Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 oct 2018

La llegada del ‘Homo pasmado’...........................Rosa Montero..

Creemos que las nuevas tecnologías nos facilitan la vida. Que nos ahorran trabajo y nos liberan. Pero en realidad sucede lo contrario.
ME ACABO de pasar cerca de tres horas intentando sacar por Internet un abono para cuatro espectáculos en un teatro de Madrid. En primer lugar el procedimiento es ridículamente complicado, pero además, y para mi desgracia, ha ido dando errores todo el rato. Traté de corregirlos una y otra vez con progresiva irritación hasta que, desesperada, me rendí. 
He pagado el maldito abono pero no he conseguido una sola entrada, y siento esa desesperación algo kafkiana que sólo se experimenta ante las pifias electrónicas o los servicios de telefonía robotizados. 
Es como darte de cabezazos contra un caos ciego y sordo. 
Se me ocurrió hacer la gestión por Internet por la facilidad que ello supone, pero lo cierto es que habría sido mucho mejor haberme acercado a pie hasta el teatro, dando un higiénico y agradable paseíto de media hora; sacar allí mis entradas de papel tan ricamente, tomarme un café con hielo en alguna terraza y regresar andando.
Todo ello en menos tiempo del que he empleado en aporrear con creciente furia y frustración este maltratado teclado en el que escribo.
Soy una apasionada partidaria de las nuevas tecnologías y sigo creyendo que nos proporcionan avances increíbles;
 pero, por otro lado, lo digital ha invadido nuestras vidas de una manera tan profunda y tan rápida que los humanos ni siquiera somos conscientes de lo que hemos cambiado.
 En el mundo hay 7.000 millones de personas, y más de 5.000 millones poseen un móvil.
 Si pensamos que sólo 4.500 millones tienen acceso a baños, podemos ir haciéndonos una idea de cómo los smartphones se han convertido en una especie de virus. 
Es una pandemia y no lo sabemos.
 Hablando de baños: un reciente estudio en Inglaterra demostraba que el 41% de los jóvenes elegirían dejar de lavarse antes que abandonar el móvil (lo cuenta Mariana Vega en unocero.com). Sospecho que un buen número de ellos preferiría no bañarse en cualquier caso, al margen de tener o no teléfono, pero, en fin, incluso descontando a los guarros sin más, el porcentaje es abultadísimo. 
Diversos estudios señalan que nos pasamos entre cuatro y cinco horas al día mirando el móvil (Apple demostró que los usuarios del iphone desbloqueamos de media el terminal 80 veces al día).
 Es una cifra tan bárbara que no me extraña que los cines cierren y las novelas no se vendan.
 No nos da el tiempo para nada más que para estar amorrados a la pantalla. 
Y en este cómputo no estamos incluyendo las horas que añadimos ante el ordenador.
Y hay algo aún peor. 
Creemos que las nuevas tecnologías nos facilitan la vida. Que nos ahorran trabajo y nos liberan. 
Pero en realidad sucede lo contrario. Con el e-mail y los whatsapps no terminas jamás de trabajar
 Antes, sacar adelante un tema suponía quizá una carta de papel al mes y tres llamadas. 
Hoy son decenas de correos electrónicos y de mensajes.
 Antes podías cortar tu dedicación laboral a una determinada hora. En estos momentos no cortas jamás.
 Por no hablar de las preciosas horas que he quemado hoy intentando sacar unas entradas.
Todo esto está alterando las costumbres, la salud y el cerebro. Numerosas investigaciones hablan del insomnio causado por la luz de los terminales, de alteraciones en la producción de hormonas, de quizá un mayor riesgo de cáncer (este punto es polémico), sobre todo en niños menores de dos años, los cuales, según todos los indicios, no deberían ni tocar una tableta. 
Pero hay algo que creo que está clarísimo, y es la disminución de la capacidad de concentración. 
Pero hay algo que creo que está clarísimo, y es la disminución de la capacidad de concentración. 
Con la mano en el pecho, debo confesar que mi cabeza, siempre tendente a las corrientes de aire, tiene hoy más agujeros que nunca. La mente aletea de acá para allá con más facilidad, hambrienta de nuevos estímulos.
 Tengo la sensación de que los smartphones son como hechiceros que nos han hipnotizado, creando una Humanidad de seres distraídos y confusos. 
Hay estudios que señalan que el uso del teléfono mientras conduces, incluso en manos libres, provoca cada día nueve muertes y cerca de mil heridos en Estados Unidos.
 Otro trabajo realizado en Manhattan indicó que el 42% de los peatones ignoraban los semáforos en rojo por estar enfrascados en su móvil.
 Ya digo. Somos las primeras generaciones del Homo pasmado.


Antes de que me mojen.................................Javier Marías..

En nuestra época, el nivel de exigencia demente ha llegado al punto de que, antes de que nada ocurra, muchos ya protestan furiosamente “por si acaso”.

UNA DE LAS PELÍCULAS aclamadas este año, Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri, de Martin McDonagh, me ha parecido un reflejo fiel de nuestra época, seguramente sin pretenderlo.
 No creo destriparle nada importante a nadie si cuento lo siguiente (pero absténganse de leerlo los quisquillosos): la hija del personaje interpretado por Frances McDormand (lo peor de la película: se limita a poner caras desafiantes y encabronadas, y por tanto obtuvo el Óscar) fue violada y asesinada salvajemente hace unos siete meses.
 La policía no ha encontrado al culpable ni ha hecho detención alguna, lo cual McDormand achaca a desinterés y dejación de sus funciones.
 La mayoría de los policías, como casi todos los de los pueblos en el cine estadounidense, son brutales y racistas.

La reacción de los vecinos contra McDormand por la colocación de los tres carteles denunciatorios es propia de cafres y desmedida, con lo que el espectador toma partido por la madre doblemente herida.
 Según avanza la historia, sin embargo, es ella la que se comporta de manera cada vez más desproporcionada, y además se intuye que quizá no hubo dejación por parte de la policía local, sino que realmente no había pistas que condujeran a la detención de nadie. Hay casos difíciles de resolver o que no se resuelven nunca.
 Y eso es lo que la madre no parece entender ni acepta.
 Quiere detenciones, más o menos fundadas. (Sin ser nada del otro mundo, Tres anuncios se va viendo con agrado, pese a los palos en las ruedas de su protagonista.)
 Si digo que la veo como un reflejo de nuestra época es porque esa actitud exigente hasta lo irracional se va extendiendo, desde hace lustros, a velocidad de vértigo.
 Demasiada gente se empeña en que las cosas sean como ella quiere, aunque eso resulte imposible. Demasiada cree tener derechos ilimitados, cuando sólo tenemos unos cuantos. 

Hace ya años puse este ejemplo paradigmático de este egoísmo enloquecido: la crónica televisiva desde Roma, cuando Juan Pablo II estaba moribundo, mostró a una señora española que se quejaba airada de que no se asomara el Papa.
 Alguien le explicaba que el hombre estaba en las últimas, a lo que ella respondía cargándose de razón: “Ya, pero es que yo estoy aquí estos días, y si no sale al balcón ya no podré verlo”.
 La obligación del agonizante pontífice era arrastrarse hasta allí para darle gusto a la señora cuando a ella le convenía.
 Lo mismo sucede con esos bañistas que, si ven bandera roja en la playa, se indignan y se meten en el agua poniendo en riesgo sus vidas y tal vez la de un socorrista que deba lanzarse a rescatarlos. “Ah”, suelen argumentar, “es que para tres días de vacaciones que tengo, no me los van a chafar los de la bandera roja”.
 Como si quienes la izan lo hicieran por fastidiarlos arbitrariamente y no para protegerlos.
 Demasiada gente no admite la existencia del azar, ni de los accidentes, ni de las contrariedades, ni de los imponderables. 
Este verano se armó un motín porque no sé qué famoso disc-jockey se vio varado en Rusia al suspenderse allí los vuelos por inclemencias del tiempo, y no pudo desplazarse a Cantabria, donde tenía una actuación programada.
 El público que lo aguardaba montó en cólera pese a que el dj se disculpó, dio explicaciones y prometió cumplir más adelante con su compromiso, y los organizadores ofrecieron devolver el dinero a quienes lo deseasen.
 Las personas acostumbraban a entender lo que se llamaba “causas de fuerza mayor”.
 Ahora no.
 Si el Papa debía reptar por el suelo gastando en ello su postrer aliento, el dj tenía que haber previsto el mal tiempo y haber emprendido viaje en tren desde Moscú, fechas antes, para complacer a sus cántabros.
 El nivel de exigencia demente ha llegado al punto de que, antes de que nada ocurra, muchos ya protestan furiosamente “por si acaso”. Cuando todavía se ignoraba si Arabia Saudita cancelaría o no el encargo de unas corbetas a los astilleros gaditanos (por lo de las bombas y eso), sus trabajadores ya estaban cortando carreteras e incendiando neumáticos “por si acaso”.
 
Ellos, y muchos otros, me recuerdan a Don Quijote cuando decidió “hacer locuras” en unos riscos (cabriolas en paños menores, creo) para que Sancho se las relatara a Dulcinea, que por fuerza no le había sido infiel ni había hecho nada.
 Y Don Quijote le dice a su escudero, más o menos (cito de memoria y que me perdone Francisco Rico; Cervantes ya sé que sí): “Así entenderá que, si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?”. 
Es decir, si me comporto de este modo sin causa ni motivo, cómo reaccionaría si me los proporcionara. 
Hoy lo llamaríamos “acciones preventivas”, a las que el mundo es cada vez más adicto.
 “Aún no ha pasado nada, aún no me han perjudicado; pero protesto y destrozo de antemano para que no se les ocurra perjudicarme”. En la película mencionada dudo que el espectador vea a McDormand como un caso de intolerancia a la frustración (comprensible) y exigencia chiflada. 
Quiero culpables”. “Ya, y nosotros también, pero es que no los encontramos.
 ¿Quiere usted que nos los inventemos?” La respuesta (deduzco yo al menos) parece ser: “Sí. No me importa. Ustedes tienen la culpa de no encontrarlos”.
 Así no podemos seguir ninguno, espero que estén de acuerdo. 



6 oct 2018

La boda de Fernando Fitz-James Stuart y Sofía Palazuelo, entre la tradición y la modernidad

Quienes están llamados a ser algún día duques de Alba reúnen en el palacio de Liria a personalidades de la vida social y de la Casa del Rey, representada por la reina Sofía.

  

 

Primeras imágenes de la boda de Sofía Palazuelo y Fernando Fitz-James Stuart.  
Primeras imágenes de la boda de Sofía Palazuelo y Fernando Fitz-James Stuart.
Fernando Fitz-James Stuart, de 28 años, se ha casado este sábado con Sofía Palazuelo tras cinco años de relación.
 El actual duque de Huéscar y heredero de la Casa de Alba y su ya esposa han congregado a 400 invitados en el palacio de Liria de Madrid, la propiedad más emblemática de ingente patrimonio familiar. 
Entre los asistentes, personalidades de la vida social y empresarial española y de la Casa del Rey, representada por la reina Sofía.
La ceremonia se ha celebrado no en la capilla del palacio, sino en los impresionantes jardines que rodean la mansión.
 El novio ha acudido al altar del brazo de su madre y madrina, Matilde Solís. 
Vestía para la ocasión un traje muy especial: el uniforme de gala de maestrante, el mismo con el que su padre se casó hace 30 años con su madre en la catedral de Sevilla.
 La novia, considerada como una de las jóvenes españolas más elegantes, escogió un traje muy sencillo realizado por su tía, la diseñadora Teresa Palazuelo.

Sofía Palazuelo prescindió del velo y decidió no usar ninguna de las tiaras de la Casa de Alba como es tradición. 
Recogió su melena en un sencillo moño bajo con un tocado de flores lo que dio al conjunto un aire de modernidad.
El padre Ángel ha oficiado la ceremonia junto al sacerdote Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, quien fuera confesor de la fallecida duquesa de Alba.
 Los novios han optado por una decoración floral muy sencilla en tonos verdes y blancos. 
Los medios de comunicación no han tenido acceso al enlace pero sí han podido ver entrar al palacio a los invitados.
 La revista ¡Hola! es quien se ha hecho con la exclusiva.
Fernando Fitz-James Stuart y Solís no tuvo una infancia fácil. 
Sus padres se separaron siendo todavía un niño.
 Su madre, Matilde Solís, sufrió una gran depresión que, como ella misma ha desvelado, le llevó a intentar suicidarse. 
Pero la proximidad con su madre no ha impedido al actual duque de Huéscar, título que heredó cuando su padre se convirtió en jefe de la Casa de Alba, estar también muy unido a su progenitor.
 A sus 28 años, Fernando parece un heredero diseñado para el papel que le va a tocar desempeñar: discreto, amante de la familia, buen gestor y experto en arte.
Estudió en el colegio Nuestra Señora de los Rosales.
 Luego se decidió por el Derecho y el Márketing, materias que complementó con dos másteres. 
Mientras cursaba uno de ellos, en el College for International Studies, conoció a su esposa, Sofía Palazuelo.
 Pero además de esta sólida formación, el joven duque es un gran amante del arte, un valor necesario para algún día poder gestionar el valioso patrimonio de los Alba.
 Quizá por ello, el regalo de boda que ha recibido de su padre ha sido un lienzo de Renoir, Busto de mujer con sombrero de cerezas, que su abuela Cayetana compró en Londres en 1973.
Su afición por el arte fue una de las cosas que le unió a Sofía Palazuelo quien, tras licenciarse en Márketing y Comunicación en el Emerson College y cursar parte de la carrera en Estados Unidos, se dedica a este mundo de manera profesional trabajando con su madre en Around Art, una empresa que se dedica a proporcionar experiencias artísticas en colecciones particulares, en museos a puerta cerrada, entre otras.
Como heredero de los Alba, Fernando trabajara en los asuntos de la familia.
 Ayuda a su padre en Euroexplotaciones Agrarias, una de las empresas dedicadas a gestionar sus terrenos.
 Con su esposa vivirá en una de los apartamentos de la familia próximos al palacio de Liria.
De su abuela, Fernando Fitz-James Stuart no ha heredado el carácter abierto y jovial pero sí algunas de sus costumbres, como escaparse a Sevilla siempre que puede.
 Allí vive también su familia materna, los Solís, toda una institución en la ciudad. 
Por ello, cuando la duquesa de Alba hizo el reparto de sus bienes quiso que el Palacio de las Dueñas fuera para él. 
"Es tan sevillano como yo y ya que será jefe de esta casa un día, sabrá cuidarlo como nadie", argumentó la duquesa para explicar tal deferencia ante sus otros nietos.
Antes de la ceremonia Carlos Falcó, uno de los invitados, recordaba a la duquesa de Alba y resaltaba cómo a la aristócrata le hubiera gustado presenciar la boda de su nieto, el que está llamado a ser algún día duque de Alba.
 Él y su ahora esposa serán los depositarios algún día de la gestión de la Casa de Alba, propietaria de un ingente patrimonio.

 

 

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