La fachada de la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid con los papeles de Bárcenas.EFE / VÍDEO: ATLAS
El sábado por la noche los conocidos como los papeles de Bárcenas ocuparon en formato gigante una fachada de la plaza Mayor de Madrid. Podemos reivindicó este domingo la acción y aseguró que contaba con los
permisos municipales pertinentes. El Ayuntamiento de Madrid especificó
el domingo que "no existe una autorización expresa para esa acción" y
señaló que está investigando lo sucedido, aunque eludió
responsabilizarse de su contenido. Sobre la caligrafía de Bárcenas, el lema “Que no vuelvan”. “Creo que
es bueno que las paredes digan lo que piensa la mayoría de la gente. Que los corruptos, que la mafia no vuelva y que no queremos un gobierno
de derechas, ya sea un gobierno de Vox, del PP y de Ciudadanos o un
gobierno de Ciudadanos con Pedro Sánchez”, declaró este domingo la
portavoz del partido, Irene Montero, a la salida de un acto preelectoral
en A Coruña, según Efe. El candidato del PP a la alcaldía de Madrid, José Luis Martínez
Almeida, pidió inmediatamente responsabilidades al Ayuntamiento, de
quien dependen las autorizaciones para cualquier acto en la vía pública. Para el candidato, la proyección fue “un ejercicio de complicidad
vergonzante entre Podemos y el Ayuntamiento de Madrid, entre Pablo
Iglesias y Manuela Carmena, para atacar de manera sucia al Partido
Popular”, según manifestó a la prensa. Podemos afirmó que tenía la autorización para realizar la acción pero
no la hizo pública. El Ayuntamiento apuntó sin embargo que no había
dado “una autorización expresa”. Según su versión, el concejal
presidente de la Junta de distrito Centro, Jorge García Castaño, no
había firmado el permiso “preliminar” otorgado por un técnico del
distrito. Esa licencia, en teoría no definitiva, se concedió porque “la
documentación técnica proporcionada por el promotor era correcta”,
explicó un portavoz municipal.
Nueve años después de que EL PAÍS publicase los detalles sobre la supuesta caja b del Partido Popular,
Podemos recuperó las imágenes en las que aparecen los nombres “R. Rato”
y “M. Rajoy” y las exhibió en los muros de la Casa de la Panadería de
la madrileña Plaza Mayor, entre las nueve y las 11 de la noche del
sábado. Este domingo el gobierno local intentó eludir responsabilidades sobre
la proyección. “El Ayuntamiento solo se responsabiliza del acto en la
vía pública y nunca del contenido del mismo”, afirmó el portavoz. La
corporación local “va a proceder a la revisión del expediente” de la
autorización preliminar y “del expediente definitivo”, añadió. En las últimas semanas, según una fuente de la Junta de Distrito, se
han emitido licencias para todos los partidos, por ejemplo, para
instalar carpas y mesas informativas en la vía pública y para utilizar
instalaciones municipales. “Hacemos decenas [de autorizaciones] para que
los partidos tengan facilidades y esperamos que sean responsables”,
incidió.
Acción sancionable
La acción de Podemos “es sancionable, sin duda”, según una fuente
conocedora de la ley electoral y su aplicación por las juntas
electorales, “teniendo en cuenta la interpretación que hacen las Juntas
electorales del artículo 53 LOREG”. Según ese punto de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General,
“desde la convocatoria de las elecciones hasta el inicio legal de la
campaña, queda prohibida la realización de publicidad o propaganda
electoral mediante carteles, soportes comerciales o inserciones en
prensa, radio u otros medios digitales”. Las juntas de zona actúan a
iniciativa de parte, pero Martínez Almeida ya ha anunciado que “ante la
gravedad de lo sucedido”, su grupo presentará una queja formal.
La Junta Electoral de Madrid obligó a Ciudadanos este fin de semana a
retirar una lona de grandes dimensiones contra el PSOE en virtud del
mismo artículo y en respuesta a una denuncia del partido socialista. En
el caso de Podemos, no hay nada que retirar porque la acción fue
efímera, pero la LOREG prevé multas de 300 a 3.000 euros si las
infracciones las cometen autoridades o funcionarios y de 100 a 1.000 si
son particulares. La candidata de Ciudadanos al Ayuntamiento, Begoña Villacís, denunció
que pese a estar en campaña “no todo vale”. “Madrid tiene unas
ordenanzas que merecen ser respetadas”, dijo en declaraciones a la
prensa. Además del posible incumplimiento de la ley electoral, la proyección de Podemos vulneraría también la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior de Madrid. Esta normativa municipal prohíbe de forma expresa la publicidad sobre edificios, incluyendo las proyecciones. “Que se dejen de estas maniobras que no les van a servir de nada. Muy
negras tienen que ver las expectativas electorales para tener que
recurrir a estos trucos”, opinó el candidato popular Martínez Almeida. Íñigo Errejón, aspirante de Más Madrid al gobierno regional, lamentó que
al PP “le preocupe más” la proyección de un vídeo con los papeles de
Bárcenas que los documentos en sí mismos.
Ana
María Arellano y su hijo Pablo Herreruela posan junto a una fotografia
de José María Herreruela marido y padre de ambos en su domicilio en
Madrid el pasado 5 de marzo.Víctor SainzEn el último adiós no hubo lágrimas. Estaban los cuatro: el
matrimonio y sus dos hijos. “Te tienes que despedir de él y sabes que
tienes unas horas contadas. No queríamos dejar ni un segundo a la
tristeza. Queríamos que todo fuera como cuando éramos una familia sin
enfermedad”, recuerda Ana María Arellano, que a sus 51 años lleva ya
ocho meses viuda. La esclerosis múltiple
irrumpió en sus vidas hace 13 años. El diagnóstico, cuatro años
después, lo arrasó todo. Poco a poco fue invalidando a José María
Herreruela. Hasta que un día ya no pudo más. Tenía 53 años. Le dieron un
abrazo y se marcharon de casa para que él acabara con su sufrimiento, solo, cuentan la mujer y uno de sus hijos, Pablo, que apenas tiene 19 años. La medicación no llegaba a calmar el dolor, insisten. “Era continuo”,
afirma Ana. “Si era muy intenso, ese día era un puro aullido. Eso era
lo que se oía. Tú no tienes herramientas para poder calmarle”, se
lamenta. “Es muy frustrante no poder ayudar a tu padre, que está
sufriendo”, continúa Pablo. “Llora. Y eso día, tras día, tras día,
agota. Llega un día en que dice que ya no puede más. Y tú lo entiendes”,
explica. Esta familia asegura que la mayoría muere en el anonimato. Sus casos no salen a la luz por temor a repercusiones legales y a la
sobreexposición pública. José María quiso contar su historia y ellos lo
apoyaron. Pero no habían vuelto a hablar. Se decidieron a hacerlo tras el vídeo de María José Carrasco,
también enferma de esclerosis múltiple, y Ángel Hernández, que ayudó a
su mujer a morir y fue detenido por ello. “Si ellos fueron tan
valientes, ¿cómo no íbamos a dar el paso nosotros?”, dicen madre e hijo. Falta Marina, la mayor de los hermanos, que vive en Londres. Ella
también está presente en su relato.
“Llega un momento en que ni siquiera con cuidados paliativos se puede cubrir el sufrimiento físico y mental
de estos pacientes. Hay que hacer algo. No podemos dejar que se mueran
de cualquier manera, a escondidas, solos”, se queja Ana. “No es digno”,
sigue Pablo. “Que aprueben una ley de eutanasia de una puñetera vez”,
añade su madre. “Ya. No se puede alargar un año, ni dos, ni diez. Ya”,
replica el chico. Cuando todo empezó, Pablo solo era un niño. “Salía todos los días con
él a jugar al fútbol. Pero dejamos de hacerlo. No tenía fuerzas.
Pasamos de todo a casi nada”, recuerda. “Decíamos que la enfermedad la
tenía José, pero el diagnóstico era de toda la familia”, sostiene su
madre. Al año del diagnóstico, él se jubiló. Cuando empeoró, se marcharon a
Arévalo, un pueblo de Ávila. Pero su mujer también enfermó. Fatiga
crónica. Fibromialgia. Problemas de lumbares y de cervicales. La lista
sigue. Mónica, su cuidadora —“nuestro ángel”, matizan ellos— estaba con
José de lunes a miércoles. Los fines de semana llegaba su mujer, que
vivía a caballo entre Madrid y Ávila. Él, ingeniero, que había sido deportista, motero, vivía en una doble jaula: su cuerpo y su casa. Era un manitas. Montaba maquetas de barco. Una de ellas preside desde
una vitrina el salón de su domicilio en Madrid, donde murió y al que se
mudaron en 2006, cuando aparecieron los primeros síntomas. Con el
tiempo, sus manos perdieron la destreza. Y sus piernas. “Andaba con
mucho esfuerzo. Primero, con bastón. Luego, andador. Después, la silla”,
dice su hijo. Había que vestirlo y que desvestirlo. Había que ducharlo.
En los últimos tiempos, perdió la sonrisa. Por eso, en el tanatorio, su
familia llenó una pared de fotografías suyas riendo. José lo había advertido muchas veces. “Llegó un momento en que lo
dijo sereno. Porque antes sonaba amenazante, como enfadado. Pero un día
sonó diferente”, relata su hijo. Lo entendieron. “No hay nada más
generoso que dejar que la persona que amas se libere, es un acto de amor”, dice la mujer. Llevaban juntos 26 años.
Él quiso parar antes de verse totalmente incapacitado. Quería poder
tomar él mismo la medicación que lo llevara al final. Fue el 25 de
julio. Lo había organizado todo, como buen ingeniero. Disponía del
pentobarbital sódico desde hacía un año. Dejó un vídeo grabado para el
juez. Los informes médicos y psiquiátricos. “¿Que estaba deprimido?
Claro”, dice ella. “Pero no tenía ninguna patología mental. Fue una
decisión muy meditada”.
Se fueron juntos de vacaciones y regresaron a Madrid. “Lo que nos
llamó la atención de su último día y medio fue su tranquilidad. Nosotros
aún lo dudábamos, se mezclan cosas, no quieres que pase, aunque sabes
que lo merece”, recuerda Ana. “Es duro porque estás haciendo el luto
antes de que muera”, prosigue su hijo. “Tuvimos una charla larga él y yo
ese día, nos despedimos”, dice.
“Esa noche, cenamos todos juntos y vimos una película. A la mañana
siguiente, desayunó, vio en la tele el programa que quería ver”, cuenta
su hijo. “Tenía una hora programada. Cuando llegó el momento, nos dijo:
‘Es la hora’. Nos volvimos a despedir, sin lágrimas. Y nos marchamos de
casa”, continúa ella.
José se negaba a hablar de suicidio. “Decía: ‘¿Por qué lo tengo que
hacer a escondidas, de esta forma? Yo también tengo derecho a que se me
cuide”, recuerda su mujer. “Le daba miedo vomitar, por ejemplo. Pero un
día dejó de pensarlo. Si no, no se habría atrevido a hacerlo”. Tuvo que
acabar con su sufrimiento en secreto. Fue ya hace ocho meses. “Aún no nos hemos pegado la hostia”, dice su
mujer. “Estamos en el camino. El de acostumbrarnos a que ya no está”,
añade. “Yo me he quedado sin marido. Él, sin padre. Es todo nuevo.
Cuando me preguntan digo que estamos bien, a pesar de todo”. En el
salón, una foto suya muestra la sonrisa que la esclerosis múltiple le había robado.
"Lo peor de la enfermedad es que no te mata"
José María Herreruela contactó con la asociación Derecho a Morir
Dignamente. Decidió cómo quería acabar con el sufrimiento que le
provocaba la esclerosis múltiple. “Lo peor de esta enfermedad es que no
te mata”, dijo a la cadena SER, donde contó su historia. “Lo tienes que
hacer tú o acabar en una cama”. Estaba cansado. Diseñó la manera en que llegaría al fin. “Es una
cadena de sufrimiento. El paciente sufre y sabe que su familia también. La familia siente impotencia porque no puede hacer nada”, explica Ana
María Arellano, su mujer. “A mí me hubiera gustado tener a mi pareja mucho tiempo. Disfrutar de
él. A ti, de tu padre”, le dice a su hijo, Pablo. “A Marina [su otra
hija] también. Pero él estaba sufriendo”, continúa ella. “Habría sido
egoísta”, añade el chico. Su familia respetó su decisión. “Tiene que ser
una elección libre. Si yo me estoy muriendo y me quiero morir, no tiene
sentido que decida por mí gente a la que no conozco de nada”, zanja
Pablo.
El proceso ha durado poco más de dos años, pero Luis y Tessy de Luxemburgo ya no son marido y mujer. Un 18 de enero de 2017, la pareja, muy querida en el Gran Ducado
por haber protagonizado una historia de amor poco usual para los
rígidos cánones aristocráticos, anunciaba que se divorciaba. Ahora, casi
800 días después, el tiempo de la burocracia ha llegado a su fin, si
bien la joven seguirá portando el título de princesa de Luxemburgo hasta
el 1 de septiembre. El improbable matrimonio entre una joven soldado, hija de un ama de casa y un alicatador, y el tercer vástago de los Grandes Duques de Luxemburgo,
ha durado formalmente 13 años. Todo empezó en Kosovo, donde ella pasó
destinada cinco meses conduciendo vehículos Hummer en una misión de paz
de la ONU y él acudió en una visita oficial. La corta edad de ambos no
fue un obstáculo para que las cosas avanzaran con inusitada rapidez. Cuando Tessy Antony tenía 20 años y Luis de Luxemburgo solo 19, nacía
Gabriel, su primer hijo, en un hospital de Ginebra, lo que llevó al
príncipe a renunciar a sus derechos de sucesión. Seis meses después se casaban. Y casi un año después Tessy daba a luz al segundo hijo de la pareja. Esa familia, surgida en tiempo récord de un flechazo en la guerra de
Yugoslavia entre dos jóvenes de mundos aparentemente opuestos, tenía
todos los ingredientes para convertirse en foco de atención de los
luxemburgueses, pero la relación tenía fecha de caducidad. Ahora, cuando
ella tiene 33 años y él 32, el final se ha oficializado. En una
entrevista con la cadena luxemburguesa RTL, la joven admitía que los
tres últimos años han sido los más difíciles de su vida. "Espero que la
gente a partir de ahora me respete por mis méritos y no por mi
relación", señaló. Luis y Tessy de Luxemburgo en la Fiesta Nacional del país en 2015.Getty ImagesMark RendersLa sentencia obliga a Luis de Luxemburgo a abonar 4.700 euros por año
e hijo, esto es, menos de 800 euros al mes, en concepto de pensión
alimenticia, y permite a la todavía princesa seguir viviendo en el
domicilio que ambos compartían en Londres junto a sus dos hijos. La
situación de los menores no parece ser fuente de conflicto para la
pareja. "Louis y yo somos muy cercanos cuando se trata de los niños.
Seguimos siendo un equipo maravilloso", explicó en la entrevista con
RTL. Tessy de Luxemburgo ha ocupado diversos cargos diplomáticos, entre
ellos un puesto en la embajada luxemburguesa en la capital británica, y
actualmente es embajadora mundial de ONUSIDA y ha lanzado la ONG Profesores sin Fronteras. Pese al tiempo transcurrido, su experiencia militar sigue muy presente
en su vida. "Siempre que doy una charla recuerdo mi periodo en las
tropas de paz de la ONU como uno de mis mayores orgullos", presume. Pese a ello, en su experiencia militar no todo fue agradable. En octubre de 2016 relató al diario británico The Telegraph
que sufrió un intento de abuso durante su breve periodo en Kosovo. "Había momentos en los que quería escapar de ese severo ambiente
dominado por hombres. También viví un intento de abuso. Por suerte,
tenía el entrenamiento para defenderme por mí misma, algo que por
desgracia no tienen cientos de miles de mujeres en todo el mundo", narró
en un artículo escrito en primera persona.
Imagina
una casa española de finales de los sesenta y comienzos de los setenta.
Una de esas casas en las que no se compraban muchos libros y en la que
la relectura era una acción constante.
La niña que vivía entre aquellas
cuatro paredes y que leía una y otra vez los libros que tenía a su
alcance se llamaba Elvira.
Elvira Lindo. La escritora, que se agarraba a
las novelas como escape y refugio, contó esta y otras anécdotas en un
encuentro organizado por Librotea el pasado 21 de marzo en la Casa del
Lector de Madrid.
Durante algo
más de una hora de charla Lindo reflexionó sobre los libros y autores
que la han convertido en escritora.
Mientras se formaba como lectora, en
la infancia y la adolescencia, visualizó por primera vez a una mujer
dedicada a las letras.
Con Mujercitas,
de Louisa May Alcott, descubrió que los libros no salían de la nada, que
había alguien que se dedicaba a ello, al oficio de escribir.
A ello se
dedicaba Edna O’Brien, que se enfrentó a la ultracatólica moral
irlandesa con la publicación de Chica de campo.
Lo que le gusta a ella de Elvira Lindo es que supo cambiar de registro,
como ella.
Lindo se ganó al público con las aventuras de Manolito Gafotas
y con sus Tintos de verano -los artículos de opinión que publicaba en
El País- pero exploró otros registros haciendo suya aquella frase de
Chéjov: “el humor sigue estando en mí, pero déjame que me exprese como
yo quiera”.
El autor ruso es otro de los imprescindibles de Elvira
Lindo.
Cita la escritora a otras
dos mujeres que la han marcado:
Simone de Beauvoir y Grace Paley.
De la
francesa resalta no solo lo que decía, sino cómo lo decía, las bellas
palabras que empleaba en sus textos. De Paley le gusta la forma que tuvo
de ejercer el feminismo.
La autora neoyorquina acuñó una frase que
permanece vigente: “las mujeres han comprado libros escritos por hombres
desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas.
Pero
continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de
un país extranjero.