Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 abr 2019

César Manrique: cien años de un visionario.................Juan Cruz

Se cumple un siglo del nacimiento de un creador polifacético, que transformó para siempre la isla de Lanzarote con sus intervenciones artísticas y su lucha contra la depredación turística.

César Manrique, en su casa de Tahíche.
César Manrique, en su casa de Tahíche.
Famara, la playa más abierta de Lanzarote, donde corría "como una cabra loca", fue la luz de su infancia. 
Y la última luz fue a mediodía, el 25 de septiembre de 1992, a los 72 años.
 Salía de su fundación en Tahíche, su casa más célebre, hecha entre lavas.
 Ese mediodía otro coche arremetió contra el que él conducía. Murió César Manrique.
 Fue el día más oscuro de la isla.
 Pues él la iluminó con su genio.
 Este miércoles, 24 de abril, es el centenario de este visionario que convirtió Lanzarote en su mayor obra de arte.

Ahí, en Taro de Tahíche, acababa de inaugurar la fundación que lleva su nombre, en la casa de su plenitud.
 Volvía a Haría, la casa que se construyó "en el pueblo de las mil palmeras", para estar en la sombra del sosiego.
 La disfrutó poco, cuatro años. En el estudio que se hizo allí, el infatigable pintor cosmopolita, el creador más impetuoso que dieron las islas, dejó en el tablero, a medias, su interpretación de lo que guarda el subsuelo de Lanzarote. 
De lava era su naturaleza, de fuego y de tierra. 
Era un visionario, creyó que la isla tenía salvación y él fue su salvador.
Cuando nació Manrique, en 1919, asegura el economista Mario Alberto Perdomo, "Lanzarote no estaba ni en el mapa de Canarias". No había agua ni otros recursos. 
"El sol no era aún un activo de la isla". 
No había nada. Dibujante, pintor desde muy pronto, fue a Madrid, a Nueva York, y tuvo un sueño. 
Se lo contó a finales de los años cincuenta a su amigo Pepín Ramírez, presidente del Cabildo isleño: "Se puede salir de la pobreza.
 La belleza es la clave. Esta cueva, por ejemplo, llena de rastrojos, inútil, es el punto de partida". 
Ramírez le creyó. Aquella era la Cueva de la Cazuela, habitada por lagartos e inmundicia.
 En 1969 ya la isla tenía esa cueva hecha como un cuadro de Manrique, arrancada con delicadeza a la tierra. La Cueva de los Verdes.
 Vinieron después los Jameos del Agua, el Monumento al Campesino, el Mirador del Río.
 Se armó de argumentos la isla de Pepín y de César para exigir inmunidad ante las amenazas masivas del turismo.
"Cambió la mirada y cambió el futuro", explica Perdomo.
 A partir de entonces Lanzarote fue la isla del turismo sostenible, Reserva de la biosfera.
 Se hizo su casa bajo la lava, marcó su exigencia para que no fuera una isla de tráfico y ruido, impidió que las carreteras fueran de los anunciantes. 
Se hizo antipático a "la mafia especuladora": "La desprecio desde lo más profundo de mi alma".
 Fue don Quijote y Sancho a la vez.
 Pero no había molinos de viento, eran depredadores reales que reaparecieron, tras una tregua, y ahora amenazan todavía con matar la ilusión de belleza que Manrique había concebido para Lanzarote.
2019.
 En la antológica Universo Manrique, abierta en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), en Las Palmas, una pareja de artistas que firma PSJM ha trazado un balance gráfico en relieve que resume lo ocurrido con el paisaje desde el 25 de septiembre en que murió el genio hasta estos días del centenario.
 Es un epitafio tétrico que rompe el alma de lo que hizo. "Los mismos que intentaron acabar con él, anularlo, tergiversarlo", dice Perdomo, "son los que mandan".
 Unos paletos, hubiera dicho él. 
"César nos sacó de la miseria, nos dio orgullo de Lanzarote, donde se llegó a decir que las cabras comían piedras", agrega el economista.
Una de las esculturas móviles que se puede ver en la exposición de Las Palmas.
Una de las esculturas móviles que se puede ver en la exposición de Las Palmas.
Esa casa de Tahíche, donde está la fundación desde 1992, fue un faro, su laboratorio de pruebas para explicar lo que quería hacer de Lanzarote.
 Reivindicó el color blanco de las casas campesinas, "actuó en la longitud de onda de la naturaleza, no la violentó", como cuenta Fernando Gómez Aguilera, profesor, director de esa entidad que figura ahora como el séptimo museo más apreciado en España. Juntó Nueva York con Tahíche, "hizo que este fuera ejemplo de que lo local y lo cosmopolita pueden conspirar para conseguir belleza". Esa casa, dice Aguilera, "no podía ser realidad fuera de aquí".

El lugar recibió el elogio poético de Rafael Alberti, fue celebrado por estadistas y mises, fue centro de la exposición permanente que fue su obra en la isla, mientras seguía labrando su pintura de lava y surrealismo, anclada en la tierra y en la modernidad, como se aprecia en la muestra más diversa de su arte contenida en esa exposición del CAAM.
 Fue hedonista, aprendiz de Platón, que dijo que "la belleza es el esplendor de la verdad". 
Desnudó la isla y él se bañó en esa desnudez, como si fuera "una cabra loca" en las aguas de Famara.

Embrión de la utopía

Lanzarote fue "mi verdad", decía. 
La ruta básica de su arte hecho isla está en el Mirador del Río, que junta la mirada de Lanzarote con La Graciosa de enfrente, siendo el Mar de las Calmas el azul de una pintura insólita que se ve desde el abismo.
 Subrayó el sitio, que ya existía, con su arte de piedra y riesgo. "Puso en acción", relata Aguilera, "el gran mecanismo de la mirada".
 En los Jameos "está el origen de todo, el embrión de la utopía". César puso la imaginación y Pepín puso la realidad, durante sus 14 años al frente del Cabildo.
 Resumió Manrique: 
"Si a nuestras bellezas naturales les pudiéramos encontrar un complemento este sería nuestro porvenir".

Le puso, decía él mismo, "un paspartú a la isla". Convencía: "Lanzarote era un paisaje abstracto que no era comprendido, al que le da sentido el arte de vanguardia"
La Fundación César Manrique, que preside el hijo de Pepín, José Juan Ramírez, fiel ahijado de César, ha sido un dique que ha favorecido las ideas del artista contra los depredadores que le siguen arrancando a la isla belleza a ladrillazos.
 Pepe Juan recuerda la alegría del visionario, "su disponibilidad para estar con la gente del pueblo, del mar, fiel a la tierra, capaz de arrostrar sin inmutarse los insultos que le valieron sus múltiples apuestas".
 Era apasionado de la música: "Cuando entraba en nuestra casa ya venía con ella".
En 1992 ya vivía en Haría, su refugio final, como el Vauvenargues de Picasso. 
Al llegar te encuentras con "las mil palmeras" del valle más verde de la isla y, en la casa, una planta reconstruida sobre las huellas de una casa vieja; coexisten sus palmeras con el olivo que allí plantó Saramago, el vecino que aquí vino con Pilar del Río y con el que no pudo coincidir. 
José y Pilar se instalaron sobre estas tierras negras en 1993, cuando ya estaba vacía la casa en la que César esperaba ser un solitario feliz y centenario, como sus hermanos sobrevivientes, Carlos y Juana, cada uno con más de 90 años.
 Ahora la casa es cada día museo habitado, lo visitan 80.000 personas al año que contemplan la vida intacta que acompañó hasta el fin a este hombre que hizo de la felicidad una manera de comunicarse con la vida.
 Ahí están sus baños, abiertos a la naturaleza, sus ropas que parecen sus cuadros, la alegría del color, los higos de pico que siguen estando, como en su vida, sobre la mesa de la cocina, los cuadros, las esculturas conseguidas a partir de maderas inservibles y otros desperdicios con los que él hacía belleza.
"Yo soy un artista que no puede callar", decía.
 Su firma es la isla. Él murió volviendo a esta casa, desde la casa que fue su emblema, en Tahíche.
 Ahora el aeropuerto lleva su nombre.
 Famara, Tahíche, Haría, capitales de una isla entera que también se llama César Manrique. 

Una exposición de lava y poesía

César Manrique se levantaba al amanecer.
 Bajo las estrellas de Tahíche, prolongaba la tarea de ser feliz creando.
 La exposición Universo Manrique, que estará en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Gran Canaria hasta el 29 de septiembre, muestra el resultado de esa ingente tarea: no sólo hizo de la isla una obra de arte.
 Él mismo, su entorno, su casa, su estudio, todo lo que tocó, la amistad incluso, forma parte del enorme cuadro que pintó con su vida.
Uno de los pósteres de esa exposición tiene a Manrique como parte del paisaje que constituye el Mirador del Río, piedra de Lanzarote ante La Graciosa.
 Él forma parte de la lava, del paisaje de la isla. Y eso lo hace eterno como las piedras.
En la exposición están sus cuadros, lava, imaginación y tierra, sus conversaciones alocadas con su amigo Pepe Dámaso, sus ocurrencias y sus ideas, el diseño poético de la isla que quiso, sus murales, los lugares que habitó como si acariciara edificios para la eternidad, como los viejos faraones.
El diseño de la exposición es de la historiadora suiza Katrin Steffen, que ha conseguido hacer, más que una muestra de arte, un retrato del hombre, pues César Manrique era, en sí mismo, una naturaleza viva, lava de Lanzarote, poeta mayor de las islas.
Se le ve hablando como un torrente, en las excelentes creaciones audiovisuales de Miguel García Morales, y se le ve rabioso, sabiendo que la depredación acecha siempre la belleza para disminuirla. 
Y se le ve feliz como los colores de sus móviles.
Él dijo: "Ya sabemos sencillamente del bien y del mal. Todo es demasiado simple.
 Hacer bien es crear felicidad. Hacer mal es crear dolor". Él vivió para crear felicidad, y eso se ve en esta exposición. Él era el artista de la felicidad.

 

21 abr 2019

Una parábola contemporánea

En las fechas más profundas del cristianismo, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados fluye hacia el templo.

Incendio en Notre Dame
El humo consume Notre Dame el 15 de abril ante la mirada de parisinos y turistas.

 Las noches de Buenos Aires son todavía cálidas en este otoño austral. 

 Los cartoneros hacen su trabajo dentro de los contenedores de basura, un ejército de miserables se acuesta sobre las aceras, millones de argentinos duermen el sueño inquieto de quien no sabe cómo se las arreglará mañana. 

Este país atraviesa tiempos oscuros. Pero las cosas no son muy distintas en otros lugares con mejor perfil macroeconómico. Estamos habituados a mirar la pobreza sin verla;

 a ocuparnos de nuestros propios problemas, que no son pocos; a pensar que el mundo siempre ha sido más o menos así y que, en lo esencial, nunca cambiará.

 

Asumimos como naturales fenómenos incomprensibles. 
El mundo lleva más de un siglo en una supuesta guerra contra el narcotráfico y apenas nos preguntamos por qué el enemigo es cada vez más fuerte, ni qué porcentaje de sus colosales ganancias alimenta los mercados financieros, ni si hay connivencia entre nuestros generales y los suyos para mantener el gran negocio de esta guerra. 
Nos parece mal que existan paraísos fiscales donde las grandes y pequeñas fortunas se protegen de los impuestos, pero no solemos preguntar por qué existen.
 ¿De verdad los Gobiernos quieren acabar con ellos? ¿Tan difícil sería hacerlo si existiera realmente la intención?
El incendio de Notre Dame de París ofrece una instructiva parábola.
 La visión de la catedral en llamas encogió los corazones en todo el planeta porque ardía un símbolo múltiple: del cristianismo, de la historia cultural europea, de la belleza arquitectónica, del turismo de masas, de un pasado que el viejo continente parece añorar cada día con más fuerza.
 Extinguido el incendio, cuando aún no se han evaluado por completo los daños y partes de la estructura se mantienen en precario, se plantea el asunto de la reconstrucción.

Y surgen los Epulones de hoy, los Arnault y los Pinault, ofreciendo toneladas de dinero.
 Eso está bien. Por fin sabemos para qué servían los paraísos fiscales, las reducciones de impuestos sobre las grandes fortunas, las desgravaciones por obra cultural y, en general, las políticas económicas contemporáneas: los multimillonarios fueron los primeros en dar un paso adelante para rescatar un valioso pedazo del patrimonio cultural y religioso de la humanidad.
Por decirlo de otro modo: los grandes mercaderes corren a salvar el templo. 
Se trata de un buen gesto, al margen de cualquier consideración sobre si lo que hay tras él es una operación de relaciones públicas o blanqueo de imagen.
 Sí, es un buen gesto. 
Y es normal que hablemos de ellos, los nuevos Epulones, mucho más que de los pequeños donantes anónimos.
 Ellos ofrecen cantidades asombrosas.
Hay algo esencialmente obsceno en esta historia.
 En las fechas más profundas del cristianismo, cuando se conmemora un fenómeno teológico tan misterioso como la muerte y resurrección del dios del amor y la compasión, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados (inmigrantes, estudiantes, desempleados, familias con enfermos crónicos o ancianos, y cortemos aquí porque la lista sería interminable) fluye hacia el templo.
 El patrimonio de la humanidad, antes que la humanidad misma.
 Y lo asumimos de forma natural.

Avon vuelve a llamar a la puerta de las españolas



La compañía de productos cosméticos pelea por salir de pérdidas presionada por la dura competencia de las compañías de bajo coste.

Interior de la nave de distribución de Avon en Madrid. 
Interior de la nave de distribución de Avon en Madrid. 
Yolanda Fernández hizo un pedido a Avon hace un año
 Ofrecían muestras gratuitas en una página de Facebook. “Introduje mis datos y sin saberlo me había dado de alta como distribuidora. En ese momento tenía 46 años, no encontraba trabajo, pese a llevar toda la vida como dependienta.
 He sido comercial de tejidos, de productos de limpieza, hasta de la Thermomix”. El lote le encantó. 
“Era para mi consumo, me pareció superimportante que la empresa no testara en animales. Me gustó mucho la calidad”.
 Siguió haciendo encargos de entre 200 y 300 euros para vendérselos a personas cercanas de su pueblo, Alegría de Oria (1.700 habitantes), en Guipúzcoa. 
Ha extendido su labor comercial a toda la comarca: hace directos en Facebook, tiene su propio canal de Youtube y ha llegado a clientas en Asturias. 
“Hay meses en que me gano medio sueldo, pero ahora veo el momento de dedicar más tiempo para llegar a ingresar entre 1.000 y 1.500 euros al mes a final de año”.
Como Yolanda hay 35.000 vendedoras registradas en Avon, la mítica marca de cosméticos norteamericana que desembarcó en España en 1965 con la distribución puerta a puerta y que vive horas bajas.
Con unas ventas en declive, ingresó 5.571 millones de dólares (4.927 millones de euros) en 2018 y lleva cuatro años en pérdidas en el último lustro.
 En Europa, con un centro de producción en Polonia que sirve a todo el continente, sus ventas rondan los 1.800 millones.
 La filial española, que también exporta cosméticos a Portugal o a Marruecos, facturó 107 millones de euros en 2017 y perdió 3,6 (no ofrece cifras de 2018).
Para contrarrestar la tendencia, el grupo ha puesto en marcha un plan de reducción de costes con el objetivo de rebajar gastos globales en 400 millones de dólares de aquí a 2021 a través de eficiencias en la fabricación y el abastecimiento. 
Los recortes de plantilla se han sumado a la estrategia bautizada como Open Up: el pasado enero 2019 anunciaron que reducirían un 18% su fuerza laboral en el mundo, algo que en España ni se confirma ni se desmiente.
 “Estamos en una etapa de ajustes, de transformación, queremos colocar la empresa en el top 10 del grupo.
 Ahora estamos en el top 20”, sostiene Víctor Barrail, su nuevo responsable.
 “La empresa necesita actualizar sus productos, algo que está haciendo. 
Estamos adoptando nuevas plataformas y mejorando el soporte para las distribuidoras. 
Tenemos que atraer a nuevas generaciones”.
Como tantos negocios, no quieren ser arrastrados por la corriente digital, pero intentan adaptarse a los nuevos modos de consumo. La propia venta directa está cambiando, y ahora Whats­app sustituye en muchas ocasiones a las visitas a domicilio, y los vídeos en Youtube, a las sesiones de maquillaje con clientas. “Estamos viendo esa transición lenta que hace que la tecnología esté en el medio”, analiza Barrail.
Pero hay cosas que no cambian. 
Las vendedoras de la marca siguen siendo autónomas que compran con descuento (arranca en un 15% y puede llegar al 42%) productos Avon para distribuirlos normalmente entre personas de su ciudad y tener ingresos extra. 
Las más aplicadas forman a otras vendedoras y suman más comisiones por ello.
 La “academia Avon”, una plataforma web interactiva, ofrece formación en marketing y liderazgo. 
La compañía no vende directamente a terceros para no competir con sus asociadas (la práctica totalidad siguen siendo mujeres) ni tiene tiendas físicas, exceptuando una en Canarias. 
“Hay vendedoras séniores que crean su pequeña oficina. 
Tenemos casos de chicas que arrancan fuerte y reman rápidamente para tener un 35% o un 42% de descuento.
 Con eso, sus ingresos se hacen mucho más interesantes”, dice el director, que insiste en que desde la matriz trabajan para ofrecer “descuentos más interesantes” a sus comerciales.
 También les facilitan los folletos con los precios de venta recomendados y les ofrecen aplazar el pago de los pedidos hasta en 21 días, algo que, según admiten, no les genera apenas morosidad.

“Tenemos cosméticos, fragancias, una nueva línea de cuidado para la piel, productos para el hogar, el baño”, y así hasta una lista de 4.000 referencias.
 Cada día un camión procedente de Polonia abastece al centro de distribución de Alcalá de Henares (Madrid) con nueva mercancía. “Controlamos todo el stock, podemos reaccionar rápidamente a la demanda”, explica María Iglesias, responsable de la distribución. La nave es capaz de despachar 1,5 millones de cajas al año (preparan unas 5.000 al día) con 43 millones de productos. “Buscamos ser más eficientes para concentrarnos en aquellos productos que más margen tienen”, explica el director.
 Por ejemplo, el Bubble Bath, un gel, lleva toda la vida en Avon, y otros cosméticos, en cambio, son concebidos con tiradas cortas. También tienen líneas específicas, según los segmentos de edad, tanto para hombres como para mujeres, y han incorporado a su catálogo textiles, fundamentalmente bolsos.
 Su última innovación está en productos para el cuidado de la piel con grandes concentraciones de vitamina C. 

En Avon saben que las nuevas generaciones no esperan ni tienen tanta paciencia como sus antecesoras. 
“Está bien, hay que respetarlo”, cree Barrail. 
Su desafío es mayúsculo: competir con la creciente oferta de cosméticos en la era de la distribución online. 
Una buena señal es que el número de vendedoras ha crecido en los últimos meses, y mercados como Argentina, México, Brasil o Turquía se recuperan. 
No temen a la desaceleración económica. “Son épocas donde la venta directa encuentra oportunidades”. 
En especial ahora, cuando constatan una tendencia en países avanzados a la desaparición de las tiendas.

 


 

Pancho Varona: “Tengo un poco de oído y mucha potra”