Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 feb 2019

Lo verán por sus propios ojos............................Juan José Millás

Lo verán por sus propios ojos
Nos asombró esta foto por la confusión de las manos, que a primera vista no se sabía muy bien a quién pertenecían. 
Luego ya sí, claro, al enfocar la mirada podías decir esta pertenece a Rivera y esta otra a Marín, los dos de Ciudadanos y pese a ello, como vemos, un poco enredados, casi a punto de formar un nudo con las extremidades superiores mientras su atención se dirige a una zona que se encuentra fuera de la imagen. 
Yo creo que dudan dónde tomar asiento en lo que parece uno de esos desayunos informativos tan de moda.
 En este tipo de encuentros, el protocolo suele colocarte en tu sitio, que siempre es decepcionante.
 Observen la cabeza de la mujer del fondo, a la derecha de la fotografía: mira a los protagonistas de la imagen como calculando los metros que la separan del lugar donde se toman las decisiones. Es decir, que la han puesto, pobre, en la periferia del acto, que es tanto como ponerte en el borde de la realidad.
De hecho, está junto a la puerta: ventajoso para ir al baño sin llamar la atención, aunque un desastre desde el punto de vista de la autoestima.
Pero aquí lo que nos interesaba era el asunto de las manos que, observadas desde la visión periférica, parecen todas del presidente de Ciudadanos. 
Piensen en los juegos de prestidigitación que se pueden hacer con dos e imaginen los que se podrían llevar a cabo con cuatro. 
 Nada por aquí, nada por allá y aquí tenemos un acuerdo con Vox que no es un acuerdo con Vox, pongamos por caso.
 Con cuatro manos y dos bocas se pueden hacer números de magia política que ya irán viendo ustedes por sus propios ojos.


Juan José Millás

Tamaño y tiempo........................................Javier Marías.

Observo a los niños con gran interés. El suyo me parece un mundo de extremos, del cual seguramente los salva su capacidad para el fácil olvido.

YO, QUE NO HE TENIDO hijos, me encuentro ahora con dos nietos. 
No de sangre, obviamente, pero tanto da: si a uno le tocan cerca unos niños, y le caen muy bien (no siempre sucede, los hay antipáticos o sosos), es fácil cobrarles afecto y hacerlos “suyos” en algún sentido, aunque sólo sea porque ellos cuentan con uno y así son quienes deciden el vínculo, al que no es posible sustraerse. 
Si un crío confía en nosotros, lo último es defraudar su confianza. Quizá por no haberlos tenido propios, por falta de acostumbramiento, los observo con gran interés. 
Es muy probable que los lectores padres y madres y abuelos, al leer estas líneas, piensen de mí: “Vaya, ha descubierto la pólvora”.
 Me disculpo con ellos, naturalmente. Pero también es posible que, por la misma falta de hábito, me fije en detalles extravagantes en los que acaso no reparen quienes se han pasado la vida entre criaturas.
La niña, Berta, es aún muy chica, tres meses recién cumplidos. 
Ya sonríe cuando se le dicen cosas afectuosas, y se agita de contento como un animalillo, a buen seguro sin saber por qué, ni lo que hace. 
Lo que me llama la atención es que, tan minúscula, responda ya a los estímulos del bien querer y del halago, que a su manera “comprenda” el habla cariñosa, ya que aún no las palabras. 
Pero, como me sucedía asimismo con una sobrina-nieta que ahora tiene cinco años, lo que más me intriga es la intensidad de su mirada cuando escruta a su alrededor, o a quien tiene delante, incluso a su propia madre.
 Mira con profundidad, como si quisiera desentrañar un enigma con el solo poder de su vista, supongo que es el principal medio con que cuenta para deducir, entender y reconocer.
 Cuando los niños son tan pequeños, no puedo evitar preguntarme qué diablos “piensan”.
 Ya sé que es un verbo excesivo, pero algo semejante al pensamiento debe rondarlos desde el primer instante.
 Y asocio su llegada al mundo con la de uno de nosotros a un planeta desconocido, sólo que ellos carecen de términos de comparación, encima.
 En verdad resultan misteriosos, quién sabe cómo interpretan. 

El niño, su hermano, que se llama Unai y se llama Ernest, tiene dos años y tres meses.
 Como casi todos los de su edad, corre ya como loco y en todo se fija. 
Como también es frecuente, imagino, le encantan los trenes, las ambulancias, los furgones de policía, las grúas.
 Hace poco su juvenil abuela lo llevó a la Estación de Francia y unos amables ferroviarios le permitieron subirse a un tren que iba a partir, y fingir que lo conducía. 
Se quedó atónito primero, y después embelesado: un acontecimiento, en su vida todavía conformada por cosas mínimas. Algo que me extraña en los niños es que parecen encontrar normal su tamaño, y no poder alcanzar cuanto desean, y depender de los mayores para tantísimas actividades, para vestirse incluso. 
No parece molestarles que casi todo el mundo sea mucho más alto que ellos, y no sé cómo encajan esa particularidad. 
No creo que sean conscientes (no al menos a la edad de Unai o Ernest) de que los aguarda un crecimiento continuo, menos aún de que llegarán a la altura de sus padres y la sobrepasarán probablemente. 
Poco a poco aprenden lo que es el tiempo, pero les cuesta (también a los adultos, dicho sea de paso). 
“Mañana” no significa nada para ellos. 
“Dentro de unos días” les es inconcebible. 
Infiero que el tiempo presente es lo único que hay para ellos, y que se les aparece como infinito e inmutable. 
“Si mi madre o mi padre no están, eso significa que no estarán nunca; y si están, es que van a estar siempre”, deben de “pensar”, o intuir acaso. 
De ser así, el suyo me parece un mundo de extremos y de contrastes difícil de soportar, del cual seguramente los salva su capacidad para el fácil y rápido olvido. 
El olvido, supongo, es una bendición defensiva desde el principio. Unai o Ernest es curioso hasta la aventura y a la vez cauteloso. Ante un bazar chino, repleto de objetos como todos, se iba acercando a la puerta con pasos cortos y paradas, como si esperara a que le dieran permiso para adentrarse, o simplemente a ver qué ocurría si persistía en su aproximación, como un explorador avezado y prudente.
 Nadie le dio indicación alguna, pero su curiosidad fue más fuerte.  

Nadie le dio indicación alguna, pero su curiosidad fue más fuerte. Por fin atravesó el umbral y, siempre con respeto o sigilo, empezó a mirar cosa por cosa; todo lo atrae, lo mismo que cuando va por la calle: ir con él es ir parándose y explicándole, porque quiere explicaciones; aunque no las entienda cabalmente, quiere palabras. El nacimiento de Berta lo ha desconcertado un poco, claro está. Alternaba besos y regalos (o por lo menos le enseñaba sus cuentos y juguetes) con momentos de recelo.
 Pero un mínimo episodio reciente da fe de que ya la ha “adoptado”.
 Unos niños de unos siete años se acercaron corriendo al cochecito para ver al bebé, con buenas intenciones. 
Pero como Unai o Ernest las desconocía, por si acaso se interpuso entre ellos y la hermana, para protegerla de cualquier peligro, como un pequeño soldado. 
 Qué iba a poder un niño de dos años contra varios de siete. 
Quizá él no era consciente de que poco podría, y sin embargo le brotó el gesto, la voluntad, el afán.
 Era como si les dijera: “A ver qué queréis, que a esta nena yo la guardo”. 

23 feb 2019

Los vestidos más espectaculares de las ediciones de los Oscar

Oscar: vestidos inolvidables
Desde la izquierda: Gwyneth Paltrow, Grace Kelly, Lupita Nyong'o, Audrey Hepburn y Anjelica Huston. 

Impecables o atrevidas: repasamos las apariciones más memorables en la alfombra roja de los premios cinematográficos.

Vestidos que son historia de los Oscar

El de Julia Roberts es uno de los vestidos más icónicos de todos los tiempos. En 2001, año en el que ganó la estatuilla por su papel en Erin Brockovich, se hizo también con el título de 'mejor vestida' de la noche gracias a este Valentino de 1991 (responsable del resurgir del mercado de segunda mano).


  • Foto: Getty / Cordon Press / Corbis
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    El de Julia Roberts es uno de los vestidos más icónicos de todos los tiempos. En 2001, año en el que ganó la estatuilla por su papel en Erin Brockovich, se hizo también con el título de 'mejor vestida' de la noche gracias a este Valentino de 1991 (responsable del resurgir del mercado de segunda mano).
  • Vestidos que son historia de los Oscar
  Uno de los más elegantes de la lista: el vestido rojo de Ghesquière para Balenciaga que lució Nicole Kidman en 2007.

  • Foto: Getty / Cordon Press / Corbis

    El de Julia Roberts es uno de los vestidos más icónicos de todos los tiempos. En 2001, año en el que ganó la estatuilla por su papel en Erin Brockovich, se hizo también con el título de 'mejor vestida' de la noche gracias a este Valentino de 1991 (responsable del resurgir del mercado de segunda mano).

  • Foto: Getty / Cordon Press / Corbis

    Uno de los más elegantes de la lista: el vestido rojo de Ghesquière para Balenciaga que lució Nicole Kidman en 2007.


  • Vestidos que son historia de los Oscar
 Audrey Hepburn fue la primera actriz en ganar un Oscar, un Globo de Oro y un BAFTA por el mismo papel. Para recoger su estatuilla por Vacaciones en Roma en 1954 lució este diseño de Givenchy que ya ha pasado a la historia.





En 1955, Grace Kelly recogió el Oscar por su papel en La angustia de vivir enfundada en este vestido de la diseñadora de vestuario Edith Head. Un año después se convertiría en la Princesa de Mónaco al casarse con Rainiero. Vestidos que son historia de los Oscar
Vestidos que son historia de los Oscar

La invisibilidad buscada de Marisol........................ Nacho Sánchez....

Recién cumplidos los 71 años, Pepa Flores pasa inadvertida en Málaga, donde todavía recibe ofertas de trabajo.

marisol

 

Pepa Flores, por las calles de Málaga. GTRES
 
El centro cultural malagueño La Térmica organizó en 2015 una exposición con 50 fotografías de Marisol tomadas por el fotógrafo César Lucas.
 La muestra realizaba un recorrido fascinante por su brillante irrupción en el cine y la música.
 Fue vista por más de 12.000 personas, pero ella, Pepa Flores, no apareció. 
Agradeció por mensaje la iniciativa y confió en el buen criterio del artista y la comisaria, Sylvie Imbert, para bendecir la muestra. 
Mantuvo así la que ha sido su decisión más personal y respetable: su desaparición de la vida pública.
 Recién cumplidos los 71 años, pasa prácticamente desapercibida en su Málaga natal. 
Justo lo que perseguía, como antes Greta Garbo.
“A lo único que aspiro es a ser una persona normal”, le comentó hace unos años al escritor y cineasta Luis Alegre, durante una divertida noche donde Pepa Flores se arrancó a cantar tras un concierto de su amiga Aurora Guirado.
 La frase es un mantra para la malagueña.
 Lo demuestra con sus escasísimas apariciones públicas. No acudió a la exposición, pero tampoco a recoger el título de Hija Predilecta de Málaga que recibió el pasado año o la Medalla de Honor que le otorgó el Círculo de Escritores Cinematográficos a comienzos de 2016.
 A finales de ese año, sin embargo, dio la sorpresa al subirse a las tablas del Teatro Cervantes para cantar Tómbola junto a Celia Flores. 
La menor de sus hijas presentaba entonces su disco 20 años de Marisol a Pepa Flores y su madre se lo agradeció sobre el escenario ante la enorme sorpresa del público.
Marisol pasó a ser Pepa Flores en 1985.
 Aquel año protagonizó su última película, Caso cerrado, título premonitorio donde compartía reparto con otro malagueño que empezaba a despuntar, Antonio Banderas. “El ego, el poder y el dinero son tres factores por los que una persona se puede ir a pique”, decía en EL PAÍS 15 años más tarde.
 Hoy apenas quedan ecos de la niña prodigio que fue. 
Pepa Flores se diluye entre quienes residen en el vecindario donde se refugió tras su separación de Antonio Gades. Vive junto a su pareja, Massimo Stecchini, en el barrio de La Malagueta, con vistas al Mediterráneo. 
Son habituales sus caminatas por el paseo marítimo tras unas oscuras gafas de sol.
 Dedica el tiempo a disfrutar de su nieto y sus tres hijas: Tamara, María y Celia.
 También se pierde en la comarca de La Axarquía, al este de la provincia de Málaga, donde desconecta de la ciudad. Se hace invisible siempre que puede.
“Vive una vida plácida con sus cosas y su gente. Cumpliendo el sueño de ser una persona normal”, describen fuentes cercanas.
 Le siguen llegando ofertas de trabajo para televisión y otros proyectos, “que rechaza sistemáticamente”, añaden desde un entorno que prefiere guardar silencio. 
Amistades y familiares se disculpan educadamente ante las preguntas.
 “La queremos demasiado como para no respetar su decisión”, cuenta un buen amigo, que relata cómo el objetivo de vivir en el anonimato se ve distorsionado cuando sus películas vuelven a verse en televisión o cuando algún programa revuelve el pasado que quiere olvidar.
“Su desconexión de la vida pública es un valor casi inédito en estos días en los que todo el mundo se muere por un like o salir en televisión”, añade el periodista y gestor cultural Héctor Márquez, que prologó el libro Marisol - Pepa Flores: Corazón rebelde (Milenio). Publicado en 2018, es una reivindicación musical de la artista malagueña.
 “Tenía unas posibilidades infinitas”, explica el autor de la obra, Luis García Gil, que la sitúa a la estela de figuras como Françoise Hardy. 
En los dos años de investigación que necesitó para su libro, el escritor nunca contactó con la protagonista de sus páginas. 
“Sabíamos desde el principio que no podríamos hablar con ella porque prefiere estar al margen. Pero este era un trabajo necesario para destacar su gran papel en la música española”, afirma Gil. 
“El fenómeno de Marisol fue como el actual de Rosalía, pero multiplicado por cien”, relata Luis Alegre. Por eso, aunque hayan pasado 60 años, sigue vivo. 
Se comprobó en la penúltima edición de Operación Triunfo. 
Amaia Romero contó entonces ser "una friki" de Marisol. “Era mi ídolo de pequeña”, decía a sus compañeros mientras preparaba la canción Me conformo, que la malagueña llegó a versionar en japonés.
 El tema se estrenó en 1964, 35 años antes del nacimiento de la finalmente ganadora del concurso televisivo.
 Ha influido no solo en quienes la vieron crecer de niña prodigio a mujer en el cine y la prensa: también en las siguientes generaciones, que la respetan y admiran. 
El mito continúa. 

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Los primeros años de Pepa Flores como Marisol.
Los primeros años de Pepa Flores como Marisol.
Pepa Flores se alejó para siempre de Marisol. De la infancia singular que la marcó de por vida.
 Del personaje que otros crearon para ella y explotaron hasta la saciedad.
 “Es una pena que no pueda recordar con felicidad aquella época”, afirma el fotógrafo César Lucas, que conoció a la actriz y cantante en el año 1960 mientras trabajaba en el diario Pueblo. 
 Tras una primera sesión de fotos con motivo de la primera película de la actriz, Un rayo de luz, establecieron una amistad que derivó en muchos trabajos posteriores y que duró hasta 1974.
 Fue el autor de numerosas imágenes emblemáticas como la que Interviú llevó en su portada en 1976. 
 Las que pudieron verse en La Térmica aún siguen girando por espacios culturales de la provincia de Málaga —actualmente, en Nerja—. Las imágenes de Marisol perseguirán para siempre a Pepa Flores, que diseñó su destino para obtener una libertad que, a su pesar, jamás será total.
Resultado de imagen de Fotos de Pepa Flores