El eurodiputado relacionó al progenitor del líder de Podemos con el asesinato de un policía en 1973.
Hermann Tertsch, eurodiputado de Vox, tendrá que indemnizar con
15.000 euros al padre del líder de Podemos, Pablo Iglesias, según la
sentencia del Juzgado de Instrucción número 2 de Zamora que considera
que el periodista cometió un delito de intromisión ilegítima y una
vulneración del derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen de
Francisco José Iglesias. El político acusó al abogado de participar en
el asesinato de un policía en 1973. "Del nombre de este policía tampoco
se acuerda nadie. José Antonio Fernández Gutierrez asesinado por el
FRAP, grupo terrorista comunista, el 1 de mayo de 1973. Entre los
miembros detenidos después estuvo el padre de Pablo Iglesias. Como llegó
la amnistía nunca fue acusado nadie", tuiteó el columnista el 5 de
marzo de 2018. Es la segunda vez que Tertsch debe indemnizar a la familia de Iglesias. En julio de 2018, los magistrados de la Audiencia Provincial de Zamora
condenaron al eurodiputado a pagar 12.000 euros a la familia por afirmar
en un artículo en el periódico ABC que el abuelo del dirigente político
fue un "miliciano criminal" condenado a muerte "por participar en
sacas, es decir, en la caza de civiles inocentes desarmados en la
retaguardia en Madrid".
En esta ocasión, el político de Vox no solo tendrá que pagar 15.000
euros, también tendrá que publicar en su cuenta de Twitter el fallo de
la sentencia y eliminar los mensajes en los que acusaba al padre de
Iglesias de urdir el supuesto delito. Tertsch solo podrá recurrir una
vez haya acatado todos los puntos del fallo. Tras publicar el tuit sobre el padre de Iglesias, otro usuario de la
red social le respondió que se encontraba en la cárcel en el momento del
asesinato, a lo que Terstch respondió: "Las decisiones sobre matar o no
matar policías se toman antes. Además, yo no he dicho que el padre de
Iglesias fuera uno de los autores materiales del asesinato de aquel
policía de 21 años. Sino que no ayudó a esclarecerlo. Nunca fue aclarado
ese crimen porque se dio la amnistía". Este segundo tuit también
aparece en el fallo emitido por el juzgado de Zamora.
El óleo,
de 1565, ha sido restaurado tras sufrir una rotura de casi un metro tras
desprenderse su anclaje de la pared y caer al suelo el pasado octubre.
Cristo crucificado (1555), una de las obras clave de la etapa de madurez de Tiziano, ha vuelto a la sacristía del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial tras pasar ocho meses en los talleres de restauración de Patrimonio Nacional en el Palacio Real de Madrid. La pintura sufrió una espectacular caída
el pasado octubre tras desprenderse parte del revestimiento de yeso de
la pared en la que estaba colgado en la sacristía del monumento. El óleo
sobre lienzo, que mide 242 x 137 centímetros con su marco, cayó desde
una altura de unos cinco metros sobre los muebles de los siglos XVI y
XVII, en los que rebotó para terminar en el suelo, donde miembros del
servicio de seguridad del monasterio lo encontraron la mañana del 3 de
octubre. Para celebrar la vuelta a casa de la mejor pintura de Tiziano que se
exhibe en El Escorial, Patrimonio Nacional abrirá, excepcionalmente, la
sacristía de martes a viernes durante todo junio, informó este lunes la
institución en un comunicado. Los visitantes podrán admirar la sobria
obra de Tiziano entre las 11.00 y las 14.00 y comprobar cómo la
restauración ha borrado la herida, de 97 centímetros, que la parte inferior de la tela sufrió en su aparatosa caída. Los técnicos de Patrimonio Nacional han recolocado las dos telas que
tiene la obra, la original y un forro posterior, han unido el desgarro
mediante microcirugía —haciendo coincidir los hilos de la urdimbre y
entretejiendo los de la trama— y han consolidado la capa pictórica de
los bordes de la rotura, que se ha reforzado. Una vez estabilizado el
lienzo, los restauradores han reintegrado las pequeñas faltas de pintura
y las han protegido con barniz.
Cristo crucificado, que fue enviado al rey Felipe II, ha
participado en grandes muestras sobre Tiziano en Viena, Venecia y Roma.
Además, la pintura fue una de las obras más destacadas de la exposición El renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura
que organizó el Museo Thyssen en 2017, por tanto, esa fue la última vez
que la pintura fue descolgada y vuelta a colocar sin que los técnicos
detectaran problemas en el anclaje. En su comunicado, Patrimonio
Nacional ha revisado todos los anclajes antiguos de las obras que se
encuentran en la sacristía de El Escorial y los ha reemplazado por
nuevos sistemas de sujeción para garantizar su seguridad.
Ídolo femenino (Gáldar, Gran Canaria). El Museo Canario
La historia de las islas Canarias
antes de la llegada de los conquistadores a finales del siglo XIV,
admiten los expertos, representa uno de los grandes misterios de la
arqueología española.
Con una comunidad científica muy dividida —ni
siquiera se ponen de acuerdo en cuándo se produjo la primera oleada de pobladores indígenas—,
arqueólogos, historiadores y genetistas han dado el primer gran paso
para desentrañar el origen de los actuales isleños.
Los estudios de la
profesora Rosa Fregel, del departamento de Bioquímica, Microbiología,
Biología Celular y Genética de la Universidad de La Laguna,
desvelan que, dependiendo de la isla, gran parte de la población actual
porta ADN mitocondrial aborigen.
A esto se une que José Farrujia de la
Rosa, arqueólogo y profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales de la
misma universidad, en su reciente libro Identidad canaria (Ediciones Tamaimos),
descifra los principales secretos de esta civilización cuya presencia
material prácticamente ha desaparecido, pero no su impronta.
Entre
ellos, Farrujia de la Rosa recuerda los dos sistemas de escritura que
poseían, su llegada en dos oleadas desde el norte de África o su
carencia de caballos o bueyes, ya que las embarcaciones que los
transportaron hasta el archipiélago resultaban demasiado pequeñas.
Todo comenzó por un liquen (orchilla) que servía para elaborar el
color púrpura, una tonalidad sumamente deseada para teñir los ropajes
del siglo XV. Así que el noble normando Jean de Béthencourt consiguió
del rey castellano Enrique III el apoyo necesario para conquistar aquellas lejanas islas de las que se tenía constancia, al menos, desde el historiador romano Tito Livio (las denominó Afortunadas). El choque cultural y militar entre los pobladores insulares (los
indígenas canarios) y los castellanos fue brutal: se necesitaron casi
100 años de lucha para tomar las siete islas.
La cultura indígena se adentró así en las tinieblas de la historia.
Entre los siglos XVI y XX, se desarrollaron diversas teorías sobre aquel
pueblo: desde una supuesta procedencia celta hasta un origen
indoeuropeo. Ahora, las pruebas arqueológicas y de ADN
han dejado claro que los indígenas canarios no son otra cosa que
imazighen (en singular, amazigh), un pueblo que se extendió por el norte
de África hace más de 3.000 años y que ocupaba desde Libia hasta el
Sáhara. En un artículo publicado en la web de la Universidad de La Laguna,
Fregel explica que se "puede determinar que la población canaria global
tiene una ascendencia aborigen por línea maternal del 55,9%, mientras
que los componentes europeos y africano subsahariano son de un 39,8% y
un 4,3%, respectivamente"..
Cuando el cálculo se realiza para cada isla por separado, los
resultados son bastante variables. Los valores más altos de ascendencia
indígena se observan en la población de La Gomera (55,5%) y en La Palma
(41,0%), mientras que los valores más bajos se encuentran en Tenerife
(22,0%) y El Hierro (0,0%). Los resultados de El Hierro,
con una supervivencia nula de la población indígena, se pueden explicar
por la propia evolución histórica de esta isla (es la más occidental) o
por la escasez de las muestras analizadas. Fregel añade que "gracias a los análisis de ADN antiguo se ha podido
desterrar la creencia de que los guanches eran casi vikingos, altos,
rubios y de ojos azules. Todo apunta a que proceden del norte de África y
que su fisonomía se asemeja bastante a la de los bereberes, de piel
blanca, más bien cetrina, y ojos marrones o claros, en algunos casos. Tópicos o leyendas de la época, lo cierto es que los antiguos pobladores
de Canarias no eran tan diferentes a los canarios de hoy en día".
¿Pero cómo y por qué llegaron a Canarias? Farrujia de la Rosa
sostiene que lo hicieron en dos grandes oleadas. Una primera hace unos
2.500 años (las pruebas de Carbono 14 no son concluyentes) y una
segunda, en torno al siglo I, coincidiendo con la presencia romana en el
norte del continente. Cruzaron el mar en pequeñas embarcaciones -no se han encontrado
restos de ninguna- y desembarcaron en las islas más orientales:
Lanzarote (la isla que ha proporcionado las fechas más antiguas por
Carbono 14, mil años antes de nuestra era) y Fuerteventura. Se ignora
cuántos individuos lo lograron, aunque los cálculos científicos
demuestran que 14 parejas pudieron ser suficientes para que el
poblamiento insular fuera exitoso en un 81%. Pero solo es una teoría,
pudieron alcanzar la costa muchísimos más.
De
la segunda oleada se sabe que se produjo en época romana, momento en el
que introdujo en Lanzarote y Fuerteventura, entre otros elementos
culturales, la escritura latino-canaria. Con anterioridad, en la primera
arribada, ya habían extendido la escritura líbico-bereber en el
archipiélago. Ambas están ahora en proceso de estudio, habiéndose
realizado ya diversas propuestas de transcripción que recogen la
presencia escrita de teóforos, teónimos o nombres personales. Sea como sea, lo más evidente es que en Canarias no existe ningún
tipo de mina férrica o metalífera, por lo que los pobladores tuvieron
que adaptar sus conocimientos (eran poseedores de la metalurgia)
al nuevo hábitat. Surge así el empleo de obsidiana y basalto para los
útiles líticos o una cerámica decorada con colores ocres, como es el
caso de la de Gran Canaria, con claros paralelismos con la conocida en
otras partes del ámbito amazigh del continente. “Adoraban al sol y la luna, pero también a las montañas, a los roques
y a las cuevas, al igual que los imazighen", explica Farrujia de la
Rosa. Se extendieron por las siete islas y "lo importante”, señala el
profesor, “es que la investigación ha fructificado, tras décadas con las
más controvertidas teorías. Falta mucho, pero nos vamos acercando a
encontrar una respuesta a de dónde venimos”, incide.
La visita
de Juan Ramón Jiménez a la familia García Lorca marcó la vida y la obra
de dos de los escritores españoles más importantes del siglo XX.
Un
libro reconstruye aquel encuentro.
En agosto de 1924, Federico García Lorca empezó a escribir el Romancero gitano. Casi al mismo tiempo, Juan Ramón Jiménez había escrito un bellísimo
romance, difícil de ubicar en la obra del premio Nobel, titulado Generalife
y dedicado a Isabel García Lorca (“hadilla del Generalife”), con quien
acababa de pasar en Granada casi dos semanas, entre el 21 de junio y el 3
de julio; con ella, con su hermano mayor, Federico, como anfitrión, y
con toda la familia del poeta de la Generación del 27. Un viaje y una
ciudad que le causaron tan profunda impresión que no solo le
acompañarían toda su vida en el recuerdo —“Días como aquellos se viven
pocas veces en la vida”, escribió 21 años después—, sino que inspirarían
Olvidos de Granada, un libro que no llegó a publicar en vida, pero que, según Cernuda, significó junto a Españoles de tres mundos “el nacimiento de la prosa moderna”. “Días como aquellos se viven pocas veces en la vida”, escribió 21 años después—, sino que inspirarían Olvidos de Granada, un libro que no llegó a publicar en vida, pero que, según Cernuda, significó junto a Españoles de tres mundos “el nacimiento de la prosa moderna”.
Lo explica Alfonso Alegre Heitzmann, que ha tratado de regresar a
aquel lugar y aquel “momento mágico” y llevar con él al lector de Días como aquellos. Granada, 1924, ganador del Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2019
de las fundaciones José Manuel Lara y Cajasol y que se va a publicar en
los próximos días. “El libro quiere abrir una ventana en el tiempo para
encontrarnos con los que son para mí los dos grandes poetas españoles
del siglo XX en una convivencia fraterna”, explica Alegre Heitzmann, que
añade un tercer invitado excepcional que se unió justo al final del
viaje —de hecho, Juan Ramón alargó su estancia para estar un poco más de
tiempo con él—: el músico Manuel de Falla, que por aquellos días de
verano andaba trabajando en Concierto para clave. Ese corte en el tiempo —que el libro construye a través de las cartas
de los protagonistas y de sus propias obras— quiere también reivindicar
la figura de un autor del que se ha dado “una visión completamente
sesgada” que ha condicionado además la recepción de su poesía. Por eso
ha querido evitar las recurrentes referencias al alejamiento y
enfrentamiento que llegó a producirse entre Juan Ramón y los poetas de
la Generación del 27 para centrarse solo en aquel momento dulce.
Los especialistas Andrés Soria Olmedo y José Antonio Expósito
coinciden en enmarcar ese episodio dentro del tiempo de comunión entre
unos autores jóvenes que querían abrirse camino y el mentor que les
ayudaba y guiaba y se sentía más cómodo entre ellos que con las gentes
de su propia generación. Antes de que un cúmulo de circunstancias —entre
egos heridos, diferencias estéticas y necesidades de autoafirmación—
causara distanciamiento y ruptura. Pero ambos expertos coinciden también
en que el caso de Lorca es particular, pues aunque “participó de las
bromas y burlas” de sus amigos (dice Expósito), nunca las hizo públicas
ni dejó de reconocer el magisterio de Juan Ramón: “Le admira muchísimo y
lo considera un maestro”, añade Soria Olmedo. Y, a su vez, el premio
Nobel, pese a las críticas que hizo de su obra —no entendía que el
granadino perdiera el tiempo con el teatro, por ejemplo— siempre le tuvo
un aprecio especial. “No quise, no quiero creer la noticia. Y ahuyento
de mí la segura pena con que me golpearía la verdad”, escribió Juan
Ramón, ya desde el exilio, cuando le llegaron los primeros rumores de
que Lorca había sido asesinado en los inicios de la Guerra Civil. Por ahí, por el exilio, desde la distancia del recuerdo empieza Alegre Heitzmann su Días como aquellos,poniendo
en contexto además la relación que siempre mantuvo con la familia
García Lorca, antes de regresar al principio de la relación de los dos
poetas. Cuando Lorca llegó a la casa de Juan Ramón en Madrid en 1919 con
una carta de presentación de Fernando de los Ríos que el de Moguer
contestó: “Su’ poeta vino, y me hizo una excelentísima impresión”. Y
explica cómo fue creciendo esa amistad que culminó en el viaje del
verano de 1924.
‘El ladrón de agua’
Juan Ramón llegó por primera vez a esa Granada que ya había fascinado
a Washington Irving y a Théophile Gautier y que además estaba viviendo
una gran efervescencia cultural —les acompañaron además Emilia Llanos y
el pintor Hermenegildo Lanz— y quedó entusiasmado paseando por la
Alhambra, el Generalife, el Albaicín... Además, Lorca, que para entonces
ya tenía plena conciencia de su propia voz, pudo ver su ciudad a través
de los ojos del maestro. “Juan Ramón ha dicho cosas agudísimas de la
ciudad y ha trabado gran amistad con mi familia.[... ] Un día me dijo: ‘Iremos al Generalife a las cinco de la tarde, que es la hora en que
empieza el sufrimiento de los jardines’. Esto lo retrata de cuerpo
entero, ¿verdad?”, escribió.
A partir de ahí, el libro repasa algunas referencias de las obras de
Lorca y Juan Ramón —sobre todo del segundo— a la luz de los detalles de
la visita. Habla del “cielo bajo” o el juego agua-sangre, pero quizá lo
más sobresaliente es su interpretación de El ladrón de agua, un
texto realmente críptico sobre el que los críticos han lanzado todo
tipo de teorías y que comienza: “Convencido cada noche por la antigua
medialuna granadí de que es un ladrón, el ladrón de agua retumba, cae,
zumba, se yergue...”. Alegre Heitzmann propone que ese ladrón no es una
persona, sino un acetre, un tipo de cubo que retumbaba de modo muy
particular al lanzarlo para recoger agua. Lo hace por una conversación
que tuvo hace años con el hijo, ya fallecido, de Hermenegildo Lanz, que
le habló de la noche en que Juan Ramón cenó en su casa y pidió que
lanzaran varias veces el cubo al agua para recrearse en aquel sonido.