Lluvia de críticas a Jorge Javier Vázquez y 'Sábado Deluxe' por lo que se ha visto en pantalla.
El presentador de 'Sálvame' intentó que Isa Pantoja se sintiera como en casa, pero...
Telecinco
Jorge Javier Vázquez entrevistó este sábado a Chabelita, la hija de Isabel Pantoja, en Sábado Deluxe (Telecinco). El programa intentó recrear Cantora, la finca en la que vive la
tonadillera, en tono de humor, sin embargo la jugada le salió mal. Las
redes criticaron duramente al programa y al presentador por utilizar
cabezas de toro (independientemente de que fueran o no reales), a pesar
de que Jorge Javier ha confesado muchas veces que es antitaurino. El presentador dio la bienvenida a Isa Pantoja, la primera expulsada de GH VIP, en una cama, justo debajo de una de las cabezas, e incluso hizo un amago de chiste: "Uy, una cama y unos cuernos". Ambos bromearon con la escena y rieron, pero en redes se vivió de una forma muy distinta.
No pensó que aparentar sobriedad la convirtiera en alguien respetable.
Entra Rodrigo Rato en la cárcel. Siempre impresiona el camino de un
hombre hasta la reclusión. Debe de tratarse de uno de los trayectos más
solitarios en la vida de una persona. Más cuando aún deben resonar en su
memoria los ecos de todas las palabras celebratorias que durante tantos
años se le dedicaron. Encarnaba al hombre duro, algo borde, impaciente,
pero que a su vez ofrecía una imagen de solvencia a la derecha
española. Recuerdo incluso cómo algún columnista no alineado con la
derecha reclamaba una España en la que hubiera más señores serios como
Rato y menos chicas tontilocas como Bibiana Aído. En aquel momento, el
ser un señor con empaque servía para determinar su valor . Aún no nos
hemos deshecho de esa prejuiciosa y singular vara de medir.
En el arte de la política deben combinarse la ambición, la sagacidad,
la inteligencia, pero con irritante frecuencia olvidamos reclamar en
quien la ejerce la más difícil de las virtudes, la de hacer el menor
daño posible y además evitar que lo hagan otros. Han pasado los años y
ya podemos calibrar quiénes fueron realmente dañinos para el buen
ejercicio democrático y quiénes, por su apariencia, género, juventud o
todo a la vez recibieron críticas burdas y arbitrarias. Pienso en esto de las apariencias mientras veo el rostro de Carmen
Alborch en los periódicos esta semana. Sin duda, su presencia ilumina
las portadas e iluminaba la sala en la que estuviera, tenía el poder de
refrescar un ambiente, aunque este fuera tan cerrado como el del
Congreso de los Diputados. Carmen parece, vista desde hoy, un milagro. La melena salvaje y rojiza, la elegante extravagancia en el vestir, la
voz melosa y amable, la sonrisa tan justamente reseñada que se convirtió
en el toque que la distinguía. Qué pena que no hayan cuajado sus
formas, porque sus formas eran el fiel reflejo del buen corazón que
hacía uso de ellas. Hay que tener mucho talento para presentarse ante la
vida pública con una sonrisa y para comportarse tal cual ella era,
demostrando que era compatible ser ministra con el amor a la vida, a las
artes, al callejeo, a la ropa estilosa, al necesario hedonismo y al
sentido del humor. La sonrisa y la dulzura parecen estar penalizadas hoy
en el ambiente que se ha generado en la vida parlamentaria, porque lo
chocante ha quedado reducido a la grosería de turno, a la burla, al show. Y nosotros, a menudo, nos convertimos en publicistas de la majadería. Llevó Alborch el sabor de la calle al Congreso. Se arregló para acudir a
un consejo de ministros con los colores que brotaban de su espíritu,
con el mismo primor que muchas mujeres dedicamos a presentarnos ante los
demás. No pensó que aparentar sobriedad la convirtiera en alguien
respetable, ni creyó que la elegancia fuera incompatible con ser de
izquierdas; jamás enmascaró sus ganas de disfrutar de la vida para
parecer más solidaria o comprometida. Supo demostrar que el carácter no
es negociable, y esta para mí es su lección más sobresaliente. Las
mujeres, sobre todo, no debiéramos dejar escapar el ejemplo: no hay que
aceptar un neopuritanismo que nos obligue a impostar la voz, a falsear
la indumentaria, a reprimir la extravagancia o a esconder la sonrisa. El
tiempo dirá el legado que cada uno dejó. De qué nos sirvió la
arrogancia de Rato y en qué medida nos cambió la sonrisa de Carmen
Alborch.
La
directora denuncia el infierno de la trata en su documental 'El
proxeneta' y sale "del armario de la menopausia" y el tabú del sexo
femenino después de los 50.
Ametralla más que habla y con munición gruesa. Además del consabido “todos y todas”, Mabel Lozano
gasta un verbo torrencial e inclusivo hasta en los exabruptos. Así,
está “hasta los cojones” de una larga serie de cosas y califica de
“coñazo” otra no menos extensa. Nos vemos en la sala donde, en nada, se
estrena El proxeneta, su documental sobre las mafias de la
prostitución en España, y la señora directora tiene grandes expectativas
al respecto. “Si de aquí no sale una ley contra la trata, es que no hay
voluntad política”, clama. Sus hijos, mellizos, chica y chico de 17
años, andan por la trastienda entre políticos, policías, prostitutas y
periodistas que han venido a ver la enésima incursión de su madre en un
mundo tan sórdido como, probablemente, confortable es el suyo. Qué ganas tiene de complicarse la vida teniéndola resuelta. Adoro los charcos desde niña.
Más que los charcos, el barro. El lodo, sí. Pero en el lodo es donde se descubre lo que se quiere mantener oculto, y hay que arremangarse de vez en cuando. Pero lo suyo casi parece una misión, una cruzada personal. No, eso suena evangélico. Lo hago porque me sale de las tripas. Ese
es el error, confundir esto con un asunto de moralidad. Me llaman feminazi y católica. Bien: feminazi, quizá; católica, cero. Esto no va de moralidad, va de derechos humanos. La trata es delito. Y si le digo que quiero ser prostituta libremente. ¿Qué me dice?
Que lo seas, que te des de alta y cotices para ayudar a pagar el
colegio de mis hijos. Que te pongas en la calle y veas cuánto tarda
alguien en pedirte dinero. Casi todas las putas son mujeres prostituidas
y explotadas. Si eres libre, mayor de edad, y no tienes proxeneta,
puedes hacer lo que quieras, no estamos hablando de eso. Hay hasta taxis con licencia patrocinados por prostíbulos.
Y fiestas patronales. Una vez, en una radio, me pusieron una
publicidad de un puticlub. Pensé que era para comentarla, pero no, era
quien financiaba el programa. La prostitución está tan normalizada que
ni nos damos cuenta. El “invitar a putas” sale hasta en los sumarios de corrupción. En los burdeles se cierran negocios, se acaba una noche de fiesta, se
celebra que alguien se casa enamorado y, además, se explotan y compran y
venden mujeres .Los machirulos lo saben y se tapan y se jalean unos a otros. Hay una especie de “machirulidad”, una hermandad de machirulos al respecto. La revolución pendiente es que los no puteros salgan de esa cobardía y denuncien y señalen al resto de la manada. Qué siente por el proxeneta confeso y convicto que le contó su vida y delitos con pelos y señales? No le juzgo, ya lo hizo la justicia. Pienso que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Somos hasta amigos. Él ha sido valiente. Él ha roto un código. El de la delincuencia. Él se juega el tipo al señalar a jueces,
abogados, políticos, testaferros. Yo, no. Yo no soy delincuente, soy
cineasta. Y, antes, modelo y actriz. Jaja. Cuando lee u oye eso, mi hijo me dice: "Pero, mamá, qué vergüenza que aún digan que eres modelo, con lo vieja que eres". La famosa invisibilidad de las mujeres de 50. ¿La padece? Estoy en ello, pero ya me visibilizo yo sola. Tengo la menopausia, y
soy abolicionista de la prostitución y soy del Atleti. No sé de qué más
armarios puedo salir. Todo lo que tiene que ver con la sexualidad de las
mujeres se convierte en tabú. A muchas les da pudor hablar porque nos
han enseñado que eso significa que, al ser mayor, ya no puedes procrear,
follar, etcétera, y somos como ciudadanas de tercera. Se supone que
somos seres asexuales. Pues no, hacemos de todo, señores. Y le gustan los señores, sospecho. Pero ¡cómo! Amo a los hombres. Lo que no me gusta es el machismo, el
patriarcado hegemónico, que es contra lo que lucho. Y para eso también
les necesitamos a ellos con nosotras.
¡Qué rico! Los hijos nos ponen en nuestro sitio. ¿Cuál es el suyo? Soy directora de cine social. Pero tendré 320 años y seguirán con lo
de modelo y actriz. Y mi hijo se seguirá muriendo de vergüenza. Contó en público este verano que se hizo un “rejuvenecimiento vaginal”. ¿Me lo recomienda?
Jaja. Sí, es un láser que tonifica y evita otros problemas como la
incontinencia. Lo he dicho porque no me importa normalizar el tema. El
pelo envejece, la piel envejece, la vagina, también. Son cosas que nos
pasan a las mujeres.
OCULTA EN EL interior del marco había una trituradora
que se activaba desde afuera con un mando a distancia semejante,
suponemos, al que abre o cierra la puerta del coche y del garaje. El
mando a distancia es uno de los inventos más inverosímiles de la
humanidad, pues rompe el vínculo físico entre el usuario y la máquina. De súbito, ya no era preciso moverse del sofá para encender o apagar la
tele. Podías hacerlo a través de unas ondas invisibles, lo que
proporcionaba una experiencia de poder cercana a la de la telequinesia,
donde los objetos se mueven sin causa física aparente. De ahí a cambiar
de canal con el pensamiento había un solo paso que aún no hemos dado,
pero estamos en ello. Entre tanto, el mando a distancia se popularizó y
se diversificó: lo mismo servía para hacer estallar una bomba que para
programar las horas de encendido de la calefacción. Lo que ven en la foto es un cuadro de Banksy que acababa de ser adjudicado por un millón y pico de euros en una subasta. Apenas un segundo después de que el martillero sancionara la venta con
un golpe de maza, se escuchó en la sala un pitido electrónico y la obra
de arte comenzó a deslizarse hacia el exterior del marco atravesando un
juego de cuchillas invisibles que la trituraba al tiempo de caer. Daba
la impresión de que hubiera decidido suicidarse al escuchar la cifra
alcanzada. Significa que lo que se vendía no era un cuadro, sino una performance
o, si ustedes lo prefieren, una acción de carácter artístico, realizada
en vivo y en directo, que nos hizo dudar de la calidad de la obra y de
la de los compradores.