María José Mateo fue asesinada en 2017 por su expareja, que provocó un incendio en su casa. Entre las llamas sobrevivió un cuaderno de poemas feministas.
Hay quien pasa por la vida sin salir de la trinchera, y hay quien no sale del campo de batalla.
María José Sesé Mateo (Chapela, Redondela, 1965) fue una mujer de combate. A los 18 años se enamoró y se marchó a vivir a Venezuela con su pareja.
Allí, durante una década, anduvo metida en asociaciones de denuncia política y movimientos culturales antes de regresar diez años después a su casa, Chapela, con dos hijos, Lucía y Joshua.
En Galicia formó parte del Centro Social Ocupado Ruela de Núñez
por la defensa a una vivienda digna, colaboró en las grandes
movilizaciones sociales de principios de siglo, participó en el
levantamiento de la fosa común en la que se encontraba enterrado su
abuelo republicano fusilado en la Guerra Civil, Perfecto Méndez
Pastoriza, fue defensora de los derechos de las trabajadoras como
delegada del sindicato CIG en Pescanova, su empresa, y era miembro de la
Coordinadora Feminista Donicela: defendía la igualdad de derechos de la
mujer y el hombre, se posicionó a favor del divorcio y del aborto,
denunció la violencia de género y se dejó todo en una lucha, la
feminista, que ya consideraba prioritaria a mediados de los ochenta.
Mientras todo esto ocurría, su vida personal cambiaba.
Empezó una relación con un hombre, Emilio Fernández Castro, 47 años, con el que tuvo un hijo, Igor, en 2007.
Años después sufrió graves problemas de espalda que superó gracias a diversas operaciones.
Recuperada, en 2015 se le diagnosticó un cáncer de mama.
Se quedó en las últimas, exhausta, pero sana: el cáncer había desaparecido.
Así fue como el 20 de febrero de 2017 la combatiente Sesé Mateo podía presumir de haberlas pasado todas, hasta una ruptura traumática con el padre de su hijo pequeño.
Ese día, por la tarde, ella estaba en un supermercado de Chapela cuando él la llamó al móvil. “Te dejo, que me está llamando este preguntándome dónde estoy", le dijo a una amiga que se encontró haciendo la compra, según contó esta mujer a Faro de Vigo al día siguiente.
“Este” era su expareja, Emilio Fernández, que no superaba la separación y había dejado dicho días antes a un conocido: "Porque tenemos un hijo en común, que si no le ponía una bomba y reventaba con todo".
Ese día su hijo en común, Igor, no volvió a casa con él; Emilio lo dejó en casa de sus padres y regresó solo a la casa de Chapela cuando no estaba Sesé.
Allí cortó la goma a dos bombonas y vació un bidón de gasolina. Sesé Mateo, 52 años, que se había defendido con uñas y dientes de la muerte, no pudo defenderse de la vida.
Y así fue como todo lo que no consiguió el cáncer en dos años, lo consiguió el machismo en un día.
La casa voló por los aires esa noche.
Levantó parte del tejado, destruyó la fachada y pulverizó las paredes.
Sesé no pudo librarse de su asesino ni siquiera en su final.
Como informó entonces Cristina Huete en EL PAÍS, el cadáver de Emilio Fernández presentaba un brazo sobre la cintura de la víctima.
Los forenses encontraron contusiones leves en la cabeza y el cuello de Sesé, y aseguraron que fue golpeada antes de la explosión.
La posición del brazo del asesino la atribuyeron a un forcejeo o a que la onda expansiva los lanzó a los dos dejándolos en esa postura. Durante horas, los bomberos buscaron entre los escombros al niño pequeño, temiéndose lo peor, hasta que se avisó de que se encontraba a salvo en casa de sus abuelos.
Podría pensarse que la historia acaba aquí, en una vida más segada por la violencia de género, pero ninguna lo hace, como
recordó Joshua, el hijo mayor, en el Senado hace un año en unas
jornadas sobre huérfanos de víctimas de la violencia machista:
"El asesino de mi madre usó bombonas de gas butano y gasolina para matarla; para destrozar, quemar y volar por los aires nuestro hogar (...) Con 25 años me tocó ocuparme de mi hermano pequeño, un trabajo de 24 horas y siete días a la semana (...) Me siento abandonado, mi hermano de diez años está abandonado, mi familia está abandonada (...)
He tenido que llamar a un laberinto de puertas para solucionar diversos trámites: el seguro de una casa a nombre de un asesino, que no se hace cargo porque fue suicidio; el impuesto de sucesiones; la declaración de herederos; no teníamos testamento; la cancelación de deudas; la tutela de mi hermano; ocuparme de una casa. (...) Mil y un trámites con el desembolso económico que conllevan. ¡Que tengo 26 años!", y al decir esto se le rompió la voz.
Con lo que nadie contaba era con Sesé Mateo.
La mujer, muerta en 2017, no había dicho su última palabra.
Ni la ha dicho aún ahora, como escribe la poeta Miriam Ferradáns. En un artículo publicado en Diario de Pontevedra, el periodista Ramón Rozas da cuenta de un detalle.
En esa casa destruida por un bombazo, entre escombros de piedras y restos de lo que un día fue el hogar de una familia, sobrevivió milagrosamente un cuaderno de tapas rojas.
"Estaba en su habitación, una de las partes menos dañadas por el fuego, entre revistas aún mojadas por el agua de los bomberos", cuenta Joshua a EL PAÍS.
Eran poemas escritos y corregidos en hojas cuadriculadas que muestran la evolución personal y social de Sesé, y enseñan después de su muerte todo lo que quedaba de su vida.
"Soy un ser humano valioso y valorado. / Siempre me tratan con respeto. / Estoy capacitada y tengo poder. / Apoyo a las demás mujeres. / Tengo derecho a poner límites / con respeto al comportamiento de los demás. / Todos respetan mis límites (...) Soy libre para ser todo lo que puedo ser", escribió en 1989, cuando tenía 24 años.
Con todo ese trabajo se ha editado un libro, No camiño do vento, de la mano de su hija y sus hijos, y de mujeres vinculadas a la cultura como Sonia Díaz, Helena Torres, Olga Nogueira, Anxos Sumai y Carme Vidal.
Son poemas en gallego y castellano reunidos en un volumen que se puede comprar en www.sesemateo.es o en las presentaciones que se organizarán en las próximas fechas en Galicia; cuesta 10 euros donados a la Fundación Mujeres, que los destinará a niños huérfanos provocados por la violencia machista a través del Fondo de Becas Soledad Cazorla Prieto.
"Afuera se destrozan los cuerpos y su idioma oficial, su orden de siglos", escribió Mateo.
“Mi boca está llena de palabras / para construir la vida de nuevo / la misma que quiero. / Y mis pechos son más hermosos / porque no se rindieron (...) De todo para todos / de futuros buenos”, escribió, tras librarse del cáncer, días antes de su asesinato.
Ahora, Sesé vuelve al campo de batalla: quien no conoció la trinchera en vida, no la conocerá tampoco en la muerte.
En uno de los versos de No camiño do vento se encuentra una descripción exacta de su biografía: "Haz el amor, haz la guerra".
María José Sesé Mateo (Chapela, Redondela, 1965) fue una mujer de combate. A los 18 años se enamoró y se marchó a vivir a Venezuela con su pareja.
Allí, durante una década, anduvo metida en asociaciones de denuncia política y movimientos culturales antes de regresar diez años después a su casa, Chapela, con dos hijos, Lucía y Joshua.
Mientras todo esto ocurría, su vida personal cambiaba.
Empezó una relación con un hombre, Emilio Fernández Castro, 47 años, con el que tuvo un hijo, Igor, en 2007.
Años después sufrió graves problemas de espalda que superó gracias a diversas operaciones.
Recuperada, en 2015 se le diagnosticó un cáncer de mama.
Se quedó en las últimas, exhausta, pero sana: el cáncer había desaparecido.
Así fue como el 20 de febrero de 2017 la combatiente Sesé Mateo podía presumir de haberlas pasado todas, hasta una ruptura traumática con el padre de su hijo pequeño.
Ese día, por la tarde, ella estaba en un supermercado de Chapela cuando él la llamó al móvil. “Te dejo, que me está llamando este preguntándome dónde estoy", le dijo a una amiga que se encontró haciendo la compra, según contó esta mujer a Faro de Vigo al día siguiente.
“Este” era su expareja, Emilio Fernández, que no superaba la separación y había dejado dicho días antes a un conocido: "Porque tenemos un hijo en común, que si no le ponía una bomba y reventaba con todo".
Ese día su hijo en común, Igor, no volvió a casa con él; Emilio lo dejó en casa de sus padres y regresó solo a la casa de Chapela cuando no estaba Sesé.
Allí cortó la goma a dos bombonas y vació un bidón de gasolina. Sesé Mateo, 52 años, que se había defendido con uñas y dientes de la muerte, no pudo defenderse de la vida.
Y así fue como todo lo que no consiguió el cáncer en dos años, lo consiguió el machismo en un día.
La casa voló por los aires esa noche.
Levantó parte del tejado, destruyó la fachada y pulverizó las paredes.
Sesé no pudo librarse de su asesino ni siquiera en su final.
Como informó entonces Cristina Huete en EL PAÍS, el cadáver de Emilio Fernández presentaba un brazo sobre la cintura de la víctima.
Los forenses encontraron contusiones leves en la cabeza y el cuello de Sesé, y aseguraron que fue golpeada antes de la explosión.
La posición del brazo del asesino la atribuyeron a un forcejeo o a que la onda expansiva los lanzó a los dos dejándolos en esa postura. Durante horas, los bomberos buscaron entre los escombros al niño pequeño, temiéndose lo peor, hasta que se avisó de que se encontraba a salvo en casa de sus abuelos.
"El asesino de mi madre usó bombonas de gas butano y gasolina para matarla; para destrozar, quemar y volar por los aires nuestro hogar (...) Con 25 años me tocó ocuparme de mi hermano pequeño, un trabajo de 24 horas y siete días a la semana (...) Me siento abandonado, mi hermano de diez años está abandonado, mi familia está abandonada (...)
He tenido que llamar a un laberinto de puertas para solucionar diversos trámites: el seguro de una casa a nombre de un asesino, que no se hace cargo porque fue suicidio; el impuesto de sucesiones; la declaración de herederos; no teníamos testamento; la cancelación de deudas; la tutela de mi hermano; ocuparme de una casa. (...) Mil y un trámites con el desembolso económico que conllevan. ¡Que tengo 26 años!", y al decir esto se le rompió la voz.
Con lo que nadie contaba era con Sesé Mateo.
La mujer, muerta en 2017, no había dicho su última palabra.
Ni la ha dicho aún ahora, como escribe la poeta Miriam Ferradáns. En un artículo publicado en Diario de Pontevedra, el periodista Ramón Rozas da cuenta de un detalle.
En esa casa destruida por un bombazo, entre escombros de piedras y restos de lo que un día fue el hogar de una familia, sobrevivió milagrosamente un cuaderno de tapas rojas.
"Estaba en su habitación, una de las partes menos dañadas por el fuego, entre revistas aún mojadas por el agua de los bomberos", cuenta Joshua a EL PAÍS.
Eran poemas escritos y corregidos en hojas cuadriculadas que muestran la evolución personal y social de Sesé, y enseñan después de su muerte todo lo que quedaba de su vida.
"Soy un ser humano valioso y valorado. / Siempre me tratan con respeto. / Estoy capacitada y tengo poder. / Apoyo a las demás mujeres. / Tengo derecho a poner límites / con respeto al comportamiento de los demás. / Todos respetan mis límites (...) Soy libre para ser todo lo que puedo ser", escribió en 1989, cuando tenía 24 años.
Con todo ese trabajo se ha editado un libro, No camiño do vento, de la mano de su hija y sus hijos, y de mujeres vinculadas a la cultura como Sonia Díaz, Helena Torres, Olga Nogueira, Anxos Sumai y Carme Vidal.
Son poemas en gallego y castellano reunidos en un volumen que se puede comprar en www.sesemateo.es o en las presentaciones que se organizarán en las próximas fechas en Galicia; cuesta 10 euros donados a la Fundación Mujeres, que los destinará a niños huérfanos provocados por la violencia machista a través del Fondo de Becas Soledad Cazorla Prieto.
"Afuera se destrozan los cuerpos y su idioma oficial, su orden de siglos", escribió Mateo.
“Mi boca está llena de palabras / para construir la vida de nuevo / la misma que quiero. / Y mis pechos son más hermosos / porque no se rindieron (...) De todo para todos / de futuros buenos”, escribió, tras librarse del cáncer, días antes de su asesinato.
Ahora, Sesé vuelve al campo de batalla: quien no conoció la trinchera en vida, no la conocerá tampoco en la muerte.
En uno de los versos de No camiño do vento se encuentra una descripción exacta de su biografía: "Haz el amor, haz la guerra".