Gustavo Tatis recorre el universo de García Márquez y sus secretos de familia, íntimamente ligados a la obra que Netflix adaptará a la pantalla.
De pequeño, a doña Luisa y a don Gabriel les preocupaba que Gabito
parpadeara tanto.
Su padre llegó a darle unas gotas homeopáticas, pero apenas sirvieron.
Años después, cuando aquel tic parecía habérsele evaporado, su madre se atrevió a preguntarle: “Me dijo que lo hacía para ver las cosas mejor”, contó ella.
“Para recordar…”, puntualizó Gabriel García Márquez a quien lo trajo al mundo en Aracataca (Colombia) durante una de las visitas que le hizo Gustavo Tatis Guerra, periodista, escritor, amigo de la familia y autor de La flor amarilla del prestidigitador (Navona People).
El libro lo presenta este jueves en la Casa de América de Madrid junto a Dasso Saldivar, autor del prólogo, y Juan Cruz, justo cuando Netflix acaba de anunciar que rodará Cien años de soledad. En sus páginas, el autor desgrana secretos de familia y claves ocultas de su obra: todo un constante malabarismo entre realidad e invención a provecho del autor para crear uno de los mundos literarios propios más ricos de la literatura universal.
Los testigos de todo aquello, sus padres, solían desnudar el imaginario de García Márquez con un chorro de realidad que colocaba la magia en su justo término.
Algo que, por otra parte, engrandece su genialidad inventiva sobre bases muy firmes.
“Era el embustero más grande del mundo”, le confesó don Gabriel Eligio García Martínez a Tatis.
“Tenía una capacidad para inventar más allá de la realidad que veía. Siempre he dicho que tenía dos cerebros. A mí nadie me quita la idea de que Gabito es bicéfalo”, le confesó el padre al autor del estudio.
También él unió a su oficio de telegrafista el de escritor.
“Siempre sintió cierta competencia por eso hacia su hijo”, comenta Tatis.
Don Gabriel leyó con atención sus libros.
No así su madre, que presumía más de tener en casa una hija monja que un vástago Nobel.
Si dentro de su insobornable escepticismo, algún provecho quiso sacar del galardón de su hijo fue que con él esperaba que le arreglasen el teléfono de casa.
Su mantra fue quitarle importancia.
Así que Luisa Márquez repelía las entrevistas, entre otras cosas, porque los reporteros que pasaban por su casa se las daban de saber más que quienes debían contestar.
Pero con Gustavo Tatis, todo fue distinto.
Le trataban como a alguien de la familia con quien le podía dar la hora de la cena contando historias.
Una de esas fue la del germen de Remedios la bella, aquel personaje de Cien años de soledad, que se elevaba al cielo.
Está basado, según su madre, en una criada del mismo nombre que se
fugó con su amante.
Cuando un día le preguntaron a doña Luisa qué había pasado con ella respondió: “Se fue volando”.
Y Gabito, presente, asoció los términos hasta convertir la explicación en literatura.
Doña Luisa se ufanaba de no haber leído la novela porque todo eso lo había vivido.
Tampoco se interesó por Crónica de una muerte anunciada, pero eso por una razón diametralmente opuesta: “Porque aquella la he sufrido”.
Al menos don Gabriel pudo comprobar sobre las obras de su hijo la escala de su transmutación.
Ese mecanismo que le llevaba de la realidad a la invención de una mentira que a su vez reflejaba una gran verdad.
“Nada de lo que cuenta García Márquez en sus novelas es falso, todo está sacado de aquel mundo”, asegura Tatis.
Su padre llegó a darle unas gotas homeopáticas, pero apenas sirvieron.
Años después, cuando aquel tic parecía habérsele evaporado, su madre se atrevió a preguntarle: “Me dijo que lo hacía para ver las cosas mejor”, contó ella.
“Para recordar…”, puntualizó Gabriel García Márquez a quien lo trajo al mundo en Aracataca (Colombia) durante una de las visitas que le hizo Gustavo Tatis Guerra, periodista, escritor, amigo de la familia y autor de La flor amarilla del prestidigitador (Navona People).
El libro lo presenta este jueves en la Casa de América de Madrid junto a Dasso Saldivar, autor del prólogo, y Juan Cruz, justo cuando Netflix acaba de anunciar que rodará Cien años de soledad. En sus páginas, el autor desgrana secretos de familia y claves ocultas de su obra: todo un constante malabarismo entre realidad e invención a provecho del autor para crear uno de los mundos literarios propios más ricos de la literatura universal.
Los testigos de todo aquello, sus padres, solían desnudar el imaginario de García Márquez con un chorro de realidad que colocaba la magia en su justo término.
Algo que, por otra parte, engrandece su genialidad inventiva sobre bases muy firmes.
“Era el embustero más grande del mundo”, le confesó don Gabriel Eligio García Martínez a Tatis.
“Tenía una capacidad para inventar más allá de la realidad que veía. Siempre he dicho que tenía dos cerebros. A mí nadie me quita la idea de que Gabito es bicéfalo”, le confesó el padre al autor del estudio.
También él unió a su oficio de telegrafista el de escritor.
“Siempre sintió cierta competencia por eso hacia su hijo”, comenta Tatis.
Don Gabriel leyó con atención sus libros.
No así su madre, que presumía más de tener en casa una hija monja que un vástago Nobel.
Si dentro de su insobornable escepticismo, algún provecho quiso sacar del galardón de su hijo fue que con él esperaba que le arreglasen el teléfono de casa.
Su mantra fue quitarle importancia.
Así que Luisa Márquez repelía las entrevistas, entre otras cosas, porque los reporteros que pasaban por su casa se las daban de saber más que quienes debían contestar.
Pero con Gustavo Tatis, todo fue distinto.
Le trataban como a alguien de la familia con quien le podía dar la hora de la cena contando historias.
Una de esas fue la del germen de Remedios la bella, aquel personaje de Cien años de soledad, que se elevaba al cielo.
Cuando un día le preguntaron a doña Luisa qué había pasado con ella respondió: “Se fue volando”.
Y Gabito, presente, asoció los términos hasta convertir la explicación en literatura.
Doña Luisa se ufanaba de no haber leído la novela porque todo eso lo había vivido.
Tampoco se interesó por Crónica de una muerte anunciada, pero eso por una razón diametralmente opuesta: “Porque aquella la he sufrido”.
Al menos don Gabriel pudo comprobar sobre las obras de su hijo la escala de su transmutación.
Ese mecanismo que le llevaba de la realidad a la invención de una mentira que a su vez reflejaba una gran verdad.
“Nada de lo que cuenta García Márquez en sus novelas es falso, todo está sacado de aquel mundo”, asegura Tatis.
Pero, como él había descrito a Úrsula según sus parámetros, como una mujer más que en sumisión a Dios, con actitud de combate hacia él, debió entenderlo.
Con las historias que cazaba al vuelo, García Márquez empezó a construir sus métodos bandera: “La clave está en saber atornillar las mentiras”, le confesó al escritor a Tatis Guerra.
Lo mismo había ocurrido con Melquiades.
Era el vivo retrato de su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, militar entre alquimista y curandero, aficionado a diseñar peces de colores en su taller y a fundar pueblos.
Melquiades tiene dos bases: “Su abuelo y Nostradamus”, comenta Tatis. "Me lo contó en 1992 durante la primera entrevista que le hice", añade.
Se habían conocido antes de que diera la vuelta al mundo con su premio en Estocolmo.
Pero luego llegaron varias que completaron aquel primer encuentro. “Te he dado para un libro”, le comentó el escritor.
Una obra que Tatis lleva escribiendo desde que lo conoció la primera vez.
Ahora está hecho. Eso es La flor amarilla del prestidigitador. El retrato de un hombre que supo sacar partido a su genio natural de novelista entre el impulso poético y la precisión del periodista.
Un mentiroso eminente que al recibir la noticia de su concesión del Nobel no tuvo reparos en exclamar: “¡Mierda, se lo creyeron!”.