La
cantante, que fue operada de un problema intestinal, ha sufrido
complicaciones cirulatorias y metabólica. Se encuentra en la UCI.
María Jiménez, de 69 años,
permanece ingresada en el Hospital San Rafael de Cádiz desde que hace
18 días tuviera que ser operada de urgencia.
Lo que parecía una simple
intervención ha derivado en un empeoraminto de sus problemas
"circulatorios crónicos y metabólicos" que mantienen a la cantante en la
UCI "bajo intubación orotraqueal y conectada a ventilación mecánica",
según el parte médico.
Su hijo ha declarado que las próximas horas serán
claves para determinar su evolución.
Alejandro, el hijo que la artista tuvo durante su matrimonio
con Pepe Sancho, ha pedido respeto para la familia en estos difíciles
momentos. "Estamos preocupados porque sigue en estado de gravedad",
declaró por teléfono en Telecinco. "Está siendo un proceso de muchos
altibajos, pero confiamos en saber algo más en las próximas horas. Yo os
iré informando", añadió. A pesar de todo, Alejandro envío un mensaje de
tranquilidad. "La rubia sale de esta", dijo. La misma cadena emitió horas antes un programa de Mi casa es la tuya en el que hizo un repaso a su vida. "No tengo filtros ninguno, digo lo que pienso y hago lo que siento, y al que no le guste que mire para otro lado. Me da igual me he levantado muchas veces como el Ave Fénix. No he
tenido problemas, he tenido soluciones. Porque en la vida tiene solución
todo, menos la muerte", aseguraba. La cantante habló de su matrimonio y confesó que sus 22 años junto a
Pepe Sancho fueron un calvario: “Era un malestar a diario. Una
convivencia envenenada”. "En la calle era un cachondo, pero en casa se transformaba",
ha recordado. Además, ha contado que cuando tomó la decisión de
separarse de Pepe gran parte de la sociedad se puso en su contra. Su
hijo, presente durante parte del programa habló también de ello. Él la
alertó de una infidelidad de su padre. “En ese momento, se le levantó
la venda de los ojos, denunció y mi padre dejó de tener contacto
conmigo. Muchos pensaban que estaba loca”, confesó Alejandro. "Era un
personaje muy complejo. No podía venir nadie a casa…Se
ha ido solo y ha muerto solo…", añadió. "Mi padre nunca valoró a mi
madre, ni como cantante ni como mujer". Y en ese sentido fue testigo de
los peores momentos vividos en el matrimonio: "Yo a esa edad no era
consciente de lo que era el maltrato. Pero ahora con 35 años soy
consciente de que sí, era maltrato. Ahora tendría que leerle la cartilla
a mi padre". María Jiménez antes de caer enferma planeaba su regreso a los escenarios y la grabación de un disco.
Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser únicamente un poeta.
Era un hombre que buscaba amparo. Su voluntad era la de ser
únicamente un poeta. Se le cruzó la vida triste de Uruguay, la maldad
militar, la dictadura. Perseguido por la catástrofe que mató a tantos,
ingresó en la nómina mundial de los perseguidos, y ya siempre tuvo
miedo. En Argentina, en Perú, en Cuba y en Madrid.
Hace 20 años, en 1999, allí, cuando se ponía en marcha el Centro Mario Benedetti, él leyó un poema, Zapping de siglos,
que ahora suena profecía.
Lo preparó como un testamento de
incertidumbre. ¿Qué será este tiempo en el que ya no voy a estar?
Al
morir tenía 88 años. Ya no sabía que había sido Mario Benedetti.
Pudo haber caído sobre él el cielo gris del limbo que hace invisibles a
los poetas muertos.
Pero su fundación en Montevideo, a cuyo mando está
su biógrafa, Hortensia Campanella, se encarga de ponerle sal y fuego a
la memoria de aquel hombre que parecía, dice ella: “Un abuelito para mi
hijo”.
Carmen Alemany, que en Alicante acompañó a José Carlos Rovira y a
Eva Valero en la tarea de poner en marcha el Centro Mario Benedetti,
contaba el viernes que su hija lo llamaba “el marido de Luz”.
Pues Luz,
su mujer, más que su sombra fue efectivamente su luz, su amparo mayor,
su compañera.
Luz murió sin memoria.
Cuando se fueron de Madrid, en
2003, ya Luz no escuchaba el teléfono, no sabía qué hacer con los
recados.
Él la cuidaba con una delicadeza incendiada por el
aturdimiento.
Esa mañana del regreso definitivo a Uruguay ella se dejó las llaves
dentro de la casa. Era la metáfora de la despedida. Después de tantos
viajes de ida y vuelta, tras el exilio y el desexilio, ya iba a ser
Montevideo, de donde partió huyendo, el amparo final, el salto a la
esperanza y al vacío. Y las llaves se quedaron en Madrid, ya no habría
vuelta. Palma de Mallorca, Madrid, Alicante fueron sus últimos amparos. Y la
música de Serrat o de Viglietti. El amparo era que le hicieran caso sus
amigos. Que no hubiera espinas en el pescado, que le funcionaran los
aparatos del asma, que no le pusieran almendras en los platos, que
hubiera urinarios cerca de sus firmas en la feria, que le salieran bien
las operaciones, que no le faltaran el periódico ni los lápices, que
hubiera guayaberas limpias. Que ya no hubiera más uniformes señalándole
la puerta o la pena de muerte. Y que Luz, su mujer, estuviera siempre.
Ella murió tres años antes que él. Lo vi llorar meses más tarde. Desde su butaca miraba al aire gris de Montevideo. Escribía haikus,
había presentado la dimisión al diablo del tiempo. Ya qué iba a hacer,
se le había hecho la noche, como dice un verso argentino, en la mitad de
la tarde.
Desamparado tantos años Mario Benedetti. La historia lo hizo
desconfiar de las sombras. Entraba en los sitios como si fuera a
resbalar, inquieto. Aplaudido por miles, como una estrella del rock de
la poesía, siempre sintió que pasaría algo atroz o incomprensible. Así
que buscaba amparo. Había en él esa ausencia triste del perseguido que
ni en la pared halla apoyo. Alicante le dio honores y calor, hasta ahora
mismo, Chus Visor no para de editarle; Campanella dice que a la
fundación siguen viniendo sin cesar solicitudes para hacer de sus versos
canciones y de sus novelas o relatos teatro o cine. En Montevideo lo acogieron, de vuelta, como una leyenda que ya se iba
a quedar allí, en su casa donde lo único que se movía era la mecedora. En aquel Zapping de siglos dejó escrita, con la ironía que le aclaraba las ideas y los días, su manera de ver lo que venía: “El siglo light está a dos pasos / su locurita ya encandila / al cuervo azul lo embalsamaron / y ya no dice nunca más”. Él sobrevivió nueve años la locurita del siglo XXI. Su biblioteca
está en Alicante, en Montevideo, en las canciones y en miles de
librerías o de casas.
La segunda capital financiera del Reino Unido sobrevuela el pesimismo del Brexit.
Edimburgo descubrió por instinto que el secreto de la naturaleza
humana consiste en combinar en la dosis justa la "simpatía" hacia los
otros y el individualismo egoísta. Se reconcilió finalmente con su
filósofo universal, Adam Smith, y ya hace más de diez años que el autor
de dos obras eternas como la Teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones
contempla con orgullo, inmortalizado en bronce, el incesante flujo de
turistas que recorren la empinada Royal Mile, en la parte vieja de la
ciudad. Medio millón de almas habita la capital de Escocia, pero cuando
llega el verano y trae consigo el festival de teatro más famoso del
mundo, un millón y medio de personas desborda esta urbe moderna "cuyo
clasicismo fue rescatado de su frialdad por un gótico que la rescató de
lo grotesco", escribe el historiador James Buchan. Su obra, Capital of the Mind: How Edinburgh changed the world
(Capital de la Mente: Cómo Edimburgo cambió el mundo), es la declaración
de amor y asombro a un breve periodo en la historia, entre 1745 y 1789,
en el que se intercambiaron el valor, la lealtad, la religión y la
violencia de las dagas por el progreso, la ley, el comercio
internacional y el cultivo de las relaciones sociales entre hombres y
mujeres. La "Atenas de Gran Bretaña", la llamaron.
"Siempre
hemos sido tremendamente cosmopolitas, y hemos sido capaces de atraer
enormes cantidades de estudiantes, turistas y empresarios del resto de
Europa y del mundo", explica henchida de orgullo Helen McMillan,
norirlandesa de origen y edimburguesa de adopción. Es la directora
regional para Europa de la Universidad de Edimburgo. La responsable de
tender lazos con otras universidades del continente. "Somos el segundo
centro financiero más importante del Reino Unido. Tenemos cuatro
universidades —algo muy relevante si se tiene en cuenta que apenas somos
medio millón de personas—, la ciudad es arquitectónicamente bella,
tenemos una riqueza cultural inmensa, el coste de la vida es bastante
inferior al de Londres, una gran mayoría votó en contra del Brexit (74%)
y es el lugar donde nació el personaje de Harry Potter", remata con una
sonrisa cómplice. Uno de cada cuatro profesores de la Universidad
procede de algún país de la Unión Europea distinto del Reino Unido. Un
14% de sus alumnos han llegado desde el continente.
Camille y Charlotte, francesas, repasan en el césped sus apuntes bajo
un sol de mayo que ha llenado de gente los prados de la ciudad.
"Elegimos Edimburgo por el inglés", explican, "pero no me importaría
nada quedarme a vivir aquí. Ni te juzgan ni señalan tu diferencia. Te
sientes bienvenido. Y es cierto que no dejan de hablar del Brexit, pero
para hacer bromas de los ingleses, no se les nota irritados".
El Gobierno escocés ha exprimido su propio presupuesto y las ayudas
de la Unión Europea para impulsar la nueva economía del conocimiento.
En
Edimburgo, las startups han surgido en los últimos años a un
ritmo espectacular. Rachel Jones ha contratado a 26 jóvenes de todas las
partes de mundo, la mayoría europeos.
Emprendedora hasta la médula,
hace años diseñó y patentó una silla para bebés, Totseat, que resultó un
éxito.
Hasta que comenzaron a surgir copias que se vendían online.
Acudió a abogados y expertos, visitó el Instituto de Tecnología de
Massachussets, desarrolló el algoritmo que le permitió rastrear a los
falsificadores, y hoy está al frente de una potente compañía,
SnapDragon, reclamada por pequeñas, medianas y grandes empresas.
Pide
que se evite la localización de sus oficinas en este reportaje."El mundo de las falsificaciones", explica, "está muy relacionado con
organizaciones vinculadas a las drogas o la prostitución". "Cada vez
que me llegan nuevos currículos de gente que quiere trabajar con
nosotros, solo me fijo en una cosa. ¿Han viajado? Quiero personas con la
mente abierta, que hayan conocido el mundo. Esta ciudad ha cambiado
mucho en los últimos años. Somos muy cosmopolistas. La mayoría de las
empresas escocesas quiere seguir en la Unión Europea. Queremos exportar
al resto de Europa, ya sea sillitas para bebés o tecnología para
combatir las falsificaciones. No somos una isla", explica con pasión. Rachel tiene una intensa relación con la Oficina de Propiedad
Intelectual de la UE, con sede en Alicante, y viaja allí a menudo.
Su lugar de trabajo es el mundo, y no piensa tirar la toalla y dejar
que el Brexit ahogue su voluntad de crecer. Le ocurre algo parecido a
Michael Groves, fundador y director de Topolytics. Descubrió que la
mayoría de las empresas tienen un conocimiento muy preciso del número de
materias primas que utilizan o de los productos que lanzan al mercado,
pero saben muy poco de los residuos que emiten: cuántos son, de qué
tipo, dónde van a parar cuando los dejan en manos de terceros. "Hemos
desarrollado el manejo de los datos de cada empresa. Nuestro propósito
es hacer más visible la gestión de los residuos. No son conscientes de
que gran parte de ese material que desechan les puede ser útil, y
ahorrarse de paso miles de euros. Hemos pasado de la economía lineal a
una economía circular", explica. Ya le han contratado varias
multinacionales, en Europa, pero también en Estados Unidos. "Nuestro
mayor reto es el cambio climático. El Brexit es una distracción. Debemos
trabajar juntos, y la UE es un medio fantástico para llevar a cabo esa
tarea. Las políticas medioambientales más avanzadas se producen en
Bruselas. Estados Unidos y Asia se limitan a seguirles", defiende.
La estatua de Walter Scott, coronada por un inmenso pináculo gótico
que se ve desde cada punta de Princess Street, es la mayor dedicada a un
escritor.
El autor de Ivanhoe edulcoró con dosis de romanticismo la historia de los escoceses.Pero fue Smith, al señalar que un mercado asentado en instituciones
políticas y sociales sólidas es capaz de conciliar la ética y la
riqueza, el que dio con la clave . Y Edimburgo ha decidido entrar en el
siglo XXI con la lección aprendida.
El actor
francés, rostro de una docena de obras maestras, recibe una Palma de Oro
de Honor polémica por sus declaraciones sobre la violencia machista y
su apoyo a la ultraderecha.
Es la Palma de Oro de Honor más polémica de los últimos años. Y no
por los valores artísticos, innegables en el elegido, sino en sus
declaraciones más allá de lo cinematográfico. Alain Delon
(Sceaux, Seine, 83 años) ha participado en una docena de obras
maestras, fue el rostro imprescindible del cine francés durante dos
décadas, y algunas de ellas además las produjo. Sin embargo, algunas de
sus declaraciones homófobas, su apoyo a la ultraderecha lepeniana y
alguna frase salida de todo -sobre si había abofeteado a mujeres- han
envuelto su premio en una tormenta mediática. Hace una semana, Thierry Frémaux,
delegado general del festival, aseguró: "No le vamos a dar el Premio
Nobel de la Paz sino que celebramos su carrera como actor". Y
como una estrella fue recibido en la sala Buñuel del Palacio de
Festivales, para una charla con un periodista francés en la que analizó,
sobre todo, el inicio de su carrera. Delon se mostró en forma, rápido
de cabeza, con un buen catálogo de anécdotas y en tres ocasiones lloró
por los recuerdos de los vídeos que se proyectaron. Delon recordó su
infancia problemática, y su paso por el ejército, que le llevó un par de
años a Asia. "Mi carrera fue un accidente, porque yo no sabía qué hacer
a la vuelta de Indochina. Me enamoré de la actriz Brigitte Auber, y
ella me empujó a ese trabajo". En 1956 Auber le propuso que le
acompañara al certamen de Cannes, evento que él ni conocía ("Ni siquiera
vine apropiadamente vestido"), y en el festival el productor David O.
Selznick le ofreció un contrato para que aprendiera inglés y fuera a EE
UU. Pero a la vuelta a París le convencieron de que se quedara y así
arrancó su carrera. "La esposa de Yves Allégret, que me dirigió en mi
primera película y que fue quien me dijo que me quedara en Francia, me
dio un gran consejo mi primer día de rodaje de Quand la femme s'en mêle.
Me llevó a mi camerino y me dijo. 'No actúes, mira como me miras, habla
como me hablas, escucha como me escuchas. No actúes, vive, sé tú
mismo'. Y muy pronto me enganché a la cámara". El francés insistió en que Francia hay dos tipos de carrera
para los intérpretes: "Los comediantes son quienes han estudiado, se han
preparado. Yo en cambio soy un actor de la raza de Lino Ventura, de
gente que ante la cámara fuimos más que interpretamos. Yo nunca he
actuado, solo he sido yo. Lo increíble fue lo rápido que me sentí en mi
elemento. La cámara era una mujer que miraba y así la sentí. En 1957
nadie sabía quien era y en 1959 ya era una estrella". Y más cuando en su
camino se cruzó A pleno sol. "Fui una noche a cenar a casa de
René Clement, con él y los productores. Dudaban si contratarme, y al
final de la cena, la esposa de Clement, desde la cocina y recogiendo los
platos, gritó: '¡El chaval es perfecto!'. Y así me ficharon". Como contaba su interlocutor en la charla, Delon se mueve en la
película adueñándose del escenario, algo que ha repetido a lo largo de
su carrera: "Fue Clement, que me impulsó a hacer eso, a moverme como si
el decorado fuera mío". Delon empezó a encadenar obras maestras. Luchino Visconti vio en Londres, donde estaba dirigiendo teatro, A pleno sol,
y le llamó: "Me fui a conocerle y me dijo que yo era Rocco y que no
aceptaría un no. Por cierto, nunca he tenido un agente. Otra cosa es que
me rodeo de mi familia, pero en aquel entonces estaba solo, sin casi
amigos por mi paso por el ejército". Durante la proyección de un
fragmento de Rocco y sus hermanos -en la que encarna a un
personaje que, como él, nació en los suburbios y en una familia de
inmigrantes-, Delon se ha echado a llorar: "Annie Girardot [su compañera
de secuencia] ya no está entre nosotros. Yo me enamoré de ella, uno de
mis hermanos también y me aparté". De El gatopardo, su
siguiente trabajo con Visconti, habló maravillas y resumió: "Cuando me
llamaron para la Palma de Honor, dije que sí porque la acepto en nombre
de todos los directores con los que trabajé y ya no están entre
nosotros: Losey, Visconti, Clement, Melville... Todos están muertos y
por eso he venido yo". Delon recordó con cariño al actor Jean Gabin ("¡Cómo no iba a trabajar con él, si él me eligió!") y se detuvo en su trabajo en La muerte no deserta
(1964): "Fue mi primer trabajo con un director de mi generación, Alain
Cavalier, y la primera película que produje. He producido unas 25. No
soy autor, no sé cómo escribir, mi única manera de controlar una
película era producirla y buscar al resto del equipo. Fue mi única
manera de hacer lo que quería hacer". En ese momento llegó la Nouvelle
Vague y Delon fue apartado de un plumazo del cine francés: "Los
creadores de la Nouvelle Vague no me querían, aunque luego he trabajado
con Godard, y me fui a Hollywood, con Selznick. Después de tres
películas y dos años de vida en Estados Unidos, me convencí de que
aquello no era lo mío, y me volví a Francia".
A la vuelta en 1966 reconquistó su trono. Jean-Pierre Melville le llamó para contarle una historia, la de El silencio de un hombre (Le samuraï)
y a mitad de la charla, sin leer el guion, acepté". Delon hizo tres
películas con Melville, el primer cineasta francés que fundó un estudio
para rodar en absoluta libertad, y asistió al incendio del edificio. Tras ver la secuencia inicial de El silencio de un hombre, en la que su
personaje se levanta de la cama y sale a la calle a robar un coche,
Delon recordó: "Una noche me llaman y me dicen que está ardiendo el
estudio Jenner. Me fui disparado en mi coche, y llegué y allí estaba el
edificio, completamente en llamas. Melville, con su eterno sombrero y de
la mano de su mujer, veía desaparecer toda su vida, sus papeles,
libros, recuerdos... Todo [Delon llora]. Se dio la vuelta y me dijo
"Coco, me llamaba así, mi vida se ha ido, nuestra cama ha ardido". Con
el director rodó tres obras maestras. "Íbamos a rodar un cuarto filme
sobre Arsenio Lupin. Pero Melville quedó a comer con el periodista
Phillipe Labro. Labro quería trabajar con él, y le empezó a contar
chistes. Melville siempre se reía muy fuerte, y en mitad de una de esas
carcajadas cayó muerto. Un derrame cerebral fulminante. A los 55 años". Tras analizar La piscina, Delon acabó charlando sobre la película que se proyecta esta noche en el homenaje: El otro señor Klein (1976), de Joseph Losey. Su entrevistador recordó que Losey era un estadounidense comunista que
vivía en el exilio, y que la escribió Fernando Morandi, otro comunista. "Gente que nada tenía que ver con tu ideología", dijo. A lo que Delon
contestó: "Era una historia que había que contar, muy arriesgada, sobre
el colaboracionismo francés con los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y
por eso la produje entonces, cuando era un tema tabú, y la he elegido
hoy. De la Segunda Guerra Mundial no tengo muchos recuerdos porque era
un crío. Se me quedaron grabadas, más que alguna imagen o hecho, las
conversaciones que tenían los adultos a mi alrededor. Con diez años
grabas todo lo que escuchas, aunque no entiendes exactamente lo que
pasa". En Cannes no consiguieron ningún premio, porque la Palma de Oro
fue para TaxiDriver. "A mejor actor ganó uno español [José Luis Gómez, con Pascual Duarte].
Pero no me importó, ya sabíamos que era una obra maestra". Dicho lo
cual, Delon se levantó, volvió a recibir los aplausos y bajó al patio de
butacas a darse un baño de masas