"Perdonen, todos vamos despistados a muchos sitios, el
despiste es general, es decir, que no aplaudan.
Siempre hay alguien que
viene un poco distraído y no sabe exactamente dónde se mete.
Esto es un
espectáculo, como le he dicho, señor, que se llama Mediterráneo Da Capo,
en el cual, de entrada, estoy repasando las canciones de un disco
escrito en el año 1971, titulado Mediterráneo, y que integra 10 canciones, todas en castellano.
Y las estoy haciendo una detrás de otra. Entiendo
que usted no lo entienda. No entender esto, realmente, en los tiempos
que corren, sería realmente soberbio por parte de nadie. Pero déjeme
hacer, el espectáculo va así. No es por saber que estoy en Barcelona, lo
sé seguramente desde antes que usted. Y desde antes que usted estoy
trabajando por esta ciudad y por hacer cosas.
Y, por tanto, le pido que
me deje hacer mi espectáculo tal y como está diseñado.
Le aseguro que es
la primera vez que este espectáculo, yendo por el mundo, encuentra a
alguien que dice esto. Se lo digo para que se pueda sentirse orgulloso.
Muchas gracias".
La respuesta de Serrat ha sido muy comentada en las redes sociales. En Twitter, el periodista y presentador del programa Salvados de LaSexta, Jordi Évole, ha alabado al cantautor y ha realizado la siguiente reflexión sobre la necesidad de escuchar sus palabras: "Dos minutos de Serrat. Tomar cada 8 horas para combatir la intolerancia. Venga de donde venga", ha escrito Évole en un tuit que acumula en pocas horas casi 2.000 retuits y casi 5.000 'me gusta'.
Hacia los siete años afloran en los niños las suspicacias respecto a la
procedencia de los regalos navideños. ¿Qué hacer? Quizá intentar que la
verdad salga a la luz después de formularles preguntas, implicándolos en
la revelación del secreto.
LA ATMÓSFERA de la Navidad, con su olor a mazapán, sus villancicos en
bucle y su aire festivo, aviva la fantasía de todos, pero en especial
la de los niños. Las calles iluminadas, los árboles adornados y las atiborradas cabalgatas
contribuyen a dar verosimilitud a los relatos que rodean esta
celebración; unas narraciones, por otra parte, que desafían
flagrantemente las leyes de la física. Así, los adultos se confabulan
para que los pequeños crean que, en una sola noche, los Reyes Magos
logran repartir toneladas de regalos casa por casa, con un portentoso
don de la ubicuidad, subidos a unos vehículos en absoluto supersónicos,
pero muy ecológicos: los camellos. Estas fiestas, tan significativas y
cargadas de nostalgia, conjugan tradiciones de varias culturas, tanto
paganas como religiosas, y se han ido adaptando a las necesidades de
cada generación para pervivir. Como otros mitos culturales, su verdad
más esencial radica en el mensaje que transmiten, llámese generosidad,
empatía o solidaridad, en el caso navideño. Aunque consideramos que mentir es algo reprobable,
la complicidad general con la que se camufla la identidad de los magos
de Oriente no cuenta con grandes detractores. Se acepta como una
mentirijilla sin más que, si bien no deja de ser una falsedad, está
pintada, al fin y al cabo, con los colores del amor hogareño. Además, es
inofensiva, y el niño, tarde o temprano, descubrirá el tinglado por sí
solo. Por lo tanto, hasta que llegue el momento en que la venda se les
caiga de los ojos, ¿qué tiene de malo prolongar ese “círculo mágico de
la Navidad” del que hablaba Dickens? Todos los años, J. R. R. Tolkien
escribía cartas a sus hijos haciéndose pasar por Papá Noel, cumpliendo
así con una tradición familiar que se extendió a lo largo de más de dos
décadas. En ellas, les contaba sus experiencias del año anterior en
tierras nevadas, así como los preparativos para la entrega de los
regalos: “Menos mal que no marcan la misma hora todos los relojes del
mundo; si no, no sé cómo me las arreglaría; pero, en Navidad, cuando mi
magia es más potente, puedo llenar hasta mil calcetines por minuto”.
Las mentiras son un elemento esencial de la comunicación humana. Algunas
de ellas nos definen mejor como individuos y sociedad que nuestros
denodados esfuerzos por decir la verdad. Da lo mismo cómo las
etiquetemos para eludir su mala reputación: “inexactitudes
terminológicas”, “distorsiones estratégicas”, “mentiras piadosas”,
etcétera. Acabamos recurriendo a ellas para evitar el dolor ajeno y el
propio, sortear situaciones incómodas o alcanzar un objetivo, por
ejemplo. Y aunque en la educación se inculca el concepto de la honradez,
en el día a día las mentiras viajan libremente con las alas del
lenguaje. Al hablar, seleccionamos, omitimos y buscamos la versión que
más nos satisfaga. George Steiner
hablaba del poder creador de las mentiras. De ahí surge también la
literatura, con títulos memorables como el clásico de estas fechas,La canción de Navidad, de Dickens, en el que un viejo
misántropo de nombre Scrooge, después de pasar revista a su vida,
excesivamente marcada por la codicia, se convierte de la noche a la
mañana, tocado por el espíritu navideño, en un hombre bueno y sabio.
La exactitud y la veracidad no son siempre virtudes a las que demos prioridad cuando hablamos con un niño. Dado que son impresionables, evitamos utilizar un lenguaje demasiado
directo y desnudo con ellos. Aun así, las mentiras desempeñan un papel
primordial en el desarrollo infantil, pues, gracias a ellas, los niños
exploran sus límites y su autonomía. A partir de los tres años, ya
atribuyen pensamientos e intenciones a las personas de su entorno. Cuando se sienten engañados, después de haberles asegurado que un jarabe
no sabía mal, o que nuestro destino quedaba a la vuelta de la esquina,
aunque todavía faltaba la mitad del trayecto, se enfadan, como es
natural, pero al final entienden que deben desarrollar su paciencia y
capacidad de aguante. También ellos van incorporando las mentiras a su
repertorio comunicativo como para confirmar ese dicho según el cual
aquellos que no mienten nunca maduran. Hacia los siete años afloran en los niños las primeras suspicacias respecto a la misteriosa procedencia de los regalos
navideños. ¿Qué hacer? ¿Obviar sus recelos o confesar el artificio? Los
progenitores se enfrentan a ese dilema. ¿Cuál es la mejor táctica,
pues, ante el temido interrogante de si los padres son los Reyes? Quizá evitar responder con un sí o un no. Es decir, recurrir al método
socrático y que la verdad salga a la luz después de formularles
preguntas nosotros a su vez, implicándolos así de forma activa en la
revelación del secreto, apoyándonos en sus deducciones. A partir de sus
sospechas, averiguaremos qué están preparados para oír.
Marta Rebón es traductora, fotógrafa y crítica literaria.
Que no hagas terapia ni hayas pasado por la consulta de psicología
no quiere decir que no tengas una personalidad narcisista, patológica a
más no poder.
Al fin y al cabo, ¿dónde ibas a encontrar un facultativo a
tu nivel?
"En algunos casos, cuando los narcisistas aceptan ir a
terapia, la primera premisa es que el facultativo esté a la altura de
sus expectativas, tiene que ser de reconocido prestigio y estar
altamente capacitado para atenderlo", asiente el psicólogo sanitario
José Elías Fernández.
O lo que casi es peor. Quizá hay un narcisista a
tu alrededor, haciéndote la vida imposible sin que puedas imaginarte
cuál es la causa de sus delirios.
En ese caso, hasta que no aprenda a desarrollar la inteligencia
emocional, consiga regular sus sentimientos y los de los demás,
reconozca sus cualidades y capacidades en su justa medida, acepte las
críticas, desarrolle una autoestima y tenga objetivos realistas, más
vale que te andes con ojo.
Los narcisistas pueden ser muy tóxicos.
Pero les costará más esconderse si conoces todos los rasgos de una personalidad narcisista que los psicólogos han detallado para que no bajes la guardia.
Se creen superiores, pero no son nadie sin tu admiración
Los narcisistas son arrogantes y
prepotentes, y no lo son por casualidad.
Se creen únicos, especiales,
dueños y señores de una existencia maravillosa que está muy lejos de la
que los demás podrían siquiera imaginarse.
"Este concepto
grandioso de su personalidad y de su vida les lleva a pensar que no se
pueden relacionar con cualquiera, que deben buscar personas de su
categoría", explica Fernández, miembro del Colegio de
Psicólogos de Madrid.
"De ahí que la mayoría de las personas signifiquen
muy poco para ellos", añade.
Curiosamente, sí son conscientes de sus defectos, y algunos incluso
saben que exageran sus capacidades muy por encima de la realidad. "Por
eso necesitan ser admirados constantemente", señala Fernández. Lo malo
es que, en su afán por sobresalir, exageran sus logros hasta un límite
tan estratosférico que se convierten en personas enojosamente
competitivas. "Son los únicos que consiguen triunfos en la vida (otros los alcanzan y ni lo saben), los demás no están a su altura, y se fijan en lo negativo de las personas a su alrededor" para destacar por comparación, señala el psicólogo.
También piensan que sus experiencias tienen
más valor que las de los demás, y sienten que deben constituir el
ejemplo para aquellos que los rodean.
No lo hacen por dar consejos sino
para ser el centro del discurso. Eso provoca que sus relaciones sociales
se deterioren y necesiten nuevos contactos que les admiren, aunque, con el tiempo, modulan el discurso al asumir que generan rechazo.
Tienen la misma capacidad de escuchar que las piedras
El mundo de los narcisistas es pequeño, se limita a lo que ellos piensan y hacen, en su cabeza solo caben ecos de sus propios pensamientos. "No escuchan a los demás porque no les importan nada.
La avidez de admiración les lleva a creer que todo en su vida es
excepcional, no existen hechos normales, su existencia es maravillosa,
está plagada de triunfos y notoriedad", describe Fernández.
La mentira es uno de los andamios de los narcisistas, pero sus historias son lejanas, difíciles de confirmar
Sin embargo, en sus relaciones personales y sociales impera
la envidia, tanto la que sienten por los éxitos ajenos como por la que
creen que los demás tienen por sus logros. La cautela es la
norma si un narcisista se acerca a ti, pues si tienen que apoyarse en
sus compañeros para sobresalir, no dudarán en hacerlo.
Son los peores camaradas que uno pueda tener porque su falta de receptividad los hace incapaces de ayudar a los demás. "En situaciones como ir de viaje,
cuando se hace con alguien a quien no se conoce bien, hay que tener
cuidado porque afloran muchas personalidades. Las narcisistas nos la
pueden jugar en cualquier momento", advierte el experto.
El éxito ilimitado, esa fantasía sobre la que cabalgan
Formarse una realidad paralela también es uno de los rasgos identificativos de los narcisistas.
"La mayor parte del tiempo no viven en la realidad.
Sus conceptos erróneos sobre sus capacidades los introducen en un mundo
de fantasías y de poder sobre los demás.
Lo único que hacen, con la
esperanza de alcanzar el éxito a toda costa, es engañarse a ellos mismos
y a los demás", reflexiona Fernández.
Las personas narcisistas solo pueden alcanzar el objetivo con una imaginación desbordada.
"Suelen
mentir. Un clásico es que te hablen de cosas lejanas que nunca podrás
comprobar, pero cuanto más se engañan a sí mismos, más se lo creen.
Por supuesto, no les hagas caso si te echan la culpa, en la vida del narcisista el fracaso siempre pertenece al mundo exterior.
Ocultan sus emociones, sobre todo su vulnerabilidad
"Si alguien cercano a un narcisista está pasando un mal momento, no le hará el mínimo caso. Pero cuando ellos se sienten mal sí buscan que los demás le brinden su apoyo",
explica Fernández. Su problema es que, al pretender situarse en el
centro de gravedad de sus relaciones, están despojados de empatía, y eso
les impide ponerse en el lugar de los otros. Pero suelen ser vulnerables.
Lo que pasa es que los narcisistas sienten
la necesidad de esconder sus defectos a toda costa, y convierten su
inseguridad en una falsa fortaleza cuyo objetivo es que nadie pueda
hacerles daño.
"Para conseguir no mostrar su vulnerabilidad harán todo
lo que sea necesario, como hablar excesivamente, reconducir las conversaciones, menospreciar a los demás, señalar sus defectos... todo con tal de no mostrarse débiles", recalca el profesional.
Son adictos al control... y no solo a eso
Los narcisistas no pueden mantener las manos lejos del timón. "Quieren que nadie pueda desvelar su inseguridad y su falta de autoestima", y por eso tratan por todos los medios de llevar cada situación a su terreno, señala Fernández.
Al contrario de lo que se piensa, los narcisistas huyen de las redes sociales porque no tienen control sobre ellas
Suele decirse que las redes sociales son un campo abonado para el
narcisismo, pero la afirmación no es del todo correcta. El carácter
visual y estético de estas plataformas puede intensificar su conducta,
pero no es un escenario cómodo para ellos porque es un mundo que no
pueden controlar. "Su personalidad no tolera las críticas, y al final
salen de la red social porque no la aguantan", añade el psicólogo
clínico Jorge Barraca. Además, son incapaces de asumir la cruda realiad, que los selfies que se publican en las redes no le interesan a nadie.
Una vía frecuente para compensar los
sentimientos de dolor o frustración son las adicciones, ya sea hacia las
compras, el alcohol, otras drogas, el deporte, el sexo o el juego.
"La
adicción, que interfiere en su vida personal, laboral y social se
relaciona con la necesidad de sentir euforia constantemente y amortiguar
el malestar, porque la persona narcisista no puede consentir que en su vida haya dolor, siente intolerancia al apagamiento y la tristeza", explica Barraca.
Si se hacen contigo serás su marioneta
Si mirásemos los contactos de la agenda de un narcisista, apunta el
psicólogo clínico Barraca, veríamos que el criterio para clasificarlos
distingue a quienes les pueden servir de los que no. "Los narcisistas
suelen aprovecharse de los demás. Lo hacen, por ejemplo, con personas
bien posicionadas para ganarse su confianza. Esto suele pasar mucho en
política. Echan mano de asesores que les ayudan a ascender y se apropian de los aciertos de los que le rodean para ascender", describe el profesional.
Y es que los narcisistas dominan el sutil
arte de llevar a su terreno tanto a las personas como las situaciones,
impidiendo el libre fluir de los acontecimientos. Siempre están al
acecho, prestos a reconducir a quienes intenten decir o hacer algo que
no les guste, o que no les permita manifestar su grandiosidad y poder
frente a los demás. Amigos de este tipo solo traen problemas, todos los días,pues siempre se sitúan por encima de ti, constantemente quieren rebajarte e intentan que sirvas a sus propósitos.
Un narcisista nunca se identifica como tal
Si tras leer todas estas características
piensas que lo mejor que puedes hacer es llamar a la consulta del
psicólogo más caro de tu agenda, puedes estar tranquilo.
Un auténtico narcisista nunca se identificará con estos rasgos.
"Para la persona narcisista, las aspiraciones nunca son desmedidas. Si
son el centro de atención, es porque lo merecen.
Para esas personas es
ridículo intentar identificarse con estos puntos", indica Barraca.
La vida da muchos motivos para llorar pero las razones para reír las estamos empezando a elegir nosotras.
El viernes por la mañana, convaleciente aún de unas jornadas en las
que se sobrepasaron todos los límites del buen gusto y la pura humanidad
en los comentarios públicos sobre la muerte de Laura Luelmo, me
encontré en la columna Codazos, de Jorge M. Reverte,
con una frase que me llenó de esperanza: “Algo hay que hacer, supongo
que sobre todo en la educación. Pero también en los bares, donde los
viriles codazos cómplices con los chistes sobre mujeres deberían ser
sustituidos por codazos igual de viriles en la boca de los emisores de
las gracietas”. Sé, porque lo he leído, que Reverte es especialmente
sensible a los anhelos de igualdad, pero en estos días rebosantes de
furia y crueldad, que contrastan con el exquisito comunicado de la
familia que pedía mesura y respeto apelando a la dignidad de su hija, se
echaban en falta voces masculinas que velaran de una forma respetuosa
un duelo. En la época de la incontinencia verbal no hay silencio ni para
los muertos. Por lo que se puede ver a diario, dándose un paseíllo por las redes,
no hay ningún peligro en hacer un chistecillo sobre mujeres, señor
Campofrío. Sale bastante más barato de lo que reza el anuncio, de hecho
la marca se aprovecha de un hábito muy trillado; en cuanto a las
gracietas sobre la desgracia específicamente femenina, siguen siendo un
clásico que algunos se resisten a perder, como si con la pérdida de ese
género se les fuera por el sumidero parte de su masculinidad. Nadie te
llevará ante un tribunal si exhibes tu ingenio a costa de niñas muertas. Al parecer, eso se llama humor negro; eso sí, te encontrarás ante el
juez si la emprendes con Dios o con la patria. El viejo catálogo del
humor español sigue intacto. Arévalo se nos presenta ahora con patillas hipster. Lo único que puede ocurrir es que se te enfaden algunas mujeres, pero, a
fin de cuentas, ¿no se trata de transgredir y provocar? Pues apúntate
un éxito, muchacho, estás en la onda, porque el periodismo lleva camino
de quedarse en el chasis de la provocación. ¿Hemos perdido el humor? ¿Estamos de verdad tan enfermos de humor?
Menuda estupidez. Al contrario, somos unos resistentes. A pesar de la
suciedad del ambiente político y del tono soez que empaña el discurso
público yo veo que la gente aguanta el tipo y hace por divertirse hasta
en las comidas familiares y de trabajo de estos entrañables días. Puede
suceder, desde luego, que decida no reír los chistes que hacen sangre,
porque la vida le va estableciendo a cada uno sus propios límites,
relacionados con la compasión, la piedad o la empatía (esa palabra que,
aunque empiece a estar mal vista no entiendo por qué, posee un
significado psicológico muy concreto que la hace necesaria). Somos unas resistentes,
nosotras en concreto, permítaseme el plural: nuestras penalidades,
inseguridades y miedos han sido bien reseñados en esos chistes de bar de
los que habla Reverte. Tal vez el cambio notable que ha habido en los
últimos tiempos es que estamos perdiendo, no el sentido del humor, sino
la tendencia a contemporizar con aquello que no nos hace gracia. Sí,
hemos reído muchas bromas que no nos hacían ni puta gracia por no quedar
como estrechas o puritanas. La vida da muchos motivos para llorar, pero
las razones para reír las estamos empezando a elegir nosotras. Esa es
la diferencia. Solo los tipos que deciden caminar a nuestro lado son
capaces de entender esto, que tiene su gracia.
¿Hemos perdido el humor? ¿Estamos de verdad tan enfermos de humor?
Menuda estupidez.
Al contrario, somos unos resistentes.
A pesar de la
suciedad del ambiente político y del tono soez que empaña el discurso
público yo veo que la gente aguanta el tipo y hace por divertirse hasta
en las comidas familiares y de trabajo de estos entrañables días.
Puede
suceder, desde luego, que decida no reír los chistes que hacen sangre,
porque la vida le va estableciendo a cada uno sus propios límites,
relacionados con la compasión, la piedad o la empatía (esa palabra que,
aunque empiece a estar mal vista no entiendo por qué, posee un
significado psicológico muy concreto que la hace necesaria).