizna de hierba
en Laatzen, al norte de Alemania”. Esa es toda la información que
acompaña la fotografía. Laatzen es un municipio de 41.000 habitantes
situado cerca de la ciudad de Hannover (Alemania). Su descripción ocupa
exactamente cinco líneas en Wikipedia. No consta en Internet otra
información acerca de él, salvo las habituales ofertas de las páginas
webs de hoteles. Cabe decir, pues, que la localidad ha saltado a la
prensa internacional gracias a esta imagen, que es como un haiku visual. Se ignora el tipo de lente que utilizó su autor, pero ha logrado una
fotografía de premio.
Ullstein Bild Getty ImagesDORIS DAY representó
la ilusión óptica de una América feliz y confiada. Vivía en un país en
el que hasta los perros viajaban en Cadillac. No recuerdo que en sus
películas salieran hombres negros o mujeres negras, a menos que
trabajaran de criados o criadas, pero sí que, en diciembre de 1955, el
mismo año de la foto, Rosa Parks acabaría en la cárcel por ocupar en el autobús el asiento de un blanco.
—Estaba cansada —me parece que le dijo al juez. No se refería al cansancio normal de una jornada de trabajo, sino al
de décadas de violencia por parte de la mayoría blanca. Significa que la
realidad y el cine no siempre se encuentran en la misma onda. La mascota de Day se sentaba donde le daba la gana. Ahí la tienen,
recibiendo el cariño de las multitudes. Observen la dentadura de la
actriz, la perfección de los bucles y las ondas de su cabello, el número
exacto de los dedos de su mano derecha, sus cejas, sus ojos, sus dos
fosas nasales. No le falta ni le sobra nada. El guiso está en su punto. Su Qué será, será,
por otra parte, jamás sonó a incertidumbre existencial. Se trataba de
una pregunta retórica, pues dábamos por supuesto que todo iría bien,
incluso que iría mejor. Le fue bien al perrito, le fue bien a ella, les
fue bien a sus productores y a la marca de automóviles. Murió ayer, como el que dice, a los 97 años,
quizá un poco harta de su complicidad con el espejismo colectivo que
llegó a representar. Tal vez unos segundos antes de extinguirse, al
venirle a la memoria todos aquellos momentos que habían colmado su
existencia, se dijo: ¡Qué descanso!
La desinformación es una nueva y muy eficaz arma política. O tomamos
conciencia del peligro, o seremos los más tontos de la historia humana.
LA NEUROCIENCIA
nos está permitiendo conocer cada vez mejor el previsible y, por
consiguiente, manipulable funcionamiento de nuestro cerebro, y las redes
sociales están utilizando malévolamente ese conocimiento igual que el
fusil utiliza la bala: con la intención criminal de reventarnos la
cabeza desde lejos.
Aunque el cerebro humano es un órgano de complejidad maravillosa, los
neurocientíficos han descubierto que la función más o menos consciente,
aquello que llamamos pomposamente “yo” (¡qué importantes somos para
nosotros mismos!), no supone más que una porción minúscula dentro de la
actividad general: “El yo es un polizonte en un trasatlántico”, dice David Eagleman. Y esa pizca de “yo” escoge, por economía de funcionamiento, atajos de
pensamiento que pueden tener resultados catastróficos. Por ejemplo,
está demostrado que escuchar la misma afirmación más de tres o cuatro
veces nos hace a todos más proclives a creerla, aunque se trate de la
mentira más idiota.
O sea: cuanto más repitas una falsedad, más se extiende y se hinca en
el pensamiento colectivo, como un virus. La mentira es una especie de
gripe mental.
Esa enfermedad viral, esa pandemia, está llegando a niveles jamás
alcanzados antes. Hace tres semanas, la ONG AVAAZ publicó un interesante
informe sobre las fake news y la manipulación informativa de la extrema derecha. Antes de las elecciones corrieron por Europa venenosos bulos: que Notre Dame será reconstruida
con un minarete musulmán, o que pandillas de emigrantes están atacando a
la policía. Todo falso, por supuesto, pero astutamente dirigido al
centro de los miedos de la gente, porque nuestro cerebro también está
programado para recordar la información negativa antes que la positiva:
según AVAAZ, las mentiras basadas en el miedo se propagan hasta seis
veces más rápidamente que las noticias reales. Un horror, porque las
noticias falsas difundidas en Facebook pueden llegar a ser vistas por
mil millones de personas al día. La desinformación es una nueva y muy eficaz arma política, y AVAAZ
señala expresamente a Rusia y a sus millones de cuentas falsas. RT, el
canal de propaganda estatal rusa, tiene más de 2.700 millones de visitas
en YouTube. Y, para peor, nadie es inmune. No te salva la experiencia (hay
estudios que demuestran que los mayores de 65 años difunden siete veces
más bulos que los más jóvenes), y tampoco el nivel cultural o la
inteligencia. Al contrario: todos somos proclives a creer aquello que
confirma nuestros prejuicios, y los más cultos, una vez infectados por
una mentira, tienden a estar mucho más seguros de ella y de su propio
criterio. Hay un tipo de inteligencia, muy extendida, que desdeña el
detalle y se fija, por economía, en el conjunto. En una investigación de
la Universidad de Southern California preguntaron a los alumnos:
“¿Cuántos animales llevó Moisés en el Arca?”, y sólo un 12% contestaron
correctamente: ninguno. Era el Arca de Noé, no de Moisés (lo cuenta
David Robson en su libro The Intelligence Trap). Y este tipo de mente cree con más facilidad en las fake news.
El paroxismo electoral que acabamos de vivir en España nos ha dejado
numerosos ejemplos de mentiras. Me pasmaron, por su completa falsedad,
los bulos contra el PACMA: dijeron que eran antiabortistas y antifeministas, y hasta, en el colmo del disparate, que iban a votar a VOX,
cuando precisamente VOX es su mayor enemigo e intentó que los jueces
prohibieran la campaña de PACMA. Los animalistas sacaron un vídeo
desmintiendo todo, pero sirvió de poco. ¿Cómo podemos defendernos de
estas malignas manipulaciones? Es difícil, muy difícil; en las pasadas
elecciones, la empresa de seguridad Protect Global lanzó una campaña
para desmentir los bulos contra los emigrantes por medio de datos (como,
por ejemplo, que sólo el 16% de los robos en España son cometidos por
extranjeros). Una gran iniciativa, pero insuficiente, porque la
desinformación es tan contagiosa como el ébola. O tomamos conciencia del
peligro, desarrollamos planes nacionales contra la mentira organizada y
empezamos a educar a los niños en el pensamiento crítico, o seremos los
borregos más tontos de la historia humana, camino del matadero y
balando mentiras todos a una.
HABLÉ HACE ya años de la fragilidad actual —de la pusilanimidad, de
hecho— de muchos estudiantes universitarios estadounidenses.
Algunos
lectores quizá recuerden que exigen que sus centros sean “espacios
seguros”, es decir, en los que las opiniones contrarias a sus creencias y
convicciones no los “perturben” ni “desasosieguen” y sean acalladas.
Han cercenado la libertad de expresión —no digamos de debate— hasta
límites dictatoriales.
A veces se impide que un invitado dé una
conferencia si su persona les es ingrata o prevén que sus ideas los van a
“alterar”.
Hay jóvenes que se salen de un seminario, lloriqueando, si
un compañero manifiesta una postura que los “ofende” y “trastorna”. A
menudo deciden qué libros y qué temas se pueden abordar en un curso y
cuáles no, y, dado que los alumnos se comportan como “clientes” por los
altísimos precios que sus familias pagan, a los profesores no les queda
otra que tragar y plegarse.
Lo que solía llamarse “libertad de cátedra”
está muy seriamente amenazado.
Los claustros ceden cada vez más a los caprichos y a la intolerancia
de estos estudiantes mimados, débiles, que se descomponen y quiebran por
cualquier cosa.
Están hechos de porcelana y no deberían ir a la
Universidad, por tanto, que siempre ha sido lugar para la confrontación
de ideas: en los regímenes autoritarios, incluso, con un grado de
libertad del que el resto de la sociedad carecía, la prensa no digamos.
Si los claustros complacen a los jóvenes déspotas es en parte por
amilanamiento y cobardía y en parte porque también están formados por
profesores y burócratas que son igual de hipersensibles e histéricos.
Todo esto indica una infantilización impropia.
Estos universitarios
—¡universitarios!— no han salido ni están dispuestos a salir de su niñez
sobreprotegida.
Y se sabe que los niños, si se les da pie y se les
permite, tienen una tendencia natural a ser tiránicos; a que se haga su
voluntad sin excepciones.
Lo último que he leído al respecto es que
algunos colleges han creado, a petición de estos clientes de guarderías, “cry rooms” y “pet rooms”,
esto es, cuartos a los que retirarse a llorar y cuartos con mascotas,
para que los alumnos se acerquen a acariciar conejos, perros, gatos y no
sé si cerdos y se calmen en su compañía.
Ignoro si son
alquilados o si son los de los estudiantes, que se los llevan a clase o a
los aledaños.
Es seguro, en todo caso, que de ellos no saldrán
opiniones indeseadas.
Curioso que estos universitarios busquen
conversación con seres irracionales.
Creerán que pensar es abyecto, una
contrariedad y una anomalía.
Dada la aceptación creciente y mundial de puerilidades, me parece que
esta iniciativa debería ser adoptada por nuestros Congreso y Senado, y
que sus señorías gocen de la oportunidad de irse a echar unas lágrimas o
a abrazar a unos hámsteres, y de paso a unos peluches.
La sesión de
acatamiento de la Constitución resultó tan ridícula que sin duda sus
señorías toman el Parlamento por un kindergarten. Lejos de los dramatismos de Casado y Rivera,
que en las variopintas fórmulas de juramento o promesa vieron
“ultrajes” y “humillaciones” sin cuento, lo que se contempló fue un
espectáculo digno de impúberes.
Me sorprendió que los nuevos
Presidentes, Batet y Cruz,
no puntualizaran a la primera: “No se les pregunta por sus fobias,
filias y aspiraciones.
Sólo si prometen o juran acatar y defender la Constitución. Por favor, limítense a eso. Por qué o por quién lo hacen, es superfluo”. Hubo fórmulas contradictorias, como “Con lealtad al mandato del 1 de
octubre”, fecha de un referéndum-farsa ilegal
que se utilizó para atentar contra la Constitución. ¿Cuál de esas dos
cosas iban a defender, si son incompatibles? Otro individuo improvisó:
“Por los nuevos tiempos republicanos, prometo”. Es dueño de sus deseos,
pero, según la Constitución, que yo sepa, España es de momento una monarquía parlamentaria,
que a la vez prometió defender e intentar minar o derrocar. Es lo de
menos. La sarta de infantilismos y bravatas fue de opereta. “Por
España”, como si hubiera cabido jurar por Francia o Alemania. “Por la
democracia”, como si sus señorías no estuvieran en sus escaños gracias a
ella y a un sufragio transparente y limpio, no impugnado por nadie, y
no fuera el enésimo desde hace más de cuarenta años.
Hubo diputados
franquistas que se dedicaron a golpear violentamente sus pupitres (sí,
pupitres) como si fueran reventadores en un estreno teatral
decimonónico.
Otros vestían camisetas con lemas, por fuerza simplezas
(“Por la salvación del planeta”).
Todo muy ameno y pintoresco, no me
quejo.
A un hermano mío lo decepcionó tan sólo que los políticos presos
no se presentaran a la sesión disfrazados con trajes y gorritos a rayas
blancas y negras y con un pie encadenado a una bola, como los
presidiarios de los antiguos tebeos y de las películas sureñas.
En fin,
no se puede tener todo.
Pero insisto en serio: vista la mentalidad
infantiloide de bastantes señorías, solicito urgentemente que el
Congreso habilite una habitación para soltar lágrimas y otra bien
provista de animalillos, para que los diputados se desahoguen a gusto,
refieran sus anhelos y cuitas a los conejos y a los cochinillos, y
cumplan después con sus obligaciones.